Los Keneddy: Estoicismo
Entonces Eduardo Kennedy pisa en falso y se disloca un pié. Ni trastabilla siquiera. Aprieta los puños y, adelante! Resuelve atribuir la violencia del dolor a esos primeros movimientos. Pesa el pié. Un cuzco muerde su tobillo; sigue con él de arrastro! Tienen mucho camino todavía, ya se gastará esa mueca dentada a fuerza de
roer y roer...
Es grueso Eduardo, además lleva a hombros cuatro arrobas de munición. Con el vaivén de la marcha, las puntas del maletín golpean a ritmo pecho y dorso. Ese péndulo de plomo castiga sorda e incesantemente. Amorata. Machuca. Y el mismo sitio. Hiere la piel. Se comunica a los tejidos. Repercute en la cavidad del pecho. Es un latir como de pus... Media hora después los nervios inflamados también empiezan a transmitir sensaciones oscuras! Eduardo Kennedy da vueltas y vueltas sin salir nunca de una portera de molinete. Los dos palos de esa cruz le pegan. Mientras la manopla agarra su hombro, se afirma, presiona y le clava el pié enfermo en todos los baches del campo.
Mario y Roberto no han advertido nada.
Para evitarles angustias, Eduardo marcha a la par de ellos, derecho y ágil.
No hablan. No fuman.
Atraviesan algunos callejones polvorientos . . . Los cruzan caminando de espaldas. Estampan sus huellas al revés. Quien la descubra seguirá el rastro en dirección contraria a la de los fugitivos.