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Lenguaje de las estaciones/En la primavera

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En la primavera

:::::I


La mañana


           Ungida en blando rocío
despierta amorosa el alba,
tímida beldad que en sueños
su amante, el Sol, busca y llama:
claros sus ojos azules
de luminosas pestañas,
al beber luz en los cielos,
la luz al suelo derraman.
Salúdala el Santuario
con la voz de la campana,
mientras le dice sus himnos
en los aires la calandria;
y al influjo cariñoso
de su espléndida mirada,
se esponja de amor la tierra,
la vida ríe en las plantas.
Ancha clámide de nieve
desprenden de sus espaldas
los cerros, al anunciarse
de abril la augusta mañana;
y de las cumbres desciende
libre, saltadora el agua,
en elegantes, revueltas
cintas de cristal y plata.
Recibe el amante valle
con flores su desposada;
y ella, tras húmedos besos,
se aduerme entre verdes algas.
Las festivas, redolentes,
ligeras brisas, resbalan
sobre el mar o sobre flores,
entre el cielo y las cabañas;
y se mecen halagüeñas
en mil idas y tornadas,
bajo formas infinitas
del hombre las esperanzas.
Puesta la popa a la arena
y la proa a la bonanza,
dejando el refugio amigo,
levadas las corvas áncoras,
libra las turgentes velas
la nave de Dios fiada;
que así la ambición fenicia,
mostró, surcando las aguas,
cual las mercedes del suelo
por oro en la mar se cambian.
El labrador que abrió el surco,
y de sus trojes preciadas
arrojó fértil semilla
con mano atrevida y franca,
cela la espiga naciente
sobre campos de esmeralda,
mientras que, libres del yugo,
los tardos bueyes descansan.
Óyense alegres canciones
de las rústicas zagalas:
amor las pone en sus labios,
bien sentidas, mal calladas,
ecos que acaso responden
en su delectable pausa
a las trovas que en la noche
profirió la serenata...
Y aún dicen que la doncella,
desde la puerta foránea,
al huir la blanca luna
de la aurora sonrosada,
sorprendió junto a la reja,
defensa de la ventana,
donde no llegan los labios,
aunque los ruegos alcanzan,
al amante que allí puso,
como regalo a la Maya,
ramos de fresca verbena
en generosa guirnalda.
¡Oh, naturaleza! ¡Oh, madre!
Cuando presentas tus galas,
amor encuentra do quiera
sus ofrendas y sus aras.
No de otra suerte a tu influjo
la entumecida crisálida
rompe la mística celda,
y en metamorfosis rápida,
de oro y de carmín lucientes
despliega veloces alas,
y vuela al altar de Flora
en nueva vida agitada:
gusano ayer en su cárcel,
gira libre, inquieta, vaga,
cual si, guardando memoria
de su brevedad pasada,
sintiera que no le cabe
gozar delicias tan anchas.
Muge la esbelta novilla
desde el otero a distancia;
primer celo en que se enciende
al pacer la verde grama...
Suma de gala y de fuerza,
monstruo de fiereza y gracia,
el toro al clamor amante
la frente adusta levanta.
Por más saciar el olfato
las hondas fosas dilata:
enhiestas las finas puntas,
rueda la hirviente mirada:
juega la flexible cola
con ondulantes lazadas;
y, azotándose los flancos,
cual con serpiente irritada,
rayo que en trueno responde
pronto al imán que le llama,
rápido corno el relámpago,
parte, arrolla, triunfa o mata.
Los árboles se columpian
en el seno de las auras,
las aves pueblan el éter;
los ríos serenos pasan...
Y, en tanto, un eco distante,
que el viento interrumpe a ráfagas,
trae y lleva los acordes
de la primitiva flauta...
Son los de la edad de oro
trinos de la flauta pánica,
recreación de pastores,
mientras pacen sus manadas
y vense en libre careo
correr del monte a la falda
menudas, ágiles, limpias,
de vario color pintadas,
generación de Amaltea,
las mil esparcidas cabras...
Y, en medio al vario conjunto,
señor entre sus esclavas,
celoso barbón hirsuto,
de corona esparramada,
y olor genial, que denuncia
a los machos de su raza;
dispensador de favores,
dejando va por do marcha
vapor de naturaleza,
dulce a sus hembras ingrávidas.
¡Horizontes de la vida!
¡Limitaciones humanas!
¡Tal traéis a la memoria
las religiones pasadas!
Tal veo en el templo egipcio
la adoración humillada
ante el símbolo monstruoso
del padre de las Cabañas;
y aun más cerca a los sentidos
contemplo en Grecia, hermanadas
deformidades cupídicas
e idealidades de estatua,
y el mito erótico, en donde
triunfa del vigor la gracia
tras la lid voluptuosa
apenas significada,
si el torpe bruto rendido
tan flojamente se amansa,
que sobre sus rudos lomos
la gracia gentil cabalga.
Así, al contemplar de lejos
la mar tranquila, rizada
de nívea espuma, que en iris
los rayos del sol desata,
paréceme ver que nace
de las ondas azuladas,
bella cual si a mi deseo
mi libertad la evocara
y a mi voluntad surgiera,
sensible Diosa pagana,
la Venus chíprea, meciéndose
en leve concha de nácar,
por cendal de sus contornos
las sueltas madejas áureas,
con pompa de blancos Cisnes
que sumisos acompañan,
y Céfiros y Nereidas
que la acercan a la playa.
Oigo el plácido concierto
de los orbes en la estancia
del Infinito, do viven,
giran, se atraen y se aman,
y esa sublime armonía
es el suspiro, es el habla
de la Creación entera
que suspira enamorada.

II


La golondrina


¡Bienvenida la inocente
huéspeda, de donde quiera
que llegue al humilde techo
del triste que la desea!
¡Oh mi mansa golondrina!
¡Oh mi dulce forastera!
¡Bienvenida! A tu llegada
mantuve abierta la reja:
tu trino suena en mi oído;
tus alas, con las esencias
de otras auras de otros climas,
mi frente árida refrescan;
y con versátiles giros
las vigas añosas cuentas,
y reconoces la estancia
donde tus hijos nacieran.
¡Aquí fueron tus amores,
no turbados por la fiesta
ni por el llanto; aquí fueron,
en la paz de esta vivienda!
Allí tu nido te aguarda;
tus hijos no lo recuerdan:
tú vuelves a visitarlo,
y yo lo guardé en tu ausencia.
Pliega tus nítidas alas,
y tus leves plumas peina;
reposa, mi peregrina,
mi huéspeda y compañera.
¡Quién sabe! Acaso tu vuelo
posaste la vez postrera
en la ascética, ignorada
choza del anacoreta.
De Tierra-Santa tal vez,
nueva peregrina, vengas,
y del Líbano doblaste
ayer las cumbres excelsas.
¡Quién sabe! Tal vez ha poco
que, del Sinaí en la cresta,
oías los regios salmos
que la Religión eleva.
Acaso en Jerusalén
tus últimos hijos quedan,
nacidos junto a un pesebre,
como el Redentor naciera.
Las sublimes soledades
de aquella cristiana tierra
cruzaste tal vez, llevada
del Simoún en la carrera.
Tal vez de la Palestina,
do el sol enciende la arena,
rompiendo la estiva calma
jadeabas pasajera...
O bebiendo en el Jordán
del agua de la pureza,
para alentar tu camino
sobre la triste Judea,
volaste en torno a las tumbas
do reposan los Profetas,
y en el sepulcro de Cristo
se oyó tu mística queja.
¡Quién sabe! Acaso rasante,
desempulgada saeta,
mediste de un solo sulco
la ya derrumbada Grecia;
o acaso de populosas,
profanas ciudades vengas,
de bordear los palacios
que te cerraban sus puertas,
para que los artesones
de esmalte y oro, y las regias
randas y tapicería
que al lujo tributa el Persa,
y los jarros de la China,
y las lunas de Venecia,
tu nido de pobre barro
no manchase ni ofendiera!-
Si así es, mi peregrina,
noble avecilla, los deja:
¡inhospitalarios son
los magnates de la tierra!
Tuerce tu rumbo del centro
a que afluye la riqueza;
que es el hombre en la fortuna
menos humano que fiera.
El escándalo del rico;
la risa de las rameras;
la orquesta de los saraos;
los clarines de la guerra;
los tumultos, gritería
y ceremoniosas fiestas,
estruendos son ofensivos
a tu sencilla existencia.
Libre en el aire del campo,
cuando la aurora despiertas,
y con las primeras sombras
del crepúsculo te albergas:
los gozadores del mundo,
los que esas ciudades pueblan,
cierran sus ojos al día;
la noche los desenfrena.
Tú eres la hija del ambiente,
y del alba, y de las frescas
florecillas amorosas
que abril y mayo despliegan.
Familiar, pura y sencilla,
Dios no puso en ti defensa,
y dijo, porque te amaran:
«Anuncia, la primavera,
»y engéndrese en ti el instinto
»de la emigración, y lleva
»tu mensaje a cien regiones,
»sin errar nunca la senda.
»Cruza mares y desiertos,
»las ruinas visita, y llega
»al asilo en donde mora
»la paz en santa modestia.»
¡Y fuiste! Y sin duda el dedo,
de la sabia Omnipotencia
trazó en el aire el camino
que a cien regiones te lleva...
Misterios son tus jornadas,
viajes de escondida ciencia,
a donde sólo te sigue
la inspiración del poeta.
¡Oh mi mansa golondrina
y mi dulce compañera!
¡Bienvenida seas al techo
del triste que te desea;
y así tus hijuelos guarden
memoria de mi vivienda,
como yo de ti me acuerdo
en los meses de tu ausencia!