Las mil y una noches:743

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 743: y cuando llego la 779ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 779ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonoridad, se elevó la voz del Pájaro que habla. Y con todas las armonías que atesoraba en sí, decía cantando en su lengua de pájaro:


¿Cómo, cómo
¡Oh Farizada, Farizada,
La de sonrisa de rosa!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¿Cómo podré
Tener ganas
¡Oh noche! ¡Los ojos!
de escapar?
¡Ah, ah! - ¡Oh noche!
¡Yo sé, yo sé
Mejor que tú, mejor que tú
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¡Los ojos! ¡oh noche! ¡Los ojos!
Mejor que tú, sé yo
Quién eres, quién eres,
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Los ojos! ¡los ojos! ¡los ojos!
¡Farizada, Farizada!
¡Tu esclavo soy,
Tu esclavo fiel,
Farizada, Farizada!


Así cantó ¡oh laúdes! el Pájaro que habla. Y Farizada, entusiasmada hasta el límite del entusiasmo, olvidó con ello sus penas y fatigas; y cogiendo la palabra al milagroso Pájaro que acababa de declararse esclavo suyo, se apresuró a decirle: "¡Oh Bulbul el-Hazar, oh maravilla del aire! ¡si eres mi esclavo, demuéstralo, demuéstralo!"

Y para responder, cantó Bulbul:


¡Farizada, Farizada,
ordena, ordena!
¡Porque oírte, porque oírte, porque oírte,
para mí es obedecerte!


Entonces Farizada le dijo que tenía que pedirle varias cosas, y empezó por rogarle que primero le indicara dónde se encontraba el Árbol que canta. Y Bulbul le dijo con sus cánticos que se dirigiera a la otra vertiente de la montaña. Y Farizada se dirigió a la vertiente opuesta a la que había franqueado, y miró. Y vió en medio de aquella vertiente un árbol tan inmenso, que hubiera podido su sombra cobijar todo un ejército. Y se asombró ella con toda su alma, y no supo cómo tenía que arreglarse para desarraigar y llevarse el tal árbol. Y Bulmul, que veía su perplejidad, le expresó, cantando, que no tenía necesidad de desarraigar el añoso árbol, sino que bastaba con cortar la rama más pequeña y plantarla en donde le pareciera, viéndola al punto echar raíces y convertirse en un árbol tan hermoso como el que veía. Y Farizada dirigióse al Árbol, y oyó el canto que se exhalaba de él. ¡Y comprendió que se hallaba en presencia del Árbol que canta! Porque ni la brisa en los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto, produjeron jamás una armonía comparable al concierto de las mil bocas invisibles que había en las hojas de aquel Árbol músico.

Y cuando Farizada, repuesta ya del entusiasmo en que la había sumido aquella música, cogió una rama del Árbol que canta, regresó al lado de Bulbul y le rogó que le indicara dónde estaba el Agua Color de Oro. Y el Pájaro que habla le dijo que se dirigiera hacia Occidente y fuera a mirar detrás de la roca azul que vería allí. Y Farizada se dirigió hacia Occidente, y vió una roca de turquesa tenue. Y echó a andar por aquel lado, y detrás de la roca de turquesa tenue vió surgir un minúsculo arroyuelo semejante a oro en fusión. Y aquel agua, toda de oro, del arroyuelo emanado por la roca de turquesa, era más admirable todavía por ser transparente y fresca como el agua misma de los topacios.

Y en la roca, dentro de una cavidad, había un ánfora de cristal. Y Farizada cogió el ánfora y la llenó de agua espléndida. Y regresó al lado de Bulbul, con el ánfora de cristal al hombro y en la mano la rama cantarina.

Y así fué como Farizada la de sonrisa de rosa poseyó las tres cosas incomparables.

Y dijo a Bulbul: "¡Oh el más hermoso! todavía me queda por hacerte un ruego. ¡Y para que accedieras a él vine desde tan lejos en busca tuya!" Y como el Pájaro la invitase a hablar, dijo ella con temblorosa voz: "¡Mis hermanos, ¡oh Bulbul! mis hermanos!"

Cuando Bulbul oyó estas palabras se mostró muy preocupado. Porque sabía que no le era posible luchar con Los de lo Invisible y sus encantamientos, y que incluso él estaba siempre sometido a ellos. Pero pronto pensó que, puesto que la suerte había hecho triunfar a la princesa, podía en adelante sin temor servirla con exclusión de sus antiguos amos.

Y en respuesta, cantó:

¡Con gotas, con gotas, con gotas
Del Agua del ánfora de cristal,
¡Oh Farizada, oh Farizada!
Con gotas, con gotas, con gotas,
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Con gotas, con gotas, con gotas,
¡Oh Farizada, oh Farizada!


Y Farizada cogió con una mano el ánfora de cristal y con la otra la jaula de oro de Bulbul y la rama cantarina, y empezó a bajar por la vereda. Y en cuanto encontraba una piedra de basalto negro la rociaba con algunas gotas de Agua Color de Oro. Y la piedra adquiría vida y se convertía en hombre. Y como no dejó pasar ninguna sin hacer lo propio, recuperó de tal suerte a sus hermanos. Y Farid y Faruz, libertados así, corrieron a besar a su hermana. Y todos los señores, a quienes ella había sacado de su sueño de piedra, fueron a besarle la mano. Y se declararon esclavos suyos. Y bajaron a la llanura todos juntos y de nuevo montaron en sus caballos cuando Farizada les hubo librado del encanto también. Y se encaminaron al lugar en que estaba el Árbol del Anciano. Pero el Anciano ya no estaba en la pradera, y el Árbol ya no estaba tampoco en la pradera. Y como Farizada le interrogase, contestó Bulbul con voz que se tornó grave de pronto: "¿Para qué quieres ver otra vez al Anciano, ¡oh Farizada!? Ha prestado a la hija de los hombres la enseñanza que encierra la vedija de lana que triunfa de las voces malas, de las voces odiosas, de las voces inoportunas y de todas las voces que turban el alma íntima y la impiden llegar a las cumbres. Y al igual que el maestro queda oscurecido por su enseñanza, el Anciano del Árbol ha desaparecido cuando te ha transmitido su sabiduría, ¡oh Farizada! Y en lo sucesivo no se adueñarán de tu alma los males que afligen a la mayoría de los hombres. Porque ya no entregarás tu alma a los acontecimientos exteriores, que sólo existen para quien se ocupa de ellos. ¡Y has aprendido a conocer la serenidad, que es madre de todas las bienandanzas!"

Así se expresó el Pájaro que habla, en el paraje donde se alzaba antes el Árbol del Anciano. Y todos se maravillaron de la belleza de su lenguaje y de la profundidad de sus pensamientos. Y el grupo que servía de cortejo a Farizada continuó su camino. Pero pronto empezó a disminuir, pues cuando uno tras otro encontraban el camino por donde habían llegado, los señores librados del encanto por Farizada iban a reiterarle la expresión de su gratitud, y besándole la mano se despedían de ella y de sus hermanos. Y en la noche del vigésimo día la princesa Farizada y los príncipes Farid y Faruz llegaron con seguridad a su morada.

En cuanto echaron pie a tierra Farizada se apresuró a colgar la jaula en un boscaje de su jardín. Y no bien Bulbul hubo lanzado la primera nota de su voz, todos los pájaros acudieron a mirarle, y al verle le saludaron a coro. Porque ruiseñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, y todas las especies infinitas de los pájaros que habitan en los jardines, reconocieron al instante la supremacía de su hermosura. Y en voz alta y en voz baja, a manera de almeas, acompañaron con su gorjeo aquellas melopeas solitarias. Y siempre que daba fin a un trino bien hecho, manifestaban su entusiasmo con aclamaciones llenas de armonía en el lenguaje de las aves.

Y Farizada se acercó al estanque grande de alabastro, donde tenía costumbre de mirarse los cabellos, que eran de oro por un lado y de plata por otro, y vertió en él una gota del agua contenida en el ánfora de cristal. Y la gota de oro se hinchó y creció y se multiplicó en chispeantes surtidores, y no cesó de brotar y caer, llevando una frescura de gruta marina al aire incandescente.

Y con sus propias manos plantó Farizada la rama del Árbol que canta. Y al punto echó raíces la rama, y en unos instantes se convirtió en un árbol tan hermoso como aquel de donde fué cogida. Y se exhaló de él un canto tan lindo, que ni la brisa de los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto podrían producir aquella celeste armonía. Y para escuchar a las mil bocas invisibles de las hojas musicales detuvieron su rumoroso curso los arroyos, callaron sus voces hasta las aves, y recogió sus sedas la brisa vagabunda de las avenidas.

Y en la morada recomenzó una vida con días de dichosa monotonía. Y Farizada reanudó sus paseos por los jardines, deteniéndose largas horas a charlar con el Pájaro que habla, a escuchar al Árbol que canta y a mirar al Agua Color de Oro. Y Farid y Faruz se entregaron a sus partidas de caza y a sus cabalgatas.

Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo, ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.