Las mil y una noches:787

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 787: y cuando llego la 821ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 821ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡... nos servirás de mozo de carga y de burro a la vez!" Y como ya habían acabado su jornada de trabajo, les pareció muy bien cargar una espalda ajena con el peso de sus herramientas de labor. Y el sultán Mahmud, doblado bajo la carga de azadas, rastrillos, azadones y mielgas, y sin poder arrastrarse apenas, se vió obligado a seguir a los felahs. Y cansado y sin poder respirar casi, llegó con ellos al pueblo, donde fué víctima de las persecuciones de los chicos, que corrían desnudos detrás de él, haciéndole sufrir mil vejaciones. Y para que pasase la noche, le metieron en una cuadra abandonada, donde le echaron, para que comiera, un pan duro y una cebolla. Y al día siguiente se había convertido en burro de verdad, en burro con cola, cascos y orejas. Y le echaron una cuerda al pescuezo, y le pusieron una albarda al lomo y se lo llevaron al campo para que arrastrase el arado. Pero como se mostraba reacio, le confiaron al molinero del pueblo, que en seguida le hizo ponerse en razón, obligándole a dar vueltas a la rueda del molino después de vendarle los ojos. Y estuvo cinco años dando vueltas a la rueda del molino, sin descansar más que el tiempo preciso para comerse su ración de habas y beberse un cubo de agua. Y fueron cinco años de palos, de aguijonazos, de injurias humillantes y de privaciones. Y ya no le quedaba más consuelo y alivio que la serie de cuescos que desde por la mañana hasta por la noche soltaba en respuesta a las injurias, dando vueltas al molino. Y he aquí que de repente se derrumbó el molino, y de nuevo se vió él bajo su prístina forma de hombre y no de burro. Y se paseaba por lo zocos de una ciudad que no conocía; y no sabía adónde ir. Y como ya estaba cansado de andar, buscaba con la vista un sitio en que descansar, cuando un mercader viejo, que por su aspecto comprendió que era extranjero, le invitó cortésmente a entrar en su tienda. Y al ver que estaba fatigado, le hizo sentarse en un banco, y le dijo: "¡Oh extranjero! eres joven y no serás desgraciado en nuestra ciudad, donde los jóvenes son muy apreciados y muy buscados, sobre todo cuando son buenos mozos, como tú. Dime, pues, si estás dispuesto a habitar en nuestra ciudad, cuyas costumbres son muy favorables a los extranjeros que quieren establecerse en ella". Y contestó el sultán Mahmud: "¡Por Alah, que no pido nada mejor que vivir aquí, con tal de que encuentre otra cosa de comer que las habas con que me he alimentado durante cinco años!" Y el viejo mercader le dijo: "¿Qué hablas de habas, ¡oh pobre!? ¡Aquí te alimentarás con cosas exquisitas y reconfortantes para la tarea que tienes que cumplir! ¡Escúchame, pues, con atención, y sigue el consejo que voy a darte!"

Y añadió: "Date prisa a ir a apostarte a la puerta del hammam de la ciudad, que está ahí, a la vuelta de la calle. Y abordando a cada mujer que salga, le preguntarás si tiene marido. ¡Y la que te diga que no lo tiene será tu esposa en el momento, según la costumbre del país! ¡Y sobre todo, ten mucho cuidado de hacer la pregunta a todas las mujeres sin excepción que veas salir del hammam, pues de no hacerlo así correrías el peligro de que te expulsaran de nuestra ciudad!" Y el sultán Mahmud fué a apostarse a la puerta del hammam, y no llevaba mucho rato allí, cuando vió salir a una espléndida jovenzuela de trece años. Y al verla, pensó: "¡Por Alah, que con ésta me consolaría bien de todas mis desdichas!" Y la paró y le dijo: "¡Oh mi señora! ¿eres casada o soltera?" Ella contestó: "Soy casada desde el año pasado". Y he aquí que salía del hammam una vieja de fealdad espantosa. Y a su vista se estremeció de horror el sultán Mahmud, y pensó: "¡Ciertamente, prefiero morir de hambre y volver a ser burro o mozo de carga antes que casarme con esa antigualla! ¡Pero ya que el viejo mercader me ha dicho que haga la pregunta a todas las mujeres, tendré que decidirme a interrogarla a la calamitosa!" Y la abordó y le dijo, volviendo la cabeza: "¿Eres casada o soltera?" Y la espantosa vieja contestó babeando: "Soy casada, ¡oh corazón mío!" ¡Ah! ¡qué peso se quitó él de encima! Y dijo: "Me alegro tanto, ¡oh tía mía!" Y pensó: "¡Alah tenga en Su misericordia al desgraciado extranjero que me ha precedido!" Y la vieja continuó su camino, y he aquí que salió del hammam una estantigua mucho más desagradable que la anterior y mucho más horrible. Y el sultán Mahmud se acercó a ella temblando, y le preguntó: "¿Eres casada o soltera?" Y contestó ella, sonándose con los dedos: "Soy soltera, ¡oh ojos míos!" Y el sultán Mahmud exclamó: "¡Vaya, vaya! pues yo soy un burro, ¡oh tía mía! soy un burro. ¡Mírame las orejas, y la cola, y el zib! Son las orejas, y la cola, y el zib de un burro. ¡Las personas no se casan con los burros!"

Pero la horrible vieja se acercó a él y quiso besarle. Y el sultán Mahmud, en el límite de la repugnancia y del terror, se puso a gritar: "¡No, no, que soy un burro, ya setti, que soy un burro! ¡Por favor, no te cases conmigo, que soy un pobre burro de molino! ¡Ay, ay!" Y haciendo un esfuerzo sobrehumano, sacó la cabeza del estanque.

Y el sultán Mahmud se vió en medio de la sala del trono de su palacio, con su gran visir a la derecha y el jeique extranjero a la izquierda. Y una de sus favoritas le presentaba en una bandeja de oro una copa de sorbete que había pedido algunos instantes antes de la entrada del jeique. ¡Vaya, vaya! ¿conque seguía siendo sultán? ¿conque seguía siendo sultán? ¡Y no podía llegar a creer semejante prodigio! Y se puso a mirar a su alrededor, palpándose y restregándose los ojos. ¡Vaya, vaya! Era hermoso y era el sultán, el propio sultán Mahmud, y no el pobre náufrago, ni el mozo de carga, ni el burro del molino, ni el esposo de la formidable estantigua. ¡Ah! ¡por Alah, que era grato volver a encontrarse sultán después de aquellas tribulaciones! Y cuando abría la boca para pedir la explicación de fenómeno tan extraño, se elevó la voz sorda del puro anciano, que le decía:

"¡Sultán Mahmud, he venido a ti, enviado por mis hermanos los santones del extremo Occidente, para que te des cuenta de los beneficios que el Retribuidor ha hecho caer sobre tu cabeza!"

Y tras de hablar así, desapareció el jeique maghrebín, sin que se supiese si había salido por la puerta o si había volado por las ventanas. Y cuando se hubo calmado su emoción, el sultán Mahmud comprendió la lección que de su señor había recibido. Y comprendió que su vida era buena y que hubiese podido ser el más desgraciado de los hombres. Y comprendió que todas las desgracias que había entrevisto, bajo la mirada dominadora del anciano, hubiesen podido ser desgracias reales de su vida si el Destino lo hubiera querido. Y cayó de rodillas bañado en lágrimas. Y desde entonces ahuyentó de su corazón toda tristeza. Y viviendo en la dicha, repartió dicha en torno suyo. Y tal es la vida real del sultán Mahmud, y tal otra hubiese sido la vida que habría podido llevar a un sencillo cambio del Destino. ¡Porque Alah es el amo Todopoderoso!

Tras de contar así esta historia, Schehrazada se calló. Y exclamó el rey Schahriar: "¡Qué enseñanza guarda para mí lo que contaste, ¡oh Schehrazada!"

Y la hija del visir sonrió, y dijo: "¡Pues esa enseñanza, ¡oh rey! no es nada en comparación de la que encierra EL TESORO SIN FONDO!" Y dijo Schahriar: "¡No sé cuál es ese tesoro, Schehrazada!"


EL TESORO SIN FONDO[editar]

Y dijo Schehrazada:

He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! ¡oh dotado de buenas maneras! que el califa Harún Al-Raschid que era el príncipe más generoso de su época y el más magnífico, a veces tenía la debilidad (¡sólo Alah no tiene debilidades!) de alardear, en la conversación, de que ningún hombre entre los vivos competía con él en generosidad y en mano abierta.

Y he aquí que un día, mientras él se alababa así de los dones que, en suma, no le había concedido el Retribuidor más que para que precisamente usase de ellos con generosidad, el gran visir Giafar alma delicada, no quiso que su señor continuara por más tiempo faltando al deber de la humildad para con Alah.

Y resolvió tomarse la libertad de abrirle los ojos.

Se prosternó, pues, entre sus manos, y después de besar por tres veces la tierra, le dijo:

"¡Oh Emir de los Creyentes! ¡oh corona de nuestras cabezas! perdona a tu esclavo si se atreve a alzar la voz en tu presencia para advertirte que la principal virtud del creyente es la humildad ante Alah, única cosa de que puede estar orgullosa la criatura. Porque todos los bienes de la tierra, y todos los dones del espíritu, y todas las cualidades del alma no son para el hombre más que un simple préstamo del Altísimo (¡exaltado sea!). Y el hombre no debe enorgullecerse de este préstamo más que el árbol por estar cargado de frutos o el mar por recibir las aguas del cielo.

¡En cuanto a las alabanzas que te merece tu munificencia, mejor es que dejes las hagan tus súbditos, que sin cesar dan gracias al cielo por haberles hecho nacer en tu imperio, y que no tienen otro gusto que pronunciar tu nombre con gratitud!"

Luego añadió: "¡Por otra parte!, oh mi señor no creas que eres el único a quien Alah ha cubierto con sus inestimables dones! Sabe, en efecto, que en la ciudad de Bassra hay un joven que, aunque es un simple particular vive con más fasto y magnificencia que los reyes más poderosos. ¡Se llama Abulcassem, y ningún príncipe en el mundo, incluso el Emir de los Creyentes mismo, le iguala en mano abierta y en generosidad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.