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Los Keneddy: Guayquiraro

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“Debemos Salir adelante en la única forma siempre eficaz: derecho al Norte y pasando por encima de todo”. Esto dice Mario Kennedy y sale el primero. En vano cierran su guardia los pajales y abre la ciénaga su ventosa. Pasan por el medio. Chapotean. Desafilan espadañas. Arrancan de cuajo cada pié.
En esto el guía oye un silbido. Se vuelve: Eduardo está en el suelo. Bramando a Escondidas, en retaguardia, ese cacique llegó hasta el último paso. Todavía estuvo algunos instantes de pié. Aserrado en la base, oscilaba... y se desplomó. Los tres callan. Eduardo Kennedy no precisa asidero, ni alivio. Ha de levantarse solo. Y minutos después se yergue y allá va abriendo calle a la par de los hermanos, en carrera con el alba.
El monte aumenta sin cesar sus columnas. Del macizo tropical trae bosques cada vez más cerrados. En la margen del río los espera tras alambrados de púas. Vencen al mogote y forma cuadro el batallón de quebrachos: lo rompen y dan contra la pared elástica del Guayquiraró. Igual que en “La Paz”. Ellos retroceden. Topan el muro. Abren brecha. Alcanzan la orilla. Mario da un paso y se hunde hasta el pecho en un tembladeral.
- “Salí de ahí” – gritó Roberto – “eso ha de estar cuajado de yacarés”!”
Mario tranquilo siempre sale con ganga de cieno.
- “Eduardo – dice, - no podría pasar por ahí”.
Vuelven a costear el monte. Hacen otra mella y triunfan: a sus pies corre el casto “Guayquiraró”.
Amanece.
Los anestesia el canto de la luz y los pájaros.
Siente chapotear... golpes como de remos... Será alguna chalana que vigila el río? No; son coletazos de dorados!
Aquí y allá fosforean pupilas: se bañan las últimas estrellas?. No: son yacarés. Hay muchos. Llenos de pústulas seca. Escalofriantes. Mandíbulas, ojos y voracidad. Se aplastan en la orilla. Ensucian el barro. Siguen a los tres hombres con mirada estúpida y feroz. Los Kennedy, erizados de asco, se desnudan lo mismo. Entonces los yacarés resbalan y se zambullen. Los Kennedy zambullen también!. Nadan. Accionan con una mano. En la otra sostienen las armas. Entre los dientes el ascua que no se apagará... Han cruzado el Paranacito furioso. No temen al Guayquiraró, ni sus guardianes. Están mancos y son calmosos. Si huyeran, flotarían manchones de sangre en el río. Pero nadan lentamente...
- “Qué sintieron?” interrumpió
- “Que no podían atacarnos” – responden
Alcanzan la otra margen. CORRIENTES!