Los Keneddy: Es noche alta
Al cabo de otra hora, se abre el telón del monte y aparece en orden de batalla un pajonal inmenso.
- “Parecen las costas del Paraná”, observa Eduardo.
- No habrán extraviado el rumbo?
- “Estamos a diez leguas del río” – asegura Mario.
Ese día duermen al castigo del sol. Descansan por turno. Enero tuesta los pastos; hierve en las chicharras, enloquece. Toman agua tibia. La sed, que se detuvo en el molino, ha vuelto a darles alcance. Roberto cree aliviarla masticando juntos. Presenta síntomas de insolación.
Mario abre un pozo a cuchillo. Busca agua. Encuentra cansancio.
En la damajuana queda solo medio litro de caldo. Lo ahorran heroicamente. Necesitan todo un manantial y tienen el valor de apenas humedecer el sello de los labios. Los despegan con piel. Mojan la lengua resquebrajada. No hay ni una nube, ni un árbol.
La marmita del pajal y la tapa del sol. Arden.
Pero todavía no han llegado al fondo del tomento. La fiebre de sus bocas descompone el último trago. Ahora sí, están en la hendidura que separa el hombre de la bestia. Aquí es donde el bagual cae de rodillas para morir mordiendo el polvo.
Y aquí los Kennedy, se ponen de pié y salen delante empujando la reja; porque su simiente se pudre con la lluvia; germina en la sequía como todo ideal.