Las mil y una noches:835
Y CUANDO LLEGO LA 866ª NOCHE
[editar]La pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, apresúrate a decirnos qué pasó cuando el califa se hubo encarado con el joven jinete detrás del cual tocaban aires indios y chinos!"
Y contestó Schehrazada: "¡De todo corazón amistoso!"
Y continuó de esta manera:
"...Cuando el califa se encaró con el hermoso jinete que estaba de pie entre sus manos, y a quien había encontrado caracoleando sobre un caballo que con su aspecto pregonaba su raza, le dijo: "¡Oh joven! por la cara me has parecido un noble extranjero, y para facilitarte el acceso a mi palacio te he hecho venir a mi presencia a fin de que nuestro oído y nuestra vista se regocijen contigo. Así, pues, si tienes alguna cosa que pedirnos, o alguna cosa admirable que contarnos, no te detengas más". Y después de besar la tierra entre las manos del califa, el joven se inclinó y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! el motivo de mi llegada a Bagdad no es una embajada o comisión, como tampoco una simple curiosidad, sino sencillamente el deseo de volver a ver el país en que nací y donde he de vivir hasta mi muerte. ¡Pero tan asombrosa es mi historia, que no vacilo en contársela a nuestro dueño el Emir de los Creyentes!"
HISTORIA DEL JINETE DETRAS DEL CUAL TOCABAN AIRES INDIOS Y CHINOS
[editar]Has de saber ¡oh mi señor y corona de nuestra cabeza! que por mi antiguo oficio, que también fué el oficio de mi padre y del padre de mi padre, era yo un leñador y el más pobre entre los leñadores de Bagdad. Y era mucha mi miseria, y a diario estaba agravada por la presencia, en mi casa, de la hija de mi tío, mi propia esposa, mujer de mal carácter, avara, pendenciera, dotada de ojos vacíos y de espíritu mezquino. Además, no servía para nada absolutamente, y la escoba de nuestra cocina se hubiera podido comparar con ella en ternura y en flexibilidad. Y como era más tenaz que una mosca borriquera y más escandalosa que una gallina asustada, había yo decidido, tras de muchas disputas y sinsabores, no dirigirle la palabra nunca y ejecutar, sin discutir, todos sus caprichos, con objeto de tener alguna tranquilidad a mi regreso del trabajo fatigoso de la jornada. Con lo cual, cuando el Donador retribuía mis desvelos con algunos dracmas de plata, la maldita no dejaba de acudir a apoderarse de ellos en cuanto franqueaba yo el umbral. Y así es como transcurría mi vida, ¡oh Emir de los Creyentes!
Un día entre los días, teniendo necesidad de comprarme una cuerda para atar los haces, pues la que poseía estaba toda deshilachada, me decidí, a pesar del mucho terror que me inspiraba la idea de dirigir la palabra a mi esposa, a participarle la necesidad que tenía de comprar aquella cuerda nueva. Y apenas salieron de mi boca las palabras "comprar" y "cuerda", ¡oh Emir de los Creyentes! creí que sobre mi cabeza se abrían todas las puertas de las tempestades. Y aquello fué una tormenta desencadenada de injurias y de recriminaciones que no es preciso repetir en presencia de nuestro amo. Y puso fin al altercado, diciéndome: "¡Ah, el peor de los tunantes y de los malos sujetos! Sin duda sólo me reclamas ese dinero para ir a gastártelo con las pelandruscas de Bagdad. Pero estate tranquilo, porque vigilo tu conducta ojo avizor. Y si realmente reclamas para una cuerda ese dinero, saldré contigo a fin de que la compres en mi presencia. ¡Y además, no saldrás de casa sin mí en lo sucesivo!"
Y así diciendo, me arrastró airadamente al zoco, y ella misma pagó al mercader la cuerda que me era necesaria para ganarme el pan. Pero Alah sabe a costa de cuántos regateos y miradas atravesadas, dirigidas alternativamente a mí y al asustado mercader, se ultimó aquella accidentada compra.
Pero ¡oh mi señor! aquello no era más que el principio de mi infortunio de aquel día. Porque, al salir del zoco, como quisiera yo despedirme de mi esposa para ir a mi trabajo, me dijo ella: "¿Cómo, cómo se entiende? ¡Yo voy contigo, y no te dejo!" Y sin más ni más, saltó al lomo de mi asno, y añadió: "En adelante, con objeto de vigilar tu trabajo, te acompañaré a la montaña donde aseguras que pasas el día".
Y al escuchar semejante noticia, ¡oh mi señor! vi ennegrecerse ante mí el mundo entero, y comprendí que ya no me quedaba más remedio que morir. Y me dije: "¡He aquí ¡oh pobre! que la calamitosa no va ya a dejarte en paz! Antes, al menos, tenías alguna tranquilidad cuando estabas solo en la selva. ¡Pero ahora se terminó aquello! ¡Muere en tu miseria y en tu desesperación! ¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Misericordioso! ¡De El venimos y a El volveremos!" Y una vez que hube llegado a la selva, resolví echarme de bruces y dejarme morir de muerte negra.
Y así pensando, sin contestar una palabra, eché a andar detrás del asno que llevaba a cuestas el peso que gravitaba sobre mi alma y sobre mi vida.
Y he aquí que, de camino, el alma del hombre, que le es cara a la vida, me sugirió, a fin de evitar la muerte, un proyecto en el cual no había pensado hasta entonces. Y no dejé de ponerlo en ejecución al punto.
En efecto, no bien llegamos al pie de la montaña y mi esposa se apeó del asno, le dije: "Escucha, ¡oh mujer! ¡ya que no es posible ocultarte nada, voy a declararte que la cuerda que acabamos de comprar no la tenía yo destinada a atar mis haces, sino que debía servir para enriquecernos por siempre!" Y estando mi esposa bajo la impresión en que habíala sumido esta declaración inesperada, la conduje hacia el brocal de un pozo antiguo, seco desde hacía años, y le dije: "¿Ves este pozo? ¡Pues bien; contiene nuestro destino! Y voy a cogerlo con la cuerda". Y como la hija del tío estuviese más perpleja cada vez, añadí: "¡Sí, por Alah! hace mucho tiempo que he tenido la revelación de un tesoro oculto en este pozo y que está escrito en mi destino. ¡Y hoy es el día en que tengo que bajar a buscarlo! ¡Y por eso me decidí a rogarte que me compraras esa cuerda!"
Apenas hube pronunciado las palabras del tesoro y de bajar al pozo, realizóse plenamente lo que yo había previsto. Porque mi esposa exclamó: "¡No, por Alah! ¡yo soy quien bajará ahí dentro! Porque tú nunca sabrías abrir el tesoro y apoderarte de él. Y además, no tengo confianza en tu honradez". Y al punto se quitó su velo, y me dijo: "Vamos, date prisa a atarme con esa cuerda y a hacerme bajar a ese pozo".
Y yo, ¡oh mi señor! después de poner algunas dificultades, nada más que por fórmula, y ganarme algunas injurias por mi vacilación, suspiré: "Hágase la voluntad de Alah y tu voluntad, ¡oh hija de hombres de bien!" Y la até fuertemente con la cuerda, pasándosela por debajo de los brazos, y la dejé escurrirse a lo largo del pozo. Y cuando sentí que había llegado al fondo, lo solté todo, tirando la cuerda al fondo del pozo. Y lancé un suspiro de satisfacción como no se había exhalado de mi pecho desde que salí del seno de mi madre. Y grité a la calamitosa: "¡Oh hija de hombres de bien! ¡ten la amabilidad de permanecer ahí hasta que yo venga a sacarte!"
Y sin escuchar su respuesta, me volví tranquilamente a mi trabajo, y me puse a hacer haces cantando, cosa que no me había ocurrido desde mucho tiempo atrás.
Y poseído de felicidad, creí que me habían crecido alas, pues me sentía ligero como los pájaros.
Libre así de la causa de mis tribulaciones, por fin pude gustar el sabor de la tranquilidad y de la paz. Pero, al cabo de dos días, pensé para mi ánima: "Ya Ahmad, la ley de Alah y de Su enviado (¡con El la plegaria y las bendiciones!) no permite a la criatura quitar la vida a otra criatura hecha a su imagen. Y al abandonar en el fondo del pozo a la hija de tu tío, le expones a morir de inanición. Claro que una criatura semejante merece el peor de los tratos. Pero no cargues tu conciencia con su muerte y sácala del fondo del pozo. ¡Y además, quién sabe si esa lección la habrá corregido para siempre su mal carácter!"
Y sin poder resistir a este aviso de mi conciencia, me dirigí al pozo, y grité a la hija de mi tío, echándola otra cuerda: "Vamos, date prisa a atarte, que ya te saco. Espero que esta lección te habrá corregido". Y cuando sentí que cogían la cuerda en el fondo del pozo esperé un momento para dar tiempo a mi esposa a que se atara con ella fuertemente. Tras de lo cual, sintiendo que imprimía sacudidas a la cuerda para significarme que ya estaba dispuesta, la izé a duras penas, de tan pesado como era el peso que había al extremo de la cuerda. Y cuál no sería mi espanto ¡oh Emir de los Creyentes! al ver atado a aquella cuerda, en lugar de la hija de mi tío, un genni gigante de aspecto poco tranquilizador...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.