Las mil y una noches:769

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 769: y cuando llego la 803ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 803ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y corrió a aquel cajón, que tenía la llave puesta, y lo abrió, exclamando: "¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso!" Y se encontró con su amante, que estaba próximo a expirar por falta de aire. Y no obstante toda la emoción que sentía, no pudo por menos de echarse a reír al verle acurrucado y con los ojos en blanco. Pero se apresuró a rociarlo con agua de rosas y a volverle a la vida. Y cuando le vió repuesto y ágil, hizo que le explicara rápidamente lo sucedido; y al punto dió con la manera de arreglarlo todo.

En efecto; en la cuadra había una burra que la víspera había parido un buchecillo. Y la joven corrió a la cuadra, cogió en brazos al gracioso buchecillo, y transportándole a su habitación le metió en el cajón donde estuvo encerrado su amante y cerró con llave la tapa. Y tras de besar a su amante, se despidió de él, diciéndole que no volviese hasta que viese la señal del pañuelo blanco. Y por su parte se apresuró a volver al hammam, y vió a su marido paseándose todavía de un lado a otro y maldiciendo de los hammams y de todo lo que traen consigo. Y al verla entrar, la llamó él, y le dijo: "¡Oh vendedora de garbanzos! ¡di a mi mujer que, si se retrasa más todavía en salir, juro a Alah que la mataré antes de la noche y que hundiré el hammam sobre su cabeza!" Y la joven, riendo con toda el alma, entró en el vestíbulo del hammam, entregó el velo y el cesto a la vendedora de garbanzos, e inmediatamente salió con su paquete al brazo y contoneando las caderas.

En cuanto la divisó su marido, el kadí, avanzó hacia ella, y gritó: "¿Dónde estabas? ¿dónde estabas? ¡Hace dos horas que te aguardo! ¡Anda, sígueme! ¡Ven!, ¡oh maligna! ¡oh perversa! ¡Ven!" Y deteniendo su marcha, contestó la joven: "¡Por Alah! ¿qué te pasa? ¡El nombre de Alah sobre mí! ¿Qué te pasa, ¡oh hombre! ? ¿Te has vuelto loco de pronto para dar así un espectáculo en la calle, tú, el kadí de la ciudad? ¿O es que tu enfermedad te ha obstruido la razón y te ha trastornado el juicio hasta el punto de faltar al respeto en público y en la calle a la hija de tu tío?" Y el kadí replicó: "¡Basta de palabrería inútil! ¡Ya dirás en casa lo que quieras! ¡Sígueme!" Y echó a andar delante de ella, gesticulando, gritando y dando rienda suelta a su cólera, aunque sin aludir de un modo directo a su esposa, que le seguía silenciosamente a diez pasos de distancia.

Y llegados que fueron a su casa, el kadí encerró a su esposa en la habitación de arriba, y fué a buscar al jeique del barrio y a cuatro testigos legales, así como a cuantos vecinos pudo encontrar. Y les llevó a todos a la habitación del cofre en la cual estaba encerrada su esposa, y donde quería que actuasen de testigos de lo que iba a ocurrir. Cuando el kadí y todos los que le acompañaban entraron en el aposento, vieron a la joven, cubierta con sus velos todavía, que se había retirado a un rincón y que hablaba consigo misma de manera que pudiesen oír todos. Y decía: "¡Oh, qué calamidad la nuestra! ¡ay! ¡ay! ¡pobre esposo mío! ¡Esta indisposición le ha vuelto loco! ¡Sin duda tiene que haberse vuelto completamente loco para cubrirme así de injurias y para introducir en el harén a hombres extraños! ¡Qué calamidad la nuestra! ¡Haber en el harén extraños que van a mirarme! ¡Ay! ¡ay! ¡está loco, completamente loco!"

Y en efecto; el kadí se hallaba en tal estado de furor, de amarillez y de sobreexcitación, que, con su barba temblorosa y sus ojos que echaban llamas, tenía toda la apariencia de un individuo atacado de fiebre alta y de delirio. Así es que algunos de los que le acompañaban intentaron calmarle y aconsejarle que volviera en sí; pero sus palabras sólo conseguían excitarle más, y les gritaba: "¡Entrad! ¡entrad! ¡No escuchéis a la menguada! ¡No os dejéis enternecer por los lamentos de la pérfida! ¡Ahora veréis! ¡Ahora veréis! ¡Ha llegado su último día! ¡Ha llegado la hora de la justicia! ¡Entrad! ¡Entrad!"

Cuando hubieron entrado todos, el kadí cerró la puerta y se dirigió al cofre de los colchones, ¡y levantó la tapa! Y he aquí que el buchecillo sacó la cabeza, movió las orejas, miró a todos con sus ojos grandes y dulces, respiró ruidosamente, y alzando la cola y poniéndola muy tiesa, se puso a rebuznar de alegría por haber vuelto a ver la luz, llamando a su madre.

Al ver aquello, el kadí llegó al límite extremo de la rabia y del furor y le acometieron convulsiones y espasmos; y de pronto se precipitó sobre su esposa, intentando estrangularla. Y ella empezó a gritar, corriendo por la habitación: "¡Por el Profeta! ¡que quiere estrangularme! Detened al loco, ¡oh musulmanes! ¡Socorro!"

Y al ver todos los presentes, efectivamente, la espuma de la rabia en los labios del kadí, ya no dudaron de su locura, y se interpusieron entre él y su esposa, y le cogieron en brazos y a la fuerza le tiraron a la alfombra, en tanto que él articulaba palabras ininteligibles y trataba de escaparse de ellos para matar a su mujer. Y extremadamente afectado por ver al kadí de la ciudad en aquel estado, el jeique del barrio, observando su locura furiosa, no pudo menos, a pesar de todo, de decir a los presentes: "¡No hay que perderle de vista ¡ay! hasta que Alah le calme y le haga entrar en razón!"

Y exclamaron todos: "¡Ojalá le cure Alah! ¡Un hombre tan respetable como era! ¡Qué enfermedad tan funesta!" Y algunos decían: "¿Cómo puede tener celos de un buche?" Y preguntaban otros: "¿Cómo ha entrado ese buche en el cofre de los colchones?" Y otros decían: "¡Ay! ¡él mismo es quien ha encerrado dentro al buche, tomándole por un hombre!" Y el jeique del barrio añadió, para concluir: "¡Alah venga en su ayuda y aleje al Maligno!".

Y se retiraron todos, excepto los que sujetaban al kadí sobre la alfombra, porque, de repente, acometió al kadí una crisis de furor tan violenta, y se puso a gritar tan fuerte palabras ininteligibles, y a debatirse con tanto encarnizamiento, siempre tratando de lanzarse sobre su esposa, quien desde lejos le hacía disimuladamente muecas y señales burlonas, que se le rompieron las venas del cuello y murió, escupiendo una bocanada de sangre. ¡Alah le tenga en su compasión, porque no sólo era un kadí íntegro, sino que dejó a su esposa, la consabida joven, riquezas bastantes para que pudiese vivir con holgura y casarse con el joven escriba a quien amaba y que la amaba!"

Y tras de contar así esta historia, el pescador tragador de haschisch, al ver que el rey le escuchaba con entusiasmo, se dijo: "¡Voy a contarle otra cosa todavía!"

Y dijo:


EL KADI AVISADO[editar]

"Cuentan que había en El Cairo un kadí que hubo de cometer tantas prevaricaciones y de pronunciar tantas sentencias interesadas, que se le destituyó de sus funciones, y para no morirse de hambre se veía obligado a vivir de trapisondas.

Y he aquí que un día, por más que se devanaba los sesos, no se le ocurrió medio de hacerse con algún dinero, porque ya había agotado todos los recursos de su ingenio, del mismo modo que hubo de exprimir los de su vida. Y viéndose reducido a aquel extremo, llamó al único esclavo que le quedaba, y le dijo: "¡Oh Mubarak! estoy muy enfermo hoy y no puedo salir de casa; pero tú puedes ir a ver si encuentras algo de comer, o a procurarme algunas personas que quieran hacerme consultas jurídicas. ¡Y ya sabré recompensar bien tu trabajo!" Y el esclavo, que era un pillastre tan avezado como su amo a las jugarretas y a las trapisondas, y que estaba tan interesado como él en el éxito del proyecto, salió, diciéndose: "Voy a molestar, unos tras otro, a varios transeúntes y a entablar disputa con ellos. ¡Y como no todo el mundo sabe que mi amo está destituido, les llevaré a su presencia, con pretexto de arreglar el litigio, y haré que vacíen su cinturón en manos de él!" Y así pensando, tropezó con un paseante que iba delante de él y que caminaba tranquilamente con el báculo apoyado a dos manos en la nuca, y echándole la zancadilla, le hizo rodar por el lodo. Y el pobre hombre, con los vestidos sucios y los zapatos despellejados, se levantó furioso con intención de castigar a su agresor. Pero al reconocer en él al esclavo del kadí, no quiso medir sus fuerzas con las del otro, y todo corrido se contentó con decir, evadiéndose cuanto antes: "¡Alah confunda al Maligno!"

Y aquel taimado esclavo, al ver que no había tenido éxito la primera intentona, prosiguió su camino, diciéndose: "Este procedimiento no da resultado. ¡Vamos a ver si encontramos otro, porque todo el mundo conoce a mi amo y me conoce a mí!"

Y mientras reflexionaba sobre lo que tenía que hacer, vió a un servidor que llevaba a la cabeza una bandeja con un soberbio pato relleno y circundado de tomates, pepinillos y berenjenas, muy bien arreglado todo. Y siguió al que lo llevaba, que se dirigía al horno público para hacer cocer el pato allí, y le vió entrar y entregar la bandeja al dueño del horno, diciéndole: "¡Volveré a buscarlo dentro de una hora!" Y se marchó.

Entonces se dijo el esclavo del kadí: "¡Ya hice negocio!" Y al cabo de cierto tiempo, entró en el horno, y dijo: "¡La zalema sea contigo, ya hagg Mustafá!" Y el amo del horno reconoció al esclavo del kadí, a quien no había visto desde hacía mucho tiempo, pues en casa del kadí nunca había nada para enviar al horno; y contestó: "Y contigo la zalema, ¡oh hermano mío Mubarak! ¿Cómo por aquí? ¡Hace mucho tiempo que mi horno no se enciende para nuestro amo el kadí! ¿En qué puedo servirte hoy y qué me traes?" Y dijo el esclavo: "¡Nada más que lo que ya tienes, porque vengo a recoger el pato relleno que está en el horno!" Y contestó el hornero: "¡Pero este pato ¡oh hermano mío! no es tuyo!" El esclavo dijo: "No hables así, ¡oh jeique! ¿Cómo dices que no es mío este pato? ¡Yo soy quien le vió salir del huevo, quien le ha cebado, quien le ha degollado, quien le ha rellenado y quien le ha preparado!" Y dijo el hornero: "¡Por Alah, que no lo dudo! ¿Pero qué tengo que decir, cuando venga a quien me lo ha traído?" El esclavo contestó: "¡No creo que venga! Pero, en fin, si lo hace, le dirás sencillamente, a modo de broma, porque es un hombre muy bromista y a quien le gustan muchos los chistes: "¡Ualah, ¡oh hermano mío! en el momento en que ponía al fuego la bandeja, lanzó el pato de pronto un grito estridente y echó a volar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.