Las mil y una noches:763

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 763: pero cuando llego la 797ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 797ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... hizo salir de su harén a la más joven y bella mujer del séquito de la sultana, una muchacha virgen y sellada, y se la dió como regalo, aunque la había hecho apartar para sí mismo el día en que la compraron, reservándosela como bocado selecto. Y puso a disposición de los recién casados un hermoso aposento del palacio, contiguo al suyo, y magníficamente amueblado y provisto de todas las comodidades. Y tras de desearles todo género de delicias aquella noche, les dejó solos y entró en su harén.

Cuando la joven se hubo desnudado, esperó, acostada, que fuera a ella su nuevo señor. Y el jeique hortelano, que en su vida había visto ni probado la carne blanca, se maravilló de lo que veía y glorificó en su corazón a Quien forma la carne blanca. Y se acercó a la joven, y empezó a hacer con ella todas las locuras usuales en casos como aquél. Y he aquí que, sin que pudiese él saber cómo ni por qué, el niño de su padre no quiso levantar cabeza y siguió adormecido con la mirada sin vida y mustio. Y por más que el frutero le amonestaba y alentaba, no quiso oír nada, y permaneció obstinado, oponiendo a todas las exhortaciones una inercia y una tozudez inexplicable. Y el pobre frutero llegó al límite de la confusión, y exclamó: "¡En verdad que es cosa prodigiosa!"

Y la joven, con objeto de despertar los deseos del niño, se puso a hacerle cosquillas y a juguetear con él con mano ardiente, y a mimarle con todos los mimos, y a hacerle entrar en razón, tan pronto con caricias como con golpes; pero tampoco consiguió decidirle a despertarse.

Y acabó por exclamar: "¡Oh mi señor! ¡puede que Alah lo anime!" Y al ver que nada servía de nada, dijo: "¡Oh mi señor! ¿a que no sabes por qué no quiere despertarse el niño de su padre?" El jeique dijo: "¡No, por Alah, que no lo sé!" Ella dijo: "¡Pues porque su padre tiene agujetas!" El jeique preguntó: "¿Y qué hay que hacer ¡oh perspicaz para curar las agujetas!?" Ella dijo: "No te preocupes por eso. ¡Yo sé lo que tengo que hacer!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, tomó incienso macho, y echándolo en un pebetero se puso a dar fumigaciones a su esposo, como se hace sobre el cuerpo de los muertos, diciendo: "¡Alah resucite a los muertos! ¡Alah despierte a los dormidos!" Y hecho lo cual, cogió un cántaro lleno de agua y empezó a regar al niño de su padre, como se hace con el cuerpo de los muertos antes de amortajarles. Y tras de bañarle así, cogió un pañuelo de muselina y cubrió con él al niño dormido, como se cubre a los muertos con el sudario. Y después de llevar a cabo todas aquellas ceremonias preparatorias de un sepelio, y que ella hacía por simulacro, llamó a las numerosas esclavas que el sultán había puesto a su servicio y al de su esposo, y les mostró lo que tenía que mostrarles del pobre frutero, que estaba tendido inmóvil, con el cuerpo cubierto a medias por el pañuelo y envuelto en una nube de incienso. Y al ver aquello, lanzando gritos de hilaridad y carcajadas, las mujeres echaron a correr por el palacio, contando lo que acababan de ver a todas las que no lo habían visto.

Por la mañana, el sultán, que se había levantado más temprano que de costumbre, envió a buscar a su comensal el frutero, y le formuló los deseos de la mañana, y le preguntó: "¿Cómo se ha pasado la noche, ¡oh jeique!?" Y el felah contó al sultán cuanto le había ocurrido, sin ocultar un detalle. Y el sultán, al oír aquello, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero; luego exclamó: "¡Por Alah, que la joven que de tan oportuna manera ha tratado tus agujetas es una joven dotada de ciencia y de ingenio y de gracia! ¡Y la recupero para mi uso personal!" Y la hizo ir, y le ordenó que le contara lo que había pasado. Y la joven repitió al rey la cosa tal como había sucedido, y le narró con todos sus detalles los esfuerzos que había hecho para disipar el sueño del testarudo niño de su padre, y el tratamiento que acabó por aplicarle sin resultado. Y en el límite del júbilo, el rey se encaró con el felah, y le preguntó: "¿Es verdad eso?" Y el felah hizo con la cabeza un signo afirmativo y bajó los ojos. Y le dijo el rey, riendo a más y mejor: "¡Por mi vida sobre ti, ¡oh jeique! vuelve a contarme lo que ha pasado!" Y cuando el pobre hombre hubo repetido su relato, el sultán se echó a llorar de alegría, y exclamó: "¡Ualah! ¡es cosa prodigiosa!" Luego, como desde el minarete el muezín acababa de llamar a la plegaria, el sultán y el frutero cumplieron sus deberes para con su Creador, y el sultán dijo: "¡Ahora ¡oh jeique de los hombres deliciosos! date prisa a contarme las historias prometidas, para completar mi alegría!" Y el frutero dijo: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido a nuestro generoso señor!" Y sentándose con las piernas encogidas frente al rey, contó:


HISTORIA DE LOS DOS TRAGADORES DE HASCHISCH[editar]

Has de saber ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! que en una ciudad entre las ciudades había un hombre que tenía el oficio de pescador y la distracción de tomar haschisch. Y he aquí que cuando había cobrado el producto de una jornada de trabajo, se comía una parte de su ganancia en provisiones de boca y el resto en esa hierba alegre de que se extrae el haschisch. Y tomaba al día tres tomas de haschisch: una se la tragaba por la mañana en ayunas, otra a mediodía y otra al ponerse el sol. Y de tal suerte se pasaba la vida muy alegremente y haciendo extravagancias. Y esto no le impedía ir a su trabajo, que era la pesca; pero con frecuencia lo hacía de una manera muy singular, como vas a ver.

Una tarde, tras de tomar una dosis de haschisch más fuerte que de costumbre, empezó por encender una vela de sebo, y se sentó delante de ella y se puso a hablar consigo mismo, formulándose las preguntas y las respuestas, y disfrutando todas las delicias del ensueño y del placer tranquilo. Y así permaneció mucho tiempo, y sólo le sacaron de su ensueño la frescura de la noche y la claridad de la luna llena. Y dijo entonces, hablando consigo mismo: "¡Eh, amigo, mira! La calle está silenciosa, la brisa es fresca y la claridad de la luna invita al paseo. ¡Harás bien, pues, en salir a tomar el aire y a mirar el aspecto del mundo ahora que las gentes no circulan y no pueden distraerte de tu placer y tu fasto solitario!" Y pensando de este modo, el pescador salió de su casa y encaminó su paseo por el lado del río. Era en el decimocuarto día de la luna, y la noche estaba toda iluminada. Y al mirar reflejado en el piso el disco argénteo, el pescador tomó por agua aquel reflejo de la luna, y su extravagante imaginación le dijo: "Por Alah, ¡oh pescador! hete aquí llegado a orillas del río, y en el ribazo no hay ningún otro pescador. ¡Por tanto, harás bien en ir en seguida a coger tu sedal y volver para ponerte a pescar lo que te depare tu suerte de esta noche!" Así pensó en su locura, y así lo hizo. Y cuando cogió su sedal, fué a sentarse en una escarpadura, y se puso a pescar en medio de la claridad lunar, arrojando el hilo con el anzuelo al caudal blanco reflejado en el piso. Y he aquí que, atraído por el olor de la carne que servía de cebo, un perro enorme fué a arrojarse sobre el sedal, y lo devoró. Y se le clavó el anzuelo en el gaznate, y le molestó tanto, que empezó a dar sacudidas desesperadas para librarse del hilo. Y el pescador, que creía haber cogido un pez monstruoso, tiraba todo lo que podía; y el perro, que sufría de un modo insoportable, tirada por su parte, lanzando aullidos tremendos; de modo que el pescador, que no quería dejar escapar su presa, acabó por ser arrastrado y rodó por tierra. Y creyendo entonces que iba a ahogarse en el río que le mostraba su haschisch, se puso a dar gritos espantosos, pidiendo socorro. Y al oír aquel ruido, acudieron los guardias del barrio, y el pescador, al verles, les gritó: "¡Socorredme, ¡oh musulmanes! ¡Ayudadme a sacar el monstruoso pez de las profundidades del río, adonde va a arrastrarme! ¡Yalah, yalah! ¡venid aquí, valientes, que me ahogo!" Y los guardias le preguntaron, muy sorprendidos: "¿Qué te ocurre, ¡oh pescador!? ¿Y de qué río hablas? ¿Y de qué pez se trata?" Y les dijo: "Alah os maldiga, ¡oh hijos de perros! ¿Vais a gastarme ahora bromas o a ayudarme a salvar mi alma del ahogo y a sacar el pez fuera del agua?" Y los guardias, que al principio se rieron de aquella extravagancia, se irritaron contra él al oírle tratarles de hijos de perros, y se arrojaron sobre él, y después de molerle a golpes, le condujeron a casa del kadí.

Y he aquí que también el kadí, con permiso de Alah, era muy dado al haschisch...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.