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Los Keneddy: Con el oído en la tierra

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Estaban en una feria ganadera efectuando ventas de toros, cuando recibieron noticias del atentado cometido el 6 de Septiembre contra la Constitución Argentina.
Desde ese momento lo hermanos Kennedy viven para combatir al dictador. Se ahogan. Sufren una opresión constante, obsesionante, casi material. Sienten el taco de Uriburu sobre sus pechos. Es algo que aprieta realmente sus corazones y limita el pensamiento y llaga el espíritu.
Abandonan sus operaciones comerciales. Vuelven al hogar. Creían hallar alivio en él; no es así. Salen al campo; se ponen de cara al monte y al río: la asfixia continúa. Ya no tendrán fiestas, ni trabajo, ni descanso. Para ellos sólo queda una actividad posible: salvar la democracia Argentina.
No conciben cómo otros compatriotas pueden seguir en el camino cotidiano, soportar la adusta mirada de los viejos y las inquietantes preguntas de los niños. La Nación corre grave peligro. Es el honor de todos el enfermo.
Eduardo Kennedy era irigoyenista militante. Mario y Roberto radicales antipersonalistas. Se unen. Ya no son partidarios: son argentinos.
Pegan el oído en tierra. A lo indio. Y esperan el primer toque de clarín... Suena en Goya. Hacia allá se encaminan en el mes de septiembre. La conspiración aborta.
Los Kennedy siguen alertas. Dos meses después oyen otro toque de rebato; llega en el viento del Sur. Corren a Buenos Aires. Tampoco esta vez entran en acción.
Retornan a su centinela.
Cruzan el Uruguay. Conferencian en el Salto con Ábalos, Pomar y Toranzo. Ya tienen un grito de batalla y una fecha. Pero reciben contraorden. Es preciso postergar el levantamiento.
Esperan. Confían en los Jefes. Más tarde Eduardo Kennedy cruza de nuevo el Uruguay. Y el dos de Enero regresa a “La Paz”. Vibra de entusiasmo; la provincia está sobre las armas. Es un “camuatí”. En veinte pueblos, centenares de argentinos esperan la voz de ataque. El día tres a las tres de la mañana, desde los campanarios alertas, los bronces soltarán el pampero.
Toca a los hermanos Kennedy el honor de sublevar “La Paz”. Deben apoderarse de la Jefatura, ganar la población y pedir órdenes a Concordia, asiento del alto comando revolucionario.
Mario y Eduardo Kennedy, solteros, hacen testamento.
La noche del tres, noche buena para la democracia, los Kennedy reúnen la columna de ataque. Son catorce hombres. Tienen armas cortas y brazos largos.
Aún quedan detalles que madurar. Deliberan. Algunos confían sorprender a los enemigos. Uno de los revolucionarios propone entretener al centinela de la Jefatura para dar tiempo a que el grupo desemboque, le rodee, e impida pasar la alarma.
Los Kennedy saben que el enemigo está alerta. Mejor! Se ha conversado tanto! Se ha hecho tan poco! Es urgente llegar al heroísmo por el camino más recto.
-“Yo me encargo del centinela”- dice Roberto Kennedy – “Y no se hable más”
Es suficiente garantía. Callan. Los tres hermanos pasan al frente. Las cabezas se inclinan sobre un reloj.
Son las tres.
-“Vamos!”
Y el puñado de patriotas se pone en marcha.