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Los cabellos de Absalón/Jornada I

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Los cabellos de Absalón
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada I

Jornada I

(Tocan cajas, sale DAVID por una puerta, y por la otra ABSALÓN, SALOMÓN, TAMAR y AQUITOFEL.)
SALOMÓN

Vuelva felicemente,
de laurel coronada la alta frente,
el campeón israelita,
azote del sacrílego moabita.

ADONÍAS

Ciña su blanca nieve
de la rama inmortal círculo breve,
[el] defensor de Dios y su ley pía,
horror de la gentil idolatría.

ABSALÓN

Himnos la fama cante
con labio de metal, voz de diamante,
de Jehová al real caudillo,
de Filistín al trágico cuchillo.

TAMAR

Hoy de Jerusalén las hijas bellas,
coronadas de flores y de estrellas,
entonen otra vez con mayor gloria
del Goliat segundo la victoria.


DAVID:

Queridas prendas mías,
báculos vivos de mis luengos días,
dadme todos los brazos.
(Abraza DAVID primero a SALOMÓN, después a ABSALÓN, después a ADONÍAS y a TAMAR.)
Renuévese mi edad entre los lazos
de dichas tan amadas,
¡Ay dulces prendas, por mí bien halladas!
Adonías valiente,
llega, llega otra vez. Y tú, prudente
Salomón, otra vez toca mi pecho,
en amorosas lágrimas deshecho.
Bellísimo Absalón, vuelve mil veces
a repetirme el gusto que me ofreces
en tan alegre día.
Y tú no te retires, Tamar mía
que he dejado el postrero
tu abrazo, ¡ay mi Tamar!, porque no quiero
que el corazón en gloria tan precisa,
viendo que otro le espera, me dé prisa.
A Rabatá, murada y guarnecida
ciudad del fiero Amón, dejo vencida,
sus muros excelentes
demolidos, sus torres eminentes
deshechas y postradas,
y sus calles en púrpura bañadas:
gracias primeramente
al gran Dios de Israel, luego al valiente
Joab, general mío,
de cuyo esfuerzo mis aplausos fío.

JOAB:

Honras, señor, tu hechura.

AQUITOFEL:

(Aparte.)
¡Infelice el que sirve sin ventura,
pues habiendo yo sido leal soldado,
no fui de una razón galardonado!

DAVID:

Mas con haber tenido
tan singular victoria, no lo ha sido
sino el volver a veros;
si bien tantos contentos lisonjeros
confunden su alegría,
considerando que el felice día
que vengo victorioso,
que entro por el alcázar suntuoso
de Sión, que salís con ansias tales
todos a recibirme a sus umbrales,
en ocasión tan alta,
Amón no más de entre vosotros falta;
Amón, mi hijo mayor y mi heredero,
a quien como mayor estimo y quiero.
¿Qué es la causa, Adonías,
de que él no aumente las venturas mías?

ADONÍAS:

Yo, señor, no sé nada

DAVID:

Salomón, una pena imaginada
es más que acontecida.
¿Qué ha sucedido a Amón? Di, por tu vida.


SALOMÓN:

Absalón lo dirá: yo no he sabido
que pueda haberle nada sucedido.

ABSALÓN:

Ni yo lo sé tampoco.

DAVID:

En vuestra suspensión mis penas toco.
Tamar, ¿qué hay de tu hermano?

TAMAR:

A mí, señor, pregúntasmelo en vano;
que, en mi cuarto encerrada,
vivo aún de los acasos ignorada.

DAVID:

¿No hay quien de Amón me diga?

AQUITOFEL:

Sí, señor. Criado soy, amor me obliga
a que nada te calle,
aunque razones el discurso halle
para no dar avisos de una pena,
a cuyo fin se excusan todos; llena
de otra razón el alma,
no quiero recatarte aquesta calma,
porque a ignorado mal no se da medio,
y sabido, se trata del remedio.
Amón, tu hijo, señor, ha muchos días
que ha dado en padecer melancolías
y tristezas tan fuertes,
que por no ser capaz de muchas muertes,
enfado de la luz del sol recibe,
con que entre sombras vive,
y aún está sin abrir una ventana,
ni ver la luz hermosa y soberana.
Tanto Amón se aborrece,
que el natural sustento no apetece:
ningún médico quiere
que le entre a ver; y, en fin, Amón se muere
de una grave tristeza,
pensión que trae la Naturaleza.

DAVID:

Aunque nazca la nueva que me has dado
de lealtad, te la hubiera perdonado,
Aquitofel, porque es tan mal contento
el disgusto, el pesar, el sentimiento,
que lo mismo que quiso
saber, oyendo tan pesado aviso,
saberlo no quisiera,
porque lo supo ya; que es de manera
desconversable el mal de un afligido,
que ignorado y sabido,
da siempre igual cuidado:
pues siempre es mal, sabido o ignorado.
Entrar, ¡ay Dios!, a descansar no quiero
en mi cuarto primero
que en el de Amón: venid todos conmigo.
Ingrato soy, Señor, ingrato, digo,
al grande favor vuestro:
bien en mis sentimientos hoy lo muestro,
pues cuatro hijos que veo
con salud, no divierten mi deseo
tanto como le aflige y atormenta
uno sin ella. ¡Oh ingrata y descontenta
condición que tenemos
los humanos, haciendo siempre extremos!


ABSALÓN:

Este es de Amón el cuarto; ya has llegado
más del afecto que del pie guiado.

DAVID:

Abrid aquesta puerta.

JOAB:

Ya, señor, está abierta
y al resplandor escaso que por ella
nos comunica la mayor estrella,
al príncipe se mira,
sentado en una silla.

(Corriendo una cortina, se descubre AMÓN sentado en una silla arrimada a un bufete, y de la otra parte estará JONADAB.)
TAMAR:

¿A quién no admira
verle tan divertido
en sus penas, que aún no nos ha sentido?

DAVID:

¡Amón!

AMÓN:

¿Quién me llama?

DAVID:

Yo.

AMÓN:

¡Señor!, pues ¿tú aquí?


DAVID:

¿Tan poco
gusto te deben mis dichas,
mi amor y afecto tan corto,
que no llegas a mis brazos?
Pues yo, aunque tú riguroso
me recibas, llegaré,
hijo, a los tuyos. Pues ¿cómo,
empezando en mí el cariño,
aún no obra en ti el alborozo?
¿Qué tienes, Amón? ¿Qué es esto?
Que aunque tus tristezas oigo,
pensé que al verme templaras
de su violencia el enojo.
¿Aún parabién no me das,
cuando vuelvo victorioso
a Jerusalén? ¿Mis triunfos
aún no vencen tus enojos?
Un príncipe que heredero
es de Israel, cuyo heroico
valor resistir debiera
constante, osado y brioso
los ceños de la fortuna
y del hado los oprobios,
¿tanto a una pasión se rinde,
tanto a una pena que absorto,
confuso, triste, afligido,
no les permite a sus ojos
la luz del día, negando
la entrada a sus rayos de oro?


DAVID:

¿Qué es esto, Amón? Si de causa
nace tu pena, no ignoro
que podré vencerla yo:
tuyo es mi imperio todo,
dispón de a tu albedrío,
desde un polo al otro polo.
Y si de no nace causa
conocida, sino sólo
de la natural pensión
deste nuestro humano polvo,
aliéntate; imperio tiene
el hombre sobre sí propio,
y los esfuerzos humanos,
llamado uno, vienen todos.
No te rindas a ti mismo,
no te avasalles medroso
a tu misma condición:
mira que el pesar es monstruo
que come vidas humanas
alimentadas del ocio.
Sal deste cuarto, o pues vienen
a él tus hermanos todos
hoy conmigo, habla con ellos.
Llegad, pues, llegad vosotros,
ya que las ternezas mías
pueden con Amón tan poco.


ADONÍAS:

Príncipe...

ABSALÓN:

Hermano...

SALOMÓN:

Señor...

TAMAR:

Amón...

AMÓN:

(Aparte.)
A esta voz respondo.

TAMAR:

¿Qué tienes?

SALOMÓN:

¿Qué sientes?

ABSALÓN:

¿Qué
te aflige?

ADONÍAS:

¿Qué te da asombro?

DAVID:

¿Qué apeteces?

TODOS:

¿Qué deseas?

AMÓN:

Sólo que me dejéis solo.

DAVID:

Si en eso no más estriban
tus deseos rigurosos,
vamos de aquí.
(Aparte.)
Por volver
a hablarle a solas, lo otorgo;
(que quizá no se declara
por estar delante todos).
(Alto.)
Venid. Ya solo te quedas.
¡Ay infeliz, qué de gozos,
qué de gustos, qué de dichas
desazona un pesar solo!
(Vase.)

JOAB:

¡Qué extraña melancolía!
(Vase.)

AQUITOFEL:

¡Qué silencio tan impropio!
(Vase.)

ADONÍAS:

¡Qué violencia tan cruel!
(Vase.)


SALOMÓN:

¡Qué afecto tan poderoso!
 (Vase.)

TAMAR:

Saben los cielos, Amón,
cuánto tus tristezas lloro.

ABSALÓN:

Yo, no.

TAMAR:

Absalón, ¿eso dices?

ABSALÓN:

Sí, que es heredero heroico
de David; y si él se muere,
quedo yo más cerca al solio;
que a quien aspira a reinar
cada hermano es un estorbo.

TAMAR:

Aunque su muerte sintiera,
me holgara verte en su trono;
que, en efecto, tú y yo hermanos
de padre y de madre somos.


(Vanse y quedan solos AMÓN y JONADAB.)
AMÓN:

Jonadab, ¿fuéronse ya?

JONADAB:

Sí, señor, unos tras otros,
como suelen los dineros
de quien gasta poco a poco,
que piensa que no hace mella
ahora un real y luego otro;
y cuando menos se cata,
halla el talego más gordo
hecho esqueleto de anjeo.

AMÓN:

Pues salte fuera tú y todo.

JONADAB:

¿Ya te olvidas de que tu
valido soy?

AMÓN:

No lo ignoro,
que eres tú sólo quien tiene
licencia entre mis dudosos
discursos para asistirme;
pero quiero quedar solo.


JONADAB:

Yo lo haré de buena gana;
que no es rato muy gustoso
el de un amo, cuando está
saturnino e hipocondrio;
pero antes que me vaya,
he de preguntarte: ¿cómo
a tu padre y tus hermanos
respondiste de aquel modo?
¿Es posible que ninguno
merezca de tus penosos
males saber la ocasión?

AMÓN:

No. Si yo propio a mí propio
me la pudiera negar,
la negara, cuando noto
que yo mismo de mí mismo
me avergüenzo si la nombro.
Es tal, que aun de mi silencio
vivo tal vez temeroso,
porque me han dicho que saben
con silencio hablar los ojos.
Tan en lo más retirado
del pecho la causa pongo
de mi pena, que tal vez
al corazón se la escondió,
porque el corazón no pueda,
sobresaltado al asombro
de reconocerla, dar
un golpe más recio que otro.


AMÓN:

Tan en lo más escondido
de la vida le aprisiono,
que aun este soplo que entra
a dar vitales despojos,
no sabe della, porque
no pueda el aire curioso
decir por lo destemplado
de algún suspiro que arrojo:
«Este sabe de la causa,
pues sale ardiendo este soplo».
En fin, está mi dolor
tan atado en lo más hondo
del alma, que el alma misma,
alcalde del calabozo,
no sabe el preso que guarda,
con ser su consejo propio.

JONADAB:

Sin duda eres sodomita,
que yo otra causa no toco
que a tanto silencio obligue.

AMÓN:

¿Que siempre hayas de ser loco?

JONADAB:

No está en mi mano el ser cuerdo.

(Dentro, ruido.)
AMÓN:

¿Qué pasos son los que oigo?


JONADAB:

Tamar, tu hermana, que habiendo
dejado en su suntüoso
cuarto a David, vuelve al suyo
por ese corredor.

AMÓN:

(Aparte.)
¿Cómo,
calladas pasiones mías,
a esta ocasión me reporto?
Pero ha de ser, ¡ah, deseo!,
que aun a sólo ver su rostro
no he de salir a la puerta.
Mas, ¡ay!, que en vano me opongo
de mi estrella a los influjos;
pues cuando digo animoso
que no he de salir a verla,
es cuando a verla me pongo.
¿Qué es esto, cielos? ¿Yo mismo
el daño no reconozco?
¿Pues cómo al daño me entrego?
¿Vive en mí más que yo propio?
No. ¿Pues cómo manda en mí,
con tan gran imperio otro,
que me lleva donde yo
ir no quiero?

JONADAB:

O soy un tonto,
o anda por aquí...

AMÓN:

¿Qué miras?

JONADAB:

Tengo aquí que hacer un poco.

AMÓN:

¿No te he dicho que te vayas?

JONADAB:

Sí, señor, mas por lo propio
no lo he hecho yo.

AMÓN:

Entrate allá.

JONADAB:

(Aparte.)
(En esta puerta me pongo.
Por eso dijo uno que
galanes los criados somos,
pues el más sucio criado
no deja de ser curioso.)
 (Escóndese.)

AMÓN:

Desde aquí veré a Tamar;
que no he de ser tan medroso,
que he de pensar que en efecto
se haya de salir con todo.
Y aun porque vean mis penas
como las lidio y propongo,
la he de ver y la he de hablar;
que no es valiente ni heroico
corazón que, antes del riesgo,
se apellidó victorioso.
(Sale TAMAR.)
¡Oh bellísima Tamar!


TAMAR:

No entréis conmigo vosotros;
esperad en esta puerta.
(A AMÓN.)
¡Cuánto estimo, cuando torno
a mi cuarto, cuando queda
con mi padre el reino todo,
que me hayas, Amón, llamado!
Que yo, aunque con amoroso
pecho siento tus tristezas,
no entrara, porque conozco
que cualquiera compañía
le sirve a un triste de estorbo.
Mas ya que aquesta ocasión
te he debido, cuando oigo
mi nombre, Amón, en tus labios,
mal haré si no la logro,
suplicándote merezca
ser yo quien del riguroso
dolor que te aflige, llegue
a oír la causa; que no poco
alivia el mal quien le cuenta
con satisfacción a otro
de que ha de sentirle; y puesto
que yo a feriar me dispongo
a mis lágrimas tus voces,
mi fe es fiadora de abono.
Hagan su oficio tus labios,
harán el suyo mis ojos.
Vea yo como tú sientes,
verás tú como yo lloro.


AMÓN:

Si yo, divina Tamar,
mi pena decir pudiera;
si capaz de mi voz fuera
el pesar de mi pesar;
si me pudiera explicar,
solamente a ti, (¡ay de mí!),
lo dijera; y siendo así,
que a ti te lo callo, cree
que a nadie se lo diré,
pues no te lo digo a ti.
Aunque es tan grande y tan rara
pena, y tanto se acrisola,
que a ti la dijera sola,
y a ti sola la callara:
la contrariedad repara
de mis ansias, pues aquí,
siendo tú sola ¡ay de mí!
quien no sabe esta quimera,
a cualquiera lo dijera,
por no decírtela a ti.

TAMAR:

Si una misma razón halla
en tu pena al padecella,
por quien yo debo sabella,
ya me ofende quien la calla.
La curiosidad batalla
en la parte del poder
saberla; y que soy mujer
advierte, y he de insistir
por saberla, y la he de oír,
pues no la puedo saber.


AMÓN:

Ya que ese empeño me obliga,
sin que salida le halle,
por mi parte a que lo calle,
por la tuya a que lo diga;
sin que en mí se contradiga
el hablar y enmudecer,
te tengo de obedecer.
Oye... Mas has de advertir,
que yo te la he de decir,
y tú no la has de saber.
Yo amo, Tamar; mi dolor
amor imposible es:
¡mira si es bien grande, pues
es imposible y amor!

TAMAR:

Ya es mi confusión mayor.
¡Dí de quien! Que aunque me den
cuenta tus voces, no bien
se explican.

AMÓN:

¡Ay Tamar mía!
Yo te dije que diría
por qué muero, no por quién.

TAMAR:

Yo lo pregunto admirada
de que haya quien, querida
de ti, no esté agradecida,
cuando no esté enamorada.

AMÓN:

No es ella, no, la culpada;
que aunque yo por ella muero,
no sabe ella que la quiero,
ni lo ha de saber jamás.

TAMAR:

¿Por qué?

AMÓN:

Porque estimo más
lo que amo que lo que espero.
Fuera de que tanto ha sido
el temor que la he cobrado,
que aventuro el verme amado,
por no verme aborrecido.
Y así, callar he querido,
porque sé que he de ofendella.
Máteme, Tamar, mi estrella,
y su sufrimiento no;
que más quiero morir yo,
que ser la ofendida ella.

TAMAR:

Pues, ¿por qué se ha de ofender
de verse de ti querida,
si la más desvanecida
mujer, en fin es mujer?
Bien podrá no agradecer,
de su honor haciendo alarde;
sentir, no. No te acobarde
nada, que del más tirano
desdén se queja temprano
el que se declara tarde.
Declárate, pues.


AMÓN:

No puedo.

TAMAR:

¿Por qué?

AMÓN:

Porque temo y dudo.

TAMAR:

Dí tu dolor.

AMÓN:

Estoy mudo.

TAMAR:

Sepa tu mal.

AMÓN:

Tengo miedo.

TAMAR:

Habla.

AMÓN:

Absorto al hablar quedo.

TAMAR:

Escríbela.

AMÓN:

Es ofendella.

TAMAR:

Hazla seña.

AMÓN:

Tiemblo al vella.


TAMAR:

¿Es más que una mujer?

AMÓN:

Sí.

TAMAR:

Pues quéjate, Amón, de ti.

AMÓN:

No haré sino de mi estrella,
cuyo influjo es tan severo,
que a morir, Tamar, me obliga
antes que a mi dama diga:
tú eres el dueño que quiero,
tú la gloria por quien muero,
tú la causa por quien lloro,
tú a quien explicarme ignoro,
tú la deidad a que aspiro,
tú la belleza que admiro,
tú la hermosura que adoro.
Compadécete de mí,
hermoso imposible, pues
tan rendido a ti me ves
que me ves morir por ti.

TAMAR:

Basta, no más; que si aquí
te di ese consejo, fue
sólo animándote a que
lo digas a ella, a mí, no.


AMÓN:

¿Pues acaso he dicho yo
más de que no le diré?
Si bien tu consejo puedo
decirte que me ha alentado
tanto, que ya me ha quitado
la primer parte del miedo:
y pues olvidado quedo
con el examen que toco,
porque vaya poco a poco
perdiendo el miedo al hablar,
(que engaños han de curar
la imaginación de un loco),
deja, Tamar, que prosiga
este ensayo a mi dolor,
porque lo sepa mejor
cuando a mi bien se lo diga.

TAMAR:

Tanto tu pena me obliga,
que, si así aliviarla espero,
seguirte la tema quiero,
por si algún descanso adquieres.

AMÓN:

Pues haz cuenta que tú eres
la hermosa por quien me muero,
para ver si a su desdén
sabré declararme yo.

TAMAR:

Yo haré mi papel, mas no
sé si lo sabré muy bien.

AMÓN:

Hermoso imposible a quien,
desde que en un jardín ví,
la vida y alma rendí
que ahora de nuevo te ofrezco,
si bien lo que yo aborrezco,
no es dádiva para ti.
Deste atrevimiento mío
no tengo la culpa yo,
porque en mí sólo nació
esclavo el libre albedrío.
No sé qué planeta impío
pudo reinar aquel día,
que aunque otras veces había
tu beldad visto, aquél fue
el primero que te amé,
bellísima Tamar mía.
Mas ¿qué he dicho?

TAMAR:

Tente, espera;
mira que yo haciendo estoy
la dama y Tamar no soy.

AMÓN:

Dices bien; mas de manera
labios y ojos en la fiera
aprensión de mis enojos
confundieron los despojos,
que, equívocamente sabios,
se arrebataron los labios
en lo que vieron los ojos.

TAMAR:

Pues, siendo así, dese error
ojos y labios absuelvo,
y al pasado engaño vuelvo.
Amón, príncipe, señor,
aunque yo de vuestro amor
vivo muy desvanecida,
el ser quien soy os impida
tan alto empeño, porque
si así habláis, no volveré
a escucharos en mi vida

AMÓN:

¿Eso me respondes?

TAMAR:

Sí.
Mas ¿de qué te afliges, pues
esto fingimiento es?

AMÓN:

Pues si es fingimiento, dí,
¿para qué me hablaste así?
¿Qué te importaba, Tamar,
alguna esperanza dar
a rendimiento tan justo?
¿Tenía más costa un gusto
de fingir, que no un pesar?

TAMAR:

No, pero de la manera
que tus labios y tus ojos
confundieron tus enojos,
persuadiéndote a que era
yo tu dama, considera
que en mí también confundidos
al oírte mis sentidos,
se equivocaron más sabios,
respondiéndote mis labios
a lo que oyen mis oídos.
Y así, pues que ser no puede
de efecto alguno este engaño,
pues vemos que en él el daño
por limitarse, se excede,
en este estado se quede;
que no es fácil de engañar,
Amón, placer ni pesar.
Ame tu pecho a quien ama,
que Tamar no ha de hacer dama
que no hable como Tamar.

(Vase.)
AMÓN:

¿Quién mayor desdicha vio?
¿Que aun la piedad de un engaño
se convierta en mayor daño
que el que la verdad me dio?
¿Quién me aconsejará?

(Sale JONADAB.)
JONADAB:

Yo,
cuya curiosidad ciega
hoy a haber sabido llega
cuál es tu mal, y por quién;
que al fin ve lo mismo quien
mira jugar que el que juega.

AMÓN:

¿Luego tú ya has entendido
la causa de mi pasión?

JONADAB:

Sí, señor; que no hay mirón
que antes tahur no haya sido.

AMÓN:

Pues un consejo te pido

JONADAB:

Aunque es opinión extraña
que ha menester el que engaña
más maña que fuerza, error
en amor es, porque amor
más quiere fuerza que maña.


AMÓN:

Mi media hermana es Tamar.

JONADAB:

Yo digo lo que yo hiciera,
si fuera mi hermana entera,
llegado a encolerizar.

AMÓN:

¿Cómo la he de asegurar?
Que ya Tamar cosa es clara
que no vuelva aquí.

JONADAB:

Una rara
industria tu amor prevenga
para forzarla a que venga,
y, viéndola aquí...

AMÓN:

Repara
en que mi padre se ha entrado
en el cuarto.

JONADAB:

Pues no hablemos
desto más.

AMÓN:

No hay para qué,
pues ya a todo estoy resuelto,
porque piden mis desdichas
a gran daño, gran remedio.


(Sale DAVID.)
DAVID:

Por haber estado, Amón,
embarazado del pueblo,
que con prolijas lealtades
vino al parabién, no he vuelto
a verte antes.

AMÓN:

Yo, señor,
la fineza te agradezco.

DAVID:

Pues págamela con otra,
que es no negarme un consuelo
que vengo a pedirte.

AMÓN:

Siempre
rendido estoy y sujeto
a tu obediencia.

DAVID:

Pues sepa
de qué nacen los extremos
que te afligen.

JONADAB:

Yo, señor,
te lo diré.

AMÓN:

Calla, necio.
Melancolía y tristeza
los físicos dividieron,
en que la tristeza es
causa de algún mal suceso;
pero la melancolía,
de natural sentimiento:
y así, no podré decirlo.

DAVID:

¿De qué nace el padecerlo,
cuando sea así? ¿A qué mal
no se aplica algún remedio?

AMÓN:

Ya me aplico yo el mejor.

DAVID:

¿Cuál es?

AMÓN:

Sentir como siento.

DAVID:

Ese no es remedio, antes
es dar al mal más esfuerzos.

AMÓN:

Pues, ¿qué puedo hacer?

DAVID:

Buscar
alegres divertimientos.

JONADAB:

De uno le decía yo ahora,
harto alegre.

AMÓN:

Ya está bueno:
todos cansan más que alivian,
porque como yo no tengo
gusto, se me vuelven todos
en más pena, porque es cierto
que en el humor que domina
se convierte el alimento.

DAVID:

Aunque en metáfora sea
eso que has dicho, yo quiero
ya que de alimentos hablas,
materialmente entenderlo.
¿No es de desesperación
especie, que un hombre cuerdo
aun este humano tributo
se niegue a sí?

JONADAB:

Sí por cierto.
Yo, que coma, y aun de todo,
le estaba ahora diciendo.
Pero no me entiende.

AMÓN:

En nada
hallo sazón, y por eso,
o porque es conservación
de la vida, [lo] aborrezco.

DAVID:

Pues una cosa por mí
has de hacer.

AMÓN:

Yo te la ofrezco,

DAVID:

¿Qué regalo será, Amón,
más de tu gusto? Que quiero
yo cuidar del, y deberte
el que le admitas.

AMÓN:

No pienso
que tendré en eso elección,
porque ninguno apetezco,
mas si hubiera de comer
algo, el aliño, el aseo
con que sirven a Tamar
sus criadas, señor, creo
que lisonjeara mi hastío,
aquellas viandas comiendo;
y más si ella me trajera
la comida; que un enfermo
más se agrada del cariño,
señor, que del alimento.

JONADAB:

Y es verdad, porque una dama,
con las pinzas de los dedos,
tronchando los bocaditos,
hará que los masque un muerto.

DAVID:

Pues yo, Amón, diré a Tamar
venga ella misma luego
a traerte de comer,
y mandaré al mismo tiempo
que los músicos te canten,
por ver si así te divierto.

(Vase.)
AMÓN:

El cielo aumente tu vida,
que yo en aqueste aposento
esperaré ese favor:
ven, Jonadab.

JONADAB:

Bien se ha hecho
hasta quí.

AMÓN:

No, sino mal;
pues traidoramente intento
añadir desesperado
culpa a culpa, incendio a incendio,
pena a pena, error a error,
daño a daño, y riesgo a riesgo.

(Vanse, tocan un clarín y sale DAVID.)
DAVID:

¿Qué nueva salva es aquesta,
que con marciales acentos
vuelve a dar voces al aire,
mal respondidas del eco?

(Salen ABSALÓN y SALOMÓN.)
SALOMÓN:

Danos albricias, señor.

DAVID:

¿De qué, Si gusto no espero?

ABSALÓN:

De que las naves de Ofir
han llegado a salvamento.

(Salen JOAB y AQUITOFEL.)
JOAB:

¿Ya habrás sabido la causa
deste militar estruendo?

DAVID:

Sí, Joab.

AQUITOFEL:

Segunda vez
vuelve a repetir el viento.

(Tocan, y salen SEMEY, TEUCA, etíopes y soldados.)
SEMEY:

Dame, señor, a besar
tu real mano.

(Se arrodilla.)
DAVID:

Alza del suelo,
y seas muy bien venido,
Semey.

SEMEY:

Forzoso es serlo,
viniendo a verme a tus plantas.
De Hiram despachado vengo
con tu armada y sus bajeles,
monstruos de dos elementos:
y entre las varias riquezas
de plata y oro y de cedros,
material incorruptible,
para la obra del templo
que tú hacer has prevenido
al arca del Testamento;
mas de todos los despojos,
que te traigo, te encarezco
esta divina etiopisa,
en cuyo bárbaro acento
un espíritu anticipa
sucesos malos o buenos.

DAVID:

Un gusto y un pesar juntos,
Semey, me has dado a un tiempo:
el gusto es de tu venida,
cuyo cuidado agradezco;
el pesar de tu ignorancia,
pues has pensado que puedo
tener por grandeza yo
en mi palacio agoreros.
Dios habla por sus profetas:
el demonio, como opuesto
a las verdades de Dios,
habla apoderado en pechos
tiranamente oprimidos:
y así, destierra al momento
esta torpe fitonisa
de mi corte; y después desto,
los materiales que traes
se guarden, porque aun no es tiempo
que la fábrica se empiece;
que yo labrar no merezco
casa a Dios: quien me suceda
la fabricará. Con esto,
que aprendáis a ser piadosos,
hijos míos, os advierto;
pues el gran Dios no permite
que yo fabrique su templo,
porque manchadas las manos
de sangre idólatra tengo.

(Vase.)
TEUCA:

Aunque responder quisiera
al Rey, no he podido, ¡cielos!,
que está espíritu más noble
aposentado en su pecho
que en el mío; y como al verle,
mudo quedó el que yo tengo,
en mí se venga, a pedazos
el corazón deshaciendo.
¡Ay de mí!, rabiando vivo.
¡Ay de mí!, rabiando muero.

ABSALÓN:

¿Qué frenesí, qué letargo
dio a la etiopisa?

SALOMÓN:

¿Qué es esto?

AQUITOFEL:

Sus cabellos y sus ropas
está arrancando y rompiendo.

SEMEY:

¡Teuca!

TEUCA:

Sacrílego aleve,
detente que al verte tiemblo.

JOAB:

Advierte...

TEUCA:

Injusto homicida,
aparta: de ti iré huyendo,
que tú lanzas arrojando,
que tú piedras recogiendo,
me dáis horror, hasta que
de vuestra muerte herederos
seáis, siendo vuestra muerte
cláusula de un testamento.

AQUITOFEL:

Extrañas locuras dice,
considera...

TEUCA:

Oír no quiero
tu consejo, Aquitofel;
basta; que por tu consejo,
torpe desesperación
aun te niegue el monumento.

SALOMÓN:

Repórtate.

TEUCA:

A ti sí haré,
Salomón, que hablar no puedo;
que no ha de saber el mundo
si tu fin es malo o bueno.

ABSALÓN:

¡Qué sin propósito habla!
Mira, etiopisa...

TEUCA:

Ya veo
que te ha de ver tu ambición
en alto por los cabellos.
¡Ay de mí!, rabiando vivo,
¡Ay de mí!, rabiando muero.

(Vase.)
SALOMÓN:

Ve tras ella, no el furor
la desespere.

SEMEY:

Siguiendo
iré sus pasos, dudando
vaticinios que no entiendo.

(Vase.)
SALOMÓN:

¡Raros delirios ha dicho!

ABSALÓN:

Aunque por tales los tengo,
no me ha dejado de dar
lo que me ha dicho contento.

SALOMÓN:

¿Qué te ha dicho?

ABSALÓN:

Que he de verme
si bien, Salomón, me acuerdo,
por los cabellos en alto.

SALOMÓN:

Pues, ¿cómo interpretas eso?

ABSALÓN:

Hermosura es una carta
de favor que dan los cielos,
y su sobrescrito, al hombre
y a todo el común afecto.
Está en mí (todos los dicen,
que no creyera a mi espejo):
es tan grande, que este solo
desperdicio de su imperio
en cada un año me vale
de esquilmos muchos talentos.
De Jerusalén las damas
me la compran; que a su aseo
yo soy quien les deja alguna
adoración de alimentos.
Pues siendo así, que yo amado
soy de todos, bien infiero
que esta adoración común
resulte en que todo el pueblo
para rey suyo me aclame,
cuando se divida el reino
en los hijos de David.
Luego justamente infiero,
pues que mis cabellos son
de mi hermosura primeros
acreedores, que a ellos deba
el verme en el alto puesto;
y así, vendré a estar entonces
en alto por los cabellos.

SALOMÓN:

¡Qué por ellos has traído
la aplicación al concepto!
Pues, ¿quieres que una hermosura
afeminada, en los pechos
de todos engendre más
amor que aborrecimiento?

ABSALÓN:

Cuando la hermosura cae
sobre el valor que yo tengo,
¿por qué no?

SALOMÓN:

Porque hay en hijos
de David merecimientos
que te prefieren en todo.

ABSALÓN:

No serás tú, por lo menos,
reliquia de dos delitos,
homicidio y adulterio:
hablen Bersabé y Urías,
una incasta y otro muerto.

SALOMÓN:

De tu padre has murmurado,
Absalón, y aunque yo puedo
por mis manos castigar
tan osado atrevimiento,
el cielo me ata las manos,
quizá porque él quiere hacerlo;
que ofensas de un padre siempre
las toma a su cargo el cielo.

(Vase.)
JOAB:

Cuerdamente ha respondido.

AQUITOFEL:

Siempre el temor es muy cuerdo.

JOAB:

Antes siempre la cordura
fue muy valiente.

ABSALÓN:

¿Qué es eso?

AQUITOFEL:

Joab, que es de Salomón...

ABSALÓN:

¡A mí os andáis oponiendo
toda la vida!

JOAB:

Yo siempre
la razón, señor, defiendo.

ABSALÓN:

La privanza de mi padre,
Joab, os tiene muy soberbio.
Vos de mí os acordaréis
cuando esté en el puesto alto
que mi valor me previene.

JOAB:

Entonces haré lo mesmo,
y aun quizá entonces tendré
más ocasión para hacerlo.

(Vase.)
ABSALÓN:

¿A mí me amenazas?

AQUITOFEL:

Tente,
señor, mira que aún no es tiempo
de empezar a declarar
lo que tratado tenemos
entre los dos, porque importa
ganar algunos primero.

ABSALÓN:

En todo quiero seguir,
Aquitofel, tus consejos.

AQUITOFEL:

Ellos te pondrán adonde
aspiran tus pensamientos.

(Tocan instrumentos.)
ABSALÓN:

Dellos y de ti lo fío.
Pues los dos... Pero, ¿qué es esto?

AQUITOFEL:

Tamar de su cuarto sale
con mucho acompañamiento
y va hacia el cuarto de Amón.

ABSALÓN:

Divertir sus sentimientos
quiere con música. Vamos,
Aquitofel, que no quiero
hablar ahora en otra cosa
sino en los designios nuestros.

(Vanse.)
(Salen todos los MÚSICOS, y las damas con platos y toallas, y TAMAR.)
MÚSICOS:

De las tristezas de Amón,
que es amor la causa, es cierto,
que sólo amor se atreviera
a herir tan ilustre pecho.
Mas, ¡ay!, que es engaño
pensar que le ha muerto;
que no tiene amor
quien tiene silencio.

(Salen AMÓN y JONADAB.)
JONADAB:

Ya entra en tu cuarto Tamar.

AMÓN:

¡Qué osado mi pensamiento,
sin verla está!, y ¡qué cobarde
al verla! Todo yo tiemblo.

TAMAR:

No me agradezcas, Amón,
esta visita; que hoy vengo,
porque mi padre lo manda,
a servirte.

AMÓN:

Sí, agradezco,
pues tu obediencia resulta
en mi dicha.

(Aparte.)
(Yo estoy muerto.)
TAMAR:

Música y manjares traigo
para lisonjear a un tiempo
los sentidos.

AMÓN:

Mucho agravias
al mayor de todos ellos.

TAMAR:

¿Cuál es?

AMÓN:

La vista, porque
vianda y música trayendo
para el gusto y el oído,
te has olvidado,
(Aparte.)
(¡yo muero!),
de que traes para los ojos
hermosura; si no infierno
que piensas que no la traes,
porque me imaginas ciego.

TAMAR:

Si de aquel pasado engaño
te han sobrado esos requiebros,
mira que los desperdicias
en vano, porque hoy intento
que alivien tus penas más
verdades que fingimientos.

AMÓN:

Ea, pues. Cantad vosotros;
y porque vuestros acentos
suenen de lejos más dulces,
cantad desde otro aposento.

JONADAB:

Sí, que música y pintura
parece[n] mejor de lejos.

TAMAR:

Ahí fuera podéis cantar.
(Vase la música.)
(Aparte.)
Ce, Jonadab.

JONADAB:

(Aparte.)
Ya te entiendo.
Cerrar la puerta y que canten
todos, ¿no me dices eso?

(Vase JONADAB.)
AMÓN:

Sí.

(Dentro cantan.)
TAMAR:

Come tú mientras cantan.

AMÓN:

En escuchar me divierto.

ÉL y MÚSICOS:

Que no tiene amor
quien tiene silencio.

AMÓN:

Y así, divina Tamar,
no admires mi atrevimiento,
sino que las leyes rompo
del decoro y del respeto.
Esta hermosa mano blanca,
permite que, no haciendo
de lirios, sirva áspides
de tríaca a mi veneno.

TAMAR:

Suéltame la mano, Amón,
que ya quejarte es extremo
de un engaño.

AMÓN:

Si lo fuera,
dices bien; pero ya es tiempo
de que la prisión te rompa
el lazo a mi sentimiento.

ÉL y MÚSICOS:

Que no tiene amor
quien tiene silencio.

AMÓN:

Yo muero por ti, Tamar.
No puedo a mayor extremo
llegar que a morir por ti:
mi confianza me ha muerto.

(Aparte.)
TAMAR:

¿Quién pudiera prevenirlo?
(Alto.)
Mira, Amón...

AMÓN:

Ya nada veo.

TAMAR:

Que soy tu hermana.

AMÓN:

Es verdad;
pero si dice un proverbio
la sangre sin fuego hierve,
¿qué hará la sangre con fuego?

TAMAR:

En nuestra ley se permite
casarse deudos con deudos,
pídeme a mi padre.

AMÓN:

Es tarde
para valerme del ruego.

TAMAR:

¡Hola!

(Sale un MÚSICO.)
AMÓN:

Que cantéis os manda
Tamar.

TAMAR:

¿Yo?

MÚSICO:

Ya obedecemos.

(Vase.)
(Cantan dentro, sin cesar, mientras los dos representan.)
AMÓN:

No he de dejar de gozarte:
¡Jonadab!, cierra al momento.

(Dentro.)
JONADAB:

Ya está la puerta cerrada.

TAMAR:

Mira el riesgo.

AMÓN:

No le temo.

TAMAR:

¡Padre! ¡Señor! ¡Absalón!

AMÓN:

Tu voz ya no es de provecho
con esa dulce armonía.

(Cantan.)
TAMAR:

Pues daré voces al cielo.

AMÓN:

El cielo responde tarde.

TAMAR:

Pues mataráte este acero
si me sigues, porque yo
fuerza mucha y valor tengo.

(Sácale la espada.)
AMÓN:

Al sacarla me has herido
y aunque puede ser agüero,
ya no temo cosa alguna,
cuando esta violencia intento.
La he de seguir, ya una vez
declarado, pues es cierto...

ÉL Y MÚSICOS:

Que no tiene amor
quien tiene silencio.
(Entranse.)