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Las mil y una noches:744

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 744: y cuando llego la 780ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 780ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo, ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando. Y a toda prisa apeáronse de los caballos y se prosternaron con la frente en tierra. Y el sultán, en el límite de la sorpresa al ver en aquella selva a dos jinetes que no conocía y vestidos tan ricamente como los de su séquito, tuvo curiosidad por verles la cara, y les dijo que se levantaran. Y se pusieron de pie ambos hermanos, y se mantuvieron entre las manos del sultán en una actitud llena de nobleza que cuadraba maravillosamente con su aspecto respetuoso. Y al sultán le conmovió su hermosura, y estuvo algún tiempo admirándoles sin hablar y considerándoles desde la cabeza hasta los pies. Luego les preguntó quiénes eran y dónde vivían. Porque su corazón sentíase atraído hacia ellos y se había emocionado. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! somos hijos de tu difunto esclavo el antiguo intendente de los jardines. ¡Y vivimos cerca de aquí, en la casa que debemos a tu generosidad!" Y el sultán se alegró mucho de conocer a los hijos de su fiel servidor; pero le asombró que no se hubiesen presentado en palacio hasta aquel día para formar parte de su séquito. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! ¡Perdónanos porque hasta el día nos hayamos abstenido de presentarnos entre tus generosas manos; pero tenemos una hermana, la menor de nosotros, que es la última recomendación de nuestro padre y por la cual velamos con tanto cariño que no podemos pensar en abandonarla!" Y el sultán quedó en extremo conmovido de aquella unión fraternal, y cada vez se felicitó más por su encuentro, diciéndose: "¡Jamás hubiese creído que existieran en mi reino jóvenes tan cumplidos y tan desprovistos de ambición a la vez!" Y sintió un deseo irresistible de visitarles en su morada para refrescarse mejor los ojos con su contemplación. Y así se lo manifestó en seguida a ambos jóvenes, que respondieron con el oído y la obediencia, y se apresuraron a darle escolta. Y el príncipe Farid pronto tomó la delantera para advertir a su hermana Farizada la llegada del sultán.

Y Farizada, que no tenía costumbre de recibir gente, no supo cómo comportarse para hacer dignamente los honores de su casa al sultán. Y en esta perplejidad, no halló nada mejor que ir a consultar a su amigo Bulbul, el pájaro que habla. Y le dijo: "¡Oh Bulbul! el sultán nos ha hecho el honor de venir a ver nuestra casa, y debemos obsequiarle. ¡Date prisa en decirme cómo podremos corresponder de manera que salga contento de nuestra casa!" Y contestó Bulbul: "¡Oh mi señora! Inútil es que la cocinera prepare bandejas y bandejas de manjares. Porque no hay más que un plato que convenga hoy al sultán, y es preciso servírselo. ¡Y es un plato de cohombros rellenos de perlas!" Y Farizada quedó asombrada, y creyendo que al Pájaro se le había trabado la lengua, exclamó: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡No sabes lo que dices! ¡Cohombros rellenos de perlas! ¡Pero si eso es un guiso nunca oído! ¡Si el rey nos hace el honor de asistir a una comida en nuestra casa, sin duda es para comer y no para tragar perlas! ¡Por lo visto, quieres decir "un plato de cohombros con relleno de arroz!, ¡oh Bulbul!" Pero el Pájaro que habla exclamó, impaciente: "¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Relleno de perlas, de perlas, de perlas! ¡Pero no de arroz, no de arroz, no de arroz!"

Y Farizada, que tenía plena confianza en el milagroso Pájaro, se apresuró a dar orden a la vieja cocinera de preparar el plato de cohombros con perlas. Y como no faltaban perlas en la morada, no fué difícil encontrarlas en una cantidad lo bastante grande para preparar el plato.

Entretanto hizo su entrada en el jardín el sultán, acompañado del príncipe Faruz. Y Farid, que le esperaba en el umbral, le tuvo el estribo y le ayudó a echar pie a tierra. Y Farizada la de sonrisa de rosa, con el rostro velado por primera vez (pues se lo había recomendado Bulbul), fué a besarle la mano. Y el sultán quedó en extremo conmovido de su gracia y de la pureza de jazmín que exhalaba toda ella, y al pensar en su vejez sin posteridad, lloró. Luego dijo, bendiciéndola: "¡Quien deja posteridad no muere! ¡Alah te conceda ¡oh padre de tan hermosos hijos! un sitio escogido a Su diestra entre los Bienaventurados!" Después añadió, posando de nuevo sus miradas en Farizada, inclinada: "¡Y tú, ¡oh hija de mi servidor, oh tallo perfumado! condúcenos a algún sombrajo delicioso que nos resguarde del calor!"

Y precedido por la temblorosa Farizada, y seguido de ambos hermanos el sultán echó a andar en pos de la frescura.

Y lo primero que hirió los ojos del sultán Khosru Schah fue el surtidor de Agua Color de Oro. Y se detuvo un momento a mirarlo con admiración, y exclamó: "¡Agua maravillosa, la que tanto complace a la vista!" Y se adelantó para contemplarla más de cerca, y de pronto percibió el concierto del Árbol que canta. Y prestó oído entusiasmado a aquella música que caía del cielo, y estuvo largo rato escuchándola. Luego exclamó. "¡Oh! ¡Jamás oí semejante música!" Y cuando, para escucharla mejor, avanzaba en la dirección por donde creía encontraría, he aquí que la música cesó, y un gran silencio adormeció todo el jardín. Y del seno de aquel gran silencio se elevó la voz del Pájaro que habla, y con un cántico solitario, brillante y entusiasta. Y decía: ¡Bienvenido -el sultán- Khosrú Schah! ¡Bienvenido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!" Y tras la última nota emitida por aquella voz que encantaba el aire todo el coro de pájaros contestó en su lenguaje: "¡Bienvenido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!"

Y el sultán Khosrú Schah quedó maravillado de todo aquello, y su alma, ya tan conmovida por cuanto había sentido en tan poco tiempo, llegó a una ternura sin límites. Y exclamó él: "¡He aquí la casa de la dicha! ¡Oh! daría mi poderío y mi trono por habitar con vosotros, ¡oh hijos de mi intendente!" Luego, cuando se disponía a interrogar a Farizada y a sus hermanos acerca de la procedencia de aquellas maravillas, de que no llegaba a darse cuenta exacta, le enseñaron el Árbol que canta y el Pájaro que habla. Y Farizada le dijo: "¡En cuanto a la procedencia de estas maravillas, es una historia que contaré a nuestro amo el sultán cuando descanse!"

E invitó al sultán a sentarse bajo el boscaje mismo que servía de cobijo a Bulbul, y adonde acababan de servir la comida en una bandeja grande. Y el sultán se sentó bajo el boscaje en el sitio de honor. Y en un plato de oro le ofrecieron los cohombros con perlas.

Y el sultán, a quien, por cierto, le gustaban mucho los cohombros rellenos, cuando los vió en el plato, que por sí misma le ofrecía Farizada, se emocionó con aquella atención que no esperaba. Pero no tardó en llegar al límite del asombro al ver que, en vez de estar rellenos, como es corriente, con arroz y alfónsigos, los cohombros estaban condimentados con perlas. Y dijo a Farizada y a sus hermanos: "¡por vida mía! ¡qué novedad en el condimento de los cohombros! ¿y desde cuándo reemplazan las perlas al arroz y a los alfónsigos?" y ya estaba Farizada a punto de soltar el plato y huir llena de confusión, cuando el Pájaro que habla, levantando la voz, llamó al sultán por su nombre, diciéndole: "¡Oh amo nuestro Khosrú Schah!" Y el sultán alzó la cabeza hacia el Pájaro, que continuó con voz grave:

"¡Oh amo nuestro Khosrú Schah! ¿Y desde cuándo pueden convertirse en animales al nacer los hijos de un sultán de Persia? ¡Si antaño ¡oh rey del tiempo! creíste cosa tan increíble, no tienes derecho a asombrarte de cosa tan sencilla como la de hoy!" Luego añadió: "¡Acuérdate ¡oh amo nuestro! de las palabras que hace veinte años oíste una noche en cierta morada humilde! ¡Si las olvidaste, ¡oh amo nuestro! permite al esclavo de Farizada que te las repita!"

Y con voz semejante a la dulce habla de las vírgenes, el Pájaro dijo: "¡Oh hermanas mías! ¡cuando yo sea la esposa del sultán le daré una posteridad bendita! ¡Porque los hijos que Alah hará nacer de nuestra unión serán de todo punto dignos de su padre; y la hija que refrescará nuestros ojos será una sonrisa del cielo mismo! ¡Sus cabellos serán de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando llore, serán perlas; sus risas, dinares de oro, y sus sonrisas, botones de rosa!"

Al oír estas palabras, el sultán escondió la cabeza entre las manos y empezó a sollozar. Y su antiguo dolor se hizo más vivo que en los días amargos del pasado. Y todos los pensamientos acumulados en el fondo de su alma desesperada afluyeron a su corazón de pronto, y lo desgarraron. Pero en seguida se elevó de nuevo la voz de Bulbul, cantarina de alegría. Y decía: "¡Levanta tus velos, ¡oh Farizada! ante tu padre!"

Y Farizada, que no sabía desobedecer la voz de su amigo, se levantó los velos. Y con ellos se desprendió la banda que sujetaba su cabellera. Y el sultán, al ver aquello, se incorporó con los brazos en alto, dando un grito horrible. Y le gritó la voz de Bulbul: "Es tu hija, ¡oh rey!" Porque por un lado eran de oro los cabellos de la joven y por el otro lado eran de plata; y en sus párpados había dos perlas de júbilo, y en su boca un botón de rosa.

Y en el mismo momento miró el rey a los dos hermanos, que eran hermosos. Y se reconoció en ellos. Y le gritó la voz de Bulbul: "Son tus hijos, ¡oh rey!"

Y mientras el sultán Khosrú Schah permanecía aún inmóvil de emoción, el Pájaro que habla le contó rápidamente, así como a sus hijos, su verdadera historia, desde el principio hasta el fin, sin olvidar ni un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla.

Y antes de que acabara su relato, el sultán y sus hijos, reunidos unos en brazos de otros, mezclaban ya sus lágrimas y sus besos. ¡Loores a Alah, el Magno, el Insondable, que reúne después de separar!

Y cuando se repusieron un poco de su emoción, el sultán dijo: "¡Oh hijos míos, vamos a toda prisa en busca de vuestra madre!" Pero ¡oh oyentes míos renunciemos a describir lo que pasó cuando la pobre madre, que vivía solitaria en el fondo de su mazmorra, volvió a ver a su esposo el sultán, y se reconoció madre de Farizada la de sonrisa de rosa y de sus hermanos los dos jóvenes espléndidos. Y sean dadas gracias Alah, cuya bondad es infinita y cuya justicia no defrauda nunca; a Alah, que hizo morir de rabia, en el día del triunfo, a las dos hermanas envidiosas, y que deparó las más prolongadas delicias y la vida llena de dicha al rey Khosrú Schah, a su esposa la sultana, al hermoso príncipe Farid, al hermoso príncipe Faruz y al hermosa princesa Farizada, hasta que llegó la Separadora de amigos y la Destructora de sociedades. Y gloria a Aquel que en su eternidad no conoce la mudanza.

Y es ésta la maravillosa historia de Farizada la de sonrisa de rosa. ¡Pero Alah es más sabio!

Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y frescas y sabrosas son tus palabras! ¡Y qué admirable es esa historia!"

Y dijo el rey Schahriar: "¡Es verdad!"

Y Doniazada creyó ver humedecidos los ojos del rey, y dijo al oído de Schehrazada: "¡Oh hermana mía! ¡veo como una lágrima en el ojo izquierdo del rey y como otra lágrima en su ojo derecho!"

Schehrazada miró al rey con una mirada furtiva, sonrió, y dijo, besando a la pequeñuela: "¡Ojalá no experimente el rey menos placer en oír la historia de Kamar y de la experta Halima!" Y dijo el rey Schahriar: "¡No conozco esa historia, Schehrazada, y ya sabes que la aguardo y la deseo!"

Ella dijo: "¡Si Alah quiere, y si el rey me lo permite, la empezaré mañana". Y el rey Schahriar, que se acordaba de la parábola de la verdadera ciencia, se dijo: "¡Tendré paciencia hasta mañana para oír esa historia!".

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

La pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía Schehrazada! ¡por Alah sobre ti, date prisa a contarnos la HISTORIA DE KAMAR Y DE LA EXPERTA HALIMA!" Y dijo Schehrazada:


HISTORIA DE KAMAR Y DE LA EXPERTA HALIMA

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Cuentan que, en la antigüedad del tiempo -¡pero Alah es más sabio!-, existía un mercader muy estimado, que se llamaba Abd el-Rahmán, y a quien Alah el Generoso había favorecido con una hija y un hijo. Dió el nombre de Estrella-de-la-Mañana a la niña, en vista de su perfecta belleza, y de Kamar al niño, por ser éste absolutamente como la luna. Pero cuando crecieron, el mercader Abd el-Rahmán, al ver cuántos encantos y perfecciones les había concedido Alah, tuvo por ellos un miedo infinito al mal de ojo de los envidiosos y a las argucias de los corrompidos, y los encerró en su casa, hasta la edad de catorce años, sin permitirles ver a nadie, más que a la vieja esclava, que les cuidaba desde niños. Pero un día en que, contra su costumbre, el mercader Abd el-Rahmán parecía predispuesto a expansiones, su esposa, madre de los niños, le dijo: "¡Oh padre de Kamar! he aquí que nuestro hijo Kamar acaba de llegar a su nubilidad, y en adelante puede comportarse como los hombres. Pero tú no has reparado en ello. ¿Es una muchacha o un muchacho? Di".

Y el mercader Abd el-Rahmán, extremadamente asombrado, le contestó: "¡Un muchacho!" Ella dijo: "En ese caso, ¿por qué te obstinas en tenerle oculto a los ojos de todo el mundo, como si fuese una muchacha, y no le llevas contigo al zoco, y le haces sentarse junto a ti en la tienda para que empiece a conocer gente y la gente le conozca, y sepa así, por lo menos, que tienes un hijo capaz de sucederte y de llevar a buen fin los negocios de venta y compra? De no ser así, cuando termine tu larga vida (¡pluguiera a Alah concedértela sin fin!) ninguno sospechará la existencia de tu heredero, quien, por más que diga a la gente: "¡Soy hijo del mercader Abd el-Rahmán!", verá que le contestan con una incredulidad indignada y justificada: "¡No te hemos visto nunca! ¡Y nunca oímos decir que el mercader Abd el-Rahmán hubiese dejado hijos ni nada que de lejos o de cerca se pareciese a un hijo!" ¡Y entonces ¡oh calamidad sobre nuestra cabeza! el gobierno vendrá a incautarse de tus bienes y privará a tu hijo de lo que le corresponde!" Y tras de hablar así, con mucha animación, continuó en el mismo tono: "¡Y lo mismo ocurre con nuestra hija Estrella-de-la-Mañana! ¡Yo quisiera darla a conocer a nuestras relaciones, en espera de que sea pedida en matrimonio por la madre de algún joven de su condición, y podamos, a nuestra vez, regocijarnos con sus esponsales! ¡Porque el mundo ¡oh padre de Kamar! se compone de vida y de muerte, e ignoramos cuál será el día de nuestro destino!"

Al oír estas palabras de su esposa, el mercader Abd el-Rahmán reflexionó una hora de tiempo; luego levantó la cabeza, y contestó: "¡Oh hija del tío! nadie puede rehuir el destino atado a su cuello. ¡Pero bien sabes que, si guardé así a nuestros hijos en la casa, fué sólo porque temía por ellos al mal de ojo! ¿A qué, pues, reprocharme mi prudencia y olvidar mi solicitud?" Ella dijo: "¡Alejado sea el Maligno, el Maléfico! Ruega al Profeta, ¡oh jeique!" El dijo: "¡La bendición de Alah sea con El y con todos los suyos!" Ella insistió: "Y ahora pon tu confianza en Alah, que sabrá resguardar a nuestro hijo de las malas influencias y del ojo nefasto. ¡Y por cierto que aquí tienes el turbante de seda blanca de Mossul que he confeccionado para Kamar, y en el cual he tenido cuidado de coser el estuche de plata que guarda el rollito de versículos santos, preservador de todo maleficio! ¡Puedes, por tanto, llevarte hoy sin escrúpulos a Kamar para hacerle visitar el zoco y enseñarle por fin la tienda de su padre!" Y sin esperar el asentimiento de su esposo, fué a buscar al muchacho, a quien ya se había cuidado de vestir con sus mejores ropas, y le condujo entre las manos de su padre, que se dilató y se esponjó a su vista, y murmuró "¡Maschalah! ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡ya Kamar!" Luego, convencido por su esposa, se levantó, le cogió de la mano, y salió con él...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.