Las mujeres de la independencia/X

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

X


Paula Jara Quemada.


En la tarde del 19 de marzo de 1818, San Martin, rodeado de algunos oficiales i soldados, se internaba por el valle del Maipo con direccion a Santiago. El aspecto del jeneral i de su tropa era el del abatimiento; una nube de tristeza i de duda cubría aquellas fisonomías varoniles. Era la tristeza de la derrota que el ejército patriota acababa de sufrir en Cancha-Rayada.

De improviso el jeneral es detenido en su marcha. Un estraño grupo de jinetes le intercepta el paso, i una dama, montada sobre un brioso caballo, una verdadera amazona, le dirije la palabra ofreciéndole ese grupo de bravos para reemplazar las bajas que la derrota acababa de hacer en sus filas.[1]

Esa inesperada aparicion femenina era la señora doña Paula Jara Quemada, dama opulenta, entusiasta, patriota, que al tener conocimiento de la desgraciada sorpresa que habia sufrido el ejército chileno reunió a todos los inquilinos i capataces de su hacienda de Paine i poniéndose a la cabeza de ellos con sus hijos e hijas salió al encuentro de los vencidos alentándolos con el ejemplo de su valor i abnegación.

I no era solo ese pequeño continjente de hombres el que la señora Jara Quemada iba a ofrecer a los vencidos, sino también todos los viveres de su hacienda, la magnífica caballada i las espaciosas casas de Paine, que fueron transformadas en el cuartel jeneral del nuevo ejército que se reorganizó.

Dias ántes de la escena que acabamos de narrar, el espíritu de aquella mujer estraordinaria se habia presentado en toda su grandeza revelándose la fuerza de su patriotismo i abnegacion.

Una tarde, al caer ya la noche, ve llegar a su casa de Paine a uno de sus mas estimados i antiguos amigos que venia a pedirle hospitalidad. Era un patriota perseguido que buscaba un asilo seguro en aquella casa perdida entre las fragosidades de un mal camino i oculta entre las tupidas arboledas de un antiguo parque; un niño de seis años acompañaba al errrante viajero.[2]

La señora Jara se conmovió ante aquel noble infortunio, i sin pensar un instante en los peligros que tal huésped podia traerle, le ofreció la jenerosa hospitalidad que acostumbraba.

Una mañana ve llegar la señora Jara una partida de soldados españoles; creyendo se presentaban en busca del patriota que ocultaba, se lanza fuera de su casa acompañada de su servidumbre, resuelta a impedirles el paso.

Los soldados no buscaban a nadie; ignoraban que allí se ocultaba un patriota; venian solo en busca de provisiones.

— Queremos la llaves de las bodegas; dice adelantándose el oficial que mandaba la tropa.

— Las llaves no las entrego a nadie, contesta la altanera dama; si usted quiere provisiones las tendrá en abundancia, pero le prohibo penetrar en mi casa. Yo sola mando aquí.

El oficial encolerizado ante aquel obstáculo mandó a su tropa hacer fuego; pero la heróica mujer se precipitó sobre ellos llegando a tocar con su pecho las carabinas tendidas horizontalmente. Los soldados vacilaron asombrados ante aquel heroísmo.

El oficial desconcertado ordenó entónces el incendio de la casa.

La señora Jara señalándoles el fuego que ardia en el brasero les dice:

— Ahí tienen Uds. el fuego.

El oficial ordenó a su tropa la retirada; talvez repugnaba a su espíritu sacrificar a esa mujer varonil. Terminada la guerra de la independencia la señora Jara se dedicó esclusivamente a la práctica de la caridad. Fué uno de los espíritus mas abnegados de su época. Después de haber contribuido a la libertad de su patria trataba de libertar a los oprimidos de la miseria.

  1. Un distinguido artista chileno, don Nicolás Guzman, autor del cuadro La Muerte de Pedro Valdivia, ha concebido la idea de trasladar a la tela esta grandiosa i sencilla escena. La señora de Jara Quemada, al frente de su pintoresco ejército i rodeada de sus hermosas hijas, hará el mas encantador contraste al lado del otro grupo de soldados vencidos i desalentados que mandaba San Martin. Se verá ahí a la mujer comunicando al hombre su entusiasmo i su fé en uno de los momentos mas supremos.
  2. Ese niño se llamaba Manuel Montt, que mas tarde habia de ocupar los mas elevados puestos de su patria.