Las mil y una noches:823

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 823: pero cuando llego la 854ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 854ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... alimentó una envidia biliosa y sintió que se le rompía de despecho la bolsa de la hiel. Y se irguió en aquella hora y en aquel instante, y corrió a casa de su hermano para ver por sus propios ojos lo que tenía que ver allí.

Y encontró a Alí Babá con el pico en la mano todavía, pues acababa de guardar su oro. Y abordándole sin dirigirle la zalema y sin llamarle por su nombre ni por su apellido y sin tratarle siquiera de hermano, pues se había olvidado de tan próximo parentesco desde que se casó con el rico producto de la alcahueta, le dijo: "¡Ah! ¿con que así ¡oh padre de los asnos! te haces el reservado y el misterioso con nosotros? ¡Sí, continúa simulando pobreza y miseria y haciéndote el menesteroso delante de la gente para medir luego el oro en tu yacija de piojos y chinches como el tratante en granos mide su grano!"

Al oír estas palabras, Alí Babá llegó al límite de la turbación y de la perplejidad, no porque fuese avaro o interesado, sino porque temía la maldad y la avidez de ojos de su hermano y de la esposa de su hermano, y contestó: "¡Por Alah sobre ti, no sé a qué aludes! ¡Explícate, pues, pronto, y no me faltarán para ti franqueza y buenos sentimientos, por más que desde hace años hayas olvidado tú el lazo de la sangre y vuelvas la cara cuando te encuentras con la mía y con la de mis hijos!"

Entonces dijo el imperioso Kassim: "¡No se trata de eso ahora, Alí Babá! ¡Se trata solamente de que no finjas ignorancia conmigo, porque estoy enterado de lo que tienes interés en mantener oculto!" Y mostrándole el dinar de oro untado de sebo aún, le dijo. mirándole atravesado: "¿Cuántas medidas de dinares como éste tienes en tu granero, ¡oh trapisonda!? ¿Y dónde has robado tanto oro, di ¡oh vergüenza de nuestra casa!?" Luego le reveló en pocas palabras cómo su esposa había untado de sebo por debajo la medida que le había prestado, y cómo se había pegado a ella aquella moneda de oro.

Cuando Alí Babá hubo oído estas palabras de su hermano, comprendió que el mal ya estaba hecho y no podía repararse. Así es que, sin dejar que se prolongase más el interrogatorio, y sin hacer ante su hermano la menor demostración de asombro o de pena por verse descubierto, dijo: "Alah es generoso, ¡oh hermano mío! ¡Nos envía Sus dones antes de que los deseemos! ¡Exaltado sea!" Y le contó con todos sus detalles su aventura de la selva, aunque sin revelarle la fórmula mágica. Y añadió: "Somos ¡oh hermano mío! hijos del mismo padre y de la misma madre. ¡Por eso todo lo que me pertenece te pertenece, y quiero, si me haces la merced de aceptarlo, ofrecerte la mitad del oro que he traído de la caverna!".

Pero el mercader Kassim, cuya avidez igualaba a su negrura de alma, contestó: "Ciertamente, así lo entiendo yo también. Pero quiero saber, además, cómo podré entrar yo mismo en la roca si me da la gana. Y te prevengo que, si me engañas acerca del particular, iré en seguida a denunciarte a la justicia como cómplice de los ladrones. ¡Y no podrás por menos de perder con esa combinación!"

Entonces el bueno de Alí Babá, pensando en la suerte de su mujer y de sus hijos en caso de denuncia, e impelido más por su natural complacencia que por el miedo a las amenazas de un hermano de alma bárbara, le reveló las dos palabras de la fórmula mágica, tanto la que servía para abrir las puertas como la que servía para cerrarlas. Y Kassim, sin tener siquiera para él una frase de reconocimiento, le dejó bruscamente, resuelto a apoderarse él solo del tesoro de la caverna.

Así, pues, al día siguiente, antes de la aurora, salió para la selva, llevándose por delante diez mulos cargados con cofres grandes que se proponía llenar con el producto de su primera expedición. Además se reservaba, una vez que se hubiera enterado de las provisiones y riquezas acumuladas en la gruta, para hacer un segundo viaje con mayor número de mulos y hasta con todo un convoy de camellos, si era necesario. Y siguió al pie de la letra las indicaciones de Alí Babá, que había llevado su bondad hasta brindarse como guía, pero fué rechazado duramente por los dos pares de ojos suspicaces de Kassim y de su esposa, la resultante del alcahueteo.

Y en seguida llegó al pie de la roca, que hubo de reconocer entre todas las rocas por su aspecto enteramente liso y su altura rematada por un árbol grande. Y alzó ambos brazos hacia la roca, y dijo: "¡Sésamo, ábrete!" Y la roca de pronto se partió por la mitad. Y Kassim, que ya había atado los mulos a los árboles, penetró en la caverna, cuya abertura se cerró al punto sobre él, gracias a la fórmula para cerrar. ¡Pero no sabía él lo que le esperaba!

Y en un principio quedó deslumbrado a la vista de tantas riquezas acumuladas, de tanto oro amontonado y de tantas joyas apelotonadas. Y sintió un deseo más intenso de hacerse dueño de aquel fabuloso tesoro. Y comprendió que para llevarse todo aquello no solamente le hacía falta una caravana de camellos, sino reunir todos los camellos que viajan desde los confines de la China hasta las fronteras del Irán. Y se dijo que la próxima vez tomaría las medidas necesarias para organizar una verdadera expedición que se apoderase de aquel botín, contentándose a la sazón con llenar sus diez mulos. Y terminado este trabajo volvió a la galería que conducía a la roca cerrada, y exclamó: "¡Cebada, ábrete!"

Porque el deslumbrante Kassim, con el espíritu enteramente turbado por el descubrimiento de aquel tesoro, había olvidado por completo la palabra que tenía que decir. Y fué para perderse sin remedio. Porque dijo varias veces: "¡Cebada, ábrete!" Pero la roca permaneció cerrada. Entonces dijo:

"¡Avena, ábrete!"
Y la roca no se movió.
"¡Haba, ábrete!"
Pero no se produjo ninguna ranura.


Y Kassim empezó a perder la paciencia, y gritó sin tomar aliento: "¡Centeno, ábrete! ¡Mijo, ábrete! ¡Garbanzo, ábrete! ¡Maíz, ábrete! ¡Alforfón, ábrete! ¡Trigo, ábrete! ¡Arroz, ábrete! ¡Algarroba, ábrete!"

Pero la puerta de granito permaneció cerrada. Y Kassim, en el límite del espanto al advertir que se quedaba encerrado por haber perdido la fórmula, se puso a recitar, ante la roca impasible, todos los nombres de los cereales y de las diferentes variedades de granos que la mano del sembrador lanzó sobre la superficie de los campos en la infancia del mundo. Pero el granito permaneció inquebrantable. Porque el indigno hermano de Alí Babá no se olvidó, entre todos los granos, más que de un solo grano, el mismo a que estaban unidas las virtudes mágicas, el misterioso sésamo. Así es como tarde o temprano, y con frecuencia más temprano que tarde, el Destino ciega la memoria de los malos, les quita clarividencia y les arrebata la vista y el oído por orden del Poderoso sin límites. Por eso el Profeta (¡con El las bendiciones y la más escogida de las zalemas!) ha dicho, hablando de los malos: "Alah les retirará el don de Su Clarividencia y les dejará tanteando en las tinieblas. ¡Entonces, ciegos, sordos y mudos, no podrán volver sobre sus pasos!"

Y, además, el Enviado (¡Alah le tenga en Sus mejores gracias!) ha dicho de ellos: "Por siempre han sido cerrados con el sello de Alah sus corazones y sus oídos y velados con una venda sus ojos. ¡Les está reservado un suplicio espantoso!"

Así, pues, cuando el malvado Kassim, que ni por asomo se esperaba aquel desastroso acontecimiento, hubo visto que no poseía ya la fórmula virtual, se dedicó a devanarse el cerebro en todos sentidos para encontrarla, pero muy inútilmente, pues su memoria estaba despojada para siempre jamás del nombre mágico. Entonces, presa del miedo y de la rabia, dejó los sacos llenos de oro y se puso a recorrer la caverna en todas direcciones en busca de alguna salida. Pero no encontró por doquiera más que paredes graníticas exasperantemente lisas. Y como una bestia feroz o un camello cansado, echaba por la boca espuma de baba y de sangre y se mordía los dedos con desesperación. Pero no fué aquél todo su castigo; porque aún le quedaba morir. ¡Lo cual no había de tardar!

En efecto, a la hora de mediodía los cuarenta ladrones regresaron a su caverna, como acostumbraban hacer a diario ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.