Los asadores en sopa (cuento)
« Voy á contaros el exquisito festin que ayer tuvimos, dijo una rata vieja á una de sus comadres que no habia asistido al banquete. Me hallaba colocada à la izquierda de nuestro anciano rey, en el vigésimo sitio, lo que me parece un puesto muy preferente. Debe interesaros conocer el detalle de los platos: hubo pan enmohecido, corteza de tocino, sebo, y para postres salchichas asadas. Despues de haber concluido volvimos á comenzar, de modo que fué romo si hubiésemos tenido dos comidas. Todos estabamos muy alegres y decíamos esas agradables tontunas que se dicen en familia.
» Lo devoramos todo; sólo quedaron los asadores de las salchichas. Á lo mejor de la conversacion, una de mis vecinas recordó la locucion proverbial: asadores en sopa; todo el mundo habia oido hablar de este plato, pero nadie lo habia probado y nadie sabía prepararlo.
» Se brindó con sumo ingenio por el inventor de esta sopa, y dijeron que habia resuello la cuestion social, cosa más profunda de lo que parece.
El anciano rey se levantó entonces y declaró que aquella de las ratas jóvenes que supiese condimentar esta sopa del modo más apetitoso sería su esposa, sería reina. Y concedió un plazo de un año y un dia para prepararse á la prueba.
— No es mala la idea, dijo la comadre. Pero ¿cómo es posible preparar esa decantada sopa?
— Amiga mia, eso es lo que se preguntan todas las señoritas del bando ratuno, y las viejas tambien, pues esperan que las dejarán tomar parte en el certámen. Todas desearian ser reinas; lo único que las asusta es que, para dar con la famosa receta, hay que dejar á sus padres y correr el mundo, á la buena de Dios. No todas se atreven á dejar á su familia y las seguras madrigueras, para correr aventuras por esos campos. ¿Quién sabe si viajando hallarán todos los dias su racion de pan y cortezas de tocino? Lo
más probable es que se pase hambre, sin contar el peligro de ser masticada por un gato. »
Y con efecto, esta desagradable perspectiva enfrió el ardor de las ratunas señoritas; sólo cuatro se presentaron para intentar el lance y viajar por el mundo en busca de la receta de la sopa. Eran jóvenes, lindas y vivarachas, pero pobres; esto las infundió valor. Cada una se dirigió á uno de los puntos cardinales, llevando un asador como báculo á fin de no olvidar nunca el objeto de su excursion.
Partieron cuatro, á principios de mayo, pero un año despues sólo volvieron tres; la cuarta no regresó ni mandó noticias suyas.
Habia llegado el dia señalado. « No hay placer completo, dijo el rey ; la pobre ratita habrá perecido. » Luego ordenó que se convocasen á la gran cocina, todas las ratas y ratones á cien leguas á la redonda. Las tres ratitas formaban en fila, ante Su Majestad, y á su lado habia un asador cubierto con un velo negro en memoria de la cuarta que no habia parecido. Quedó ordenado que nadie pudiese expresar su parecer, emitir una opinion ántes de que el monarca hubiese manifestado la suya.
Veamos ahora lo que pasó.
Cuando me marché para visitar el mundo, dijo la ratita, pensaba como todas las ratas de mis años que nada tenía que aprender, y que poseia en mí toda la ciencia. ¡Ilusion! Para alcanzar este resultado se necesita contar muchos años, unos tras otros, y tal vez no se consigue nunca. Comencé por embarcarme en un buque con rumbo al Norte. Me habian dicho que el cocinero era un hombre hábil que sabía sacar partido de todo, y que, efectivamente, en el mar era indispensable poder guisar con poca cosa. « Tal vez, me habia dicho, se verá obligado á poner en sopa un asador, y veré entónces cómo se arregla. »
Pero nada de esto; habia buenas lonjas de tocino, grandes barriles de carne salada y blanquísima harina. Á fe mia, vivi con regalo y no se trató, ni por asomo, de hacer sopa de asadores.Navegamos muchos dias y no ménos noches, bailando la nave que era un contento. Á veces el agua de las olas me salpicaba y me mojaba de la cola á las orejas. Llegamos al fin al extremo norte, donde abandoné la nave por la tierra firme.
Extraña sensacion os a cometo cuando, al salir
del agujero en el que habéis pasado toda vuestra juventud, y despues de embarcaros en un buque, — otra especie de agujero, — os halláis de repente en campo raso, en el extranjero, á miles de leguas del hogar paterno.
Delante de mí se extendian grandes y poblados bosques de pinos y abedules que despedian un fuerte olor á resina. Creí en un principio que olia á salchichas y me precipité hácia el bosque, pero no conseguí más que tomar frio y estornudar durante cinco minutos.
Seguí adelante y encontré grandes lagos que parecían de tinta vistos desde léjos, pero que eran límpidos vistos de cerca. Una bandada de cisnes permanecia tan inmóvil que la tomé por la espuma, pero los reconocí cuando se alzaron del agua y se pusieron á andar, balanceándose, como los ánades. En efecto, son de la misma familia, y por mucho orgullo que se tenga, nadie puede ocultar su orígen por completo.
Yo me atuve á los animales de mi casta. Trabé relaciones con ratones campesinos, pero no saben gran cosa, sobre todo en materia culinaria, y no podían serme útiles para el objeto que tenía mi viaje. Cuando les hablé de asadores en sopa les pareció tan extraordinario que á alguien se le hubiese ocurrido semejante plato, que se fueron á contarlo por todo el bosque. La sorpresa fué universal y se declaró que la cosa era puramente imposible, lo que me probó que no conocían el secreto que yo buscaba. Pero me enseñaron por qué era tan punzante el olor del bosque, por qué plantas y flores eran tan aromáticas. Estábamos en mayo, cosa que no sabía, pues habia olvidado calcular el tiempo con las tempestades que habia sufrido en el mar. Corria la primavera y por esto, segun me explicaren, olian tambien las plantas y los lagos fulguraban.
Cerca de la linde del bosque, en una plazoleta rodeada de quintas, se elevaba un palo alto como el mástil de un navío, y en su punta llevaba coronas de flores y cintas de colores: era el árbol de mayo. Los aldeanos y las campesinas bailaban alrededor al sonido de un violin que acompañaban cantando. Estaban poseidos de loca alegría. El sol se ocultó, la luna se levantó en el cielo, y las parejas siguieron bailando.
Era una cosa que no me interesaba; todo lo que habria ganado mezclándome á la gente habria sido algun pisoton capaz de aplastarme. Fuí á acurrucarme en un monton de musgo tan suave como el cútis de nuestro venerado monarca, y verde como conviene para reposar la vista que tenía un tanto cansada despues de lo que, en tan poco tiempo, habia tenido que ver.
De pronto vi aparecer á mi alrededor una bandada de adorables criaturas, que apénas me llegaban á la rodilla; tenian la forma de un hombre, pero eran mejor proporcionadas. Eran los genios del bosque, vestidos con bajas de las más hermosas flores; era una variedad de colores deliciosa.
Todos parecian buscar algo en la yerba; algunos se acercaron á mí.
« Hé aquí precisamente lo que nos hace falta, » dijo uno de los más lindos, señalando el asador que yo tenia en la pata. Y cuanto más miraba mi báculo, más satisfecho parecia. « No tengo inconveniente en prestarlo, dije yo, pero hay que devolvérmelo. — ¡Devolver, devolver! » exclamaron en coro, y cogieron el asador que les dejé, pues tenía completa confianza en gente tan bien vestida.
Se fueron corriendo á un sitio en que el musgo era ménos espeso y clavaron en el suelo mi asador, que se sostuvo con solidez. Ahora comprendí lo que querían: era tener un árbol de mayo. Comenzaron á adornarlo, y en toda mi vida he visto cosa más magnífica.
Unas arañas pequeñas cubrieron la aguja de lardear con hilos de oro y colgaron de ella banderolas tejidas con delicadeza; su blancura á la luz de la luna era tal que me deslumbró. Los industriosos animales fueron en seguida á tomar los más brillantes colores en las alas de las dormidas mariposas y pintaron con ellos sus ligeros tejidos.
Algunos pétalos de flores, algunas gotas de rocío brillaban como diamantes acá y acullá, colocadas con gusto. No reconocía mi asador; jamas hubo en la tierra árbol de mayo parecido á este.
Fueron luego á buscar á los genios superiores, á los ricos señores y las hermosas damas, pues los que habian preparado la fiesta eran simples siervos. Me convidaron á acercarme para disfrutar del espectáculo, aunque no muy cerca, pues al moverme habria podido aplastar á álguien de la sociedad.
Comenzaron los bailes. ¡Qué deliciosa música la que entónces escuché! Por todo el bosque resonaban cantos de las aves canoras; el cuclillo, el ruiseñor, el mirlo y hasta los cisnes, si no me engaño, ejecutaron una pieza. Era un sonido lleno y armonioso como el de un centenar de campanillas de cristal. El susurro suave de la brisa en el follaje acompañaba el canto, y un genio, golpeando en mi asador con una varilla de flores, le arrancaba el sonido más melodioso. Nunca lo habría creido posible. Este bastoncillo se convirtió en un instrumento músico. Estaba extática, y conmovida; aunque no sea más que una ratita, tengo mucha sensibilidad y lloré de alegría.
¡Qué corta me pareció la noche! Pero, en esta estacion, el sol amanece muy temprano.
Al alba, un viento fresco se llevó las banderolas y las cintas, las hermosas guirnaldas, todos los adornos del árbol de mayo. Seis genios vinieron á traerme mi asador, dándome las gracias con la mayor urbanidad, y preguntaron si, en pago del servicio que les habia prestado, deseaba algo; añadiendo que si estaba en su poder lo harían con mucho gusto.
Así la ocasion por los cabellos y les supliqué me dijesen cómo se condimentaban los asadores en sopa.
« Acabas de verlo, respondió el principal. No reconocias tu asador; has visto todo el partido que hemos sacado de él.
— No hablo en sentido figurado, sino en sentido recto, repliqué. Se trata de una sopa real y efectiva. »
Y les conté toda la historia, y el objeto de mi viaje, y lo que del descubrimiento de la receta esperaba.
« Bien veis, añadí, que el rey de los ratones en su poderoso imperio no sabría sacar provecho de todas las cosas con que habéis adornado mi asador, admitiendo que yo pudiese reproducirlas; sería un buen espectáculo, pero sólo á propósito para los postres, cuando ya no se tiene hambre. »
Entónces el genio mojó su dedo en el cáliz de una violeta y lo paseó por el asador: « Oye bien. Cuando estés de vuelta al lado de tu rey, toca su hocico con esta varilla, y verás salir el más lindo ramillete de violetas, aunque sea en el mes de diciembre. Así te habré dado algo como recompensa, y aun añadiré algo más. »
Á estas palabras, la ratita acercó el asador al augusto hocico de su soberano y, en efecto, la varilla se bailó cubierta de violetas en una punta; el olor era delicioso, pero no agradó al pueblo ratuno, y el rey, despues de declararlo bueno todo lo más para los hombres, ordenó que algunas ratas se quemasen el rabo, para que hubiese un agradable olor de socarrina.
« Pero ¿no habia prometido algo más el genio? preguntó el rey.
— Sí, respondió la rata, y cumplió su palabra. Es otra sorpresa del más grato efecto.
« Las violetas, dijo, es para la vista y el olfato, ahora voy á darle algo para el oído. »
Y la ratita tornó el asador. Las flores habian desaparecido. Se puso á menearlo como una batuta y á llevar el compas. ¡Qué música más singular la que resonó! No eran los acordes divinos que llenaron el bosque durante el baile de los genios; eran todos los ruidos imaginables que pueden producirse en una cocina. Las ratas se volvían oídos.
Se oia el chisporrotear de los sarmientos, el ronquido del horno, el hervor de la sopa, el chirrido de la grasa, el ruido continuo de un pedazo de carne que se asa. De pronto se habla dicho que una bocanada de aire acababa de activar el fuego, de modo que las cacerolas se derramaron, y lo que cayó sobre las ascuas produjo gran ruido. Luego, un silencio completo. Poco á poco, comenzó un ligero rumor, como un canto suave y las limero; el agua hervía, paulatinamente, hasta que hirvió á borbollones. Las cacerolas cantaban, unas en mayor, otras en menor. La ratita agitó la batuta con más viveza y entónces fué un ruido infernal; la rata, asustada, tiró el asador al suelo.
No se oyó nada más.
« ¡Buena coccion! dijo el rey. Vamos, que sirvan la sopa, debe ser excelente.
— Es que no hay más, dijo la ratita; toda la sopa se ha derramado en el fuego. »
Y se inclinó respetuosamente.
« ¡Es una broma pesada! exclamó el rey. Adelante la segunda y que nos dé su receta. »
He nacido en la biblioteca de la quinta; dijo la segunda ratita. Se diria que un sortilegio pesa sobre
nuestra familia: casi ninguna de nosotras tiene la felicidad de penetrar hasta el comedor ó la despensa, objeto de nuestros deseos. Es hoy la primera vez que en esta cocina entro; sin embargo, no estoy desorientada, pues durante mi viaje he frecuentado varios de estos deliciosos lugares.
En la famosa biblioteca que fué mi cuna, tuvimos que sufrir el hambre á menudo; pero adquirimos una notable instruccion y váyase lo uno por lo otro. La noticia del certámen abierto por órden del rey para el descubrimiento de la receta de los asadores en sopa, llegó basta nosotras. Mi abuela recordó haber oído leer un dia, á uno de los bibliotecarios, este pasaje en una obra voluminosa: « El poeta es un mago; puede hacer una sopa sólo con poseer un asador. » Mi abuela me preguntó si me sentia yo poetisa; no sabia siquiera lo que podia ser. « Vaya, dijo, tienes que viajar y tratar de aprender cómo se hace un poeta. — Es una cosa superior á mis fuerzas, » repliqué.
Pero mi abuela, que habia sido curiosa en su juventud y habia escuchado á menudo lo que en la bi-blioteca se leia, me dijo que, segun los autores más famosos, se necesitaban tres ingredientes para hacer un poeta: inteligencia, imaginacion y sentimiento. « Si consigues procurarte esas tres cosas, dijo, serás poetisa y entónces te será fácil preparar esa famosa sopa. »Partí en busca de estas tres cualidades con direccion al oeste.
La inteligencia, me dije, es la principal de las tres; las otras dos son ménos estimadas en este mundo; así pues me apliqué primero á adquirir la inteligencia. Pero ¿en dónde hallarla?
« Considera la hormiga y aprenderás la sabiduría, » ha dicho cierto rey de los israelitas, como lo habia oído leer tambien mi abuela. Marché por lo tanto sin detenerme hasta que hube dado con el hormiguero que buscaba.
Las hormigas son un pueblo muy respetable, repleto de inteligencia. Entre ellas, todo pasa como un problema de matemáticas que se resuelve con el mayor método. Trabajar, trabajar sin descanso y poner huevos, es, segun ellas dicen, cumplir sus deberes en vista del presente y del porvenir, y no hacen otra cosa.
Se dividen en superiores é inferiores; el rango se determina con un número de órden y la reina posee el número uno. Su parecer es el solo verdadero; posee la ciencia infusa y no tardé en saberlo. Esto era de la mayor importancia para mí, y sólo tenía que descubrir á la reina entre aquella infinidad de animalitos.
Oí mencionar algunas de sus ocurrencias que debian ser el sumo de la razon, pues á mí me parecieron absurdas. Pretendia que su hormiguero era lo que habia de más elevado en el mundo, y que ella era más alta que las más altas montañas. Empero, al lado había un árbol que sobresalía por lo ménos de cien piés, pero nunca se hablaba de él, y como las hormigas son ciegas, el dicho de la reina pasaba por la pura verdad.
Una tarde, una hormiga extraviada subió al árbol y, sin llegar á la copa, llegó bastante arriba, mas alto que ninguna de sus hermanas había subido nunca. Cuando volvió habló de su ascension y declaró que el árbol la parecia mucho más elevado que el hormiguero, lo que fué considerado como un insulto á la comunidad y la pobre hormiga fué condenada á los trabajos más penosos, como tirar de los insectos muertos, etc.
Pero, algua tiempo despues, otra hormiga se perdió árbol arriba. De regreso al hogar habló de su excursión con prudencia y anfibología, dejando adivinar, empero, á quien queria comprender, que el árbol era mucho más alto que el hormiguero. Como era una de las grandes damas de la corte y merecia suma consideracion, en vez de perseguirla como á la primera, colocaron encima de su tumba, — cuando murió, — un cascaron de huevo á guisa de monumento, para eternizar el recuerdo de su valor y de su ciencia.
Entre tanto no habia podido descubrir aun á la reina y seguia en observacion. Noté que las hormígan sacaban de vez en cuando sus huevos á secar al sol. Un dia, vi una que no podía recoger el suyo para volverlo á entrar. Otras dos se acercaron para ayudarla, pero como estaban cargadas y estuvieron á pique de dejar caer su carga, se fueron al momento dejando á la pobrecilla sin socorro. « Eso se llama obrar bien. dijo una voz; la caridad bien ordenada comienza por sí mismo. Nosotras hormigas no nos equivocamos nunca, pues todas nacemos razonables. Sin embargo, ante todas, yo soy la que mayor razon poseo. » Y vi entre la multitud una hormiga que se erguia con arrogancia sobre sus patas traseras. No cabia duda, era la reina. De una lengüetada me la tragué y poseí así la sabiduría y la inteligencia. Pero no era bastante.
Á mi vez me puse á subir por el árbol que sombreaba el hormiguero; era una hermosa y secular encina, que poseía una magnífica corona en su copa.
Sabia por mi abuela que los árboles son habitados. por séres particulares, dríadas, una ninfa que nace con el árbol y con él muere. En efecto, en lo más elevarlo, en un hueco del tronco, se hallaba una jóven de una belleza sobrenatural, lo que no impidió que diese un grito de espanto al verme. Como todas las mujeres tenía miedo de los ratones; sabía ademas que habria podido roer la corteza del árbol al que estaba unida su existencia. La dije afectuosas palabras y la tranquilicé sobre mis intenciones; me tomó entonces en una mano y me acarició con dulzura. Le conté el porqué de mi viaje y me prometió que tal vez aquella misma noche poseeria una de las dos cualidades que me faltaban para ser poetisa.
« El hermoso Fantasio, dijo, el dios de la imaginacion, viene á posarse á menudo en este tronco nudoso que ama por su robustez, sus fuertes raíces y la majestuosa corona que en invierno reta las nieves y la intemperie, y en verano forma este soberbio dosel de follaje desde donde se domina el paisaje que tienes á la vista. Los pájaros cuentan sus aventuras, y la cigüeña que tiene colgado su nido en la única rama seca, habla de las maravillas del país de las pirámides.
» Todo eso agrada á Fántasio; tambien le gusta oirme contar el relato de mi vida, desde la época en que la encina era un pequeño arbusto; todo le que he visto y experimentado desde hace tres siglos. Me interesa y seduce. Dentro de poco debe venir á verme. Ocúltate abajo, en aquella mala de lirio; mientras sueña, bien hallaré medio de arrancarle una pluma de su ala; no habrá habido nunca poeta que haya poseido una semejante. »
Y con efecto, el brillante Fantasio llegó, la buena driada le quitó una pluma de sus alas y me la dió.
La mojé para que fuese ménos áspera, y con no poca dificultad acabé por tragármela. Poseía entónces inteligencia é imaginacion; me faltaba el sentimiento.
Regresé á la biblioteca; sabía que contenia muchas de esas novelas destinadas á hacer llorar á los humanos, y que hacen el oficio de esponjas para abosorber el sentimiento.
Recordé que era fácil reconocerlas por el aspecto apetitoso del papel; á fuerza de ser leidos por amos y criados, el papel tenía un dedo de grasa, excelente rebanada para el paladar de una rata.
Ataqué uno y luego otro y comencé á sentir singulares retortijones de pecho, si la frase es admisible; devoré otro y fuí poetisa, á no dudarlo. Tenía dolores de cabeza, dolores de estómago, dolores en todas partes; me poseía una agitación incesante.
Y ahora, ¿cómo hacer la sopa de asadores? Mi imaginacion me suministra muchas situaciones, historias, anécdotas y proverbios en que figura un asador. No hay nada más divertido. y es mucho mejor que una sopa que se come en realidad.
Así, voy á comenzar por narrar a Vuestra Majestad el cuento en que, con un asador magnético, la buena hada trasformó á la Cenicienta y todos los objetos de la cocina; mañana contaré otra historia y así sucesivamente.
« Basta de tontunas, dijo el rey; todo eso son cosas que no se comen ni con cuchara ni con tenedor. Siga la otra.
— ¡Psch, psch! » se oyó de pronto.
Una ratita, la cuarta de la partida, la que se habia creído muerta, acababa de entrar en la cocina. Se precipitó como una flecha en medio de la asamblea, derribando el asador cubierto con un velo negro, que se habia colocado allí en recuerdo suyo.
Habia corrido de día y de noche para llegar á tiempo a la cita; habia tenido el valor de aventurarse en un vagón de un tren de mercancías. No tenía su asador y la fallaban muchos pelos, pues la habían dado más de un porrazo; tomó al momento la palabra, sin esperar su turno, como si la existencia de todo el pueblo ratuno dependiese de lo que iba á decir. Y habló con una solemnidad suprema. Todo esto era tan inesperado que el rey no pensó siquiera en echarla una reprimenda por su falta de respeto.
Escuchemos lo que contó.
En primer lugar me trasladé á la capital de un gran país, pensando que en una ciudad importante hallaria más fácilmente detalles útiles. Como no tengo memoria para los nombres he olvidado el de la ciudad. Habia hecho el viaje en la carreta de un contrabandista; fué embargada y llevada al palacio de justicia. Me escurri al suelo y me oculté en la porteria.
Oí hablar al portero de un hombre que acababan de meter en la cárcel por algunas salidas irreverenciosas contra la autoridad; sus palabras habian sido citadas, amplificadas, comentadas; luego, alteradas así habian sido escritas en el papel y exageradas de nuevo.
« No hay nada grave, dijo el portero; es una cosa tan clara como la sopa de asadores; pero puede costarle la cabeza. »
Á estas palabras levanté la cabeza y agucé el oído; me dije, que tal vez me hallaba en buen camino para encontrar la receta. Ademas, el pobre prisionero me interesaba y me puse á buscar su calabozo. Di con él y penetré por la galera de la puerta.
El prisionero era pálido; llevaba una barba crecida y tenía relucientes ojos. La lámpara que alumbraba aquel sombrío recinto arrojaba una llama humeante y vacilante; las paredes estaban cubiertas de hollin y el prisionero grababa en ellas versos y dibujos; parecia fastidiarse y me recibió con agrado. Me echó migajas de pan, me hablo con dulzura y silbó para que me acercase; poco á poco, tuve en él plena confianza y fuimos dos buenos amigos.
Compartía su pan conmigo, me daba algo más que la corteza del queso; de vez en cuando teníamos salchichon; era una buena vida.
Pero no era todo esto lo que me complacia; estaba orgullosa del cariño de aquel excelente hombre. Me cogía en la mano, jugaba en su barba; cuando tenía frio me abrigaba en su manga. Tenía por mí un verdadero apego y yo le pagaba con creces. Olvidé el objeto de mi viaje, no hice caso de mi asador que cayó en una rendija del entarimado, donde se encuentra todavía.
Me quedé ahí, diciéndome que, si yo me iba, el pobre prisionero no tendria con quien compartir su pan y queso. Pero fué él quien se marchó. La última vez que le vi, aunque estaba muy triste, me acarició con ternura y me dió una rebanada de pan y la mitad de su queso. Al salir del calabozo me mandó un beso con la mano. No volvió nunca y nunca he sabido lo que fué de él. « Sopa de asadores, » decía el portero siempre que se hablaba de él. Estas palabras me recordaron el objeto de mi viaje y volví á la portería. Acostumbrada á las bondades del prisionero, no desconfiaba ya de los hombres y cometí la imprudencia de dejarme ver. El portero me cogió, me acarició, pero me metió en una ratonera.
¡Qué horrible cárcel! Por más que una corre, no se adelanta y se rien de una á carcajadas.
El maldito portero me habia encerrado allí para que sirviese de juguete á una níñita, hija suya, con el cabello rubio como el oro, labios sonrientes y ojos alegres. Un dia, viéndome cansada de una carrera desesperada que habia dado, en círculo, exclamó: « ¡Pobre animalito! » Y abriendo la portezuela me dejó salir. De un salto me subí á la ventana y hui por la canal gritando: « ¡Libre, estoy libre! »
Esperé que la oscuridad fuese completa, y por los tejados del palacio de justicia llegué á una torre habitada por un sereno y un buho. Vi muchos agujeros y me metí en uno aunque desconfiando del hombre y del buho, que se parece á un gato y como el gato es un perseguidor de nuestra raza.
Pero todo el mundo puede equivocarse y esto me sucedió á mí. El buho valía más que su cara; era viejo y tenía mucha experiencia, diciendo que descendia del famoso buho favorito de Minerva, diosa de la sabiduría; la verdad es que sabía mucho. Cuando sus hijuelos emitían alguna idea inconsiderada, les decia: « Vamos, no hagáis sopa de asadores. » Y ellos sabian que habian dicho una tontuna.
Nunca les hacía censuras mas graves y los trataba con suma ternura, lo que acabó por inspirarme confianza, y le dirigí una mañana los buenos dias.
El buho me díó la bienvenida y me prometió protegerme contra todos los animales dañinos, añadiendo que si el invierno era duro, se me comería él mismo.
Como os lo he dicho, es un animal muy astuto, y nada le inspira respeto. « Ahí tenéis al sereno, me dijo, se cree que es un personaje porque pregona la hora, y cuando hay un incendio despierta á los vecinos con los ayes de su bocina; no sabe hacer mas que eso, tocar la bocina, y es como los asadores en sopa. »
Aquí le interrumpí para que me diese la receta de este plato. « ¡Cómo! exclamó, ¿ignoráis que es un modo de decir inventado por los hombres? Cada cual lo toma más ó ménos en su sentido; pero, en el fondo, equivale á la palabra nada.
— ¡Muy bien! dije yo sorprendida por es la explicacion. Lo que me decís disipa todas mis ilusiones sobre esa famosa sopa; pero, bien mirado, es la verdad, y la verdad es lo más precioso que hay en el mundo. »
Y abandoné la torre y me apresuré á volver entre vosotros, trayendo, no la sopa, sino algo más estimable: la verdad. Las ratas y ratones pasan por un pueblo sensato, me dije, y nuestro, rey, afamado por su ingenio, quedará encantado de poseer la verdad y me hará reina.
« Tu verdad es una mentira, exclamó la tercera rata que aun no habia hablado. Yo sé preparar la sopa y vais á verlo con vuestros propios ojos. »
« Yo, continuó la tercera rata, no he ido á buscar detalles en el extranjero; me he quedado en nuestro país que vale tanto como otro cualquiera y en el que se halla lo que se quiere. No he ido á consultar los séres sobrenaturales, no me he tragado ni esto, ni lo de más allá para incharme de ciencia, no he pedido consejo á los buhos. Todo lo he encontrado en mi mollera, despues de largas reflexiones, y hé aquí lo que he sacado en claro:
Colocad un perol al fuego; muy bien. Echad agua, más, lleno hasta el borde. Ahora, atizad bien la lumbre; leña, carbón, es preciso que hierva á borbollones. ¡Perfectamente! Ha llegado el momento, meted dentro el asador; cinco minutos más y estará listo, pero sólo falta una cosa. Que nuestro gracioso soberano se digne menear el líquido con su augusto rabo durante unos dos minutos; y para que el regalo sea completo, conviene menear un minuto más.
« ¿Es preciso que sea mi rabo? preguntó el rey.
— Sí, Majestad; los rabos de nuestros súbditos no poseen esa virtud única, con que natura ha dotado el de Vuestra Majestad. »
El agua seguia hirviendo. El rey se acercó al perol con dignidad y el mayor valor que pudo, y extendió el rabo como hacen los ratones cuando lo mojan en una taza de leche para lamérselo luego. Pero apénas hubo sentido el calor y el vapor, se retiro de un brinco diciendo:
« Si, esto es, es la verdadera receta, y tú serás la reina. En cuanto á la sopa, la prepararemos en mejor ocasion, cuando llevemos cien años de casamiento.
Y el casamiento se celebró poco despues, con gran magnificencia.
Cuando se acabó la cena, algunas ratas decían: « Eso es sopa de rabo de raton y nada más. » Los relatos que habían oido, le parecian lindos los unos, mal con lados los otros.
Asimismo, cuando la historia cundió por el mundo, las opiniones fueron múltiples: hubo quién la declaró divertida, quién insípida.
En fin, como me la contaron te la cuento; la critica, en general, es como los asadores en sopa.