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Las mil y una noches:799

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 799: y cuando llego la 832ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 832ª NOCHE

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Ella dijo:

... Y he aquí que de repente oí grandes carcajadas en el zoco, y vi una multitud de personas de cara satisfecha y bocas abiertas que se habían agrupado en torno a un hombre que llevaba de una cadena a un mono joven de trasero sonrosado. Y mientras andaba, aquel mono hacía con los ojos, con la cara y con las manos numerosas señas a los que le rodeaban, con el propósito evidente de divertirse a costa de ellos y de hacer que le dieran alfónsigos, garbanzos y avellanas.

Y yo, al ver aquel mono, me dije: "Ya Mahmud, ¿quién sabe si tu destino no está atado al cuello de ese mono? ¡Hete aquí ahora rico con cinco dracmas de plata que vas a gastarte, para dar gusto a tu vientre, de una vez o en dos veces o en tres veces a lo más! ¿No harías mejor, teniendo ese dinero, en comprar a su amo ese mono para hacerte exhibidor de monos y ganar con seguridad tu pan de cada día, en lugar de continuar llevando esta vida de mendicidad a la puerta de Alah?"

Y así pensando, me aproveché de un claro en la muchedumbre para acercarme al propietario del mono, y le dije: "¿Quieres venderme ese mono con su cadena por tres dracmas de plata?" Y me contestó: "¡Me ha costado diez dracmas contantes y sonantes; pero, por ser para ti, te lo dejaré en ocho!" Yo dije: "¡Cuatro!" El dijo: "¡Siete! Yo dije: "¡Cuatro y medio!" El dijo: "¡Cinco, la última palabra! ¡Y ruego por el Profeta!"

Y contesté: “¡Con El las bendiciones, la plegaria y la paz de Alah! ¡Acepto el trato, y aquí tienes los cinco dracmas!" Y abriendo mis dedos, que tenían los cinco dracmas encerrados en el hueco de mi mano con más seguridad que en una arquilla de acero, le entregué la suma, que era todo mi haber y todo mi capital, y en cambio cogí el mono, y me le llevé de la cadena.

Pero entonces reflexioné que no tenía domicilio ni cobijo en que resguardarle, y no había ni que pensar en hacerle entrar conmigo en el patio de la mezquita donde habitaba al aire libre, porque me hubiese echado el guardián a vuelta de muchas injurias para mí y para mi mono. Y entonces me dirigí a una casa vieja en ruinas que no tenía en pie más que tres muros, y me instalé allí para pasar la noche con mi mono. Y el hambre empezaba a torturarme cruelmente, y a aquella hambre venía a sumarse el deseo reconcentrado de golosinas del zoco que no había podido satisfacer y que me sería imposible aplacar en adelante, pues la adquisición del mono me lo había llevado todo. Y mi perplejidad, extremada ya, se duplicaba entonces con la preocupación de alimentar a mi compañero, mi ganapán futuro. Y empezaba a arrepentirme de mi compra, cuando de pronto vi que mi mono daba una sacudida, haciendo varios movimientos singulares. Y en el mismo momento, sin que tuviese tiempo yo de darme cuenta de la cosa, vi, en lugar del repulsivo animal de trasero reluciente, a un jovenzuelo como la luna en su decimocuarto día. Y en mi vida había yo visto una criatura que pudiese compararse con él en hermosura, en gracias y en elegancia. Y erguido en una actitud encantadora, se dirigió a mí, con una voz dulce como el azúcar, diciendo: "¡Mahmud, acabas de gastar en comprarme los cinco dracmas de plata que eran todo tu capital y toda tu fortuna, y en este instante no sabes qué hacer para procurarte algún alimento que nos baste a mí y a ti!"

Y contesté: "Por Alah, que dices verdad, ¡Oh jovenzuelo! Pero ¿cómo es esto? ¿Y quién eres? ¿Y de dónde vienes? ¿Y qué quieres?" Y me dijo sonriendo: "Mahmud, no me hagas preguntas. Mejor será que tomes este dinar de oro y compres todo lo necesario para nuestro regalo. ¡Y sabe, Mahmud, que, en efecto, tu destino, como pensaste, está atado a mi cuello, y vengo a ti para traerte la buena suerte y la dicha!" Luego añadió: "¡Pero date prisa, Mahmud, a ir a comprar de comer porque tenemos mucha hambre tú y yo!" Y al punto ejecuté sus órdenes, y no tardamos en hacer una comida de calidad excelente, la primera de esta especie, para mí desde mi nacimiento. Y como ya iba muy avanzada la noche, nos acostamos uno junto a otro. Y al ver que, indudablemente, era él más delicado que yo, le tapé con mi viejo capote de lana de camello. Y se durmió muy apretado a mí, como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida. Y yo no me atrevía a hacer el menor movimiento por miedo a molestarle o a que creyera en tales o cuales intenciones por mi parte, y a verle entonces recobrar su forma prístina de mono con el trasero desollado. ¡Y por vida mía, que entre el contacto delicioso de aquel cuerpo de jovenzuelo y la piel de cabra de los odres que me habían servido de almohadas desde la cuna, verdaderamente había diferencia! Y me dormí a mi vez, pensando que dormía al lado de mi destino. Y bendije al Donador, que me lo otorgaba bajo su aspecto tan hermoso y seductor.

Al día siguiente el jovenzuelo, que hubo de levantarse más temprano que yo, me despertó y me dijo: "¡Mahmud! ¡Ya es tiempo, después de esta noche pasada de cualquier manera, de que vayas a alquilar en nuestro nombre un palacio que sea el más hermoso entre los palacios de esta ciudad! Y no temas que te falte dinero para comprar los muebles y tapices más caros y más preciosos que encuentres en el zoco". Y contesté con el oído y la obediencia y ejecuté sus órdenes sin pérdida de momento.

He aquí que, cuando estuvimos instalados en nuestra morada, que era la más espléndida de El Cairo, alquilada a su propietario mediante diez sacos de mil dinares de oro, el jovenzuelo me dijo: "¡Mahmud! ¿cómo no te da vergüenza acercarte a mí y vivir a mi lado, vestido de harapos como vas y con el cuerpo sirviendo de refugio a todas las variedades de pulgas y de piojos? ¿Y a qué esperas para ir al hammam a purificarte y a mejorar tu estado? Porque, respecto a dinero, tienes más que el que necesitarían los sultanes dueños de imperios. ¡Y en cuanto a ropa, sólo tienes que tornarte el trabajo de escoger!" Y contesté con el oído y la obediencia, y me apresuré a tomar un baño asombroso, y salí del hammam ligero, perfumado y embellecido.

Cuando el jovenzuelo me vió reaparecer ante él, transformado y vestido con ropas de la mayor riqueza, me contempló detenidamente y quedó satisfecho de mi apostura. Luego me dijo: "¡Mahmud! así es como quería verte. ¡Ven a sentarte ahora junto a mí!" Y me senté junto a él, pensando para mi ánima: "¡Vaya! ¡me parece que ha llegado el momento!" Y me dispuse a no rezagarme de ninguna manera ni por ningún estilo.

Y he aquí que, al cabo de un momento, el jovenzuelo me dió amigablemente en el hombro, y me dijo: "¡Mahmud!" Y contesté: "¡Ya sidi!" El me dijo: "¿Que te parecería que llegara a ser tu esposa una jovenzuela hija de rey más hermosa que la luna del mes de Ramadán?" Yo dije: "La tendría por muy bienvenida, ¡oh mi señor!" El dijo: "¡En ese caso, levántate, Mahmud, toma este paquete y ve a pedir en matrimonio su hija mayor al sultán de El Cairo! ¡Porque está escrita en tu destino ella! Y al verte comprenderá su padre que eres tú quien tiene que ser esposo de su hija. ¡Pero, al entrar, no te olvides de ofrecer al sultán, como presente, este paquete, después de las zalemas!" Y contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y sin vacilar un instante, pues que tal era mi destino, tomé conmigo un esclavo para que me llevara el paquete por el camino, y me presenté en el palacio del sultán.

Y al verme vestido con tanta magnificencia, los guardias de palacio y los eunucos me preguntaron respetuosamente qué deseaba. Y cuando se informaron de que yo deseaba hablar al sultán y llevaba un regalo para entregárselo en propia mano, no pusieron ninguna dificultad para hacer, en mi nombre, una petición de audiencia e introducirme a su presencia al punto. Y yo, sin perder la serenidad, como si toda mi vida hubiese sido comensal de reyes, dirigí la zalema al sultán con mucha deferencia, pero sin ridiculeces, y él me la devolvió con una actitud graciosa y benévola. Y tomé el paquete de manos del esclavo, y se lo ofrecí, diciendo: "¡Dígnate aceptar este modesto presente, ¡oh rey del tiempo! aunque no vaya por el camino de tus méritos, sino por el humilde sendero de mi incapacidad!" Y el sultán mandó a ver qué contenía. Y vió joyeles y atavíos y adornos de una magnificencia tan increíble como nunca hubo de verlos. Y maravillado, prorrumpió en exclamaciones referentes a la hermosura de aquel regalo, y me dijo: "¡Queda aceptado! Pero date prisa a manifestarme qué deseas y qué puedo darte en cambio. ¡Porque los reyes no deben quedarse atrás en liberalidades y atenciones!" Y sin esperar a más, contesté: "¡Oh rey del tiempo ¡mi deseo es llegar a ser conexo y pariente tuyo en tu hija mayor, esa perla escondida, esa flor en su cáliz, esa virgen sellada y esa dama oculta en sus velos!"

Cuando el sultán hubo oído mis palabras y comprendido mi demanda, me miró durante una hora de tiempo y me contestó: "¡No hay inconveniente!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "¿Qué te parece la demanda de este eminente señor? ¡En ciertos signos de su fisonomía conozco que viene enviado por el Destino para ser mi yerno!" Y contestó el visir interrogado: "¡Las palabras del rey están por encima de nuestra cabeza! Y no es el señor una conexión indigna de nuestro amo ni una parentela para rechazarla. ¡Nada más lejos de eso! ¡Pero acaso fuera mejor, no obstante este regalo, pedirle una prueba de su poderío y su capacidad!" Y el sultán le dijo: "¿Qué tengo que hacer para ello? Aconséjame, ¡oh visir!"

El aludido dijo: "Mi opinión ¡oh rey del tiempo! es que le enseñes el diamante más hermoso del tesoro y no le concedas en matrimonio tu hija la princesa más que con la condición de que, para presente de boda traiga un diamante del mismo valor".

Entonces yo, aunque estaba muy violentamente emocionado en mi interior por todo aquello, pregunté al sultán: "Si traigo una piedra que sea hermana de ésta y de todo punto igual, ¿me darás a la princesa?"

El me contestó: "Si realmente me traes una piedra idéntica a ésta, mi hija será tu esposa". Y examiné la piedra, la di vueltas en todos sentidos y la retuve en mi imaginación. Luego se la devolví al sultán y me despedí de él, pidiéndole permiso para volver al día siguiente.

Y cuando llegué a nuestro palacio me dijo el jovenzuelo: "¿Cómo va el asunto?" Y le puse al corriente de lo que había pasado, describiéndole la piedra como si la tuviese entre mis dedos. Y me dijo: "La cosa es fácil. Hoy, sin embargo, es tarde ya; pero mañana ¡inschalah! te daré diez diamantes exactamente iguales al que me has descrito ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.