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Las mil y una noches:805

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 805: y cuando llego la 837ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 837ª NOCHE

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Ella dijo:

... Y llamaron con la aldaba de hierro, y al punto abrieron la puerta unos eunucos, que se quedaron absortos al reconocer al sultán, al gran visir y al joven, esposo de la joven. Y uno de ellos echó a correr para prevenir a su señora de la llegada del soberano y de sus acompañantes.

Entonces la joven se engalanó y arregló y salió del harén, y fué a la sala de recepción para rendir sus homenajes al sultán, esposo de su hermana de padre, pero no de madre, y besarle la mano. Y el sultán la reconoció, efectivamente, e hizo un signo de inteligencia a su visir. Luego dijo a la princesa: "¡Oh hija del tío! Alah me libre de hacerte reproches por tu conducta, pues el pasado pertenece al Dueño del cielo, y sólo el presente nos pertenece. Por eso deseo al presente que te reconcilies con este joven, esposo tuyo, que es un joven que posee preciosas cualidades fundamentales y que, sin guardarte rencor ninguno, no pide más que volver a tu gracia. Por otra parte, te juro por los méritos de mi difunto tío el sultán, tu padre, que tu esposo no ha cometido falta grave contra el pudor conyugal. ¡Y ya ha expiado bien duramente la debilidad de un momento!" Y contestó la joven: "Los deseos de nuestro señor sultán son órdenes y están por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos". Y el sultán se alegró mucho de aquella solución, y dijo: "Siendo así, ¡oh hija del tío! nombro a tu esposo mi primer chambelán. Y en adelante será mi comensal y mi compañero de copa. Y le enviaré a ti esta misma noche, a fin de que realicéis ambos, sin testigos molestos, la reconciliación prometida. ¡Pero permíteme que por el momento me le lleve, porque tenemos que escuchar juntos las historias de sus dos compañeros de cadena!" Y se retiró, añadiendo: "Desde luego, queda convenido entre vosotros dos que en lo sucesivo le dejarás ir y venir libremente, sin venda en los ojos, y por su parte promete él que jamás, bajo ningún pretexto, se dejará besar por una mujer, sea casada o doncella".

"Y éste es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- el final de la historia que contó al sultán y a su visir el primer joven, el que leía el libro en el maristán. ¡Pero en cuanto al segundo joven, uno de los dos que escuchaban la lectura, he aquí lo referente a él!"

Cuando el sultán, así como el visir y el nuevo chambelán, estuvieron de vuelta en el maristán, se sentaron en tierra frente al segundo joven, diciendo: "Ahora te toca a ti". Y el segundo joven dijo:


HISTORIA DEL SEGUNDO LOCO

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"¡Oh nuestro señor sultán, y tú, juicioso visir, y tú, antiguo compañero mío de cadena! Sabed que el motivo de mi encarcelamiento en este maristán es todavía más sorprendente que el que conocéis ya, porque si este compañero mío fué encerrado como loco sin estarlo, fué por culpa suya y a causa de su credulidad y confianza en sí mismo. ¡Pero si yo he pecado ha sido precisamente por el exceso contrario, como vais a ver, siempre que queráis permitirme proceder con orden!" Y el sultán y su visir y su nuevo chambelán, que era el antiguo loco primero, contestaron de común acuerdo: "¡Desde luego!" Y el visir añadió: "Por cierto que, cuando más orden pongas en tu relato quedaremos mejor dispuestos para considerar que estás comprendido injustamente en el número de los locos y los dementes".

Y el joven comenzó su historia en estos términos:

"Sabed, pues, ¡oh señores míos y corona de mi cabeza! que también yo soy un mercader hijo de mercader, y que antes de que me arrojasen a este maristán tenía en el zoco una tienda, donde vendía brazaletes y adornos de todas clases a las mujeres de los señores ricos. Y en la época en que comienza esta historia no tenía yo más que dieciséis años de edad, y ya estaba reputado en el zoco por mi gravedad, mi honestidad, mi cabeza pesada y mi seriedad con los negocios. Y nunca trataba yo de entablar conversación con las damas clientes mías; y no les decía más que las palabras precisas para ultimar los tratos. Y además practicaba los preceptos del Libro, y nunca levantaba los ojos para mirar a una mujer entre las hijas de los musulmanes. Y los mercaderes me citaban como ejemplo a sus hijos cuando les llevaban consigo por primera vez al zoco. Y más de una madre se había ya puesto al habla con mi madre, pensando en mí para algún matrimonio honorable. Pero mi madre se reservaba la respuesta para mejor ocasión, y eludía la cuestión, pretextando mi poca edad y mi calidad de hijo único y mi temperamento delicado.

Un día estaba yo sentado ante mi libro de cuentas y repasaba el contenido, cuando vi entrar en mi tienda una remilgada negrita, que, después de saludarme con respeto, me dijo: "¿Es ésta la tienda del señor mercader Fulano?" y yo dije: "¡Esta es, en verdad!" Entonces ella, con precauciones infinitas y mirando prudentemente a derecha y a izquierda con sus ojos de negra, se sacó del seno un billetito, que me tendió, diciendo: "Esto de parte de mi señora. Y aguarda el favor de una respuesta". Y entregándome el papel se mantuvo a distancia en espera de mi contestación.

Y yo, después de desdoblar el billete, lo leí, y me encontré con que contenía una oda escrita en versos inflamados en loor y honor míos. Y los versos finales formaban con su trama el nombre de la que se decía enamorada de mí.

Entonces, ¡oh mi señor sultán! me mostré extremadamente enfadado por aquella audacia, y estimé que era un atentado grave a mi buena conducta, o acaso una tentativa para arrastrarme a alguna aventura peligrosa o complicada. Y cogí aquella declaración, y la rompí, y la pisotee. Luego avancé hacia la negrita, y la cogí de una oreja, y le administré algunos bofetones y algunos torniscones bien dados. Y rematé el correctivo dándole un puntapié que la hizo rodar fuera de mi tienda. Y la escupí en el rostro muy ostensiblemente, con objeto de que viesen mi acción todos mis vecinos y no pudiesen dudar de mi honradez y de mi virtud, y le grité: "¡Ah! ¡hija de los mil cornudos de la impudicia, ve a contar todo eso a tu señora, la hija de alcahuetes!" Y al ver aquello todos mis vecinos murmuraron entre sí con admiración; y uno de ellos me mostró con el dedo a su hijo, diciéndole: "¡Caiga la bendición de Alah sobre la cabeza de este joven virtuoso! ¡Ojalá ¡oh hijo mío! llegaras tú a saber a su edad rechazar las ofertas de las malignas y los perversos que acechan a los jóvenes hermosos!"

Y he aquí ¡oh señores míos! lo que hice a los dieciséis años. Y sólo ahora es cuando veo con lucidez todo lo que mi conducta tuvo de grosera, desprovista de discernimiento, llena de estúpida vanidad y de amor propio fuera de lugar, hipócrita, cobarde y brutal. Y aunque más tarde hube de experimentar sinsabores, como consecuencia de aquella tontería, considero que merecí más aún, y que esta cadena, que actualmente llevo al cuello por un motivo distinto en absoluto, debió serme infligida a raíz de aquel primer acto insensato. Pero, de todos modos, no quiero confundir el mes de Chabán con el mes de Ramadán, y continúo procediendo con orden en el relato de mi historia.

Pues bien, ¡oh mis señores! tras de aquel incidente transcurrieron días y meses, y me convertí en todo un hombre. Y hube de conocer a las mujeres y todo lo consiguiente, aunque era soltero; y sentía que había llegado en realidad el momento de elegir una joven que fuese mi esposa ante Alah y madre de mis hijos. Por cierto que había de quedar bien servido, como vais a oír. Pero no anticiparé nada, y procederé con orden.

En efecto, una siesta vi acercarse a mi tienda, entre cinco o seis esclavas blancas que la servían de cortejo, a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, contoneándose con nobleza y coquetería...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.