Las mil y una noches:779
Y CUANDO LLEGO LA 813ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... Y el príncipe Hossein contestó con el oído y la obediencia, y después de prestarse al juramento pedido, permaneció en el palacio tres días enteros, al cabo de los cuales se despidió de su padre, y a la mañana del cuarto día, por el alba, partió, a la cabeza de sus jinetes, hijos de genn, como había venido.
Y su esposa la bella gennia le recibió con alegría infinita y con un placer tanto más vivo cuanto que no se esperaba verle volver tan pronto. Y celebraron juntos aquel regreso feliz, amándose mucho de las maneras más agradables y diversas.
Y a partir de aquel día, nada perdonó la hermosa gennia para hacer a su esposo lo más atractiva posible la estancia en la morada encantada. Y fueron variaciones continuas en el modo de respirar el aire, de pasearse, de comer, de beber, de divertirse, de ver bailar a las bailarinas, de oír cantar a las almeas, de escuchar los instrumentos de armonía, de recitar poesías, de oler el perfume de las rosas, de engalanarse con las flores del jardín, de coger a porfía en las ramas las hermosas frutas maduras y de jugar al incomparable juego de los amantes, que es el juego de ajedrez del lecho, teniendo en cuenta todas las combinaciones sabias de que es susceptible juego tan delicado. Y al cabo de un mes de llevar aquella vida deliciosa, el príncipe Hossein, que ya había puesto a su esposa al corriente de la promesa que hubo de hacer a su padre el sultán, se vió obligado a interrumpir sus placeres y a despedirse de la entristecida gennia. Y equipado y ataviado con más magnificencia que la primera vez, montó en su hermoso caballo y se puso a la cabeza de sus jinetes, los hijos de los genn, para ir a hacer una visita a su padre el sultán.
Y he aquí que, desde que partió la última vez del palacio de su padre, los consejeros favoritos del sultán, que juzgaban del poderío del príncipe Hossein y de sus desconocidas riquezas por las pruebas que de ello había dado él en los tres días que pasó en el palacio, no dejaron, durante su ausencia, de abusar de la libertad que el sultán les concedía para hablarle y del ascendiente que sobre él habían adquirido, para tratar de hacer nacer en su alma sospechas contra su hijo y hacerle creer que el príncipe le hacía sombra. Y le manifestaron que la prudencia más elemental exigía que supiese, por lo menos, en qué lugar se hallaba el retiro de su hijo y de dónde sacaba todo el oro necesario para dispendios como los que había hecho durante su estancia y para el fasto de que alardeaba, únicamente con intención, decían, de humillar a su padre y de demostrar que no tenía necesidad de sus liberalidades ni de su tutela para vivir como un príncipe. Y le dijeron que era muy de temer que se hiciese popular y sublevase a los súbditos fieles contra su soberano para ponerse en lugar suyo.
Pero aunque aquellas palabras dejaron en él alguna duda, el sultán no quiso creer que su hijo Hossein, el preferido, fuese capaz de conspirar contra él, meditando un proyecto tan pérfido como aquél. Y contestó a sus consejeros favoritos: "¡Oh vosotros cuya lengua segrega la duda y la suspicacia! ¿acaso ignoráis que mi hijo Hossein me quiere y que estoy tanto más seguro de su ternura y de su fidelidad cuanto que jamás le he dado motivo para que esté descontento de mí?" Pero el más atendido de los favoritos repuso: "¡Oh rey del tiempo, que Alah te conceda larga vida! Pero ¿supones que el príncipe Hossein ha olvidado tan pronto lo que a él le parece una injusticia de tu parte por lo que concierne a la decisión de la suerte con respecto a la princesa Nurennahar? ¿Y no se te ocurre, aunque de todo se deduce claramente, que el príncipe Hossein no ha tenido el buen acuerdo de aceptar con sumisión el decreto del Destino en vez de imitar el ejemplo de su hermano mayor, quien, antes de rebelarse contra la cosa escrita, ha preferido vestir el hábito del derviche e ir a ponerse bajo la dirección espiritual de un santo jeique versado en el conocimiento del Libro? Y además, ¡oh amo nuestro! ¿no observaste antes que nosotros que, a la llegada del príncipe Hossein, él y sus gentes estaban descansados y sus trajes y los adornos y monturas de sus caballos tenían el mismo brillo que si acabaran de salir de la mano del fabricante? ¿Y no has notado que hasta los caballos tenían el pelo seco y reluciente y no estaban más fatigados que si viniesen de un simple paseo? ¡Pues todo eso ¡oh rey! servirá para probarte que el príncipe Hossein ha establecido su residencia secreta muy cerca de la capital para poder ejecutar a su antojo sus planes perniciosos, y fomentar disturbios en el pueblo, y entregarse a sus propagandas subversivas! ¡Habríamos, pues, faltado a nuestro deber ¡oh gran rey! si no nos hubiésemos impuesto la cruel obligación de despertar tu atención en un asunto tan delicado como importante y grave, a fin de que te decidas a velar por tu propia conservación y por el bien de tus súbditos fieles!"
Cuando el favorito hubo acabado este discurso lleno de malicia y de suspicacia, el sultán dijo: "En verdad que no sé si debo creer o no creer esas cosas sorprendentes. ¡De todos modos, os agradezco vuestra advertencia, y abriré más los ojos en el porvenir!" Y les despidió, sin hacerles ver cuánto se le había impresionado y alarmado el alma con sus palabras. Y con objeto de poder confundirles un día o darles las gracias por su consejo bien intencionado, resolvió vigilar los actos y pasos de su hijo Hossein a su próximo retorno.
Y he aquí que no tardó en llegar el príncipe, cumpliendo su promesa. Y su padre el sultán le recibió con la misma alegría y la misma satisfacción que la primera vez, teniendo mucho cuidado de no participarle las sospechas que despertaron en su espíritu los visires interesados en la perdición del joven. Pero al día siguiente llamó a una vieja, famosa en el palacio por su hechicería y su malicia, y que era capaz de destejer, sin romperlos, los hilos de una tela de araña. Y cuando estuvo ella entre sus manos, le dijo: "¡Oh vieja de bendición! ha llegado el día en que vas a poder probar tu abnegación en interés de tu rey. Sabe, pues, que desde que he vuelto a ver mi hijo Hossein no he podido obtener de él que me diga en qué lugar se ha establecido. Y por no importunarle no he querido hacer valer mi autoridad y obligarle, a pesar suyo, a revelar su secreto. Así es que te he hecho llamar, ¡oh reina de las hechiceras! porque te creo lo bastante hábil para satisfacer mi curiosidad sin que mi hijo ni nadie en el palacio pueda sospecharlo. He de pedirte, pues, que pongas en juego toda tu perspicacia y tu inteligencia, que no tiene igual, para observar a mi hijo desde el momento de su partida, que tendrá lugar mañana por el alba. O quizá sea mejor todavía que vayas hoy mismo, sin pérdida de tiempo, al sitio en que encontró su flecha, cerca de la línea de rocas que limita la llanura por Oriente. ¡Porque allí ha encontrado su Destino al mismo tiempo que su flecha!" Y la vieja hechicera contestó con el oído y la obediencia, y salió para ir a las proximidades de las rocas y ocultarse allí de manera que pudiese verlo todo sin ser vista.
Y he aquí que al día siguiente abandonó el palacio el príncipe Hossein con sus jinetes al despuntar el día, para no llamar la atención de los oficiales y de los transeúntes. Y llegado que fué a la excavación donde estaba la puerta de piedra, desapareció con cuantos le acompañaban. Y la vieja hechicera vió todo aquello y se asombró hasta el límite extremo del asombro.
Y cuando se repuso de su emoción salió de su escondrijo, y fué derecha a la cavidad por donde había visto desaparecer personas y caballos. Pero a pesar de su diligencia, y por más que miró en todas direcciones, yendo y volviendo sobre sus pasos varias veces, no dió con ninguna abertura ni con ninguna entrada. Porque la puerta de piedra, que había sido visible para el príncipe Hossein desde que llegó por primera vez allí, sólo se aparecía a ciertos hombres cuya presencia era agradable a la bella gennia, pero nunca y en ningún caso se aparecía aquella puerta a las mujeres, sobre todo a las viejas feas y horribles a la vista. Y rabiosa por no poder llevar más adelante sus investigaciones, la hechicera no pudo desahogarse de otro modo que lanzando un cuesco, que hizo saltar los guijarros y levantó polvareda. Y con la nariz alargada hasta los pies, volvió al lado del sultán, y le dió cuenta de todo lo que había visto, añadiendo: "¡Oh rey del tiempo! no he perdido la esperanza de ser más afortunada la vez próxima. ¡Y solamente te pido que tengas algo de paciencia y no te informes los medios de que pienso servirme!" Y el sultán, que ya estaba muy satisfecho de aquel primer resultado, contestó a la vieja: "¡Estás en completa libertad de acción! ¡Ve con la protección de Alah, y yo esperaré aquí con paciencia el efecto de tus promesas!" Y para estimularla le dió de regalo un maravilloso diamante, y le dijo: "Acepta esto como prueba de mi satisfacción. ¡Pero sabe que nada es en comparación de lo que pienso recompensarte si obtienes éxito en tu empresa!" Y la vieja besó la tierra entre las manos del rey, y se fué por su camino.
Y he aquí que, un mes después de aquel acontecimiento, salió por la puerta de piedra, como la última vez, el príncipe Hossein con su séquito de veinte jinetes soberbiamente equipados. Y al costear las rocas divisó a una pobre vieja que estaba tendida en el suelo y gemía de una manera lamentable, como una persona aquejada de un mal violento. Y estaba vestida de harapos y lloraba. Y el príncipe Hossein, compadecido, detuvo su caballo, y preguntó dulcemente a la vieja cuál era su mal y qué podía hacer él para aliviarla. Y la vieja artificiosa, que había ido a apostarse allí para conseguir lo que se proponía, contestó, sin levantar la cabeza, con voz entrecortada por gemidos y ahogos: "¡Oh mi caritativo señor! ¡Alah es quien te envía para cavarme la tumba, porque voy a morir! ¡Ah, se me escapa el alma! ¡Oh mi señor! ¡había yo salido de mi pueblo para ir a la ciudad, y en el camino se apoderó de mí una fiebre roja, que me ha dejado sin fuerzas aquí, lejos de todo ser humano, y sin esperanza de que me socorrieran!" Y el príncipe Hossein, que tenía un corazón compasivo, dijo a la vieja: "¡Permite, mi buena tía, que te levanten dos de mis hombres y te lleven al sitio adonde yo mismo voy a volver para que te cuiden!" E hizo seña a dos de sus acompañantes para que incorporaran a la vieja. Y así lo hicieron; y uno de ellos la puso luego a la grupa de su caballo. Y el príncipe desanduvo el camino, y llegó con sus jinetes a la puerta de piedra, que hubo de abrirse para dejarles entrar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.