Las mil y una noches:811

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 811: historia del tercer loco

HISTORIA DEL TERCER LOCO[editar]

"Has de saber, ¡oh mi soberano señor! y tú, ¡oh visir de buen consejo! vosotros, honrados chambelanes, antiguos compañeros míos de cadena, sabed que mi historia no tiene ninguna relación con las que se acaban de contar, porque si mis dos compañeros han sido víctimas de unas jóvenes, a mí me ha ocurrido una cosa muy distinta. Ya comprobaréis mi aserto por vosotros mismos.

Es el caso ¡oh señores míos! que era yo un niño todavía cuando mi padre y mi madre fallecieron en la misericordia del Retribuidor. Y fuí recogido por vecinos misericordiosos, pobres como nosotros, que no podían gastar en mi instrucción por no tener lo necesario, y me dejaban vagabundear por las calles, con la cabeza al aire y las piernas desnudas, sin tener por todo vestido más que media camisa de cotonada azul. Y no debía ser yo repugnante a la vista, porque los transeúntes que me veían recocerme al sol, a menudo se paraban para exclamar: "¡Alah preserve del mal de ojo a este niño! Es tan hermoso como un trozo de luna". Y a veces algunos de ellos me compraban halawa con garbanzos o caramelo amarillo y flexible, de ese que se estira como un bramante, y al dármelo me acariciaban en la mejilla, o me pasaban la mano por la cabeza, o me tiraban cariñosamente del mechón que tenía yo en medio de mi cráneo pelado. Y yo abría una boca enorme y me tragaba de un bocado toda la confitura. Lo cual hacía prorrumpir en exclamaciones admirativas a los que me miraban y abrir lo ojos con envidia a los pilluelos que jugaban conmigo. Y de tal suerte llegué a los doce años de edad.

Un día entre los días había yo ido con mis camaradas habituales a buscar nidos de gavilán y de cuervo en los tejados de las casas ruinosas, cuando divisé dentro de una choza recubierta con ramajes de palmera, en el fondo de un patio abandonado, la forma indecisa e inmóvil de un ser vivo. Y como sabía que los genn y los mareds frecuentan las casas desiertas, pensé: "¡Este es un mared!" Y poseído de espanto, bajé a escape del tejado de la ruina y quise echar a correr para distanciarme de aquel mared. Pero de la choza salió una voz muy dulce, que me llamó, diciendo: "¿Por qué huyes, hermoso niño? ¡Ven a probar la sabiduría! Ven a mí sin miedo. No soy ni un genn ni un efrit, sino un ser humano que vive en la soledad y en la contemplación. Ven, hijo mío, que te enseñaré la sabiduría...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.