Las mil y una noches:729

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 729: pero cuando llego la 764ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 764ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... y besó a Aladino entre ambos ojos, y le dijo: "¡Ah! ¡hijo mío Aladino, conforme te conozco más me pareces más admirable!" Y envió a buscar al gran visir y le mostró con el dedo la maravilla que le entusiasmaba, y le dijo con acento irónico: "Y bien, visir, ¿qué te parece?" Y el visir, que no se olvidaba de su antiguo rencor, se convenció cada vez más, al ver la cosa, de que Aladino era un hechicero, un herético y un filósofo alquimista. Pero se guardó mucho de dejar traslucir sus pensamientos al sultán, a quien sabía muy adicto a su nuevo yerno, y sin entrar en conversación con él le dejó con su maravilla y se limitó a contestar: "¡Alah es el más grande!"

Y he aquí, que, desde aquel día, el sultán no dejó de ir a pasar, después del diwán, algunas horas cada tarde en compañía de su yerno Aladino y de su hija Badrú'l-Budur, para contemplar las maravillas del palacio, en donde siempre encontraba cosas nuevas más admirables que las antiguas, y que le maravillaban y le transportaban.

En cuanto a Aladino, lejos de envanecerse con lo agradable de su vida, tuvo cuidado de consagrarse, durante las horas que no pasaba con su esposa Badrú'l-Budur, a hacer el bien a su alrededor y a informarse de las gentes pobres para socorrerlas. Porque no olvidaba su antigua condición y la miseria en que había vivido con su madre en los años de su niñez. Y además, siempre que salía a caballo se hacía escoltar por algunos esclavos que, siguiendo órdenes suyas, no dejaban de tirar en todo el recorrido puñados de dinares de oro a la muchedumbre que acudía a su paso. Y a diario, después de la comida de mediodía y de la noche, hacía repartir entre los pobres las sobras de su mesa, que bastarían para alimentar a más de cinco mil personas. Así es que su conducta tan generosa y su bondad y su modestia le granjearon el afecto de todo el pueblo y le atrajeron las bendiciones de todos los habitantes. Y no había ni uno que no jurase por su nombre y por su vida. Pero lo que acabó de conquistarle los corazones y cimentar su fama fué cierta gran victoria que logró sobre unas tribus rebeladas contra el sultán, y donde había dado prueba de un valor maravilloso y de cualidades guerreras que superaban a las hazañas de los héroes más famosos. Y Badrú'l-Budur le amó cada vez más, y cada vez felicitóse más de su feliz destino, que le había dado por esposo al único hombre que se la merecía verdaderamente. Y de tal suerte vivió Aladino varios años de dicha perfecta entre su esposa y su madre, rodeado del afecto y la abnegación de grandes y pequeños, y más querido y más respetado que el mismo sultán, quien, por cierto, continuaba teniéndole en alta estima y sintiendo por él una admiración ilimitada.

¡Y he aquí lo referente a Aladino!

¡He aquí ahora lo que se refiere al mago maghrebín a quien encontramos al principio de todos estos acontecimientos y que, sin querer, fué causa de la fortuna de Aladino!

Cuando abandonó a Aladino en el subterráneo, para dejarle morir de sed y de hambre, se volvió a su país del fondo del Maghreb lejano. Y se pasaba el tiempo entristeciéndose con el mal resultado de su expedición y lamentando las penas y fatigas que había soportado tan vanamente para conquistar la lámpara mágica. Y pensaba en la fatalidad que le había quitado de los labios el bocado que tanto trabajo le costó confeccionar. Y no transcurría día sin que el recuerdo lleno de amargura de aquellas cosas asaltase su memoria y le hiciese maldecir a Aladino y el momento en que se encontró con Aladino. Y un día que estaba más lleno de rencor que de ordinario acabó por sentir curiosidad por los detalles de la muerte de Aladino. Y a este efecto, como estaba muy versado en la geomancia, cogió su mesa de arena adivinatoria, que hubo de sacar del fondo de un armario, sentóse sobre una estera cuadrada, en medio de un círculo trazado con rojo, alisó la arena, arregló los granos machos y los granos hembras, y las madres y los hijos, murmuró las fórmulas geománticas, y dijo: "Está bien, ¡oh arena! veamos. ¿Qué ha sido de la lámpara mágica? ¿Y cómo murió ese hijo de alcahuete, ese miserable, que se llamaba Aladino?" Y pronunciando estas palabras agitó la arena con arreglo al rito. Y he aquí que nacieron las figuras y se formó el horóscopo. Y el maghrebín, en el límite de la estupefacción, después de un examen detallado de las figuras del horóscopo, descubrió sin ningún género de duda que Aladino no estaba muerto, sino muy vivo, que era dueño de la lámpara mágica y que vivía con esplendor, riquezas y honores, casado con la princesa Badrú'l-Budur, hija del rey de la China, a la cual amaba y la cual le amaba, y por último, que no se le conocía en todo el imperio de la China e incluso en las fronteras del mundo más que con el nombre del emir Aladino.

Cuando el mago se enteró de tal suerte, por medio de las operaciones de su geomancia y de su descreimiento, de aquellas cosas que estaban tan lejos de esperarse, espumajeó de rabia y escupió al aire y al suelo, diciendo: "Escupo en tu cara, ¡oh hijo de bastardos y de zorras! Piso tu cabeza, ¡oh Aladino alcahuete! ¡oh perro hijo de perro! ¡Oh pájaro de horca! ¡oh rostro de pez y de brea! ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.