Las mil y una noches:806
PERO CUANDO LLEGO LA 838ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, contoneándose con nobleza y coquetería. Y como una reina, entró en mi tienda, seguida de sus esclavas, y se sentó después de favorecerme con una zalema graciosa. Y me dijo ¡Oh joven! ¿tienes un buen surtido de adornos de oro y plata?" Y contesté: "¡Oh mi señora! ¡los tengo de todas las especies posibles y de las demás!" Entonces me pidió que le enseñara anillos de oro para los tobillos. Y le llevé lo más hermoso y más pesado que tenía en anillos de oro para los tobillos. Y les echó una mirada distraída y me dijo: "¡Pruébamelos!" Y al punto se bajó una de sus esclavas y levantándole la orla de su traje de seda descubrió ante mis ojos el tobillo más fino y más blanco que salió de los dedos del Creador. Y le probé los anillos; pero no pude encontrar en mi tienda ninguno bastante estrecho para la finura de sus piernas moldeadas en el molde de la perfección. Y al ver mi azoramiento ella sonrió y dijo: "No te importe, ¡oh joven! Ya te tomaré otra cosa. Pero el caso es que me habían dicho en mi casa que yo tenía las piernas de elefante. ¿Es verdad eso?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti y sobre la perfección de tus tobillos, ¡oh mi señora! ¡Al verlos se moriría de envidia la gacela!" Entonces me dijo ella: "¡Enséñame brazaletes!" Y con los ojos llenos todavía de la visión de sus tobillos adorables y de sus piernas de perdición, busqué lo más fino y más estrecho que tenía en brazaletes de oro y de esmalte, y se lo traje. Pero me dijo ella: "Pruébamelos tú mismo. Estoy muy cansada hoy".
Y al punto se precipitó una de sus esclavas a alzar las mangas de su señora. Y a mis ojos apareció un brazo ¡ay! ¡ay! como un cuello de cisne, más blanco y más liso que el cristal y rematado por una muñeca y una mano y unos dedos ¡ay! ¡ay! de azúcar cande, ¡oh mi señor! de dátiles confitados, una alegría para el alma, una delicia, una pura delicia suprema. E inclinándome, probé mis brazaletes en aquel brazo milagroso. Pero los más estrechos, los confeccionados para manos de niño, bailaban vergonzosamente en sus finas muñecas transparentes; y me apresuré a retirarlos, temeroso de que su contacto lastimase aquella piel cándida. Y sonrió ella de nuevo al ver mi confusión, y me dijo: "¿Qué has visto, ¡oh joven!? ¿Soy manca, o acaso tengo manos de pato, o quizá un brazo de hipopótamo?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre la redondez de tu brazo blanco, y sobre la forma de tus dedos de hurí, ¡oh mi señora!" Y me dijo ella: "¿Verdad que sí? Pues, sin embargo, en casa me afirmaron lo contrario con frecuencia".
Luego añadió: "Enséñame collares y colgantes de oro". Y tambaleándome sin haber probado el vino, me apresuré a mostrarle lo más rico y ligero que tenía yo en collares y colgantes de oro.
Y al punto, con religioso cuidado, una de sus esclavas descubrió, al mismo tiempo que el cuello de su ama, parte de su pecho. Y los dos senos, ¡ah! ¡ah! los dos a la vez, ¡oh mi señor! los dos pechitos de marfil rosa, aparecieron redondos y erguidos sobre la nieve deslumbradora del pecho; y se dirían colgados del cuello de mármol puro, como dos hermosos niños gemelos colgados al cuello de su madre. Y al ver aquello no pude por menos de gritar, volviendo la cabeza: "¡Tapa, tapa! ¡Que Alah corra sus velos!" Y me dijo ella: "¿Es que no vas a probarme los collares y colgantes? ¡Pero no te importe! Ya te tomaré otra cosa. Sin embargo, dime antes si soy deforme, o tetuda como la hembra del búfalo, y negra y velluda. ¿O acaso estoy tan flaca y seca como un pescado salado, y tan lisa como el banco de un carpintero?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tus carnes ocultas, y sobre tus frutos ocultos, y sobre toda tu hermosura oculta, ¡oh mi señora!" Y dijo ella: "¿Entonces me han engañado los que me afirmaron a menudo que no podía encontrarse nada más feo que mis formas ocultas?" Y añadió: "Está bien; pero ya que no te atreves ¡oh joven! a probarme estos collares de oro y estos colgantes, ¿podrías, al menos, probarme cinturones?"
Y luego de traerle lo más flexible y ligero que tenía en cinturones de filigrana de oro, los puse a sus pies discretamente. Pero me dijo ella: "¡No, no! ¡por Alah, pruébamelos tú mismo!" Y yo ¡oh mi señor sultán! tuve que responder con el oído y la obediencia, y adivinando de antemano cuál sería la finura de aquella gacela, escogí el cinturón más pequeño y más estrecho, y por encima de sus trajes y velos se lo ceñí al talle. Pero aquel cinturón, confeccionado de encargo para una princesa niña, resultaba muy ancho para aquel talle tan fino que no proyectaba sombra en el suelo, y tan derecho que habría causado la desesperación de un escriba de la letra alef, y tan flexible que habría hecho secarse de despecho al árbol ban, y tan tierno que habría hecho derretirse de envidia a un rollo de manteca fina, y tan gracioso que habría puesto en fuga, avergonzado, a un tierno pavo real, y tan ondulante que habría hecho perderse al tallo del bambú. Y al ver que no lograba mi propósito, me quedé muy perplejo y no supe cómo excusarme.
Pero me dijo ella: "Por lo visto, debo ser contrahecha, con una joroba doble por detrás y una joroba doble por delante, con un vientre de forma innoble y una espalda de dromedario!" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tu talle, y sobre lo que le precede, y sobre lo que le acompaña, y sobre todo lo que le sigue. ¡oh mi señora!" Y ella me dijo: "Estoy asombrada, ¡oh joven! ¡Porque en casa me han confirmado a menudo esta opinión desventajosa de mí misma! ¡De todos modos, ya que no puedes encontrar cinturón para mí, creo que no te será imposible encontrar pendientes de anilla y un frontal de oro para sujetarme los cabellos!" Y así diciendo, se levantó por sí misma el velillo del rostro, e hizo aparecer a mi vista su cara, que era la luna llena en su decimocuarta noche. Y al ver aquellas dos piezas preciosas de sus ojos babilónicos, y sus mejillas de anémona, y su boquita, estuche de coral, que encerraba un brazalete de perlas, y todo su rostro conmovedor, se me paró la respiración y no pude hacer un movimiento para buscar lo que me pedía. Y sonrió ella, y me dijo: "Comprendo ¡oh joven! que te hayas asombrado de mi fealdad. Ya sé, porque me lo han repetido muchas veces, que mi rostro es de una fealdad espantosa, picado de viruela y apergaminado, que soy tuerta del ojo derecho y bizca del ojo izquierdo, que tengo una nariz gorda y horrible, y una boca fétida, con los dientes desencajados y movibles, y, por último, que estoy mutilada y rapada de orejas. ¡Y no hay para qué hablar de mi piel, que es sarnosa, ni de mis cabellos, que son lacios y quebradizos, ni de todos los horrores invisibles de mi interior!"
Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, ¡oh mi señora! y sobre tu belleza invisible, ¡oh revestida de esplendor! y sobre tu pureza, ¡oh hija de los lirios! y sobre tu olor, ¡oh rosa! y sobre tu brillo y tu blancura, ¡oh jazmín! y sobre cuanto en ti puede verse, olerse o tocarse. ¡Y dichoso aquel que pueda verte, olerte o tocarte!"
Y me quedé aniquilado de emoción, ebrio con una embriaguez mortal.
Entonces la joven de amor me miró con una sonrisa de sus ojos rasgados, y me dijo: "¡Ay! ¡ay! ¿por qué, pues, me detesta mi padre hasta el punto de atribuirme todas las fealdades que te he enumerado? Porque es mi mismo padre, y no otro, quien me ha hecho creer siempre en todos esos presuntos horrores de mi persona. ¡Pero loado sea Alah, que me demuestra lo contrario por intervención tuya! Porque ahora estoy convencida de que no me ha engañado mi padre, sino que es presa de una alucinación que le hace verlo todo feo en torno mío. Y para desembarazarse de mi vista, que le pesa, está dispuesto a venderme como a una esclava en el mercado de esclavas de desecho". Y yo ¡oh mi señor! exclamé: "¿Y quién es tu padre, ¡oh soberana de la belleza!?" Ella me contestó: "¡El jeique al-Islam en persona!"
Y exclamé inflamado: "Entonces, por Alah, mejor que venderte en el mercado de esclavas, ¿no consentiría en casarte conmigo?"
Ella dijo: "Mi padre es un hombre íntegro y concienzudo. ¡Y como se imagina que su hija es un monstruo repelente, no querrá tener sobre la conciencia la unión de ella con un joven como tú! Pero puedes, a pesar de todo, aventurar tu petición. Y a tal fin, voy a indicarte el medio de que te has de valer para tener más probabilidades de convencerle".
Y tras de hablar así, la joven del perfecto amor reflexionó un momento, y me dijo: "¡Escucha! Cuando te presentes a mi padre, que es el Jeique al-Islam, y le hagas tu petición de matrimonio, te dirá seguramente: "¡Oh hijo mío! conviene que abras los ojos. Has de saber que mi hija es una impedida, una lisiada, una jorobada, una..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "Mi hija es tuerta, desorejada, repugnante, coja, babosa, meona..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Oh pobre! mi hija es antipática, viciosa, pedorrera, mocosa..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Pero si no sabes ¡oh pobre! que mi hija es bigotuda, barriguda, tetuda, manca, contrahecha de un pie, bizca del ojo izquierdo, con nariz gorda y aceitosa, con la cara picada de viruela, con la boca fétida, con los dientes desencajados y movibles, mutilada por dentro, calva, espantosamente sarnosa, un horror absolutamente, una abominable maldición!"
Y tras de dejarle que acabe de verter sobre mí esta horrible cuba de dicterios, le dirás: "¡Vaya, por Alah, que me place, que me place..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.