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Las mil y una noches:800

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 800: pero cuando llego la 833ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 833ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Hoy, sin embargo, es tarde ya; pero mañana ¡inschalah! te daré diez diamantes exactamente iguales al que me has descrito".

Y, efectivamente, al día siguiente por la mañana el jovenzuelo salió al jardín del palacio, y al cabo de una hora me entregó los diez diamantes, todos exactamente iguales en hermosura al del sultán, tallados en forma de huevo de paloma y puros como el ojo del sol. Y fuí a presentárselos al sultán, diciéndole: "¡Oh mi señor! dispénsame la pequeñez. Pero no me ha parecido bien traer un solo diamante y he creído que debía traer diez. ¡Puedes escoger y tirar luego los que no te gusten". Y el sultán mandó al gran visir que abriera el cofrecillo de esmalte que guardaba aquellas piedras, y quedó maravillado de su brillo y de su hermosura, y muy sorprendido de ver que en realidad había diez, todos exactamente iguales al que poseía él.

Y cuando volvió de su asombro se encaró con el gran visir, y sin dirigirle la palabra le hizo con la mano un gesto que significaba: "¿Qué debo hacer?" Y el visir, de la misma manera, contestó con un gesto que quería decir: "¡Hay que concederle tu hija!"

Y al punto se dieron órdenes para que se hiciesen todos los preparativos de nuestro matrimonio. Y mandaron al kadí y a los testigos que escribieran el contrato de matrimonio acto seguido. Y cuando estuvo extendida esta acta legal me la entregaron, con arreglo al ceremonial de rigor. Y como yo había querido que asistiese a la ceremonia el jovenzuelo, a quien presenté al sultán como pariente cercano mío, me apresuré a enseñarle el contrato con el fin de que lo leyese por mí, ya que yo no sabía leer ni escribir. Y tras de leerlo en voz alta desde el principio hasta el fin, me lo devolvió, diciéndome: "Está conforme a lo establecido y acostumbrado. Y hete aquí casado legalmente con la hija del sultán".

Luego me llamó aparte y me dijo: "¡Bien está todo esto, Mahmud; pero ahora exijo de ti una promesa!" Y contesté: "¡Oh, por Alah! ¿qué promesa puedes pedirme mayor que la de darte mi vida, que ya te pertenece?" Y sonrió y me dijo: "¡Mahmud! No quiero que llegues a consumar el matrimonio mientras yo no te dé permiso para penetrar en ella. ¡Porque antes tengo que hacer una cosa!"

Y contesté: "¡Oír es obedecer!"

Así es que, cuando llegó la noche de la penetración, entré en el aposento de la hija del sultán. Pero, en vez de hacer lo que hacen los esposos en semejante caso, me senté lejos de ella, en un rincón, a pesar del deseo que me embargaba. Y me limité a mirarla desde lejos, detallando con mis ojos sus perfecciones. Y me conduje de tal suerte la segunda noche y la tercera noche, aunque cada mañana, como es costumbre, iba la madre de mi esposa a preguntarle cómo había pasado la noche, diciéndole: "¡Espero de Alah que no habrá habido contratiempos y que se habrá verificado la prueba de tu virginidad!"

Pero mi esposa contestaba: "¡No me ha hecho nada todavía!" Por tanto, a la mañana de la tercera noche la madre de mi esposa se afligió hasta el límite de la aflicción, y exclamó: "¡Oh, qué calamidad para nosotros! ¿por qué nos trata tu esposo de esta manera humillante y persiste en abstenerse de tu penetración? ¿Y qué van a pensar de esta conducta injuriosa nuestros parientes y nuestros esclavos? ¿Y no tendrán derecho a creer que esta abstención se debe a algún motivo inconfesable o a alguna razón tortuosa?" Y llena de inquietud, en la mañana del tercer día fué a contar la cosa al sultán, que dijo: "¡Si esta noche no le quita la doncellez le degollaré!"

Y esta noticia llegó a oídos de mi joven esposa, que fué a contármela.

Entonces no vacilé ya en poner al jovenzuelo al corriente de la situación. Y me dijo: "¡Mahmud, ha llegado el momento oportuno! Pero antes de quitarle la doncellez hay que tener en cuenta una condición, y es que, cuando estés solo con ella, le pidas un brazalete que lleva en el brazo derecho. Y lo cogerás y me lo traerás inmediatamente. Después de lo cual te está permitido llevar a cabo la penetración y complacer a su madre y a su padre".

Y contesté: "¡Escucho y obedezco!"

Y cuando me reuní con ella al llegar la noche, le dije: "Por Alah sobre ti, ¿tienes realmente deseo de que esta noche te dé yo gusto y alegría?" Y me contestó: "Ese deseo tengo en verdad". Y añadí: "¡Dame, entonces, el brazalete que llevas en el brazo derecho!" Y exclamó ella: "Te lo daré; pero no sé qué podrá sobrevenir si abandono entre tus manos este brazalete, que es un amuleto que me dió mi nodriza cuando era yo muy niña". Y así diciendo, se lo quitó del brazo y me lo dió. Y al instante fui a entregárselo a mi amigo el jovenzuelo, que me dijo: "¡Esto es lo que necesitaba! Ahora puedes volver para ocuparte de la penetración".

Y me apresuré a regresar a la cámara nupcial para cumplir mi promesa concerniente a la toma de posesión y dar gusto con ello a todo el mundo.

Y he aquí que, a partir del momento en que penetré junto a mi esposa, que me esperaba completamente preparada en su lecho, ignoro ¡oh hermano mío! lo que me ocurrió. Todo lo que sé es que de pronto vi que mi habitación y mi palacio se derretían como ensueños, y me vi acostado al aire libre en medio de la casa en ruinas adonde había conducido al mono cuando efectué su adquisición. Y estaba despojado de mis ricas vestiduras y medio desnudo entre los andrajos de mi antigua miseria. Y reconocí mi vieja túnica llena de remiendos de telas de todos colores, y mi báculo de derviche mendigo, y mi turbante con tantos agujeros como una criba de mercader de granos. Al ver aquello ¡oh hermano mío! no me di cuenta exacta de lo que significaba, y me pregunté: "Ya Mahmud, ¿estás en estado de vigilia o de sueño? ¿Sueñas o eres realmente Mahmud el derviche mendigo?" Y cuando acabé de recobrar el sentido me levanté y di una sacudida, como había visto hacer al mono la otra vez. Pero seguí siendo quien era, un pobre hijo de pobre y nada más.

Entonces, con el alma dolorida y el espíritu conturbado empecé a caminar sin rumbo, pensando en la inconcebible fatalidad que me había llevado a aquella situación. Y vagando de tal suerte, llegué a una calle poco frecuentada, en donde vi a un maghrebín del Barbar sentado en un alfombrín y teniendo ante sí una esterilla cubierta de papeles escritos y de diversos objetos adivinatorios.

Y yo, contento por aquel encuentro, me acerqué al maghrebín con objeto de que me sacara la suerte y me dijera mi horóscopo, y le dirigí una zalema que me devolvió. Y me senté en tierra con las piernas encogidas, me acurruqué frente a él y le rogué que consultara a lo Invisible con respecto a mí.

Entonces el maghrebín, tras de considerarme con ojos por donde pasaban hojas de cuchillo, exclamó: "¡Oh derviche! ¿eres tú quien ha sido víctima de una execrable fatalidad que te ha separado de tu esposa?" Y exclamé: "¡Ah, ualah! ¡ah ualah! ¡yo mismo soy!" El me dijo: "¡Oh pobre! el mono que compraste en cinco dracmas de plata, y que tan súbitamente se metamorfoseó en un jovenzuelo lleno de gracia y de belleza, no es un ser humano de entre los hijos de Adán, sino un genni de mala calidad. No se ha servido de ti más que para lograr sus fines. Porque has de saber que desde hace mucho tiempo está prendado apasionadamente de la hija del sultán, la misma con quien te ha hecho casarte. Pero como, a pesar de todo su poder, no conseguía acercarse a ella, porque llevaba ella un brazalete talismánico, se ha valido de ti para obtener el brazalete y adueñarse de la princesa impunemente. Pero espero no tardar mucho en destruir el poder peligroso de ese mal sujeto, que es uno de los genios adulterinos que se rebelaron contra la ley de nuestro señor Soleimán (¡con El la plegaria y la paz!) ".

Y tras hablar así, el maghrebín tomó una hoja de papel, trazó en ella caracteres complicados, y me la entregó diciendo: "¡Oh derviche! no dudes de la grandeza de tu destino, anímate y ve al paraje que voy a indicarte. Y allí esperarás a que pase una tropa de personajes, a quienes observarás con atención. ¡Y cuando divises al que parece su jefe le entregarás este billete, y satisfará tus deseos!" Luego me dió las instrucciones necesarias para llegar al paraje de que se trataba, y añadió: "¡En cuanto a la remuneración que me debes, ya me lo darás cuando se cumpla tu destino!"

Entonces, después de dar gracias al maghrebín, cogí el billete y me puse en camino para el paraje que me había indicado. Y a tal fin, anduve toda la noche y todo el día siguiente y parte de la segunda noche. Y llegué entonces a una llanura desierta, donde por toda presencia no había más que el ojo invisible de Alah y la hierba silvestre. Y me senté y esperé con impaciencia lo que iba a ocurrir. Y escuché a mi alrededor como un vuelo de pájaros nocturnos que no veía. Y el escalofrío de la soledad empezaba a hacer temblar mi corazón, y el espanto de la noche llenaba mi alma. Y he aquí que de repente vislumbré a distancia gran número de antorchas que parecían caminar hacia mí ellas solas. Y pronto pude distinguir las manos que las llevaban; pero las personas a quienes pertenecían aquellas manos permanecían invisibles en el fondo de la noche, y no las veían mis ojos. Y de tal suerte pasaron por delante de mí de dos en dos un número infinito de antorchas llevadas por manos sin propietarios. Y por último, vi rodeado de gran número de luces a un rey en su trono, revestido de esplendor. Y llegado que fué delante de mi, me miró y me consideró, en tanto que mis rodillas se entrechocaban de terror, y me dijo: "¿Dónde está el billete de mi amigo el maghrebín barbari?" Y tendí el billete, que desdobló él, mientras se detenía la procesión. Y gritó él a alguien que yo no veía: "¡Ya Atrasch, ven aquí!" Y al punto, saliendo de la sombra, avanzó un mensajero todo equipado, que besó la tierra entre las manos del rey. Y el rey le dijo: "¡Ve en seguida a El Cairo a encadenar al genni Fulano, y tráemele sin tardanza!" Y el mensajero obedeció y desapareció al instante.

Y he aquí que, al cabo de una hora, volvió con el jovenzuelo encadenado, que se había vuelto horrible de mirar y estaba desfigurado hasta dar asco. Y el rey le gritó: "¿Por qué ¡oh maldito! has quitado el bocado de la boca a este adamita? ¿Y por qué te has comido tú el bocado?" Y el otro contestó: "El bocado está intacto todavía, y yo soy quien le ha preparado". Y el rey dijo: "¡Es preciso que al instante devuelvas el brazalete talismánico a este hijo de Adán, pues de no hacerlo así tendrás que entendértelas conmigo!" Pero el genni, que era un cochino obstinado, contestó con altanería: "¡El brazalete lo tengo yo, y no lo tendrá nadie más!" Y así diciendo, abrió una boca como un horno, y echó en ella el brazalete, que desapareció dentro.

Al ver aquello, el rey nocturno alargó el brazo, e inclinándose, cogió al genni por la nuca, y dándole vueltas como a una honda, le lanzó contra tierra, gritándole: "¡Para que aprendas!" Y del golpe le dejó más ancho que largo. Luego mandó a una de las manos portadoras de antorchas que sacara el brazalete de dentro de aquel cuerpo sin vida y me lo devolviera. Lo cual fué ejecutado en el momento.

Y en cuanto estuvo entre mis dedos aquel brazalete, ¡oh hermano mío! el rey y todo su séquito...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.