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Los cabellos de Absalón/Jornada III

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Los cabellos de Absalón
de Pedro Calderón de la Barca
Jornada III

Jornada III

(Salen JOAB, SEMEY y JONADAB, como hablando en secreto.)
JOAB:

¿Y dónde está esa mujer?

SEMEY:

Jonadab, que es quien por ella
fue a Balhasor, dirá adonde.

JONADAB:

Esperando está aquí fuera
ya en el traje israelita
disfrazada y encubierta,
si bien pudiera excusarlo
porque la Naturaleza
por la muerte de lo rubio,
le dio un luto de bayeta.

JOAB:

Y, en fin, ¿tenéis ya, Semey,
satisfacción de que sepa
hablar con el Rey?

SEMEY:

No hay
mujer de más alta ciencia
ni de más sutil ingenio
en el orbe.

JOAB:

¿De qué tierra
es y qué nombre es el suyo?
 
 

SEMEY:

Por patria y por nombre es Teuca.

JOAB:

¿Es la fitonisa?

SEMEY:

Sí,
que la he tenido encubierta
hasta ver el vaticinio
de los dos qué efecto tenga.

JOAB:

Que ha de ser de un testamento
cláusula la muerte nuestra
dijo a los dos, yo arrojando
lanzas, vos tirando piedras.
Pero esto ahora no es del caso,
ni yo temo que suceda.
Decidme, ¿está ya advertida
de lo que hoy hacer desea
mi lealtad por Absalón?

SEMEY:

Sí; y antes que entre a la audiencia
os suplico me digáis
qué pretensión es la vuestra.
 
 

JOAB:

Desde aquel infeliz día
que, convertido en tragedia,
la real púrpura de Amón
manchó de Absalón la mesa,
Absalón se fue a Gesur,
haciendo del Rey ausencia,
por ser la provincia donde
Tolomey, su abuelo, reina.
Si se fue Tamar con él
no sé, que nadie [habla] della
en Israel desde el día
que se quejó de la fuerza
a David, y a Balhasor
la envió Absalón de manera
que ella en poder de su hermano
estará; y cuanto yo quiera
decir desde aquí, ha de ser
conjetura y no certeza.
Yo, viendo, pues, sospechosa
con Absalón mi obediencia,
por sanear la malicia
y desvelar la sospecha,
su venida he pretendido
sin que mi privanza pueda
en la clemencia del Rey,
con ser tanta su clemencia,
hallar entrada al perdón:
que le han cerrado las puertas
en David los sentimientos
y en todo el reino las quejas.
 
 

JOAB:

Y, en fin, viendo que no es medio
una pena de otra pena,
ya del ruego despedido,
me valgo de la cautela,
buscando una mujer sabia.
Pues vos me dijisteis della
y ella está informada ya
de lo que mi pecho intenta,
haced que entre a hablar al Rey,
pues no tendrá riesgo el verla,
que en las audiencias las viudas
siempre hablan al rey cubiertas;
que yo le quiero asistir
hablando en la causa mesma
de Absalón al propio instante,
haciendo así la deshecha
por divertir sus discursos.

SEMEY:

El sale ya.

JOAB:

No nos vea
hablando.
 
 

SEMEY:

En todo obedezco.
Tú, Jonadab, considera
que, en habiendo hablado al Rey
aquesta mujer, con ella
has de volverte a Efraín;
y que tiene, es bien que sepas,
un espíritu en el pecho.
Si acaso llegas a verla
furiosa, no hay que temer,
que un demonio la atormenta.

JONADAB:

Sí, hay que temer, y muy mucho,
aun por esa razón mesma.

SEMEY:

Calla, mira que el Rey sale.

(Salen algunos soldados con memoriales, el Rey tomándolos, y AQUITOFEL.)
AQUITOFEL:

Mi pretensión es aquesta.

DAVID:

Ya la merced de la plaza
de mi consejo de guerra
os he hecho.

AQUITOFEL:

No es, señor,
lo que mi pecho desea.
 
 

DAVID:

Por eso mismo os la he hecho,
y porque desta manera
advirtáis la obligación
que tienen los que aconsejan.
¿Joab de audiencia en la sala?

JOAB:

Sí, señor; que soy en ella
el primero pretendiente.

DAVID:

¿Tú? ¿Qué pretendes?

JOAB:

Que tenga
fin de Absalón el enojo.
Dos años ha...

DAVID:

Tente, espera.
No me hables de Absalón.

JOAB:

Advierte...

DAVID:

Nada me adviertas.
Mirad si hay quien quiera hablarme.

SEMEY:

De negro luto cubierta,
una mujer solicita,
señor, que le des audiencia.

DAVID:

Entre, pues.
 
 

JOAB:

(Aparte.)
(¡Quieran los cielos
bien esta industria suceda!)

(Sale TEUCA, vestida de luto, echado el manto.)
JONADAB:

(Aparte.)
(A esta negra endemoniada
¿no le bastará ser negra?)

TEUCA:

Señor, yo soy una pobre
viuda, que a las plantas vuestras
solicito hallar amparo
contra una grande violencia
que me hacen vuestros jueces;
porque aunque razones tengan
en la justicia fundadas,
tal vez debe la prudencia
moderar a la justicia;
pues no es dudable que sea
tiranía que la ley
a lo que pueda se extienda.

JONADAB:

(Aparte.)
(¡Que fuera de ver que ahora
la diera la pataleta!)
 
 

DAVID:

Levantad, decid.

TEUCA:

Yo tuve
dos hijos, señor, que eran,
difunto ya mi marido,
el consuelo de mis penas.
Estos en el campo un día
tuvieron una pendencia
entre sí... ¡De los primeros
hermanos la amarga herencia!
No hubo quien los esparciese:
de suerte que con la fiera
cólera, mató uno al otro.
¡Ah bárbara pasión ciega
de la ira, que irritada,
ni aun de su sangre se acuerda!
Vino a casa el fraticida,
pidiéndome que le diera
con qué ausentarse porque
la justicia no le prenda.
Yo, viendo ya un hijo muerto,
siendo a un tiempo en mis tristezas
la parte para llorarlas
y la parte contra ellas,
traté de ocultar al vivo
porque entrambos no perezcan.
 
 

TEUCA:

Los jueces, pues, de Israel
haciendo mil diligencias
buscándole, han pronunciado
contra mí aquesta sentencia:
que entregue a mi hijo o que yo,
porque le he ocultado, muera.
¡Mirad, señor, si es justicia
que llegue a entregar yo mesma
un hijo solo, en quien hoy
las cenizas se conservan
de su padre!; que, aunque he sido
la interesada en la ofensa,
más lo soy en el reparo
de su vida, porque fuera,
perdido uno, entregar otro,
doblar al dolor las fuerzas.
Piedad, gran señor, os pido.

DAVID:

No llores, mujer, no temas;
que no mereces morir
porque a tu hijo defiendas;
antes es justa piedad
la tuya; y más yerro hicieras
si, muerto el uno, acusaras
al otro; pues cosa es cierta
que hace más el que perdona
su dolor que el que se venga.

TEUCA:

¿Eso dices?
 
 

DAVID:

Esto digo,
y una y mil veces mi lengua
repetirá que es piedad
guardarle.

TEUCA:

Luego con esa
razón convencido estás

DAVID:

¿De qué?

TEUCA:

De la ira que muestras
tener hoy contra Absalón;
pues, opuesto a tu sentencia,
muerto uno y ausente otro,
quieres que entrambos se pierdan.
Vuelva Absalón a tu gracia,
o verá Israel que yerras
en no hacerlo, pues no obras
lo mismo que tú sentencias.

DAVID:

Espera, mujer, aguarda,
no porque castigar quiera
tu engaño, mas por saber
si es Joab quien te aconseja
que intentes aqueste juicio.
Dilo, y mira no me mientas.

TEUCA:

Sí, señor.
 
 

DAVID:

Pues vete en paz,
que yo haré lo que convenga.

SEMEY:

(Aparte a AQUITOFEL.)
(Esta vez de su privanza
cae Joab.)

AQUITOFEL:

(Aparte.)
(¡El cielo quiera!)

SEMEY:

Ve con ella.

JONADAB:

Si va el diablo,
¿para qué he de ir yo con ella?

(Vanse JONADAB y TEUCA [y SEMEY].)
DAVID:

¡Joab!

JOAB:

Yo...

DAVID:

No os turbéis; haced
que Absalón a verme vuelva;
que no es justo pronunciar
yo una cosa por bien hecha
y hacer otra. Ya lo dije,
y ya conozco que es fuerza
que, un hijo muerto, otro vivo,
llore uno y otro defienda;
que si el uno se perdió,
nada el enojo remedia,
y es justo amparar al otro
porque entrambos no se pierdan.
 
 

JOAB:

Dame mil veces tus plantas.

AQUITOFEL:

Pues ya, con esa licencia,
presto Absalón vendrá a verte.

DAVID:

¿Dónde está?

AQUITOFEL:

En tu gran clemencia
fiado, pienso que en Hebrón
su persona está muy buena.

DAVID:

(Aparte.)
(No es tan malo que él lo esté)
como lo es que tú lo sepas).
(Alto.)
Ve por él, venga al instante.
(Vase AQUITOFEL.)
(Dentro.)
¡Viva el gran Rey de Judea!

DAVID:

¿Qué ruido es ese y qué voces?

JOAB:

Toda la ciudad, que llena
de regocijos está
como ha corrido la nueva
ya del perdón de Absalón.
 
 

DAVID:

¡Cómo se ve en tus diversas
opiniones, vulgo, que eres
monstruo de muchas cabezas,
pues lo que ayer acusabas
contra Absalón, hoy apruebas!

(Sale ENSAY, viejo.)
ENSAY:

Señor, un pobre soldado
soy, tan hijo de la guerra
que en ella nací, y espero
morir sirviéndoos en ella.
De vuestro consejo aspiro
a ser: la larga experiencia
de las lides y los años
a esta pretensión me alientan.
Una plaza hay vaca...

DAVID:

Ya
a Aquitofel la di, en muestra
de que quisiera obligarle...
(Aparte.)
(por el temor que en mí engendra).
(Alto.)
Pero yo en otra ocasión
premiaré las canas vuestras.

ENSAY:

¿A Aquitofel la habéis dado?
¡Plegue a Dios que no suceda
que él premiado, y yo quejoso,
yo os sirva, y él os ofenda!

(Vase.)

 
 (Salen[n] ADONÍAS y SALOMÓN.)

ADONÍAS:

La merced que hoy a Absalón
has hecho, es bien que agradezca
nuestra amistad.

SALOMÓN:

Y por él
la mano mi amor te besa.

DAVID:

El tiempo, que con la sorda
lima de las horas, llega
a asaltar nuestros afectos,
sin que el ruido se sienta,
mi sentimiento ha gastado;
y si una verdad confiesa
el alma, ya Absalón tarda
de llegar a mi presencia.

JOAB:

No mucho, porque parece
que esperando la respuesta
estaba.
(Tocan chirimías.)

SALOMÓN:

Ya por palacio
muy acompañado entra.
 
 (Salgan los que pudieren y ABSALÓN y AQUITOFEL.)

ABSALÓN:

¡Feliz mil veces el día
que, tras de tantas tormentas,
mi derrotada fortuna
al sagrado puerto llega,
señor, de tus reales plantas!

DAVID:

Alza, Absalón, de la tierra:
llega, Absalón, a mis brazos,
cuyo cariño sucedan
hoy Salomón y Adonías.

SALOMÓN:

Con bien, bello Absalón, vengas.

ADONÍAS:

El cielo aumente tu vida.

ABSALÓN:

Él guarde, hermanos, la vuestra.

DAVID:

Por Tamar no te pregunto,
por no despertar en esta
ocasión algún rencor:
ya pues que con tales muestras
habéis visto que le admito,
salíos todos allá fuera;
que entre hijo y padre el perdón
público es justo que sea,
pero no entre padre y hijo
del perdón las advertencias.
Dejadnos solos.
 (Vanse todos.)
 
 

DAVID:

No dudo,
Absalón, que ahora piensas
entre ti que espero darte
quejas de tu inobediencia
por quedar aquí contigo;
a solas: pues no lo entiendas,
porque no perdona bien
el que, perdonando, deja
nada al temor que decir,
ni que hacer a la vergüenza.
Y para que mires cuánto
al contrario es lo que intenta
mi amor, es darte, Absalón,
satisfacciones, no quejas,
del tiempo que en perdonarte
tardé, Absalón. La primera,
de que es muy cierto que yo
lo deseé con todas veras
más que tú. ¡Ay, cuántas veces
maldije mi resistencia!
Forzosa fue, Absalón mío,
no porque en mí no cupiera
valor para perdonarte
mayores inobediencias,
sino porque temo más
las por hacer que las hechas,
según las cosas que todos
de tu condición me cuentan.
 
 

DAVID:

No te quiero referir
las malicias, las sospechas,
los escrúpulos, las dudas
que han llegado a mis orejas
por no obligarme a decirlas;
sólo te advierto que sepas
que yo vivo, que yo reino,
que la sagrada diadema
está en mis sienes muy fija,
aunque oprime más que pesa,
y que sabré...Mas no es día
hoy de hablar desta manera.
Nada temo, nada dudo
de tu amor y tu obediencia.
Seamos, Absalón, amigos:
con amorosas contiendas,
con lágrimas te lo pido:
y si no fuera indecencia
desta púrpura, estas canas,
hoy a tus plantas me vieras
humildemente postrado
pidiéndote, puesto a ellas,
pues te quiero como padre
que como hijo me obedezcas;
y porque veas cuán poco
dudando voy tus finezas,
no quiero que me respondas,
porque no pienses ni creas
que yo he podido dudar
cuál ha de ser la respuesta.
 (Vase.)
 
 

ABSALÓN:

¡Qué caduco está mi padre,
pues cuando sé yo que intenta
dar el reino a Salomón,
quiere que yo me enternezca
de sus lágrimas! Pero antes...
(Sale AQUITOFEL.)

AQUITOFEL:

Esperando a que se fuera
el Rey estuve. ¿Qué ha habido
con él?

ABSALÓN:

Mil impertinencias.
¿Hay cosa como decirme
que el perdonarme agradezca?
¿No perdonó a Amón? ¿No es más
delito hacer una afrenta
que vengarla?

AQUITOFEL:

Sí, por cierto.
Y tú, si lo consideras,
tienes la culpa.

ABSALÓN:

¿De qué?
 
 

AQUITOFEL:

De que él piense que te deja
con esa acción obligado.
¿Mucho mejor no te fuera
haber entrado por armas,
haciendo del ruego fuerza?
¿No están diversas provincias
ya convocadas? ¿No esperan
para declararse sólo
que se toque la trompeta
de tu ejercito en Hebrón?
¿Pues para qué ha sido esta
ceremonia? ¿No sería
acción más prudente y cuerda,
primero que te perdone,
obligarle a que te tema?

ABSALÓN:

Verdad es que yo carteado
estoy con gentes diversas
que, en diciendo que me sigan,
veré en la campaña puestas;
pero, con todo, he querido
reconciliarme con esta
fingida amistad, porque
hace más segura guerra
un enemigo de casa
solo que muchos de fuera.
Demás de que yo aún no tengo
bastante gente que pueda
seguirme, y aquí pretendo
granjearla con mi asistencia.
 
 

AQUITOFEL:

¿De qué suerte?

ABSALÓN:

Desta suerte:
ya sabes que las audiencias
de Israel siempre se hicieron
de la ciudad a las puertas.
Saldréme al campo, y en viendo
que un pretendiente se queja,
ya de mala provisión
ya de contraria sentencia,
le llamaré y le diré
que como a mí me obedezca
le haré justicia. Con esto
los malcontentos es fuerza
que me sigan y me aclamen.

AQUITOFEL:

Dices bien, si consideras
a la justicia una y sola,
dos no se ve que la tengan;
y así, de cualquiera causa
haber un quejoso es fuerza
por lo menos.
 
 

ABSALÓN:

Pues en tanto
que yo hago estas diligencias,
parte tú, y avisa a todos
que a la deshilada vengan
para juntarse en Hebrón.
Tamar está allí encubierta
con la gente de Gesur:
yo la escribiré que venga
acercándose, y verás
enarbolar mis banderas
en Jerusalén, y que
a sangre y fuego hago guerra
a mi padre y mis hermanos,
coronando mi cabeza
de sus laureles.

AQUITOFEL:

Sí harás
si a los malcontentos llevas
tras ti, porque como todos
de sí que merecen piensan,
son pocos los que agradecen
y muchos los que se quejan.
(Vanse.)
(Salen JONADAB y TEUCA.)

JONADAB:

(Aparte.)
(Bien alabarme puedo
de haber tenido a ratos lindo miedo:
que como el de agora,
yendo con esta antípoda de aurora,
jamás le he de tener ni le he tenido.)
 
 

TEUCA:

¿En qué vas, Jonadab, tan divertido?

JONADAB:

¿Yo divertido? En nada...
(Aparte.)
(Pues es ir con el diablo a camarada.)

TEUCA:

(Aparte.)
(¡Más causa no tuviera
yo para caminar con saña fiera,
triste, confusa y loca.
por una duda que en el alma toca!)

JONADAB:

(Aparte.)
(Consigo viene hablando.
Mas ¿qué se va el demonio endemoniando?)

TEUCA:

(Aparte.)
(Si el espíritu grande, que ha vivido
en mí, espíritu de odio y de ira ha sido,
de rencor y discordia,
¿cómo viene de hacer esta concordia
de Absalón y David?)

JONADAB:

(Aparte.)
(Entre sí habla:
el diablo me parece que se endiabla.)
 
 

TEUCA:

(Aparte.)
(¿Yo instrumendo de hacer dos amistades?
¿Yo unir dos tan discordes voluntades?
Mas sí, que ya vendrán a iras atroces.)
(Salen TAMAR y SOLDADOS.)

TAMAR:

¿Quién aquí da tan temerosas voces?
Mas, ¿no eres Jonadab?

JONADAB:

Fuilo algún día;
mas ya no soy, señora, quien solía.

TAMAR:

¿Tú no fuiste el tercero
de aquella afrenta que vengar espero,
como ya en mi enemigo
hoy en toda Israel, siendo testigo
la gran Jerusalén de mis hazañas?

JONADAB:

Yo fuí un criado, usé de mis marañas,
pero ya un santo soy.

TAMAR:

¿De dónde vienes
por aquí? ¿Qué das voces? Dí, ¿qué tienes?

JONADAB:

Yo aqueste negro día,
con esta negra compañera mía,
aqueste negro monte atravesaba.
Cuál fue el negro camino que llevaba,
ella te lo dirá.
 
 

TAMAR:

(Aparte)
Aqueste criado,
pues vino a mi poder

JONADAB:

¡Ay, desdichado!
(Aparte.)

TAMAR:

Prenderé.
(Alto.)
¿Teuca?

TEUCA:

¡Oh Tamar divina!

TAMAR:

¿De dónde por aquí tu pie camina?

TEUCA:

De hablar vengo a David en su consejo.
Hechas las paces del y Absalón dejo.
 
 

TAMAR:

Mucho gusto me has dado
en decir que quedó reconciliado
mi hermano con el Rey, porque no dudo
que esta fingida paz disponer pudo
sus intentos mejor y mis intentos,
que han de ser escarmientos,
según nuestra esperanza,
de su hermosa ambición y mi venganza.
Sus órdenes espero
en el Hebrón, ceñido el blanco acero,
la gente de Gesur capitaneando,
con las tribus que ya se van juntando;
aunque la fama diga
que mi pasada ofensa a esto me obliga.
(A los suyos.)
Y pues ya ese criado
a saber mis designios ha llegado,
porque no pueda dar ningunas señas,
de lo alto le arrojad de aquellas peñas:
atadle atrás las manos.

JONADAB:

¡Suerte dura!
(Dentro VOCES.)

VOCES:

¡Al valle!

OTROS:

¡Al monte!
(Dentro.)
 
 

SOLDADOS:

¡A la espesura!

TAMAR:

Oid, esperad, ¿qué crudo acento
en cuatro partes despedaza el viento?

JONADAB:

Yo iré a saber lo que es.

TEUCA:

Aquella cumbre
corona una confusa muchedumbre,
y aquel bosque guarnece
otro escuadrón, y por allí parece
que el monte gente aborta
y otra tropa el camino después corta.

TAMAR:

Si gente aquesta fuera
de guerra, sordamente no viniera
marchando. Pues así llegar previene
donde estoy, a prenderme, ¡ay de mí!, viene.
Pero mi vida venderé primero,
bien recateada a golpes de acero:
que no me dan temores gentes tantas.
(Sale AQUITOFEL con una carta.)

AQUITOFEL:

Todos alto aquí haced. Dame tus plantas.

TAMAR:

¡Aquitofel amigo!
 

AQUITOFEL:

Humano girasol, los rayos sigo
del sol de tu hermosura.
Aquesta es de Absalón.

TAMAR:

Lo que procura
veré.

AQUITOFEL:

(Aparte.)
(La fitonisa ¿no es aquélla?
Ya me huelgo de vella
por ver lo que aquel hado me apercibe.)

TAMAR:

Oye lo que Absalón aquí me escribe:
«Yo quedo previniendo
gente infinita que me va siguiendo:
la que al Hebrón llegare
hoy con Aquitofel, ni un punto pare
sino con toda ella
a la ciudad te acerca, Tamar bella.
Ni trompeta se toque
ni parche se oiga que a la lid provoque,
sino venga tan quedo,
que piensen que es su general el miedo.
Yo la estaré esperando
en la campaña del Hebrón, y cuando
la descubra y con salva la reciba,
embistan, repitiendo: ¡Absalón viva!,
porque así, con el súbito desmayo,
sin avisar el trueno, venga el rayo».
Esto escribe mi hermano
por quien honores tan crecidos gano,
y porque vea cuánto reverencio
sus órdenes, la mía sea el silencio.
 
 

TEUCA:

Yo te quiero seguir.

TAMAR:

Ese criado

JONADAB:

(Aparte.)
(Ya pensé que de mí se había olvidado.)

TAMAR:

Sea el primero que muera.
Suplicarte quisiera
que por haber conmigo aquí venido

JONADAB:

Siempre fue este color agradecido.

TEUCA:

No muera.

TAMAR:

Norabuena; quede preso
porque avisar no pueda del suceso;
(Átanle los soldados.)
y la gente, esparcida,
marche en pequeñas tropas dividida;
que si con ella a las murallas llego
Jerusalén verá que a sangre y fuego
sus almenas derribo,
sus torres postro, su palacio altivo
ruina sin polvo yace.
Póngase el sol caduco, pues que nace
joven otro que da rayos más bellos
con el crespo esplendor de sus cabellos.
(Vase.)
 
 

JONADAB:

Pues, ¡qué! ¿preso he de estar?

AQUITOFEL:

Soltad, que
[quiero
sea mi prisionero.

JONADAB:

Pues haz que este cordel, señor, me quiten,
y no sañudos contra mí se irriten.

AQUITOFEL:

Sí harán, y allí me espera.
(Desátanle.)

JONADAB:

¡El diablo que esperara y no se fuera,
ya que el cordel me quita
tu piedad!
(A TEUCA.)

AQUITOFEL:

Oye.

TEUCA:

Dí, ¿qué solicita
tu voz?

AQUITOFEL:

ber quisiera
que me quiso decir, ¡oh pena fiera!,
la voz que horrible pronunció tu acento:
¿que el aire había de ser mi monumento?
 
 

TEUCA:

No lo sé, porque ahora
no me dicta el espíritu que mora
en mi pecho; mas viendo
ese lazo en tus manos hoy, entiendo
como entre pardas sombras de algún sueño
que ese cordel anda a buscar su dueño.

AQUITOFEL:

Pues si su dueño busca
ya le halló: ni me admira ni me ofusca,
porque así ser espero,
coronado Absalón, el juez primero.
Que contra la malicia
en mi su dueño tenga, pues justicia
he de hacer: teman todos su castigo,
que va el ministro del rigor conmigo.
(Vanse.)
(Salen ABSALÓN y ENSAY.)

ABSALÓN:

A esta sala os he traído
por estar más sola, a donde
mi amistad, que corresponde
a lo bien que habéis servido,
premiaros quiere. Yo sé
que de mi padre quejoso
estáis, y yo, cuidadoso,
por veros viejo, de que
ningún vasallo se queje,
pretendo satisfacer
a todos; y así, he de hacer
que la razón vuestra deje
en mis manos el reparo
de tan justo sentimiento;
y así premiaros intento.
 
 

ENSAY:

Eres príncipe y amparo
deste pobre humilde viejo.

ABSALÓN:

Si él cuando no os satisfizo
de su Consejo no os hizo,
yo os hago de mi consejo.

ENSAY:

Eso no entiendo, que vos
¿qué tribunales tenéis?
¿De qué ministro me hacéis?

ABSALÓN:

Solos estamos los dos;
y así más claro hablar quiero.
Todo el tiempo lo mejora
aunque no los tengo ahora,
presto tenerlos espero.

ENSAY:

Vivo el Rey, no será ley
que yo este cargo reciba.

ABSALÓN:

Si es el daño que el Rey viva,
presto no vivirá el Rey.

ENSAY:

Su larga edad yo confieso
que a los umbrales está
de la muerte; pero ¿ya
sabéis que os nombre?
 
 

ABSALÓN:

Por eso
me quiero nombrar yo a mí,
que nieto de reyes soy;
y pues declarado estoy
con vos, advertid que aquí
ya tengo echada la suerte.
Palabra me habéis de dar
de mi persona ayudar
o yo os he de dar la muerte.

ENSAY:

(Aparte.)
(¿Quién en más dudas se vio?
¿Qué puedo hacer? ¡Ay de mí!
Traidor soy si digo sí;
muerto soy si digo no.
Mas ¿qué dudo? ¿Cuánto es
más grave dolor, más fuerte
una infamia que una muerte?
Mas ¡ay, triste!, que después
de muerto yo, no podrá
David saber lo que ignora;
y así conceder ahora
conviene con él).

ABSALÓN:

¿Qué está
tu imaginación dudando?

ENSAY:

Cosas que tan grandes son,
siempre la imaginación
las escucha vacilando:
no porque dude, señor,
cuál ha de ser mi respuesta.
 
 

ABSALÓN:

Pues dí cuál ha de ser.

ENSAY:

Esta:
que hacienda, vida y honor
siempre a tus plantas pondré,
y me huelgo de que haya
ocasión en que yo vaya
vengado del Rey, porque
tan mal premia mis servicios.
Tuyo he sido, y tuyo soy,
por ti vivo desde hoy.

ABSALÓN:

De tu valor son indicios
todos aquésos; y así,
vete a casa, y ten armados
tu persona y tus criados,
y en el instante que aquí
se diga: «¡Viva Absalón!»,
que ésta es la señal, saldrás,
y la parte seguirás
que me aclame.
(Sale SALOMÓN.)

ENSAY:

Salomón
viene allí.

ABSALÓN:

No entienda nada.
Retirémonos los dos.
 
 

ENSAY:

(Aparte.)
(Avisaré, vive Dios,
al Rey).

ABSALÓN:

Vete a tu posada,
que yo salgo a prevenir
la gente que presto espero
de Hebrón, y regirla quiero.
Valor: ¡reinar o morir!
(Vanse los dos.)

SALOMÓN:

Las amistades que ha hecho
mi padre con Absalón,
aunque para mí no son
de enojo, turban mi pecho,
temiendo que estorbar trate
la feliz elección mía,
y ya que no aqueste día
la deshaga, la dilate:
y así, a mi padre hablar quiero
de parte de Bersabé
en mi pretensión, porque
de la dilación infiero
peligro; durmiendo está
no es justo que le despierte.
(Córrese una cortina y se descubre a DAVID durmiendo.)

DAVID:

Hijo, no me des la muerte.
 
 

SALOMÓN:

Su notable inquietud da
indicio de algún cansado
sueño: despertarle es bien,
no sus sentidos estén
en letargo tan pesado.
¡Señor!

DAVID:

¡Qué extraño rigor!
Hijo, ¿tú mi ruina tratas?
¿Tú me ofendes? ¿tú me matas?
(Despierta DAVID.)

SALOMÓN:

Yo te despierto, señor,
porque tu quietud pretendo
al verte inquieto; mas no
porque imagines que yo
ni te mato ni te ofendo.

DAVID:

¡Ay hijo del alma mía!
¡Qué triste y funesto sueño
me puso en mortal empeño
este instante que dormía!
Pero ya con estos lazos,
todo el sobresalto acaba:
dormido, uno me mataba;
despierto, otro me da abrazos.
Y así, a Dios dar gracias quiero,
pues piadoso ha permitido
que el pesar sea el fingido
y contento el verdadero.
 
 

SALOMÓN:

Pues, ¿qué soñabas?

DAVID:

No sé;
delirios y fantasías,
sombras de mis largos días.

SALOMÓN:

Cuéntamelo a mí.

DAVID:

Sí haré:
gusto en contarlo reciba,
pues sólo es que gente entraba
por Jerusalén, soñaba,
repitiendo...
(Dentro cajas.)
(Dentro.)

TODOS:

¡Absalón viva!

DAVID:

¡Ay de mí! ¿Qué es lo que he oído?

SALOMÓN:

Escándalo es de horror fiero.

DAVID:

Ya el pesar es verdadero
y el contento es el fingido.
 
 (Sale ENSAY con la espada desnuda.)

ENSAY:

David, infelice Rey
de Israel, aunque agora llegue
mi voz a avisarte tarde
de los peligros que tienes,
sabrás que Absalón, juntando
grande número de gentes,
ha entrado por la ciudad,
publicando a voces leves
todos que...
(Dentro voces.)
(Dentro.)

TODOS:

¡Viva Absalón!

ENSAY:

Con él Aquitofel viene:
mira a quien premias allí
y mira aquí a quien ofendes,
pues él tu muerte apresura
y yo defiendo tu muerte.
No pude avisarte antes;
mas para que tengas siempre
avisos de sus designios
en cuanto te sucediere,
voy a ser traidor leal.
Los que en su bando me vieren
sepan que, aunque esté con él,
tú de tu parte me tienes.
 (Vase.)
 
 

DAVID:

Escucha, Ensay, aguarda.
(Salen ADONÍAS y SEMEY.)

ADONÍAS:

Señor, un punto no esperes,
que es un volcán la ciudad
que humo exhala, llamas vierte.

ENSAY:

Escollo es del Mar Bermejo
ya todo el muro eminente,
pues sobre sangre fundado
golfo de carmín parece.

DAVID:

Pues ¿qué espero? Yo el primero
saldré de donde...
(Sale JOAB.)

JOAB:

Aguarda, tente,
señor, no salgas, porque
ya conoces que la plebe
monstruo es desbocado: no hay
prevenciones que la enfrenen
cuando su mismo furor
la obliga a que se despeñe.
La novedad al principio
la alimenta, y fácilmente
dejándose llevar della,
de instantes a instantes crece.
 
 

JOAB:

Déjala, pues, que en sí misma
este primer golpe quiebre,
hasta que, rendida ya,
caiga en los inconvenientes.
Huye a la primera instancia
el rostro, señor: advierte
que, como desprevenida
de tan súbito accidente
la ciudad estaba, toda
a un crujido se estremece.
Los traidores y leales,
mezclados confusamente
no se distinguen, porque,
neutrales e indiferentes,
los más están a la mira;
que, en comunidades, siempre
el traidor es el vencido
y el leal es el que vence.

DAVID:

¿Qué riesgo hay como esperar
sin resistencia la muerte?

JOAB:

Nosotros defenderemos
todas estas puertas: vete
por ésa, que sale al monte.

SALOMÓN:

A precio de nuestras muertes,
defenderemos tu vida.
 
 

DAVID:

¡Ay hijo! ¡Qué mal pretende
vuestro valor que yo solo
me escape, y a todos deje!
O huyamos todos, o todos
muramos.

JOAB:

Si eso resuelves,
menos importa el huir
que aventurar solamente
tu vida. Esto no es temor;
que como tú vivo quedes,
con tu valor y tu vida
todo harás que se remedie.

DAVID:

Pues venid conmigo todos.
¿Quién creerá que desta suerte
huyendo sale David
de su alcázar eminente?
¡Ay mi Absalón, y qué mal
me pagas lo que me debes!
(Vanse.)
(Tocan al arma, y sale JONADAB.)
(Dentro.)

UNOS:

¡Viva David!

JONADAB:

¡David viva!
(Dentro.)
 
 

OTROS:

¡Viva Absalón!

JONADAB:

Viva y reine,
que yo no pienso matarme
porque viva aquél ni éste.
Soldado sin ejercicio
he de ser, como otras veces;
que esta es espada capona,
que sólo el título tiene
y no la entrada en las lides,
que no hay puerta que abra o cierre.
(Salen ABSALÓN y los suyos.)

ABSALÓN:

Entrad, y no quede vivo
quien a voces no dijere:
¡Viva Absalón!

JONADAB:

¡Absalón
viva! Que por mí no quede.

AQUITOFEL:

Ya rendida la ciudad,
señor, a tu nombre tienes,
y aun la campaña, pues queda
Tamar allá con las huestes.

ABSALÓN:

Guarnézcanse las murallas
todas luego de mis gentes
mientras el palacio allano.
 
 

AQUITOFEL:

El cuarto del Rey es éste.

ABSALÓN:

No escape de muerto o preso.

ENSAY:

Tarde ese triunfo previenes,
que al monte huyendo ha salido.

ABSALÓN:

¡Descuido fue que no hubiese
las puertas tomado!
(Dentro.)
¡Viva
David!

ABSALÓN:

¿Qué es eso?

AQUITOFEL:

La gente
que, en seguimiento del Rey,
salir al monte pretende.

ENSAY:

Sola dejan la ciudad:
niños, viejos y mujeres
se van saliendo a los montes.

ABSALÓN:

¿Cómo haremos que esto cese?,
que los reyes sin vasallos
no pueden llamarse reyes.
 
 

AQUITOFEL:

Señor, como entre hijo y padre
estos escándalos siempre
paran en paces, y al fin
el odio en amor se vuelve,
muchos hoy no se declaran
de tu parte, porque temen
que tú quedes perdonado
y ellos por traidores queden;
y así, para asegurallos
más, fuera cierto que hicieses
una demostración tal
que no fuere eternamente
posible volver a ser
amigos; vieras que, en breve,
todos tu nombre aclamaban.

ABSALÓN:

¿Qué acción esa fuera?

ENSAY:

(Aparte a ABSALÓN.)
(Advierte:
que de Aquitofel consejo
no admitas que te despeñe.)
 
 

AQUITOFEL:

Sobre injurias, sobre agravios,
sobre afrentas, sobre muertes,
sobre engaños y traiciones
caer las amistades suelen.
Una cosa sola hay
sobre que caer no pueden,
pues nunca caen amistades
sobre celos solamente,
porque no es noble ni honrado,
ni entendido ni valiente
el hombre que a la amistad
de quien le dio celos vuelve;
y más celos del honor
que es duelo que el alma ofende.
Pues, siendo así, en ese cuarto
están todas las mujeres
concubinas de tu padre...

ABSALÓN:

No prosigas, cesa, tente.
Ya te he entendido: eso baste,
que hay cosas que no parecen
tan mal hechas como dichas.
En él mis soldados entren
y sin reservar alguna
a la gran plaza las lleven,
que hoy he de asombrar al mundo.
(Vase ABSALÓN.)

JONADAB:

Ea, mondongo me fecit.
(Vase.)
 
 

ENSAY:

¿Qué fiera, qué monstruo airado
que obrase irracionalmente
tan torpe consejo diera?

AQUITOFEL:

¿No sabes cuán pocas veces
la dura razón de Estado
con la religión conviene?
Aquesto a la duración
desta enemistad compete.

ENSAY:

Más compete a la malicia
de tus intentos aleves.

AQUITOFEL:

Mis intentos son leales,
pues asegurar pretenden
la corona en rey que sea
justiciero eternamente.

ENSAY:

Sí, mas con tales insultos...

AQUITOFEL:

Sospechas, Ensay, ofreces
de que estás con Absalón
neutral.

ENSAY:

De esto antes se infiere
que le quiere para rey
el que perfecto le quiere.

AQUITOFEL:

¿Puede no ser tiranía
todo esto?
 
 

ENSAY:

No, pero puede,
siendo tirano y piadoso,
no ser tirano dos veces.
(Suena ruido dentro y dice ABSALÓN.)

ABSALÓN:

Ya las puertas derribadas
están: los soldados entren,
y por las calles y plazas
a la vergüenza las lleven.

ENSAY:

¡Oh, mal hayan tus consejos!

AQUITOFEL:

Agradece a Dios que vuelve,
que yo te diera a entender
con cuánto riesgo me ofendes.
(Sale ABSALÓN.)

ABSALÓN:

¿Qué es aquesto? ¿Que dais voces?

AQUITOFEL:

Ensay, señor, que quiere
enmendar acciones tuyas.

ENSAY:

Así es, que como me tienes
hecho consejero tuyo,
a mí solo pertenece.

ABSALÓN:

Pues ¿qué decías?
 
 

ENSAY:

Señor,
pues entras a reinar, que entres
ganando al principio afectos
de piadoso y de clemente;
que una monarquía fundada
en rigor, no permanece,
pues el mismo la deshace
que fortalecerla quiere.

ABSALÓN:

Dices bien, pero ya es tarde.
Mas porque el tiempo se pierde,
decidme los dos, dejando
competencias, ¿qué os parece
que debo hacer ahora yo?
Jerusalén obediente
está a mis armas; mi padre,
huido, penetra y trasciende
las entrañas de los montes:
¿será bien que hoy aquí quede
la ciudad asegurando
o será mejor que intente
irle siguiendo el alcance?

AQUITOFEL:

Lo que aconsejarte debe
mi lealtad, es que le sigas,
le prendas y le des muerte;
y porque a todo se acuda
a un tiempo mismo igualmente
quédate tú en la ciudad;
que yo con alguna gente
le seguiré.
 

ENSAY:

(Aparte.)
(¡Oh si pudiera
dar yo lugar a que huyese!).
(Alto.)
Señor, las buenas fortunas
aventurarse no deben,
y conservar lo ganado
es la batalla más fuerte.
Ya la gran Jerusalén
hoy supeditada tienes;
si sacas la gente della
habrá dos inconvenientes:
uno, que al mirar que hay menos
que la guarden, que la cerquen,
los neutrales podrá ser
que a alguna facción se alienten;
otro, que si por ventura
el que hoy a David siguiere
en lo encumbrado del monte
un solo soldado pierde,
desmayarán los demás
si ven que al principio vuelve
con la pérdida menor
sólo un paso atrás; y advierte,
que todo en un día no cabe,
basta una victoria en éste;
mañana podrás seguirle.

ABSALÓN:

Tú aconsejas cuerdamente;
no sólo mi consejero
eres, Ensay, mas ya eres
juez de Israel.
 

AQUITOFEL:

¿Ese cargo
ofrecido no me tienes?

ABSALÓN:

¡Oh, qué presto, Aquitofel,
ejecutarme pretendes
por lo que has hecho por mí!
¡Puntual acreedor eres!

AQUITOFEL:

Acreedores reconozco
que al quitar y poner reyes
podrán...

ABSALÓN:

Mañana hacer otro:
¿Esto es lo que decir quieres?
Vente conmigo, Ensay;
y tú, Aquitofel, advierte
que valerse de un traidor
no es bueno para dos veces.
(Vanse.)
 

AQUITOFEL:

¿Que esto escuche yo de quien
esperé tantas mercedes?
¿Baldones son recompensas?
¡Qué rigurosa, qué fuerte
la víbora de la envidia
en el corazón me muerde!
Sin vida estoy, sin aliento:
que se me eclipsa parece
el sol, la tierra me huye,
y el mismo viento me ofende.
El corazón a pedazos
salirse del pecho quiere,
aborreciendo el vivir,
amando la acerba muerte.
Este áspid que en el seno
(Saca el cordel.)
abrigué (¡ay de mí!) me muerde;
no en vano me dijo Teuca
que andaban estos cordeles
buscando su dueño en mí.
Ministro soy de mi muerte;
que pues ya no hay que esperar
de Absalón, que me aborrece,
ni de David, que aborrezco,
mejor es que desespere.
Deme monumento el aire,
y la tierra me le niegue;
que quien pendiente de un hombre
en vida estar quiso, en muerte
será justo que un cordel
le deje al aire pendiente.
 (Vase AQUITOFEL.)
 
(Salen ADONÍAS, JOAB, SALOMÓN y DAVID.)

SALOMÓN:

Esto es, señor, del monte lo más fuerte.

ADONÍAS:

Esto es lo más secreto y escondido.

JOAB:

Aquí de los amagos de la muerte,
si no seguro, espera defendido.

DAVID:

¿Quién creerá, ¡ay infeliz!, que desta suerte
a pie, cansado, solo y perseguido
David camina, de Absalón huyendo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

ADONÍAS:

De la ciudad mil gentes han salido
siguiéndote, señor.

SALOMÓN:

Por todo el monte
el número está en tropas dividido.

JOAB:

Aquí a esperar y a descansar disponte,
en tanto que nosotros, discurrido
con nuestra diligencia el horizonte,
los vamos en escuadras recogiendo.

DAVID:

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Id, pues, a reducillos y a traellos,
no porque asegurarme yo pretenda,
mas porque se aseguren mejor ellos
unidos, y el rigor no los ofenda.
 

JOAB:

Yo a reducillos voy y recogellos.

ADONÍAS:

Todos iremos.

SALOMÓN:

Cada cual su senda
elija, y vaya el monte discurriendo.
(Vanse.)

DAVID:

Salid, Sin duelo, lágrimas, corriendo.
¡Ay Absalón, hijo querido mío,
cómo procedes mal aconsejado!
No lloro padecer tu error impío,
mas lloro que no seas castigado
de Dios; a Él estas lágrimas envío
en nombre tuyo, porque perdonado
quedes de la ambición que a esto te indujo.
(Sale SEMEY.)

SEMEY:

¡Mal haya quien a padecer nos trujo!
(Aparte.)
(Mas, ¡ay de mí, que él solo retirado
está! Mas, ¿si habrá mi voz acaso oído?)

DAVID:

Sí, pero no te dé, Semey, cuidado,
El dolor te disculpa que has tenido.
Tienes razón; pero maldice al hado,
no a mí, pues que la culpa yo no he sido
sino el hado.
 

SEMEY:

¡Conmigo y con él medras!
Será que contra ti me arme de piedras.

DAVID:

Tira, pague la pena merecida,
pues apedrearme es justo mi vasallo.

SEMEY:

Contento no estaré si con tu vida
vengado de mis manos no me hallo.
(Sale ENSAY.)

ENSAY:

¿Qué haces, infiel, sacrílego homicida?
¿Piedras contra tu Rey? Ya castigallo
me toca, pues llegué...

DAVID:

No lo pretendas,
y pues yo le perdono, no le ofendas.
(Vase SEMEY.)
¡Ah Semey!, no de mi vista huyas,
que palabra te doy de no vengarme
en mi vida de ti y las iras tuyas.
Ministro eres de Dios, que a castigarme
envía, y pues que son justicias suyas,
en mi vida de ti no he de quejarme.
Dime tú ahora, amigo, qué ha pasado.

ENSAY:

Que ya en Jerusalén se ha coronado
Absalón.
 

DAVID:

¡Ojalá del mundo fuera
Jerusalén metrópoli eminente,
porque de todo el mundo señor fuera
mi Absalón, coronando la alta frente!

ENSAY:

Tan tarde ser amigo tuyo espera,
que al culto de tu honor más reverente
se atrevió, pues violando...

DAVID:

No prosigas,
y si es lo que imagino no lo digas:
no lo quiero saber, porque no quiero
que el dolor a decir ¡ay Dios! me obligue
alguna maldición, pues aún espero
que el cielo le perdone y no castigue.

ENSAY:

Consejo fue de Aquitofel el fiero;
mas ya desesperado...

DAVID:

¡Ay Dios!, mitigue,
Señor, vuestra justicia su castigo.

ENSAY:

Se mató a sí tu bárbaro enemigo.
Absalón la batalla hoy te previene,
que por mí desde ayer fue dilatada:
contra ti, gran señor, al monte viene
la hueste suya de furor armada;
ya quedarme contigo me conviene,
mi vida a tu defensa dedicada.
 
(Tocan, salen JOAB, ADONÍAS y SALOMÓN.)

JOAB:

La gente está dispuesta ya en tres haces.

DAVID:

Muy bien, Joab, en disponerla haces;
pues que Absalón a darnos la batalla
viene; yo moriré el primero en ella.

JOAB:

No, señor: tu persona, si se halla
aquí, todo se pierde con perdella.

SALOMÓN:

No es seguro, señor, aventuralla:
los dos bastamos para defendella.

DAVID:

Si os veo peligrar, hijos queridos,
nueva guerra daréis a mis sentidos;
pues si de todas partes considero
mis hijos en la lid, es cosa clara
que buen suceso para mí no espero,
pues el brazo que tira, el que repara,
uno es mismo; y así, con un acero
vendré a morir en confusión tan rara
si cualquier golpe contra mí se ofrece,
siendo persona que hace y que padece.

JOAB:

Dices muy bien: retírense contigo
Salomón y Adonías.

SALOMÓN:

No consientas
injuria tal...
 

DAVID:

Haced lo que yo os digo.

ADONÍAS:

Nuestra reputación con eso afrentas.

DAVID:

Ya que el campo divides, Joab amigo,
en tres trozos, y así esperar intentas,
tú el uno Abisay, y Ensay los otros
regid.
(Tocan un clarín dentro.)

JOAB:

Ya el clarín suena.

DAVID:

Pues nosotros
nos retiramos. Sal a recebillos.
Hijos, venid.

SALOMÓN:

¡Que así encerrarnos quieras!

DAVID:

La batalla darán nuestros caudillos.

ADONÍAS:

¡Qué injusta prevención, Joab, esperas!
(Dentro clarín y caja.)
Ya bélicos acentos, para oillos
se acercan, ya se miran las banderas.

DAVID:

¡Joab!

JOAB:

Señor...
 

DAVID:

Pues que mi honor te fío,
advierte que Absalón es hijo mío:
guárdame su persona; no el despecho
de la gente matármele pretenda,
que es todo el corazón de aqueste pecho,
destos ojos la más amada prenda.
Mírame tú por él, porque sospecho
que moriré si hay alguien que le ofenda.

JOAB:

Mira que de la lid ya empieza el brío.

DAVID:

Mira tú que Absalón es hijo mío.
(Vanse DAVID, SALOMÓN y ADONÍAS por un lado, JOAB, ENSAY y soldados por otro, y dentro tocan cajas, y dándose la batalla, se descubre ABSALÓN en un caballo.)
 

ABSALÓN:

Fugitivos israelitas,
que en los bárbaros desiertos
de los montes amparáis
una vida que aborrezco,
salid, salid a lo llano,
que la batalla os presento,
porque vasallos dos veces
seáis de mi sangre y mi esfuerzo.
Decid a David, mi padre,
(que no ha de dejar de serlo,
siguiéndole, por hacer
más grande mi atrevimiento)
que si se acuerda de cuando
joven era, y en su pecho
duran algunas reliquias
de aquel pasado ardimiento,
que no se esconda de mí,
que en la campaña le espero
por afrentar con su muerte
la corona y el imperio.
Decir que traiga a sus hijos
consigo, porque en muriendo
él a mis manos, acabe
de una vez con todos ellos.
¡Al arma, soldados míos!
Y a los trabados encuentros
gima la tierra oprimida,
brame fatigado el viento.
(Tocan clarines, y cajas, y se da la batalla, entrando y saliendo algunos, peleando.)
 
(Dentro.)

TODOS:

¡Guerra, guerra!

UNOS:

¡Absalón viva!

OTROS:

¡Viva David, que es Rey nuestro!

ABSALÓN:

¡Qué miro! Allí un escuadrón
que el monte tenía encubierto,
salió de través, y hace
notable daño en los nuestros.
Acudid a socorrerle.
Oh tú, de tierra y de viento
bruto veloz, que has nacido
monstruo de dos elementos,
corre y vuela, que los tuyos
perecen, a socorrellos.
Mas, ¡ay de mi!, desbocado,
sin obedecer al freno,
por la espesura se entra
de las encinas, que en medio
se me ponen (¡ay de mí!).
¿Qué es esto, cielos, qué es esto?
¡Que en las copadas encinas
se me enredan los cabellos!
(Da vueltas el caballo, tocan al arma, salen ENSAY, JOAB y soldados con lanzas.)
 
(Dentro.)

TODOS:

¡Guerra, guerra!
(Dentro.)

UNOS:

¡Absalón viva!

OTROS:

¡Viva David que es Rey nuestro!

ENSAY:

No sigas, Joab, el alcance
sin que te pare el portento
que he visto en aqueste monte.

JOAB:

¿Qué has visto?

ENSAY:

A Absalón pendiendo
de sus cabellos asido,
teniendo por patria el viento.

JOAB:

Pues si le viste, ¿por qué
no le atravesaste el pecho
con una lanza? Tuvieras
de mí innumerables premios.

ENSAY:

Por todo el oro del mundo
no le tocara en un pelo;
que es hijo de mi Rey, y él
nos mandó a todos lo mesmo.
 

JOAB:

Menos una vida importa,
aun de un príncipe heredero,
que la común inquietud
de lo restante del reino.
La justa razón de Estado
no se reduce a preceptos
de amor: yo le he de matar.
Desvanecido mancebo,
muere, aunque el Rey me mandó
que no te tocase.
(Tírale la lanza.)
(ABSALÓN dentro.)

ABSALÓN:

¡Ay cielo!

JOAB:

Aún está vivo; dadme otra.
De Israel narciso bello,
muere en el aire.
(Tírale otra.)
(Dentro.)

ABSALÓN:

¡Ay de mí!

JOAB:

Aun con dos no estoy contento;
tres son las que contra ti
me manda blandir el cielo;
por fraticida la una,
la otra por deshonesto,
y la otra por ser hijo
inobediente.
 
(Descúbrese ABSALÓN, como pendiente de los cabellos, con tres lanzas atravesadas.)

ABSALÓN:

¡Yo muero,
puesto, como el cielo quiso,
en alto por los cabellos,
sin el cielo y sin la tierra,
entre la tierra y el cielo!

JOAB:

Israelitas, suspended
los repetidos acentos,
y venid todos, venid
a ver tan raro portento.
(Salen todos.)

ENSAY:

¡Qué espectáculo tan triste!

TEUCA:

Cumplió su promesa el cielo.

SEMEY:

Huyendo venía del Rey
y esto me para suspenso.

JONADAB:

Bellotas de aquesta encina
no comeré, aunque soy puerco:
diréle el suceso al Rey
como si él fuera muy bueno.
¿Qué va, que aunque voy despacio,
con esta nueva voy presto?
(Vase.)
 
(Sale TAMAR.)

TAMAR:

Crueles hijos de Israel,
¿que estáis mirando suspensos?
Aunque merecido tengan
este castigo los hechos
de Absalón, ¿a quién, a quién
ya no le enternece el verlo?
Cubridle de hojas y ramos,
no os deleitéis en suceso
de una tragedia tan triste,
de un castigo tan funesto;
que yo, por no ver jamás
ni aún los átomos del viento,
iré a sepultarme viva
en el más oscuro centro
donde se ignore si vivo
pues que se ignora si muero.
(Vase.)

TEUCA:

Y yo también desde hoy
en su ley seguirla quiero;
que es grande Dios el que sabe
medir castigos y premios.
(Vase.)
 
(Salen DAVID, SALOMÓN y ADONÍAS.)

DAVID:

¡Ay hijo mío, Absalón,
no fuera yo antes el muerto
que tú!

JOAB:

Llorando David
viene: de mirarle tiemblo.

SEMEY:

Yo también, que cometí
contra él tan grande sacrilegio.

JOAB:

Señor...

DAVID:

Joab, nada me digas,
ya sé que el vencedor quedo
Toda la victoria diera
de una vida sola en precio...
Semey, ¿tú estabas aquí?
(De rodillas.)

SEMEY:

Yo, señor...

DAVID:

Alzad del suelo,
no temas. Terrible Joab,
muchas victorias te debo;
no te puedo ser ingrato,
mientras viva te lo ofrezco.

(A SEMEY)
maldiciones y piedras
contra mí animaste fiero;
palabra de no vengarme
en mi vida te di, es cierto,
y aunque tú arrojando lanzas
y tú piedras esparciendo,
los dos me habéis ofendido,
yo os perdono... no me vengo.
Salomón, lo que has de hacer
te dirá mi testamento...
Y agora, no alegres salvas,
roncos, si, tristes acentos
esta victoria publiquen,
a Jerusalén volviendo
más que vencedor, vencido.
Teiéndo aquí fin con ésto
Los cabellos de Absalón:
perdonad sus muchos yerros.