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Las mil y una noches:828

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Las mil y una noches - Tomo V
de Anónimo
Capítulo 828: y cuando llego la 859ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 859ª NOCHE

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Ella dijo

... Y desapareció y se sumergió en la noche, devorando a su paso la distancia. Y llegado que fué a su caverna, se perdió en negras reflexiones acerca de lo que tendría que hacer en adelante para vengar todo lo que había de vengar.

¡Y por el momento, esto es lo referente a él!

En cuanto a Luz Nocturna, que acaba de salvar la casa de su amo y las vidas que en ella se albergaban, una vez que se hubo dado cuenta de que todo peligro estaba conjurado por la fuga del falso mercader de aceite, esperó tranquilamente a que despuntara el día para ir a despertar a su amo Alí Babá. Y cuando él estuvo vestido, creyendo que no se le había despertado tan temprano más que para que fuese al hammam, Luz Nocturna le llevó ante las tinajas, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡levanta la primera tapa y mira!" Y cuando hubo mirado, Alí Babá llegó al límite del espanto y del horror. Y Luz Nocturna se apresuró a contarle todo lo que había pasado, desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y también le contó la historia de las señales blancas y rojas en las puertas, de que no había juzgado conveniente hablarle. Pero respecto a esta historia, tampoco hay utilidad en repetirla.

Cuando Alí Babá hubo oído el relato de su esclava Luz Nocturna lloró de emoción, y estrechando con ternura a la joven contra su corazón, le dijo: "¡Oh hija de bendición, bendito sea el vientre que te ha llevado! En verdad que el pan que comiste en nuestra morada no fué comido por la ingratitud. ¡Y en lo sucesivo estarás al frente de mi casa y serás la mayor de mis hijas!" Y continuó prodigándole frases amables y dándole muchas gracias por su valentía, su sagacidad y su abnegación.

Tras de la cual, Alí Babá, ayudado por Luz Nocturna y por el esclavo Abdalah, procedió a enterrar a los ladrones, a quienes se decidió, después de reflexionar, a hacer desaparecer cavando para ellos una fosa enorme en el jardín y metiéndoles allá revueltos, sin ninguna ceremonia, para no llamar la atención de los vecinos. Y así es como acabó de desembarazarse de aquella ralea maldita. ¡Qué bien hizo!

Y transcurrieron varios días entre alegrías y congratulaciones en casa de Alí Babá. Y no dejaron de contarse pormenores de aquella aventura prodigiosa, dando gracias a Alah por su liberación y de hacer todos los comentarios consiguientes. Y Luz Nocturna estaba más mimada que nunca; y Alí Babá, con sus dos esposas, y sus hijos, se ingeniaba por demostrarle su reconocimiento y su amistad.

Pero un día, el hijo mayor de Alí Babá, que estaba al frente de los negocios de compra y venta de la antigua tienda de Kassim, dijo a su padre al regresar del zoco: "¡Oh padre mío! no sé qué hacer para devolver a mi vecino, el mercader Hussein, todas las atenciones con que no cesa de abrumarme desde su reciente instalación en nuestro zoco. Ya va para cinco veces que he aceptado, sin corresponder, el compartir su comida de mediodía. Así es que quisiera ¡oh padre! obsequiarle, aunque no sea más que una sola vez, para indemnizarle con la suntuosidad del festín, en esa vez única, de todos los gastos que ha hecho en honor mío. ¡Porque convendrás conmigo en que no sería decoroso tardar más tiempo en devolverle las consideraciones que para mí tuvo!" Y Alí Babá contestó: "Sin duda ¡oh hijo mío! se trata del más usual de los deberes. ¡Y debiste hacerme pensar en ello antes! Pero precisamente mañana es viernes, día de descanso, y te aprovecharás de esta circunstancia para invitar a hagg Hussein, tu vecino, a venir a compartir con nosotros el pan y la sal de la noche. Y si busca evasivas por discreción, no temas insistir y tráele a nuestra casa, donde creo hallará un agasajo no muy indigno de su generosidad".

En efecto, al día siguiente, después de la plegaria, el hijo de Alí Babá invitó a hagg Hussein, el mercader recientemente establecido en el zoco, a acompañarle para darle un paseo. Y encaminó el paseo en compañía de su vecino precisamente por la parte del barrio en que estaba su morada. Y Alí Babá, que les esperaba en el umbral, avanzó a ellos con cara sonriente, y después de las zalemas y los deseos recíprocos, manifestó a hagg Hussein su gratitud por las atenciones prodigadas a su hijo, y le invitó, porfiándole mucho, a entrar a descansar en su casa y a compartir con él y con su hijo la comida de la noche. Y añadió: "Bien sé que, por más que haga, no podré corresponder a tus bondades para con mi hijo. ¡Pero, en fin, creemos que aceptarás el pan y la sal de nuestra hospitalidad!" Pero hagg Hussein contestó: "Por Alah, ¡oh mi señor! tu hospitalidad sin duda es una hospitalidad generosa; pero ¿cómo voy a aceptarle, si desde mucho tiempo atrás tengo hecho juramento de no tocar jamás los alimentos que estén sazonados con sal y de no probar jamás este condimento?" Y Alí Babá contestó: "¡No te importe eso, ¡oh hagg bendito! pues no tendré más que decir una palabra en la cocina, y se guisarán los manjares sin sal y sin nada que se le parezca!"

Y tanto porfió al mercader, que le obligó a entrar en la casa. Y al punto corrió a prevenir a Luz Nocturna para que tuviese cuidado de no echar sal a los alimentos y preparase especialmente aquella noche los manjares y los rellenos y los pasteles sin ayuda de aquel condimento usual. Y Luz Nocturna, extremadamente sorprendida del horror que el nuevo huésped sentía por la sal, no supo a qué atribuir un gusto tan extraordinario, y se puso a reflexionar acerca de la cosa. Sin embargo, no dejó de avisar a la cocinera negra para que tuviese en cuenta la extraña orden de su amo Alí Babá.

Cuando estuvo dispuesta la comida, Luz Nocturna la sirvió en las bandejas y ayudó al esclavo Abdalah a llevarlas a la sala de reunión. Y como por naturaleza era curiosa, no dejó de echar de vez en cuando una ojeada al huésped a quien no le gustaba la sal. Y cuando se terminó la comida salió Luz Nocturna para dejar que Alí Babá charlase a sus anchas con el huésped invitado.

Pero al cabo de una hora la joven hizo de nuevo su entrada en la sala. Y con gran sorpresa de Alí Babá, iba vestida de danzarina, la frente diademada de zequíes de oro, el cuello adornado con un collar de granos de ámbar amarillo, el talle preso en un cinturón de mallas de oro, y llevaba pulseras con cascabeles de oro en las muñecas y en los tobillos. Y de su cinturón colgaba, como es costumbre en las danzarinas de profesión, el puñal con mango de jade y larga hoja calada y puntiaguda que sirve para mimar las figuras de la danza. Y sus ojos de gacela enamorada, ya tan grandes de por sí y con un brillo tan profundo, estaban duramente alargados con khol negra hasta las sienes, lo mismo que sus cejas, dibujadas en arco amenazador. Y así ataviada y emperejilada, avanzó a pasos acompasados, muy derecha y con los senos enhiestos. Y detrás de ella entró el joven esclavo Abdalah, llevando en su mano izquierda, a la altura del rostro, una pandera con sonajas de metal, en la cual tocaba a compás, pero muy lentamente, ritmando los pasos de su compañera. Y cuando llegaron ante su amo, Luz Nocturna se inclinó graciosamente, y sin darle tiempo a reponerse de la sorpresa que le había producido aquella entrada inesperada, se encaró con el joven Abdalah y le hizo una ligera seña con los ojos. Y de repente se aceleró el ritmo de la pandera de un modo muy cadencioso, y Luz Nocturna, escurriéndose como un pájaro, bailó.

Y bailó todos los pasos, incansable, y esbozó todas las figuras como nunca lo hubiese hecho en los palacios de los reyes una danzarina de profesión. Y bailó como sólo quizá había bailado el pastor David ante Saúl negro de tristeza.

Y bailó la danza de los velos, y la del pañuelo, y la del bastón. Y bailó las danzas de las judías, y las de las griegas, y las de las etíopes, y las de las persas, y las de las beduinas, con una ligereza tan maravillosa, que, en verdad, sólo Balkis, la reina enamorada de Soleimán, las había podido bailar iguales.

Y en cuanto hubo bailado todo aquello, cuando el corazón de su amo, y el del hijo de su amo, y el del mercader invitado por su amo quedaron suspensos de sus pasos y los ojos quedaron fijos en la soltura de su cuerpo, esbozó la ondulante danza del puñal. En efecto, sacando de improviso el arma dorada de su vaina de plata, y muy conmovedora de gracia y de actitudes, al ritmo acelerado de la pandera surgió, con el puñal amenazador, combada, flexible, ardiente, ronca y salvaje, con ojos como relámpagos y sostenida por alas que no se veían. Y la amenaza del arma tan pronto se dirigía a un enemigo invisible del aire como volvía su punta hacia los hermosos senos de la joven exaltada. Y la concurrencia lanzó en aquel momento un prolongado grito de horror, al ver tan próximo a la punta mortal el corazón de la danzarina. Pero poco a poco se hizo más lento el ritmo de la pandera y la cadencia amenguó y se atenuó hasta el silencio de la piel sonora. Y Luz Nocturna, con el pecho hinchado como una ola de mar, cesó de bailar.

Y se volvió hacia el esclavo Abdalah, quien, a una nueva seña, le tiró la pandera desde su sitio. Y ella la cogió al vuelo, y volviéndola del revés se sirvió de ella como de un platillo para tendérsela a los tres espectadores y solicitar su liberalidad, como es costumbre de almeas y danzarinas. Y Alí Babá, que, si bien un poco molesto por la acción inesperada de su servidora, se había dejado conquistar por tanto encanto y tanto arte, echó un dinar de oro en la pandera. Y Luz Nocturna le dió las gracias con una profunda reverencia y una sonrisa, y tendió la pandera al hijo de Alí Babá, que no fué menos generoso que su padre.

Entonces, con la pandera siempre en la mano izquierda, se la presentó al huésped a quien no le gustaba la sal. Y hagg Hussein sacó su bolsa, y ya se disponía a extraer de ella algún dinero para dárselo a la tan deseable danzarina, cuando de pronto Luz Nocturna, que había retrocedido dos pasos, saltó hacia adelante como un gato montés y le sepultó en el corazón, hasta la empuñadura, el puñal que blandía en la mano derecha. Y hagg Hussein, con los ojos hundidos de repente en las órbitas, abrió la boca y la volvió a cerrar, lanzando apenas un suspiro; luego se desplomó sobre la alfombra, dando con la cabeza antes que con los pies, y convertido ya en cuerpo sin alma.

Alí Babá y su hijo, en el límite del espanto y de la indignación, se abalanzaron sobre Luz Nocturna, que, temblando, de emoción, limpiaba con su chal de seda el puñal ensangrentado. Y como la creyeran presa de delirio y de locura, y la cogieran la mano para arrancarle el arma, ella les dijo con voz tranquila: "¡Oh amos míos! ¡Loores a Alah, que ha armado el brazo de una débil muchacha para vengaros del jefe de vuestros enemigos! ¡Ved si este muerto no es el mercader de aceite, el propio capitán de los ladrones con sus mismos ojos, el hombre que no quería probar la sal sagrada de la hospitalidad!" Y así diciendo, despojó de su manto el cuerpo yaciente, e hizo ver bajo su larga barba y el disfraz con que se había embozado para la circunstancia al enemigo que juró destruirles.

Cuando Alí Babá hubo reconocido de tal suerte, en el cuerpo inanimado de hagg Hussein, al mercader de aceite dueño de las tinajas y jefe de los ladrones, comprendió que por segunda vez debía su salvación y la de toda su familia a la abnegación valiente y al valor de la joven Luz Nocturna. Y la estrechó contra su pecho y la besó entre ambos ojos, y le dijo, con lágrimas en los ojos: "¡Oh Luz Nocturna, hija mía! ¿quieres, para llevar mi felicidad hasta el límite, entrar definitivamente en mi familia, casándote con mi hijo, este hermoso joven que aquí tienes?"

Y Luz Nocturna besó la mano de Alí Babá y contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!"

Y se celebró sin tardanza el matrimonio de Luz Nocturna con el hijo de Alí Babá, ante el kadí y los testigos, en medio de regocijos y diversiones. Y se enterró secretamente el cuerpo del jefe de los ladrones en la fosa común que había servido de sepultura a sus antiguos compañeros.

¡Maldito sea!

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.