Las mil y una noches:748

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 748: y cuando llego la 784ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 784ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... y de traer contigo cien dinares de oro para mi esposo el barbero, que es un pobre!" Y Kamar contestó con el oído y la obediencia y salió de la casa del barbero, repitiéndose, para grabarlas bien en su memoria, las instrucciones de la vendedora de perfumes, esposa del barbero. Y bendecía a Alah, que en su camino puso, como piedra indicadora, a aquella mujer de bien.

Y de tal suerte llegó al zoco de los joyeros y orfebres, en donde todo el mundo se apresuró a indicarle la tienda del jeique de los joyeros Osta-Obeid. Y entró en la tienda y vió entre sus aprendices al joyero, a quien saludó con la mayor cortesía, llevándose la mano al corazón, a los labios y a la cabeza, y diciendo: "¡La paz sea contigo!"

Osta-Obeid le devolvió la zalema y le recibió con finura y le rogó que se sentara. Y Kamar sacó entonces de su bolsa una gema escogida, pero de la especie menos hermosa de las cuatro que poseía, y le dijo: "¡Oh maestro! ¡anhelo vivamente que para esta gema me hagas una montura digna de tus capacidades, pero de la manera más simple y con un peso que no exceda de un miskal!" Y al mismo tiempo le entregó veinte monedas de oro, diciendo: "¡Esto ¡oh maestro! no es más que un ínfimo anticipo de la cantidad con que pienso remunerar el trabajo que me hagas!" Y asimismo entregó una moneda de oro a cada uno de los numerosos aprendices, y también a cada uno de los numerosos mendigos que habían hecho su aparición en la calle en cuanto vieron entrar en la tienda a aquel joven extranjero vestido tan suntuosamente. Y tras de portarse de tal modo, se retiró él, dejando a todo el mundo maravillado de su liberalidad, de su belleza y de sus modales distinguidos.

En cuanto a Osta-Obeid, no quiso retrasar lo más mínimo la confección de la sortija, y como estaba dotado de una destreza extraordinaria y tenía a su disposición medios que ningún otro joyero poseía en el mundo, la empezó y la concluyó al terminar el día, dejándola toda cincelada y limpia. Y como el joven Kamar no debía volver hasta el día siguiente, se la llevó consigo por la noche para enseñársela a su esposa, la joven consabida, pues la piedra le parecía maravillosa, y de un agua tan limpia, que daba gana de humedecerse con ella la boca.

Cuando la joven esposa de Osta-Obeid hubo visto la sortija, la encontró muy hermosa, y preguntó: "¿Para quién?" El contestó: "Para un joven extranjero, que es mucho más deslumbrador que esta maravillosa gema. Porque has de saber que el dueño de esta sortija que ya me ha pagado de antemano como nunca se me pagó trabajo alguno, es hermoso y encantador, con ojos que hieren de deseo, mejillas como pétalos de anémona en un parterre lleno de jazmines, una boca como el sello de Soleimán, labios empapados en sangre de cornalinas, y un cuello como el cuello del antílope, que soporta graciosamente su cabeza fina cual un tallo soporta su corola. Y para resumir lo que está por encima de toda alabanza, bástete oír que es hermoso, verdaderamente hermoso, y tan encantador como hermoso, lo que le hace parecerse a ti, no sólo por sus perfecciones, sino también por su tierna edad y por las facciones de su rostro".

Así describió el joyero a su esposa al joven Kamar, sin advertir que sus palabras acababan de encender en el corazón de la joven una pasión repentina y tanto más viva cuanto que el objeto de ella era invisible. Y aquel propietario de una frente en que iban a crecer cuernos como cohombros en un terreno estercolado, olvidaba que no existe tercería peor ni de éxito más seguro que la de un marido que ante su esposa ensalza los méritos y la belleza de un desconocido, sin cuidarse de las consecuencias. Así es como Alah el Altísimo, cuando quiere que se cumplan los designios decretados con respecto a sus criaturas, las hace tantear en las tinieblas de la ceguera.

Y he aquí que la joven esposa del joyero oyó aquellas palabras y las retuvo en el fondo de su espíritu, pero sin dejar traslucir, ni por asomo, los sentimientos que la agitaban. Y dijo a su esposo con acento indiferente: "¡Déjame ver esa sortija!" Y Osta-Obeid se la entregó, y ella la miró con aire distraído y se la puso en el dedo, impensadamente. Luego dijo: "¡Parece que la han hecho a medida de mi dedo! ¡Mira qué bien me está!" Y contestó el joyero: "¡Vivan los dedos de las huríes! ¡Por Alah, ¡oh mi señora! que, como el propietario de esta sortija está dotado de generosidad y de galantería, mañana le rogaré que me la venda al precio que sea, y te la traeré!"

Mientras tanto, Kamar había ido a dar cuenta a la esposa del barbero de la manera como se había conducido con arreglo a sus instrucciones; y le entregó cien monedas de oro en calidad de regalo para aquel pobre barbero. Y preguntó a su protectora qué le quedaba que hacer. Y ella le dijo: "¡Mira! Cuando veas al joyero, no admitas la sortija que te tenga hecha. Finges que te está muy estrecha en el dedo, y se la das de regalo; y preséntale otra gema mucho más hermosa que la primera, de las que valen a setecientos dinares la pieza, y dile que te la monte con cuidado. Al mismo tiempo, dale sesenta dinares de oro para él y dos para cada uno de sus obreros, como gratificación. Y tampoco olvides a los mendigos de la puerta. Y conduciéndote así, irán a tu gusto las cosas. ¡Y no te olvides ¡oh hijo! de volver a darme cuenta del asunto y de traer contigo algo para mi pobre esposo el barbero!"

Y contestó Kamar: "¡Escucho y obedezco!"

Y salió de casa de la mujer del barbero, y al día siguiente no dejó de ir al zoco en busca del joyero Osta-Obeid, el cual en cuanto le advirtió, levantóse en honor suyo, y después de las zalemas y cumplimientos, le presentó la sortija. Y Kamar hizo como que se la probaba, y dijo después: "Por Alah, ¡oh maestro Obeid! que la sortija está muy bien hecha, pero me viene un poco estrecha al dedo. ¡Toma! ¡te la doy para que se la regales a cualquiera de las numerosas esclavas de tu harem! Y aquí tienes otra gema, que prefiero a la anterior, y que, montada sencillamente, resultará mucho más hermosa". Y así diciendo, le entregó una gema de setecientos dinares de oro; y al mismo tiempo le dió sesenta dinares de oro para él y dos para cada uno de sus aprendices, diciendo: "¡Sólo es para que refresquéis con un sorbete pero, si este trabajo se acaba con prontitud, espero que quedaréis satisfechos del modo como seréis remunerados!" Y salió, distribuyendo a derecha e izquierda monedas de oro a los mendigos congregados delante de la puerta de la tienda.

Cuando el joyero vió tanta liberalidad en su joven cliente, quedó extremadamente sorprendido. Y a la noche, una vez que hubo entrado en su casa, no se cansaba de alabar en presencia de su esposa a aquel generoso extranjero, del que decía: "¡Por Alah, que no se contenta con ser hermoso, como jamás lo fueron los más hermosos, sino que tiene la mano abierta de los hijos de los reyes!" Y cuanto más hablaba, hacía incrustarse más en el corazón de su mujer el amor sentido por el joven Kamar. Y cuando él la hubo entregado la sortija, don de su cliente, se la puso ella lentamente en el dedo, y preguntó: "¿Y no te ha encargado otra?" El dijo: "¡Sí, por cierto! Y tanto he trabajado en ella todo el día, que aquí la tienes acabada". Ella dijo: "¡Déjamela ver!" Y la cogió, la miró, sonriendo, y dijo: "¡Quisiera quedarme con ella!" El dijo: "¿Quién sabe? ¡Capaz es de dejármela, como ha hecho con su hermana! "

Mientras tanto, Kamar había ido a concertarse con la esposa del barbero acerca de lo que había pasado y de lo que tenía que hacer. Y le entregó cuatrocientos dinares de oro para su pobre esposo el barbero.

Y ella le dijo: "Hijo mío, tu asunto va por el camino mejor. Cuando veas al joyero, no admitas la sortija encargada, sino haz como que te está muy grande, y déjasela de regalo. Luego entrégale otra piedra preciosa, de las que valen casi a novecientos dinares de oro la pieza; y en espera de que terminen el trabajo, da cien dinares para el maestro y tres para cada uno de los aprendices. ¡Y al volver a darme cuenta de la marcha del asunto, no te olvides de traer para mi pobre esposo el barbero algo con que pueda comprarse un pedazo de pan! Y Alah te guarde y prolongue tus días preciosos, ¡oh hijo de la generosidad!"

Y he aquí que Kamar siguió puntualmente el consejo de la vendedora de perfumes. Y el joyero no encontró ya palabras ni expresión con qué pintar a su mujer la liberalidad del hermoso extranjero. Y ella le dijo, probándose la nueva sortija: "¿No te da vergüenza ¡oh hijo del tío! no haber invitado todavía a tu casa a un hombre que tan generoso se ha mostrado contigo? ¡Y sin embargo, gracias a los beneficios de Alah, no eres avaro ni descendiente de una familia de avaros; pero me parece que a veces faltas a las prácticas sociales! ¡Así, es absolutamente un deber de parte tuya rogar a ese extranjero que venga a tomar mañana la sal de tu hospitalidad!

Por su parte, Kamar, después de haber consultado a la mujer del barbero, a la cual entregó para aquel pobre hombre ochocientos dinares de gratificación, lo preciso para que comprara un pedazo de pan, no dejó de presentarse en la tienda del joyero, a fin de probarse la tercera sortija. Y después de ponérsela en el dedo, se la sacó, la miró un instante con cierto desdén, y dijo: "Está bastante bien; pero no me gusta del todo esta piedra. ¡Quédate, pues, con ella para una de tus esclavas, y móntame esta otra gema! Y aquí tienes un anticipo de doscientos dinares y cuatro para cada uno de tus aprendices. ¡Y perdóname todas las molestias que te causo!" Y así diciendo, le entregó una gema blanca y maravillosa que valía mil dinares de oro. Y en el límite de la confusión, le dijo el joyero: "¡Oh mi señor! ¿querrías honrar mi casa con tu presencia y concederme la gracia de ir a cenar conmigo esta noche? ¡Porque tus beneficios están por encima de mí, y mi corazón se siente atraído por tu mano generosa!"

Y contestó Kamar: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y le dió las señas del khan donde paraba.

Y he aquí que, llegada la noche, el joyero se presentó en el khan consabido para recoger a su invitado. Y le condujo a su casa...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.