Las mil y una noches:764

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 764: y cuando llego la 798ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 798ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y he aquí que también el kadí, con permiso de Alah, era muy dado al haschisch. Y cuando, a la primera ojeada que dirigió al pescador, comprendió que el hombre a quien los guardias acusaban de haber turbado el reposo del barrio estaba bajo el poder de la alegre droga que tanto consumía él mismo, se apresuró a amonestar severamente a los guardias y a mandarles que se fueran. Y recomendó a sus esclavos que tuvieran mucho cuidado con el pescador y que le dieran una buena cama para que pasase la noche con toda tranquilidad. Y en su fuero interno se prometió tenerle por compañero del placer que pensaba disfrutar al siguiente día.

En efecto, después de pasarse toda la noche en reposo y calma y de llevarse buena vida, al día siguiente, por la noche, fué llamado el pescador a la presencia del kadí, que le recibió con toda cordialidad y le trató como a un hermano. Y tras de cenar con él, se sentó al lado suyo ante las velas encendidas, y ofreciéndole haschisch, se dedicó a tomarlo en su compañía. Y entre ambos consumieron una dosis capaz de derribar con las cuatro patas en alto a un elefante de cien años.

Cuando se disolvió bien el haschisch en su razón, exaltó las disposiciones naturales de sus caracteres. Y quitándose la ropa, se quedaron completamente desnudos, y empezaron a bailar, a cantar y hacer mil extravagancias.

Pero en aquel momento se paseaban por la ciudad el sultán y su visir, disfrazados ambos de mercaderes. Y oyeron todo el ruido que salía de la casa del kadí; y como no estaban cerradas las puertas, entraron y se encontraron al kadí y al pescador en el delirio de la alegría. Y al ver entrar a los huéspedes del destino, el kadí y su compañero dejaron de bailar y les desearon la bienvenida y les hicieron. sentarse con cordialidad, sin que, por lo demás, le azorase su presencia. Y al ver el sultán bailar al kadí de la ciudad todo desnudo frente a un hombre todo desnudo también, y que tenía un zib de longitud interminable y negro y revoltoso, abrió mucho los ojos, e inclinándose al oído de su visir, le dijo: "¡Por Alah! No está nuestro visir tan bien provisto como su negro compañero". Y el pescador se encaró con él, y dijo: "¿Qué estás hablando así al oído de ése? ¡Sentaos ambos, que os lo ordeno yo, vuestro señor, el sultán de la ciudad! Si no, voy a hacer que al instante os rebane la cabeza mi visir el bailarín. ¡Porque supongo no ignoráis que yo soy el sultán en persona, que éste es mi visir, y que en la palma de mi mano derecha tengo, como a un pez, al mundo entero!" Y al oír estas palabras, el sultán y el visir comprendieron que estaban en presencia de dos comedores de haschisch de la variedad más extraordinaria. Y el visir, para divertir al sultán, dijo al pescador. "¿Y desde cuándo ¡oh mi señor! eres sultán de la ciudad? ¿Y podrías decirme qué fué de tu predecesor, nuestro antiguo amo?"

El otro dijo: "La verdad es que le destroné, diciéndole: «¡Vete!» Y se fué. ¡Y me quedé en lugar suyo!"

Y el visir preguntó: "¿Y no protestó el sultán?"

El pescador dijo: "¡Ni siquiera! Incluso se alegró de descargar sobre mi el pesado fardo del reino. Y yo, con objeto de corresponder a sus amabilidades, le guardé conmigo para que me sirviera. ¡Y ya le contaré historias, si algún día se arrepiente de su dimisión!"

Y tras de hablar así, el pescador añadió: "¡Oh, qué ganas tengo de mear!" Y enarbolando su interminable herramienta, se acercó al sultán y se dispuso a desahogarse encima de él. Y por su parte, dijo el kadí: "¡También yo tengo mucha gana de mear!" Y se acercó al visir, y también quiso hacer lo mismo que el pescador. Y al ver aquello, el sultán y el visir, en el colmo de la hilaridad, se levantaron, saltando sobre sus pies, y huyeron, exclamando: "¡Alah maldiga a los comedores de haschisch de vuestra especie!" Y les costó mucho trabajo a ambos escapar de los dos extravagantes compañeros.

Y he aquí que al día siguiente el sultán, que quería poner remate a la diversión de su velada de la víspera, ordenó a los guardias que avisaran al kadí de la ciudad que tenía que presentarse en el palacio con el huésped que albergaba en su casa. Y el kadí, acompañado del pescador, no tardó en llegar entre las manos del sultán, que le dijo: "¡Te he hecho venir con tu compañero, ¡oh representante de la ley! a fin de que me enseñes cuál es el modo más cómodo de mear! ¿Es preciso, en efecto, ponerse en cuclillas, alzándose con cuidado la ropa, como prescribe el rito? ¿0 tal vez es preferible hacer como los cochinos descreídos, que mean de pie? ¿0 acaso hay que mearse en sus semejantes, poniéndose completamente desnudo, como hicieron anoche dos tragadores de haschisch que yo conozco?"

Cuando el kadí hubo oído estas palabras del sultán -y como, por otra parte, sabía que el sultán tenía costumbre de pasearse disfrazado por la noche-, comprendió que su extravagancia y su delirio de la víspera bien pudieron tener por testigo al propio sultán, y llegó al límite del estremecimiento al pensar que había faltado el respeto al sultán y al visir. Y cayó de rodillas, gritando: "¡Amán! ¡Amán! ¡oh mi señor! ¡fué el haschisch lo que me indujo a la grosería y a la descortesía!"

Pero el pescador, que a causa de las dosis diarias de haschisch que tomaba, continuaba en estado de embriaguez, dijo al sultán: "Bueno, ¿y qué? ¡Si tú estás en tu palacio, nosotros estábamos en el nuestro anoche!"

Y en extremo divertido con los modales del pescador, el sultán le dijo: "¡Oh el más divertido parlanchín de mi reino! ya que tú eres sultán y yo lo soy también, te suplico que en lo sucesivo me hagas compañía en mi palacio. ¡Y puesto que sabes contar historias, supongo que querrás endulzarnos el oído con alguna!"

Y el pescador contestó:

"¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido! ¡Pero no sin que hayas perdonado a mi visir, que está de rodillas a tus pies!" Y el sultán se apresuró a dar orden de levantarse al kadí, y le perdonó su extravagancia de la víspera y le dijo que retornara a su casa y a sus funciones. Y únicamente retuvo consigo al pescador, quien, sin esperar a más, le contó, como sigue, la HISTORIA DEL " KADI PADRE-DEL-CUESCO.”


HISTORIA DEL KADI PADRE-DEL-CUESCO[editar]

Cuentan que en la ciudad de Trablús, de Siria, en tiempo del califa Harún Al-Raschid, había un kadí que ejercía las funciones de su cargo con una severidad y un rigor extremados, lo cual era notorio entre los hombres.

Y he aquí que aquel kadí funesto tenía a su servicio a una vieja negra de piel ruda y endurecida como el cuero de un búfalo del Nilo. Y era ella la única mujer que poseía en su harén. ¡Alah le rechace de Su misericordia! Porque aquel kadí era de una mezquindad extremada, a la que sólo podía igualar su rigor en los juicios que fallaba. ¡Alah le maldiga! Y aunque era rico, no vivía más que de pan duro y cebollas. Y no obstante, estaba lleno de ostentación y se avergonzaba de su avaricia pues quería siempre dar prueba de fasto y de generosidad, por más que viviese con la economía de un camellero próximo a agotar sus provisiones. Y para hacer creer en un lujo que su casa ignoraba, tenía la costumbre de cubrir el taburete de comer con un mantel adornado de franjas de oro. Y de tal suerte, cuando, por casualidad, entraba alguien para cualquier asunto a la hora de la comida, el kadí no dejaba de llamar a su negra y de decirle en voz alta: "¡Pon el mantel de franjas de oro!" Y pensaba que así hacía creer a la gente que su mesa era suntuosa y que los manjares equivalían en bondad y en cantidad a la hermosura del mantel con franjas de oro. Pero jamás había sido invitado nadie a una de aquellas comidas servidas en el mantel espléndido; y nadie, por el contrario, ignoraba la verdad con respecto a la avaricia sórdida del kadí. De modo que, por lo general, se decía cuando se había comido mal en un festín: "¡Lo han servido en el mantel del kadí!"

Y así, aquel hombre, a quien Alah había dotado de riquezas y de honores, vivía una vida que no contentaría a los perros de la calle. ¡Confundido sea por siempre!

Un día, algunas personas que querían inclinarle en favor suyo en cierto juicio, le dijeron: "¡Oh nuestro amo el kadí! ¿por qué no tomas esposa? ¡Porque la vieja negra que tienes en tu casa no es digna de tus méritos!"

Y contestó él: "¿Quiere buscarme mujer alguno de vosotros?" Y contestó uno de los presentes: "¡Oh amo nuestro! yo tengo una hija muy bella, y honrarías a tu esclavo si quisieras tomarla por esposa". Y el kadí aceptó la oferta; y en seguida se celebró el matrimonio; y aquella misma noche se condujo a la joven a casa de su esposo. Y la tal joven estaba muy asombrada de que no se le preparase comida, ni siquiera se le preguntara acerca del particular; pero, como era discreta y muy reservada, no hizo ninguna reclamación, y queriendo conformarse a las costumbres de su esposo, procuró distraerse. En cuanto a los testigos de la boda y a los invitados, presumían que aquella unión del kadí daría lugar a alguna fiesta, o por lo menos a una comida; pero fueron vanas sus esperanzas, y transcurrieron las horas sin que el kadí invitase a nadie.

Y se retiró cada cual maldiciendo al destino.

Volviendo a la recién casada, es el caso que, después de haber sufrido cruelmente con aquel ayuno tan riguroso y tan prolongado, por fin oyó a su esposo llamar a la negra de piel de búfalo y ordenarle que colocara el taburete de comer, poniendo el mantel de franjas de oro y los ornamentos mejores. Y la infortunada creyó entonces que por fin iba a resarcirse del ayuno penoso a que acababa de ser condenada, ella, que en casa de su padre había vivido siempre nadando en la abundancia, en el lujo y en el bienestar. Pero ¡ay de ella! ¿qué sentiría cuando la negra llevó, por toda bandeja de manjares, una fuente con tres pedazos de pan negro y tres cebollas? Y como no se atreviera ella a hacer un movimiento ni se explicase aquello, el kadí cogió con cierto sentimiento un pedazo de pan y una cebolla, dió una parte igual a la negra, e invitó a su joven esposa a hacer honor al festín, diciéndole: "¡No temas abusar de los dones de Alah!" Y empezó a comer él mismo con una prisa que denotaba hasta qué punto saboreaba la excelencia de aquella comida. Y también la negra se tragó de un bocado la cebolla, única comida del día. Y la pobre esposa, burlada, trató de hacer lo que ellos; pero, como estaba acostumbrada a los manjares más delicados, no pudo tragar bocado. Y acabó por levantarse de la mesa en ayunas, maldiciendo en su alma la negrura de su destino. Y de tal suerte transcurrieron tres días de abstinencia, con el mismo llamamiento a la hora de comer, los mismos adornos hermosos en la mesa, el mismo mantel de franjas de oro, el pan negro y las tristes cebollas. Pero, al cuarto día, el kadí oyó unos gritos terribles...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.