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Las mil y una noches:770

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 770: pero cuando llego la 804ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 804ª NOCHE

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Ella dijo:

"¡... Ualah, ¡oh hermano mío! en el momento en que ponía al fuego la bandeja, lanzó el pato de pronto un grito estridente y echó a volar!" Y añadió: "¡Dame ahora el pato, que debe estar bastante cocido!" Y el hornero, riéndose de aquellas palabras que acababa de oír, sacó el pato del horno y se lo entregó con toda confianza al esclavo del kadí que apresuróse a llevárselo a su amo y comérselo con él, chupándose los dedos.

Entretanto, el que llevó el pato al horno volvió y pidió su bandeja, diciendo: "Ya debe estar a punto el pato, ¡oh maestro!" Y el hornero contestó: "¡Ualah! ¡en el momento en que le ponía al horno ha dado un grito estridente y ha echado a volar!" Y el hombre, que en realidad no tenía nada de bromista, se puso furioso al convencerse de que el hornero quería burlarse de él, y exclamó: "¿Cómo te atreves ¡oh infeliz! a reírte en mis barbas?" Y de palabras en palabras y de injurias en injurias, ambos hombres se enredaron a golpes. Y no tardó la muchedumbre en agruparse desde fuera al oír los gritos y en invadir el horno en seguida. Y se decían unos a otros: "¡El hagg Mustafá se está pegando con un hombre a causa de la resurrección de un pato relleno!" Y la mayoría se ponía a favor del amo del horno, cuya buena fe y honradez eran proverbiales desde hacía tiempo, en tanto que otros únicamente se permitían emitir alguna duda acerca de aquella resurrección.

Y he aquí que entre las gentes que se agolpaban alrededor de los dos hombres que estaban pegándose encontrábase una mujer encinta a quien la curiosidad había llevado a la primera fila. Pero fué para su desgracia, pues cuando retrocedía el hornero para alcanzar con más tino a su adversario, recibió en pleno vientre la mujer el golpazo terrible que estaba destinado a otro que nada tenía que ver con ella. Y se cayó al suelo, lanzando un chillido de gallina violentada, y abortó en aquella hora y en aquel instante.

Y he aquí que el esposo de la mujer consabida, que habitaba una frutería de la vecindad, fué avisado al punto, y acudió con un palo enorme y. exclamando: "¡Voy a horadar al hornero, y al padre del hornero, y a su abuelo y a quitarle la existencia!" Y extenuado ya de su primera lucha, y al ver echarse sobre él a aquel hombre furioso y armado del palo terrible, el hornero no pudo sostenerse más tiempo, y echó a correr, saliendo al patio. Y viendo que le perseguían, escaló un muro, trepó a una terraza contigua y desde allí se dejó caer a tierra. Y quiso el Destino que cayese precisamente encima de un maghrebín que dormía en la planta baja de la casa envuelto en mantas. Y como el hornero pesaba mucho y caía desde muy alto, le rompió todas las costillas. Y el maghrebín expiró sin más ni más. Y acudieron todos sus allegados, los demás maghrebines del zoco, y detuvieron al hornero, moliéndole a golpes, y se dispusieron a arrastrarle ante el kadí. Y el dueño del pato, al ver detenido al hornero, se apresuró, por su parte, a congregar a los maghrebines. Y acompañada de gritos y vociferaciones, toda aquella muchedumbre se encaminó al diwán de justicia.

Pero en aquel momento el criado del kadí, que se había comido el pato, había vuelto a ver lo que pasaba, mezclándose con la multitud, y dijo a todos los querellantes: "¡Seguidme, ¡oh buenas gentes! que yo os enseñaré el camino!" Y les condujo a casa de su amo.

Y el kadí, con una apostura digna, empezó por hacer pagar derechos dobles a todos los querellantes. Luego se encaró con el acusado, al cual señalaban todos los dedos, y le dijo: "¿Qué tienes que responder con respecto al pato, ¡oh hornero!?" Y el buen hombre, comprendiendo que, en el caso presente, más valía mantener su primera afirmación, a causa del esclavo del kadí, contestó: "¡Por Alah, ¡oh nuestro amo el kadí! que el animal ha lanzado un grito estridente y, todo relleno, se ha elevado de entre los adornos que le guarnecían y ha echado a volar!" Y al oír aquello, exclamó el dueño del pato: "¡Ah! hijo de perro, ¿todavía te atreves a decir eso delante del señor kadí?" Y el kadí, tomando una actitud de indignación, dijo al que le interrumpía: "Y tú ¡oh descreído! ¡oh impío! ¿cómo te atreves a no creer que Quien ha de resucitar a todas las criaturas en el Día de la Retribución, haciendo que se reúnan sus huesos dispersos por toda la superficie de la tierra, no pueda devolver la vida a un pato que tiene cabales los huesos y a quien sólo le faltan las plumas?" Y al oír estas palabras, exclamó la muchedumbre: "¡Gloria a Alah, que resucita a los muertos!" Y se puso a burlarse del desdichado portador del pato, que se marchó arrepentido de su falta de fe. Tras de lo cual, el kadí se encaró con el marido de la mujer que había abortado, y le dijo: "¿Y qué tienes que decir tú contra este hombre?" Y cuando hubo escuchado la queja, dijo: "Bien se ve la cosa, y no hay lugar a duda. Ciertamente, el hornero es culpable del aborto. ¡Y se impone para él la pena del talión estrictamente!" Y se encaró con el marido, y le dijo: "La ley te da la razón y yo te otorgo el derecho de llevar a tu mujer a casa del culpable, con objeto de que te la vuelva a dejar encinta. ¡Y estará a expensas de él en los seis primeros meses del embarazo, pues que el aborto ha tenido lugar al sexto mes!" Y al oír esta sentencia, exclamó el marido: "¡Por Alah, ¡oh señor kadí! desisto de mi querella, y que Alah perdone a mi adversario!" Y se marchó.

Entonces el kadí dijo a los parientes del maghrebín muerto: "Y vosotros, ¡oh maghrebines! ¿qué motivo de queja tenéis contra este hombre, hornero de profesión?" Y los maghrebines expusieron su querella, haciendo muchos gestos y soltando un diluvio de palabras, y mostraron el cuerpo inanimado de su pariente, reclamando el precio de la sangre. Y el kadí les dijo: "Ciertamente, ¡oh maghrebines! os corresponde el precio de la sangre, porque abundan las pruebas contra el hornero. ¡Así es que no tenéis más que decirme si queréis que se os pague naturalmente este precio, es decir, sangre por sangre, o indemnización!"

Y los maghrebines, hijos de una raza feroz, contestaron a coro: "Sangre por sangre, ¡oh señor kadí!" Y les dijo éste: "¡Así sea, pues! Coged al hornero, envolvedle en las mantas de vuestro pariente muerto, y ponedle debajo del minarete de la mezquita del sultán Hassán. ¡Y hecho lo cual, que se suba al minarete el hermano de la víctima y se deje caer desde arriba sobre el hornero para aplastarle como aplastó él a su hermano!" Y añadió: "¿Dónde estás, ¡oh hermano de la víctima!?" Y al oír estas palabras, salió de entre los maghrebines un maghrebín, y exclamó: "¡Por Alah, ¡oh señor kadí! desisto de mi querella contra este hombre! ¡Y que Alah le perdone!"

Y la muchedumbre que había asistido a todos estos debates se retiró maravillada de la ciencia jurídica del kadí, de su espíritu de equidad, de su competencia y de su sagacidad. Y cuando el rumor de aquella historia llegó a oídos del sultán, el kadí volvió a la gracia y fué repuesto en sus funciones, en tanto que el que hubo de reemplazarle se veía destituido, sin haber dado motivo alguno, únicamente por carecer de un genio tan fértil como el del que se comió el pato."

Y el pescador tragador de haschisch, al ver que el rey seguía escuchándole con la misma atención entusiasta, se sintió extremadamente halagado en su amor propio, y contó aún:


LA LECCIÓN DEL CONOCEDOR DE MUJERES

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"He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había en El Cairo dos jóvenes, uno casado y otro soltero, a quienes unía una estrecha amistad. El casado se llamaba Ahmad, y el que no lo era se llamaba Mahmud. Y he aquí que Ahmad, que era dos años mayor que Mahmud, se aprovechaba del ascendiente que le daba esta diferencia de edad para actuar de educador y de maestro con su amigo, particularmente en lo que se refería al conocimiento de mujeres. Y de continuo le hablaba sobre el particular, contándole mil casos debidos a su experiencia, y diciéndole siempre, en resumen: "¡Ahora, ¡oh Mahmud! ya puedes decir que has tratado en tu vida a alguien que conoce a fondo a estas criaturas maliciosas! ¡Y debes considerarte muy dichoso de tenerme por amigo para prevenirte contra todas sus asechanzas!" Y cada día estaba Mahmud más maravillado de la ciencia de su amigo, y estaba persuadido de que jamás mujer alguna, por muy astuta que fuese, podría engañarle ni siquiera burlar su vigilancia. Y le decía con frecuencia: "¡Oh Ahmad, cuán admirable eres!" Y Ahmad se pavoneaba con aire protector, dando golpecitos en el hombro a su amigo, y diciendo: "¡Ya te enseñaré a ser como yo!"

Pero un día en que Ahmad le repetía: "¡Ya te enseñaré a ser como yo! ¡Porque se instruye uno con el experimento, y no con el que enseña sin tener experiencia!" el joven Mahmud le dijo: "Por Alah, ¡oh amigo mío! antes de enseñarme a sorprender la malicia de las mujeres, ¿no podrías enseñarme la manera de ponerme en relaciones con alguna...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.