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Las mil y una noches:804

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 804: pero cuando llego la 836ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 836ª NOCHE

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Ella dijo:

... Y transcurría mi vida de tal suerte, entre placeres violentos y torneos de amor, cuando una siesta, estando yo en mi tienda, con permiso de mi esposa, al echar una mirada a la calle divisé a una joven tapada con el velo, que avanzaba hacia mí de manera ostensible. Y cuando llegó delante de mi tienda me dirigió la más graciosa zalema, y me dijo: "¡Oh mi señor! mira este gallo de oro adornado de diamantes y de piedras preciosas, que he ofrecido en vano, por el precio de coste, a todos los mercaderes del zoco. Pero son gentes sin gusto ni delicadeza de apreciación, pues me han contestado que una joya así no es de fácil venta y que no podrían colocarla ventajosamente. ¡Por eso vengo a ofrecértela a ti, que eres hombre de gusto, por el precio que quieras ofrecerme tú mismo!"

Y contesté: "Tampoco yo tengo ninguna necesidad de este joyel. Pero, para darte gusto, te ofreceré por él cien dinares, ni uno más ni uno menos". Y contestó la joven: "Tómalo. pues, y que sea para ti una compra ventajosa!" Y aunque realmente no tenía yo el menor deseo de adquirir aquel gallo de oro, pensé, no obstante, que aquella figura le gustaría a mi esposa por recordarle mis cualidades fundamentales, y fui a mi armario y cogí los cien dinares de trato. Pero cuando quise ofrecérselos a la joven, los rehusó ella, diciéndome: "En verdad que no tienen ninguna utilidad para mí, y no deseo otro pago que el derecho de darte un solo beso en la mejilla. Y éste es mi único deseo, ¡oh joven!" Y me dije para mí: "¡Por Alah, que un solo beso en mi mejilla por una alhaja que vale más de mil dinares de oro es un precio tan singular como barato!" Y no vacilé en dar mi consentimiento.

Entonces la joven ¡oh mi señor! avanzó hacia mí, y levantándose el velillo del rostro me dió un beso en la mejilla -¡ojalá le resultase delicioso!-; pero al mismo tiempo, como si se le hubiese abierto el apetito al probar mi piel, clavó en mi carne sus dientes de tigre joven, y me dió un mordisco cuya cicatriz tengo todavía. Luego se alejó riendo con risa de satisfacción, mientras yo me limpiaba la sangre que corría por mi mejilla. Y pensé: "¡Tu caso ¡oh! es un caso sorprendente! ¡Y pronto verás cómo todas las mujeres del zoco vienen a pedirte, quién una muestra de tu mejilla, quién una muestra de tu mentón, quién una muestra de lo que tú sabes, y quizás valga más, en ese caso, arrinconar tus mercancías para no vender ya más que pedazos de ti mismo!" Y llegada que fué la noche, medio risueño, medio furioso, salí al encuentro de la vieja, que me esperaba, como de ordinario, en la esquina de nuestra calle, y que, después de haberme puesto una venda en los ojos, me condujo al palacio de mi esposa. Y por el camino la oí que refunfuñaba entre dientes palabras confusas que me parecieron amenazas; pero pensé: "¡Las viejas son personas a quienes gusta gruñir y que pasan sus viejos días decrépitos murmurando de todo y chocheando!"

Al entrar en casa de mi esposa la encontré sentada en la sala de recepción, con los párpados contraídos y vestida de pies a cabeza de color rojo escarlata, como el que llevan los reyes en sus horas de ira. Y tenía el continente agresivo y el rostro revestido de palidez. Y al ver aquello dije para mí: "¡Oh Conservador, resguárdame!" Y sin saber a qué atribuir aquella actitud hostil, me acerqué a mi esposa, quien, en contra de su costumbre, no se había levantado para recibirme y me volvía la cabeza; y ofreciéndole el gallo de oro que acababa de adquirir, le dije: "¡Oh mi señora! acepta este precioso gallo, que es un objeto verdaderamente admirable, y que es curioso mirar; porque le he comprado para que te recrees con él". Pero al oír estas palabras se oscureció su frente y sus ojos se entenebrecieron, y antes de que yo tuviese tiempo de evadirme, recibí una bofetada tan terrible que me hizo girar como un trompo y por poco me rompe la mandíbula izquierda. Y me gritó: "¡Oh perro hijo de perro! si realmente has comprado este gallo, ¿a qué obedece ese mordisco que tienes en la mejilla?"

Y yo, aniquilado por la sacudida del violento bofetón, me sentí en peligro, y tuve que hacer grandes esfuerzos sobre mí mismo para no caerme cuan largo era. Pero aquello no era más que el principio, ¡oh mi señor! no era ¡ay! más que el principio del principio. Porque vi que a una seña de mi esposa, se abrían los cortinajes del fondo y entraban cuatro esclavas conducidas por la vieja. Y llevaban el cuerpo de una joven con la cabeza cortada y colocada en medio de su cuerpo. Y al instante reconocí en aquella cabeza la de la joven que me había dado la alhaja a cambio de un mordisco. Y la vista de aquella acabó de derretirme, y rodé por el suelo sin conocimiento. Cuando volví en mí, ¡oh señor sultán! me vi encadenado en este maristán. Y los celadores me enteraron de que me había vuelto loco. Y no me dijeron nada más.

Y tal es la historia de mi presunta locura y de mi encarcelamiento en esta casa de locos. Y Alah es quien os envía a ambos, ¡oh mi señor sultán! y tú, ¡oh prudente y juicioso visir! para sacarme de aquí. Y por la lógica o la incoherencia de mis palabras podréis juzgar si realmente estoy poseído por el espíritu, o si estoy siquiera atacado de delirio, de manía o de idiotez, o si estoy, en fin, sano de entendimiento".

Cuando el sultán y su visir, que era el antiguo sultán-derviche adulterino, oyeron la historia del joven, quedaron pensativos, con la frente baja y los ojos fijos en el suelo durante una hora de tiempo. Tras de lo cual el sultán fué el primero que levantó la cabeza, y dijo a su acompañante: "¡Oh visir mío! por la verdad de Quien me hizo gobernante de este reino, juro que no tendré reposo y no comeré ni beberé sin haber dado con la joven que se casó con este joven. Apresúrate, pues, a decirme qué tenemos que hacer para ello". Y contestó el visir: "¡Oh rey del tiempo! es preciso que nos llevemos sin tardanza a este joven, abandonando momentáneamente a los otros dos jóvenes encadenados, y que recorramos con él las calles de la ciudad de oriente a occidente y de derecha a izquierda, hasta que encuentre él la entrada de la calle en donde la vieja acostumbraba a vendarle los ojos. Y entonces le vendaremos los ojos, y se acordará él del número de pasos que daba en compañía de la vieja, y de tal suerte nos hará llegar ante la puerta de la casa, a la entrada de la cual le quitaban la venda. Y allá nos iluminará Alah acerca de la conducta que debemos observar en tan delicado asunto".

Y dijo el sultán: "Sea conforme a tu consejo, ¡oh visir mío lleno de sagacidad!" Y se levantaron ambos al instante, hicieron caer las cadenas del joven y se le llevaron fuera del maristán. Y todo sucedió según las previsiones del visir. Porque, después de recorrer gran número de calles de diversos barrios, acabaron por llegar a la entrada de la calle consabida, la cual reconoció sin dificultad el joven. Y con los ojos vendados como otras veces, supo calcular los pasos, e hizo que se parasen ante un palacio cuya vista sumió al sultán en la consternación. Y exclamó: "Alejado sea el Maligno, ¡oh visir mío! Este palacio está habitado por una esposa entre las esposas del antiguo sultán de El Cairo, el que me ha legado el trono a falta de hijos varones en su posteridad. ¡Y esta esposa del antiguo sultán, padre de mi mujer, habita aquí con su hija, que indudablemente será la joven que se ha casado con este joven! Alah es el más grande, ¡oh visir! ¡Por lo visto, está escrito en el destino de todas las hijas de reyes que se casen con cualquiera, como nosotros mismos lo hemos sido! ¡Los decretos del Retribuidor siempre están justificados; pero ignoramos los motivos a que obedecen!" Y añadió: "Apresurémonos a entrar para saber la continuación de este asunto". Y llamaron en la puerta con la aldaba de hierro, que hubo de resonar. Y dijo el joven: "¡Bien recuerdo este sonido!" Y al punto abrieron la puerta unos eunucos, que se quedaron absortos al reconocer al sultán, al gran visir y al joven, esposo de su señora...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente