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Las mil y una noches:827

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 827: pero cuando llego la 858ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 858ª NOCHE

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Ella dijo:

... pues en el umbral estaba sentado Alí Babá, en persona, que tomaba el fresco tranquilamente antes de la plegaria de la tarde. Y el jefe de los ladrones se apresuró a parar los caballos, avanzó entre las manos de Alí Babá, y le dijo, después de las zalemas y cumplimientos: "¡Oh mi señor! tu esclavo es mercader de aceite y no sabe dónde ir a alojarse por esta noche en una ciudad en que no conoce a nadie. ¡Espera, pues, de tu generosidad que le concedas hasta mañana por la mañana hospitalidad, por Alah, a él y a sus bestias en el patio de tu casa!"

Al escuchar esta petición, Alí Babá se acordó de la época en que era pobre y sufría la inclemencia del tiempo, y al punto se le ablandó el corazón. Y lejos de reconocer al jefe de los ladrones, a quien tiempo atrás había visto y oído en la selva, se levantó en honor suyo y le contestó: "¡Oh mercader de aceite, hermano mío! que la morada te proporcione descanso, y ojalá encuentres en ella comodidad y familia. ¡Bienvenido seas!" Y así diciendo, le cogió de la mano y le introdujo en el patio con sus caballos. Y llamó a Luz Nocturna y a otro esclavo, y les dió orden de ayudar al huésped de Alah a descargar las tinajas y dar de comer a los animales. Y cuando pusieron en fila por orden las tinajas en el fondo del patio y los caballos quedaron atados a lo largo del muro, con su saco lleno de cebada y avena al cuello cada uno, Alí Babá, siempre lleno de cortesía y amabilidad, volvió a coger de la mano a su huésped y le condujo al interior de su casa, donde le hizo sentarse en el sitio de honor, y se sentó a su lado para tomar la comida de la noche. Y cuando ambos hubieron comido y bebido y dado gracias a Alah, por sus favores, Alí Babá no quiso molestar a su huésped, y se retiró diciéndole: "¡Oh mi señor! la casa es tu casa, y lo que hay en la casa te pertenece".

Y he aquí que, cuando ya se marchaba, el mercader de aceite, que era el jefe de los ladrones, le llamó, diciéndole: "Por Alah sobre ti ¡oh huésped mío! enséñame el lugar de tu honorable casa donde me sea posible dar reposo al interior de mis intestinos, y también mear". Y Alí Babá, enseñándole el gabinete de los desahogos, situado precisamente en un rincón de la casa, muy cerca del sitio en que estaban alineadas las tinajas, contestó: "¡Ahí está!" Y se apresuró a esquivarse para no entorpecer las funciones digestivas del mercader de aceite.

Y el jefe de los ladrones no dejó de hacer, en efecto, lo que tenía que hacer. No obstante, cuando hubo concluido, se acercó a las tinajas, y se inclinó sobre cada una de ellas, diciendo en voz baja: "¡Oh compañero! ¡en cuanto oigas resonar la tinaja en que estás al chinarrazo que le lanzaré desde el sitio en que me alojo, no dejes de salir y de venir a mí!" Y dando así a su gente orden de lo que tenía que hacer, volvió a la casa. Y Luz Nocturna, que le esperaba a la puerta de la cocina con una linterna de aceite en la mano, le condujo al aposento que le había preparado, y se retiró. Y para estar bien dispuesto a la hora de ejecutar su proyecto, apresuróse él a tumbarse en la cama en que pensaba dormir hasta media noche. Y no tardó en roncar como un caldero de lavanderas.

Y entonces sucedió lo que tenía que suceder.

En efecto, estando Luz Nocturna en su cocina, dedicada a preparar los platos y las cacerolas, se apagó de pronto la lámpara, falta de aceite. Y he aquí que precisamente se había agotado la provisión de aceite de la casa, y Luz Nocturna, que se había olvidado de procurarse otra por el día, se desoló mucho con aquel contratiempo, y llamó a Abdalah, el nuevo esclavo de Alí Babá, a quien participó su contrariedad y su apuro. Pero Abdalah le dijo, echándose a reír: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía Luz Nocturna! ¿cómo puedes decir que carecemos de aceite en casa, cuando en el patio hay en este momento, alineadas contra el muro, treinta y ocho tinajas llenas de aceite de oliva que, a juzgar por el olor de los recipientes que lo contienen, debe ser de calidad suprema? ¡Ah! ¡hermana mía, esta noche no reconocen mis ojos a la diligente, a la entendida, a la llena de recursos Luz Nocturna!" Luego añadió: "¡Voy otra vez a dormir, hermana mía, que mañana tengo que levantarme con el alba, a fin de acompañar al hammam a nuestro amo Alí Babá!" Y la dejó para irse a roncar como un búfalo de los pantanos cerca de la habitación en que dormía el mercader de aceite.

Entonces Luz Nocturna, un poco confusa por las palabras de Abdalah, cogió el cacharro del aceite y fué al patio para llenarlo en una de las tinajas. Y se acercó a la primera tinaja, la destapó, y metió el cacharro por la boca. Y -¡oh trastorno de las entrañas! ¡oh dilatación de los ojos! ¡oh garganta oprimida!- el cacharro, en vez de sumergirse en el aceite, dió con violencia en una cosa resistente. Y aquella cosa se movió; y salió de ella una voz que dijo: "¡Por Alah, que la china que ha tirado es lo menos una roca! ¡Vamos, ha llegado el momento!" Y sacudió la cabeza y se contrajo para salir de la tinaja.

¡Eso fué todo!

¿Y qué criatura humana, al encontrar en una tinaja un ser vivo en vez de encontrar aceite, no se hubiese imaginado que llegaba la hora fatal del Destino? Así es que la joven Luz Nocturna, muy asustada en el primer momento, no pudo por menos de pensar: "¡Muerta soy! ¡Y todo el mundo en casa puede tenerse ya por muerto sin remedio!"

Pero he aquí que de improviso la violencia de su emoción le devolvió todo su valor y toda su presencia de ánimo. Y en lugar de ponerse a dar gritos espantosos y a promover un escándalo, se inclinó sobre la boca de la tinaja y dijo: "No, no, ¡oh valiente! ¡Tu amo duerme aún! ¡Espera a que se despierte!" Porque, como Luz Nocturna era tan sagaz, lo había adivinado todo. Y para asegurarse de la gravedad de la situación, quiso inspeccionar todas las demás tinajas, aunque la tentativa no estaba exenta de peligro; y se fué aproximando a cada una, palpó la cabeza que salía en cuanto se levantaba la tapa, y dijo a cada cabeza: "¡Paciencia y hasta pronto!" Y de tal suerte contó treinta y siete cabezas de ladrones barbudos, y se encontró con que la trigésima octava tinaja era la única que estaba llena de aceite. Entonces llenó su cacharro con toda tranquilidad, y corrió a encender su lámpara para volver en seguida a poner en ejecución el proyecto de liberación que acababa de suscitar en su espíritu el peligro inminente. Entonces Luz Nocturna llenó de aquel aceite hirviendo el cubo mayor de la cuadra, se acercó a una de las tinajas, levantó la tapa, y de una vez vertió el líquido exterminador sobre la cabeza que salía. Y el bandido propietario de la cabeza quedó irrevocablemente escaldado, y se tragó la muerte con un grito que no hubo de salir.

Y Luz Nocturna, con mano firme, hizo sufrir la misma suerte a todos los encerrados en las tinajas, que murieron asfixiados y hervidos, pues ningún hombre, aunque esté encerrado en siete tinajas, puede escapar al destino que lleva atado a su cuello. Realizada su hazaña, Luz Nocturna apagó la lumbre de debajo de la caldera, volvió a tapar las tinajas con las tapas de fibra de palmera, y tornó a la cocina, en donde sopló la linterna, quedándose a oscuras, resuelta a vigilar la continuación de la cosa. Y de tal suerte apostada en acecho, no tuvo que esperar mucho.

En efecto, hacia medianoche, el mercader de aceite se despertó, fué a sacar la cabeza por la ventana que daba al patio, y no viendo luz en ninguna parte ni oyendo ningún ruido, supuso que toda la casa estaría durmiendo. Entonces, conforme había dicho a sus hombres, cogió unas chinitas que llevaba consigo y las tiró unas tras otras a las tinajas. Y como tenía buena vista y buena puntería, acertó a dar en todas deduciéndolo por el sonido producido en la tinaja al chinarrazo. Luego esperó, sin dudar de que iba a ver surgir a sus valientes blandiendo las armas. Pero no se movió nadie. Entonces, imaginándose que se habrían dormido en sus tinajas, les tiró más chinas; pero no apareció ni una cabeza y no se produjo ni un movimiento. Y el jefe de los ladrones se irritó extremadamente contra sus hombres, a quienes creía durmiendo; y bajó hacia ellos pensando: "¡Hijos de perros! ¡no sirven para nada!" Y se abalanzó a las tinajas; pero fué para retroceder, de tan espantoso como era el olor a aceite frito y a carne abrasada que se exhalaba de ellas. Sin embargo, se aproximó de nuevo a las tinajas, tocándolas con la mano, y notó que estaban tan calientes como un horno. Entonces recogió un tallo de paja, lo encendió y miró dentro de las tinajas. Y vió uno tras otro a sus hombres, abrasados y humeantes, con cuerpos sin alma.

Al ver aquello, el jefe de los ladrones, comprendiendo de qué muerte tan atroz habían perecido sus treinta y siete compañeros, dió un salto prodigioso hasta el borde de la tapia del patio, saltó a la calle y echó a correr. Y desapareció y se sumergió en la noche, devorando a su paso la distancia...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.