Las mil y una noches:749
Y CUANDO LLEGO LA 785ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"… Y le condujo a su casa, donde le festejó con una recepción suntuosa y un espléndido festín. Y tras de retirar las bandejas de manjares y bebidas, una esclava les sirvió sorbetes preparados por las propias manos de la joven dueña de la casa. No obstante, a pesar del deseo que de ello tenía, no quiso infringir la costumbre de las recepciones, donde las mujeres jamás toman parte en las comidas, y permaneció en el harem. Y se limitó a esperar allí que produjese efecto su estratagema. Y he aquí que, apenas Kamar y su huésped probaron el delicioso sorbete, cayeron ambos en un profundo sueño; porque la joven había tenido cuidado de echar en las copas un polvo adormecedor. Y la esclava que les servía se retiró en cuanto los vió tendidos sin movimiento.
Entonces la joven, vestida solamente con su camisa, y preparada toda ella como para la primera entrada nupcial, levantó el cortinaje y penetró en la sala del festín. Y quien hubiese visto a aquella joven, en todo el esplendor de su belleza, con sus ojos cargados de crímenes, habría sentido que se le desmenuzaba el corazón y que la razón se le huía. Avanzó ella, pues, hasta Kamar, a quien hasta entonces no había entrevisto más que por la ventana, cuando entraba él en la casa, y se puso a contemplarle. Y vió que era en absoluto de su conveniencia. Y empezó por sentarse junto a él, y se puso a acariciarle el rostro dulcemente con la mano. Y de pronto, aquella gallina hambrienta se arrojó glotonamente sobre el jovenzuelo y empezó a picotearle los labios y las mejillas con tanta violencia, que hizo saltar la sangre. Y aquellos picotazos crueles duraron algún tiempo y fueron reemplazados por tales movimientos, que sólo Alah sabría lo que pudo ocurrir a consecuencia de toda aquella agitación de la gallina montada a horcajadas sobre el joven gallo dormido.
Y con aquel juego transcurrió la noche entera.
Pero cuando apareció la mañana, aquella ardiente jovenzuela se decidió a levantarse; y se sacó del seno cuatro tabas de cordero y se las metió en el bolsillo de Kamar. Y hecho lo cual, le dejó y volvió al harem. Y mandó a la sala del festín a la esclava confidente que de ordinario ejecutaba sus órdenes, la misma que llevaba el alfanje desnudo al paso del cortejo por los zocos de Bassra. Y la esclava, para disipar el sueño del joven Kamar y del viejo joyero, les echó en las narices unos polvos que eran poderoso antídoto. Y no tardaron en producir su efecto aquellos polvos, porque los dos durmientes se despertaron después de estornudar. Y la joven esclava dijo al joyero: "¡Oh amo vuestro! nuestra ama Halima me envía a despertarte y te dice: "Es la hora de la plegaria de la mañana, y he aquí que desde el minarete el muezín hace el llamamiento a los creyentes. ¡Y he aquí, además, la palangana para las abluciones!" Y exclamó el viejo, aturdido aún: "¡Por Alah ! ¡qué pesadamente se duerme en esta habitación! ¡Siempre que me acuesto aquí no me despierto hasta muy entrado el día!"
Kamar no supo qué responder. Pero, al levantarse para hacer sus abluciones, sintió que le ardían como el fuego los labios y el rostro, sin contar lo que no se veía. Y se asombró de ello en extremo, y dijo al joyero: "No sé qué será, pero siento que los labios y el rostro me arden como el fuego y me queman como carbones encendidos. ¿A qué obedecerá?"
Y el viejo contestó: "¡Oh! eso no es nada. ¡Sencillamente picaduras de mosquitos!" Y dijo Kamar: "Está bien; pero ¿cómo es que en tu rostro no veo trazas de picaduras de mosquitos, si has dormido a mi lado?" El otro contestó: "¡Por Alah, que es verdad! Sin embargo, has de saber ¡oh cara hermosa! que a los mosquitos les gustan las mejillas jóvenes y vírgenes de pelo, y detestan los rostros barbudos. Y he aquí que bajo tu lindo semblante circula una sangre delicada, mientras que de mis mejillas descienden unas barbas luengas". Dicho esto, hicieron sus abluciones, se dedicaron a la plegaria y almorzaron juntos. Tras de lo cual, Kamar se despidió de su huésped, y salió para ir en busca de la mujer del barbero.
Y he aquí que se encontró con que estaba ella esperándole. Y le acogió riéndose, y le dijo: "¡Vamos, ¡oh hijo! cuéntame la aventura de esta noche, por más que la veo escrita con mil signos en tu rostro!" El dijo: "¡Estos signos son simples picaduras de mosquitos y nada más, madre mía!" Y la mujer del barbero se rió aun más fuerte al oír estas palabras, y dijo: "¿De verdad son picaduras de mosquitos? ¿Y no ha tenido otros resultados tu visita a la casa de la que amas?" El contestó: "¡Por Alah, que no, a no ser estas cuatro tabas de jugar los niños, y que me he encontrado en el bolsillo, sin saber cómo han entrado en él!"
Ella dijo: "¡Enséñamelas!" Y las cogió, las miró un momento, y continuó diciendo: "Eres muy inocente, hijo mío, al no haber adivinado que en tu cara llevas todavía la huella, no de picaduras de mosquitos, sino de besos apasionados de la que amas. En cuanto a esos huesos, que ella misma te ha metido en el bolsillo, son un reproche que te dirige por haberte pasado el tiempo durmiendo, pudiéndolo emplear mejor con ella. Ha querido decirte: "Eres un niño que se pasa el tiempo durmiendo. Aquí tienes unas tabas, como cumple a los niños que no saben divertirse con otro juego". Tal es la explicación de estas tabas, hijo mío. Y ha sido hablar bastante claro para la primera vez. Y por otra parte, no tienes más que hacer la prueba esta misma noche. En efecto, te aprovecharás de la invitación del joyero, el cual, sin duda, te convidará de nuevo a cenar, ¡y creo que no te olvidarás de portarte de manera que te satisfaga y la satisfaga, y hagas dichosa a tu madre que te quiere, hijo mío! ¡Y para cuando estés de vuelta en mi casa, ¡oh pupila del ojo! piensa en la miserable condición de mi pobrísimo esposo el barbero!"
Y Kamar contestó: "¡Por encima de la cabeza y de los ojos!" Y regresó al khan en que se alojaba. Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a la joven Halima, preguntó a su esposo, el viejo joyero, cuando fué él a buscarla al harem: "¿Cómo te has portado con tu huésped el joven extranjero?" El contestó: "Con todas las galanterías y todas las consideraciones, ¡oh Halima! ¡Pero ha debido pasar muy mala noche, porque le han picado con encarnizamiento los mosquitos!" Ella dijo: "Tú tienes la culpa por no haberle hecho dormir con mosquitero. Pero, sin duda, estará menos incómodo la próxima noche. Pues supongo que le invitarás otra vez. ¡Y es lo menos que con él puedes hacer en agradecimiento por todas las pruebas de generosidad con que te ha colmado!" Y el joyero sólo pudo responder con el oído y la obediencia, máxime cuando él también sentía gran afecto por el joven.
Así es que, cuando Kamar llegó a la tienda, no dejó de invitarle el joyero, y aquella noche sucedió lo mismo que la anterior, a pesar del mosquitero. Porque, una vez que la bebida adormecedora hubo surtido su efecto, la joven Halima se pasó toda la noche agitándose y moviéndose a horcajadas sobre el gallo dormido, y de manera aun más extraordinaria que la primera vez. Y cuando, por la mañana, el joven Kamar salió de su profundo sueño, merced a los polvos que le echaron en las narices, sintió que le ardía el rostro y que tenía todo el cuerpo acribillado a succiones, mordiscos y otras cosas semejantes realizadas por su ardiente enamorada. Pero no dejó entrever nada al joyero, que le interrogaba sobre cómo había dormido, y tras de despedirse de él, salió para ir a dar cuenta a la mujer del barbero de lo que había pasado. Y al mirar en su bolsillo, encontró un cuchillo que le habían metido allí.
Y enseñó a su protectora aquel cuchillo, dándole quinientos dinares de oro de gratificación para aquel pobre barbero esposo suyo. Y después de besarle la mano, exclamó la vieja al ver el cuchillo: "¡Alah os resguarde de la desgracia, ¡oh hijo mío! He aquí que tu bienamada está irritada, y te amenaza con matarte si te vuelve a encontrar dormido. ¡Porque ésa es la explicación del cuchillo encontrado en tu bolsillo!" Y preguntó Kamar, muy perplejo: "¿Pero qué voy a hacer para no dormirme? ¡La noche última estaba yo resuelto a velar a todo trance, pero no lo conseguí!" Ella contestó: "Pues bien; para ello, no tendrás más que dejar beber al joyero solo y fingiendo que te tomas la copa de sorbete, cuyo contenido arrojarás detrás de ti, simularás dormir en presencia de la esclava. ¡Y de tal suerte conseguirás el objeto deseado!" Y Kamar contestó con el oído y la obediencia, y no dejó de seguir exactamente aquel excelente consejo.
Y he aquí que pasaron las cosas de la manera prevista por la vieja. Porque el joyero, por consejo de su esposa, invitó a Kamar a la tercera cena, con arreglo a la costumbre que exige sea el huésped invitado tres noches seguidas. Y cuando la esclava que había llevado los sorbetes vió dormidos a ambos hombres, se retiró para anunciar a su señora que ya se había producido el efecto deseado.
Al escuchar esta noticia, la ardiente Halima, furiosa de ver que el joven no había comprendido ninguna de sus advertencias, entró en la sala del festín, cuchillo en mano, dispuesta a hundirlo en el corazón del imprudente. Pero de pronto Kamar se irguió sobre ambos pies, riendo, y se inclinó hasta tierra ante la joven, que hubo de preguntarle: "¡Ah! ¿y quién te ha enseñado esa estratagema?" Y Kamar no le ocultó que había obrado de acuerdo con los consejos de la mujer del barbero. Y ella sonrió, y dijo: "¡Es lista la vieja! Pero en adelante sólo tienes que tratar conmigo. ¡Y no te arrepentirás!" Y así diciendo, atrajo hacia ella al jovenzuelo, de carne virgen todavía de todo contacto de mujer, y manipuló con él de manera tan experta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.