Los cautivos de ArgelLos cautivos de ArgelFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
FUQUER ya en las costas de Valencia con cuatro moros.
FUQUER:
Bien queda en ese recaudo
la galeota escondida.
MORO:
La barca del propio modo
queda en la cala.
FUQUER:
No hay vida
como esta, miradlo todo.
Nadie parece en la playa
desde donde el agua raya,
margen en la blanda arena,
hasta donde a mano llena.
MORO:
Fuego enciende tu atalaya.
FUQUER:
¡Oh primera patria mía!
¡Valle antiguo de Segó!
¿Quién os dijera algún día
que viniera a veros yo
sin el traje que solía?
No hay árbol aquí, no hay risco,
que no conozca a Francisco
ya transfo[r]mado en Fuquer,
si no es que he trocado el ser
desde ser moro a morisco.
En la ley de mis agüelos
vivo yo, Valencia hermosa,
desde mis mudanzas celos,
que con mi espada famosa
te han de castigar los cielos.
MORO:
Así en las mismas entrañas
crio España a Julián.
FUQUER:
Yo haré las mismas hazañas.
¿Cuándo fuego haciendo están?
Pienso, Tafir, que te engañas.
MORO:
No me engaño, fuego es aquel.
Haciéndolo está la posta.
(En alto con un hacha encendida una ATALAYA.)
ATALAYA:
Moros hay, moros de Argel.
FUQUER:
Los jinetes de la costa
vienen a los rayos dél.
¡Por Alá que habemos sido
sentidos!
MORO:
Camina al mar.
(Salgan algunos cristianos soldados de la costa con lanzas y adargas.)
CASTRO:
Tarde habéis, moros, venido.
Daos a prisión.
FUQUER:
¿Cómo dar?
¡Tente, cristiano atrevido!
CASTRO:
A ellos, si no se dan.
¡San Jorge, soldados míos!
CRISTIANO:
A la mar huyendo van.
CASTRO:
Pero tú me muestras bríos.
FUQUER:
¿Quién eres?
CASTRO:
El capitán.
FUQUER:
¿Qué capitán?
CASTRO:
Castro soy.
FUQUER:
¿Don Diego?
CASTRO:
Sí.
FUQUER:
A ti me doy.
CASTRO:
Suelta la espada.
FUQUER:
¡Ay de mí!
(Entre RIBALTA.)
RIBALTA:
Dos se han muerto y dos prendí.
FUQUER:
En grande peligro estoy.
RIBALTA:
Los demás a una barquilla,
que dos peñas escondieron,
saltaron desde la orilla,
puesto que apenas movieron
de sus arenas la villa;
como cuando sobresaltan
aquel silencio sombrío
con que los bosques se esmaltan,
desde los juncos al río
las ranas parleras saltan.
CASTRO:
Aquí su arráez quedó.
¿Quién eres, moro en Argel?
FUQUER:
No sé quién soy.
CASTRO:
¿Cómo no?
Déjale morir en él.
RIBALTA:
Este hombre conozco yo.
¿Tú no eras de Faura? Di.
CASTRO:
¡Habla, perro!
FUQUER:
¿Yo? ¿Qué dices?
De Argel soy, y de Argel fui.
RIBALTA:
¡Cómo!, ¿la lengua te desdices?
Morisco, en Faura te vi.
Francisco es tu nombre, perro;
cristiano has sido.
FUQUER:
Señores,
mirad que es notable yerro.
CASTRO:
Todos estos son traidores,
su vida llaman destierro.
El que se puede pasar
de Valencia a Argel se pasa;
después nos vuelve a robar,
que como ladrón de casa
sabe las costas del mar.
Mejor es que se dé cuenta
al Santo Oficio.
RIBALTA:
Eso apruebo.
FUQUER:
Mi vida corre tormenta
en mar de peligro nuevo:
fuego el agua, el viento afrenta.
Señores, doleos de mí.
RIBALTA:
Tira, perro, por ahí.
FUQUER:
¡Ah patria, justo castigo,
pues vine a ser tu enemigo
y en tus entrañas nací!
(Váyanse, y entren ZULEMA y AMIR.)
ZULEMA:
En Cerdeña fue, en efeto,
la galima, Amir amigo.
AMIR:
Tal gente traigo conmigo
que el mar me tiene respeto.
No hay, Zulema, en todo Argel
galeotas como aquestas,
más bien armadas, más prestas.
ZULEMA:
Díjome ayer Moraicel
que os habían dado caza
los Orias.
AMIR:
Traen gran peso.
Que las temí te confieso
y eran del corso la traza,
que debieran ir ligeras
y llenas de mercadurías.
Pierden gente y gastan días.
ZULEMA:
¡Qué bien, Amir, consideras!
Apenas se ve el estremo
del estandarte, o color
del guion, cuando el mejor
pone las manos al remo.
AMIR:
Allá todo es gravedad;
acá, si el mismo Rey fuera,
enojando el ropa fuera,
dejaran la majestad
las obras muertas. Bajaremos
donde hagan lastre, y no impidan,
para que los vientos midan
con las alas que llevamos.
Tendemos para crujía
el árbol y la mesana,
con que su esperanza vana
dejemos el mismo día.
Seguro estoy que podrán
a mí alcanzarme a lo menos.
ZULEMA:
¿Hay buenos esclavos?
AMIR:
Buenos.
ZULEMA:
¿Dónde los tienes?
AMIR:
Ya están
vendiéndolos en el coso,
mas por aquí pasan ya.
(Salen un PREGONERO, dos o tres moros, BERNARDO, viejo, LUCINDA, su mujer, LUIS y JUANICO, muchachos cautivos.)
PREGONERO:
¿Quién da más? ¿Quién más me da?
MORO:
¿Lo que os doy por él es poco?
PREGONERO:
Ciento por el más pequeño
me dan a luego pagar.
Ciento y diez os quiero dar.
Con vós aceto el concierto
por menos que otros me den.
ZULEMA:
Ciento y diez, Amir, os dan;
ciento y veinte os doy.
AMIR:
Ya es.
Ya es, que amistad os muestro.
ZULEMA:
Tristes los padres están.
Si no, ven conmigo.
JUANICO:
¿Adónde?
ZULEMA:
A mi casa.
JUANICO:
¡Ay, madre mía!
LUCINDA:
Llegó de muerte el día.
Tierra, en tu centro me esconde.
¡Hijo!
AMIR:
¡Déjale!
LUCINDA:
Señora,
dejadme el mismo abrazar.
JUANICO:
Madre, ¿que me ha de llevar?
LUCINDA:
¡Ay hijo, estraño rigor!
Mas, pues no puede ser menos,
mi Juan...
ZULEMA:
¡Oh, qué bríos! Juan dijo.
LUCINDA:
Mirad, mi bien, que sois hijo
de padres nobles y buenos.
Muy tierno os llevan de mí;
abrid los ojos, amores.
Los regalos y favores
no os muden, hacedlo ansí.
JUANICO:
Sí, madre.
LUCINDA:
Dad la palabra.
Adiós.
JUANICO:
Palabra la doy
de estar en la fe que estoy
aunque la tierra se abra.
LUCINDA:
Acordaos siempre, mis ojos,
de rezar, pues lo sabéis,
que si rezáis y ofrecéis
vuestras prisiones y enojos,
aquel Santo Redemptor
de la Trinidad sagrada
y de la Merced fundada
en su soberano amor,
él abrirá con la llave
de su cruz vuestra cadena.
JUANICO:
Señora, no tenga pena
si mi buen intento sabe,
que ni el regalo ni el palo
me mudarán deste intento.
LUCINDA:
Hijo, aunque el castigo siento,
temo en estremo el regalo.
ZULEMA:
Déjale ya, que mañana
ha de ser moro.
LUCINDA:
Antes vea
su muerte.
LUIS:
En lo que desea
era su esperanza vana.
Acuérdate, dulce hermano,
de que eras cristiano allá.
JUANICO:
Yo lo haré.
ZULEMA:
Déjale ya.
LUIS:
Pues haz, Juan, como cristiano.
JUANICO:
Luis, ¿no me irás a ver?
LUIS:
Sí, hermano.
ZULEMA:
Suelta el muchacho.
LUCINDA:
Al cielo un ángel despacho.
Mártir, Juan, habéis de ser.
JUANICO:
Madre, adiós.
LUCINDA:
Él te defienda
de los engaños crueles
destos perros infïeles.
BERNARDO:
Paso, y ninguno te entienda,
que se vengarán en él.
Hijo, adiós.
JUANICO:
Mi padre, adiós.
MORO:
Ya os concertaste[s] los dos.
Y este, ¿cuánto piden dél?
PREGONERO:
Por este dan ciento y veinte.
AMIR:
¿Ya veis que es mayor?
MORO:
Quisiera
a otro aunque menor fuera.
AMIR:
Buscad otro que os contente,
que a fe que habéis de pasar
de ducientos.
MORO:
No es razón.
PREGONERO:
Es una perla el garzón.
Dejádmele pregonar.
MORO:
Quedo, que estoy en concierto.
¡Ea!, los docientos doy.
AMIR:
Vuestro es.
LUIS:
¿Que vuestro soy?
MORO:
Sí.
LUIS:
Más quisiera ser muerto.
BERNARDO:
Luis.
LUIS:
¡Padre de mi vida!
BERNARDO:
Vendido vas.
LUIS:
Voy sin vós.
BERNARDO:
¿Has de olvidarte de Dios?
LUIS:
¿Cuál hombre de Dios se olvida?
Antes veréis las estrellas
como peces en el mar
y los delfines nadar
por donde relumbran ellas,
antes la tierra pesada
sobre la esfera del fuego,
el sol en el limbo ciego,
cuerpo y peso a lo que es nada,
antes veréis que el sol yerra
su curso...
MORO:
¡Calla, rapaz!
LUIS:
... en los elementos paz,
entre dos humildes guerra,
que ver mi padre sin fe.
Luis soy, tengo de imitalle.
MORO:
Eso de Lüis se calle
después que yo te compré,
y Yuf y Zuf te apellida.
LUIS:
No, sino Lüis, señor.
MORO:
Con castigo y con amor
verás que el Luis se te olvida.
PREGONERO:
¿Queréis vós esta cristiana?
[MORO 2.º] :
¿Por cuánto me la darán? (Entran SAHAVEDRA y HERRERA.)
SAHAVEDRA:
¿Qué? ¿Concertados están
de verse hoy por la mañana?
HERRERA:
Aquí se quieren juntar.
Felis lo ha trazado ansí.
AMIR:
Otra no tan buena di
en más precio.
[MORO 2.º] :
¿Esto he de dar?
AMIR:
Agora bien la esclava es tuya.
PREGONERO:
Del viejo, ¿qué hemos de hacer?
AMIR:
Pues nadie le ha de querer
por ser larga la edad suya,
en casa quedará
para andar una atahona.
LUCINDA:
¡Ay, mi Bernardo!
[MORO 2.º] :
Perdona,
que otro dueño tienes ya.
¿Cómo te llamas?
LUCINDA:
Lucinda.
[MORO 2.º] :
Pues Lucinda, tu marido
yo soy ya.
BERNARDO:
Que me divido
de ti sin que el alma rinda.
LUCINDA:
Adiós, mi Bernardo.
BERNARDO:
Adiós,
prendas por mi mal perdidas.
AMIR:
Ven donde tu premio pidas.
PREGONERO:
Bien has ganado en los dos. (Váyanse y queden SAHAVEDRA y HERRERA, cautivos.)
SAHAVEDRA:
Si donde viene tan muerta
la cristiana religión,
con alguna devoción,
no resucita y despierta,
vendrase a perder del todo.
HERRERA:
Ya está, Sahavedra, aquí.
SAHAVEDRA:
Esperada. (Sale[n] PEREDA y DORANTES.)
PEREDA:
Amigos,
[..........................]
hoy se ha de ordenar el modo
como mejor aliviemos
este Jueves Santo.
HERRERA:
Quiere,
Felis, quiere Dios no altere
a los amos que tenemos,
que se haga una procesión
famosa de diciplina.
DORANTES:
No hay duda de que es divina,
más que hermana inspiración,
porque haremos monumento
y mil cristianos dormidos
abriremos los oídos
en este santo instrumento.
Oirá nuestras voces Dios
y nuestra sangre vertida
recibirá. (BASURTO entre.)
BASURTO:
¿Que tal vida,
Basurto, pase por vós?
¿Esto se puede sufrir?
¿Soy hombre o bestia?
SAHAVEDRA:
¿Qué es esto?
Basurto, ¿con qué gesto?
DORANTES:
¿Dónde vas?
BASURTO:
Voy a morir.
Topome el diablo, señores,
con un bellaco judío
que se hizo amigo mío,
y no hay contra nós mayores,
que me compró de mi amo
fingiéndose mi pariente;
[..........................]
que como sabéis del amo,
donde paso hambre mortal
y la desnudez que veis,
mirad si acaso tenéis
entre todos medio real,
que estoy como perro en siesta
cuando el dueño no ha venido.
PEREDA:
¿Que tan mal te ha sucedido?
BASURTO:
Es propria ventura aquesta
de los que son desdichados,
no hay miseria cual la mía.
Como a perro a mediodía
me ponen agua y salvado,
y porque el sábado, que era
fiesta suya, eché en la olla,
donde estaba una polla
y un pedazo de ternera,
dos deditos de tocino
rancio que me dio un francés,
por comérmelo después
con cuatro veces de vino
que de limosna busqué
entre ciertos mercaderes,
fue mi dicha.
SAHAVEDRA:
¿Llorar queréis?
BASURTO:
El caldo entonces lloré,
porque dándome con ella
el traidor, ¿quién tal pensara?,
lloré el caldo por la cara
que me virtieron por ella,
mas como también me olía
y tanta lengua sacaba,
y lo que en la nariz topaba
en la boca lo metía,
mas pagómelo.
DORANTES:
¿Cómo?
BASURTO:
Una cuerda que hallé
de vigüela corté
en pedacitos pequeños,
y echéselos otro día
en la olla.
HERRERA:
¿Y al sacalla?
BASURTO:
Que dos mil gusanos halla
en ella se parecía,
porque la cuerda cocida
todo parece gusanos.
DORANTES:
¿Quién duda que fue a tus manos
toda entera remitida?
BASURTO:
Diómela, mas yo, fingiendo
asco, aún no quería vella,
y me forzaban a comella,
«¡Cómela, perro!», diciendo,
«que estos gusanos que ves
te han de comer dentro vivo».
Yo decía: «¿Que a un cautivo
ponzoña y gusanos des?»;
«¡Justicia del cielo, perro!»,
el judío replicaba,
«¡Come!». Yo, que no jarraba,
pero: «¡En fin con ella, perro!»,
y diciendo: «¡Porque pierdas
el esclavo, vil hebreo,
tengo de ser el Orfeo!»,
y siendo el pie de una polla,
ternera tierna y perdiz
debajo de la nariz,
me fui metiendo la olla.
PEREDA:
¿Y a eso tan triste vienes?
BASURTO:
Notables burlas le hago,
con que en esto me pago.
HERRERA:
¡Dichosa desdicha tienes!
BASURTO:
¿A qué os juntastes aquí?
SAHAVEDRA:
A honrar nuestro Jueves Santo,
que queremos hacer cuanto
hacen en España.
BASURTO:
¿Ansí?
SAHAVEDRA:
Sí, Basurto. Procesión
de diciplina ha de andar.
BASURTO:
Esa podéis escusar,
pues tan ordinarias son,
y hagamos el monumento.
PEREDA:
Esas que por fuerza son
no tienen la devoción,
que la que ordenar intento
diciplinas ha de haber,
túnicas, andas y cera.
HERRERA:
¿Quién viene? (FELIS entre.)
FELIS:
Quien os quisiera
juntos en España ver.
SAHAVEDRA:
¡Ah, Felis!, ¿ya está trazado
el hacer la procesión?
FELIS:
Mover vuestra devoción
es lo que tengo pensado,
y que enternezcáis los pechos
destos fieros renegados
y algunos determinados,
por ejemplo de los hechos,
que se quieren hacer moros.
¿Cómo llevarevos cera?
HERRERA:
Contribuyendo cualquiera
de aquesos pobres tesoros,
más de alguna ama sé yo
que dará dinero.
PEREDA:
En todo
se buscará el mejor modo.
FELIS:
No hay túnicas.
PEREDA:
¿Cómo no?
Aunque el chaleco se vuelva
lo de atrás para adelante.
FELIS:
Algún paso es importante
que en lágrimas nos resuelva.
HERRERA:
¿Qué paso?
FELIS:
La cruz a cuestas
mueve a grande devoción,
sacando a su obstinación
lágrimas si están dispuestas.
BASURTO:
Haya alguno que el Dios mío,
que la cruz ha de llevar,
cristianos os quiera dar,
que yo os prestaré el judío.
FELIS:
¿En qué le harás?
BASURTO:
Ya está hecho.
DORANTES:
¿A tu amor?
BASURTO:
El mismo es,
y aun irá sin interés,
que no está bien satisfecho.
FELIS:
Agora bien, el guardián
viene por aquí; no es bien
que antes diciplina os den.
BASURTO:
¿Quereisme hacer sacristán
destos pasos que veréis?
¿Qué andas llevaréis?
FELIS:
Una, mañana.
BASURTO:
¿Dónde?
FELIS:
En casa de Sultana.
BASURTO:
Adiós.
FELIS:
Allá me hallaréis. (Váyanse, y entren SOLIMÁN y AJA.)
SOLIMÁN:
¿Qué les has dado, enemiga?
AJA:
Lo que Fátima me dio.
SOLIMÁN:
No es posible.
AJA:
¿Cómo no?
Celia, Solimán, lo diga.
SOLIMÁN:
¿Cómo están locos los dos?
AJA:
Tomaron más cantidad.
SOLIMÁN:
Aja, dime la verdad.
AJA:
Esta es la verdad, por Dios. (Salgan, fingiéndose locos, MARCELA y LEONARDO.)
MARCELA:
No hay qué tratar, ya he de ser
su esposa de Solimán.
LEONARDO:
Y yo soy de Aja galán.
MARCELA:
¿Quién es Aja?
LEONARDO:
Es mujer.
MARCELA:
¡Malos años para vós!
Aja no tendría migaja
de vós, porque yo soy Aja,
y haré raja a los dos.
SOLIMÁN:
¡Tente, loca!
AJA:
¡Tente, loco!
MARCELA:
¡Tente tú!
LEONARDO:
¡Tú también tente!
SOLIMÁN:
¡Qué locura!
AJA:
¡Qué accidente!
MARCELA:
¡Todo es nada!
LEONARDO:
¡Todo es poco!
SOLIMÁN:
¿Sabes que soy tu señor?
MARCELA:
¿Sabes que soy reina agora?
AJA:
¿Sabes que soy tu señora?
LEONARDO:
¿Sabes que soy el mayor
de cuantos reyes han dado
ley al mundo?
SOLIMÁN:
Las prisiones
te harán cuerda.
MARCELA:
Si me pones
de yerro un monte labrado,
no es peso para mis pies,
que soy espíritu.
AJA:
Esclavo,
¿sabes que el loco más bravo
por la pena no lo es?
LEONARDO:
¿Sabes cómo no hay más pena
que la que tengo en el alma?
Apretó amor con la palma,
y está la madera llena.
¡Viva España!
MARCELA:
¡Viva España!
SOLIMÁN:
Locos nos han de volver.
MARCELA:
Aun no debéis de saber
en qué para la maraña,
pues sabéis que hay encubierta
una cosa contra vós,
que la trazamos los dos.
AJA:
¡Triste! ¡Mi desdicha es cierta!
Esta debe de querer
decir que a Leonardo quiere.
SOLIMÁN:
Que por su hermosura muero
hoy le dice a mi mujer.
¿Oyes, Aja?
AJA:
¿Qué me quieres?
Estos son locos, no obligan
a crédito en cuanto digan.
SOLIMÁN:
Así es verdad, cuerda eres,
que quien no tiene sentido
como el reloj siempre está,
que no entiende lo que da.
LEONARDO:
[Aparte.]
¡Cuerda la invención ha sido!
SOLIMÁN:
Ea, Leonardo, hoy has de ir
al monte a hacer leña.
LEONARDO:
Bien,
haced que presto me den
esa bestia en que salir,
que he de traer seis encinas
para quemaros.
SOLIMÁN:
¿A mí?
LEONARDO:
¿Pues a quién mejor que a ti?
SOLIMÁN:
¿No adviertes que desatinas?
Aja, gran mal me has causado.
Los dos esclavos mejores
he perdido.
AJA:
Estos rigores
de la fuerza han resultado.
Principios son, no te espantes.
Vamos, pasará el furor.
SOLIMÁN:
¡Qué mal se conquista amor
con violencias semejantes!
Amor de blandura nace,
de regalo y de amistad,
que es libre la voluntad
y vive en la ley que hace.
Cuéntalos ya por perdidos.
AJA:
Déjalos estar un poco.
SOLIMÁN:
Tarde o nunca vuelve un loco,
Aja, a cobrar los sentidos. (Váyanse AJA y SOLIMÁN.)
LEONARDO:
¿Quién eres tú?
MARCELA:
¿Quién? Yo soy
la reina de Trapisonda.
LEONARDO:
Da una vuelta a la redonda.
MARCELA:
Digo que una vuelta doy.
LEONARDO:
Es verdad, la Reina eres,
¿mas quién dirás que soy yo?
MARCELA:
El primero [que] salió
por las murallas de Amberes.
LEONARDO:
Pardiez, ¿no me has conocido
como vengo disfrazado?
MARCELA:
¿Quién eres?
LEONARDO:
Antón pintado.
MARCELA:
Cobra, mi bien, el sentido.
LEONARDO:
Sí haré, pues a verte llego,
y tales mis llamas son,
que ya soy pintado Antón
por las que traigo de fuego.
¿Cómo, mis ojos, te ha ido
con la bebida cruel?
MARCELA:
El antídoto fïel
único remedio ha sido.
Como aquel agua bebí
que el unicornio ha templado,
la ponzoña que me dio
fue epítima para mí.
LEONARDO:
Lo mismo me ha sucedido,
que aquella vara divina
que revolvió la piscina
toda mi salud ha sido.
Yo fui el pobre, el ángel fue
Felis, la vara, el madero,
leña de Isaac el cordero
que sobre el monte se ve,
tan firme que vendrá día
en que nos den libertad.
MARCELA:
¿Qué soy de tu voluntad?
LEONARDO:
El dueño.
MARCELA:
Tú de la mía.
LEONARDO:
Muero por darte un abrazo.
MARCELA:
Ya espero que tengas vida. (Abrácela.) (SOLIMÁN entre.)
SOLIMÁN:
¿Qué es esto?
LEONARDO:
¡Suelta, atrevida!
MARCELA:
¿Cómo?
LEONARDO:
Hanos visto el perrazo.
SOLIMÁN:
¿Aquí paró la locura?
LEONARDO:
Dice esta, y son embelecos,
que es la reina de Marruecos.
SOLIMÁN:
Sí puede, por hermosura.
MARCELA:
Pues, ¿qué tengo yo de hacer
si él dice en esta ocasión
que es él un pintado Antón?
LEONARDO:
¿Le hago?
MARCELA:
No puede ser,
que entonces fue desatino,
[.............................]
porque para ser Antón
os saltaba este cochino.
SOLIMÁN:
¿Cuál decís?
MARCELA:
Luego, ¿no os vais?
Pues dad una vuelta en cerco,
que vós mismo sois el puerco,
mas no, que no le comáis,
y es linda transformación,
si bien lo consideráis,
que siendo perro os volváis
en puerco de San Antón.
SOLIMÁN:
Bella esclava, hermosos ojos
que agora tenéis en calma
la mejor parte del alma
solo para darme enojos,
¿qué crüel estrella mía
os quitó el entendimiento?,
¿quién de tan rico aposento
osó desterrar el día?,
¿quién puso en este tesoro
un encanto semejante?,
¿quién desengastó el diamante
de tales esmaltes y oro?
Tiros y vaina bordada
sin espada parecéis,
que a nadie servir podéis
mientras os falta la espada.
Fuerte consejo me dio
Aja, mi loca mujer;
lo que yo pensaba hacer
con su invención me estorba,
que con dos falsos testigos,
y con menos pesadumbre,
como es en Argel costumbre
jurar criados o amigos,
que me dijiste probara
que queríades ser mora,
y lo fuérades agora,
y yo con vós me casara.
Mas ya, ¿cómo puede ser?
LEONARDO:
Hola, galgo, no te entones,
ni digas esas razones
a la Reina, mi mujer,
que cuando le levantaras
ese falso testimonio,
inducido del demonio
a renegar le llevaras,
yo con mi ejército fuera
y la mezquita abrasara,
a la cristiana cobrara
y a las ancas la subiera
de mi caballo hipogrifo,
y la llevara a París.
SOLIMÁN:
Perdido está.
LEONARDO:
¿Qué decís?
MARCELA:
Que soy sierpe.
LEONARDO:
Yo soy grifo.
MARCELA:
Cierra con él.
SOLIMÁN:
Quedo, esclavos,
que os haré echar en prisión.
LEONARDO:
¡Oh, qué linda colación,
que no se me da dos clavos!
SOLIMÁN:
Quiero dejarlos un poco,
que debe de ser temprano.
LEONARDO:
Prisiones al viento vano
es ponérselas a un loco.
La mayor prisión del mundo
es la de la voluntad.
MARCELA:
Decís, Leonardo, verdad;
en la que tengo me fundo.
LEONARDO:
El mayor rey de amor.
MARCELA:
La suya, ¿es fuerza, o es ley?
LEONARDO:
No lo sé, mas sé que es rey.
MARCELA:
No es rey.
LEONARDO:
¿Pues qué es?
MARCELA:
Atambor.
LEONARDO:
¿Qué dices?
MARCELA:
Lo que has oído.
LEONARDO:
¿Cómo pruebas que es verdad?
MARCELA:
Porque es todo vanidad,
y hace notable ruido.
LEONARDO:
Bien dices, que el atambor
esta vacío de dentro,
y infama, y toca en el centro
de la hacienda, del honor,
mas déjate de locuras
y háblame, mi bien, de veras.
MARCELA:
¿Qué veras, Leonardo, esperas
deste mi amor más seguras?
Esclava, libre, en prisión
o en la patria, aquí en Argel
o en España, soy de aquel
que me cuesta estas prisiones.
En estos brazos descansa;
este es mi centro, mi bien. (Entre AJA.)
AJA:
Si estará ya tu desdén
llorado, templado y manso,
¿qué es esto, perros?
LEONARDO:
Desata
el lazo, Marcela mía.
AJA:
Tú eres la loca, desvía.
MARCELA:
¡Oh, qué graciosa beata!
¿Sabéis vós lo que buscaba
en este hombre?
AJA:
Lo que yo
jamás hallé.
MARCELA:
¿Por qué no?
AJA:
Porque en ti, Marcela, estaba.
MARCELA:
¿Qué buscáis?
AJA:
La voluntad.
LEONARDO:
La voluntad ya se fue.
AJA:
Mi bien, ¿dónde la hallaré?
LEONARDO:
¿Quereisla hallar?
AJA:
Sí.
LEONARDO:
Escuchad.
AJA:
Haz verdadero el retrato,
cristal, pues eres mi espejo.
LEONARDO:
En la cocina la dejo
colgada de un garabato.
AJA:
¡Ay loco del alma mía!,
si loca te conquistase,
no dudes de que intentase
esta cautiva este día.
¿Quién me dio tan mal consejo
que tal veneno te he dado?
Si yo la vena he quebrado,
¿por qué del cristal me quejo?
Mas si cuerdo me aborreces,
¿cómo no me quieres loco?
Dudas lo mucho, y lo poco,
tienes el rigor que otra vez.
Si ya no tienes sentido,
o el que tuviste a lo menos,
¿cómo están los tuyos llenos
de mi desdén y tu olvido?
Si la memoria no mengua
como el seso, ¿qué es ser loco?
MARCELA:
Hola, galga, poco a poco,
que os haré cortar la lengua.
¿Sabéis que no habéis de hablar
en cosas que a mí me ofenda?
AJA:
¿Pues quién es este?
MARCELA:
Una prenda
que os quiso el cielo empeñar,
guardalda, y no os sirváis della,
pues la tenéis empeñada,
que si vuelve maltratada,
no os darán un cuarto por ella.
AJA:
Agora bien, ningún provecho
se saca de que estéis juntos,
que crece el rigor por puntos
de que mis celos le han hecho.
Vete, Leonardo, de aquí.
LEONARDO:
Vete tú, Marcela.
MARCELA:
Quiero
que este se vaya primero.
LEONARDO:
Luego, ¿tienes celos?
MARCELA:
Sí.
AJA:
Lo que cuerda me negaba,
ya me lo confiesa loca.
MARCELA:
Es blando el amor de boca,
y si le corréis...
AJA:
Acaba.
MARCELA:
Vete, Leonardo.
LEONARDO:
Por ti
yo me iré.
MARCELA:
Pues yo también.
LEONARDO:
Adiós, loca.
MARCELA:
Adiós, mi bien.
[.............................]
AJA:
¡Por Alá que he de venderos
por un real al Redentor!
¡De celos es rudo amor
fuego, y qué padres tan fieros! (Vanse, y entren con algunas diciplinas y luces los cautivos que puedan, y BASURTO con un báculo.)
BASURTO:
Ténganse los de adelante,
y esto vaya como ha de ir.
La orden se ha de seguir.
Poco a poco, Bustamante;
llevad despacio el pendón,
no venga tan presto el paso. (AMIR y ZULEMA.)
ZULEMA:
Digo que es notable caso.
AMIR:
¿Y qué es esto?
ZULEMA:
Procesión.
Úsase esto en su tierra,
y que llaman Viernes Santo.
BASURTO:
Ya digo que no anden tanto. (Entre DALÍ.)
DALÍ:
¿Qué es esto, canalla perra?
SAHAVEDRA:
Quedo, nuestro amo ha venido.
DALÍ:
¿Quién fue desto el inventor?
Hablad presto.
FELIS:
Yo, señor.
DALÍ:
¿Tú, perro?
FELIS:
Yo he sido.
DALÍ:
¿Por qué mandas azotar
mis esclavos? ¿Qué te han hecho?
FELIS:
Bien estarás satisfecho,
que no lo puedo mandar;
rogar sí, y si se azotan,
porque yo se lo he rogado.
DALÍ:
Y eso, perro, ¿no es pecado?
¿No ves que a Argel alborotan
y que pueden enfermar
de la sangre que han vertido?
¿Hombre cristiano ha podido
mis esclavos castigar?
FELIS:
Esta es una imitación
de lo que en España hacemos
cuando celebrar queremos
de nuestro Dios la Pasión. (Moros con alabardas, CIGALA y MASOL.)
CIGALA:
Alá te guarde.
DALÍ:
Capitán, ¿qué queréis?
¿Con guardas en mi casa?
CIGALA:
Dalí, escucha.
DALÍ:
¿Quién os envía?
MASOL:
El Rey.
DALÍ:
El Rey, ¿qué quiere?
CIGALA:
¿Conociste a Francisco, aquel morisco
que se volvió a la seta de sus padres,
y se llamó Fuquer?
DALÍ:
Bien le conozco,
y sí, yo le truje, y la tomó a mi ruego,
y vuelve con mi gente y galeotas
a las playas y costas de Valencia.
MASOL:
Pues sabe que es perdido.
DALÍ:
¿Qué me cuentas?
MASOL:
Perdiose entre las guardas de la costa,
y siendo conocido de un cristiano
fue llevado a la cárcel, que en España
le llaman el Santo Oficio, donde en breve
fue quemado en un palo. Al Rey lo escribe
una espía que vive en Alicante.
El Rey está informado que en tu casa
tienes un sacerdote valenciano
de la cruz de Montesa, y este pide,
para quemarle vivo por venganza.
DALÍ:
¿Quién es de mis esclavos sacerdote?
FELIS:
Yo soy.
DALÍ:
¿Qué es de la cruz que aqueste dice?
FELIS:
Debajo del alquicel la traigo siempre.
Vesla aquí en el chaleco.
DALÍ:
Pues llevadle.
FELIS:
Señor, ¿que tal ha sido mi ventura?
¡Oh, qué bueno que voy para imitaros!
Dadme, moros, el palo, y llevarele
sobre los hombros, ya que me habéis dado
estos azotes.
CIGALA:
Si llevarle quieres,
yo te daré ese gusto.
FELIS:
Adiós, cristianos.
Amigo Sahavedra, adiós.
SAHAVEDRA:
No puedo
responderte de lágrimas.
FELIS:
Pereda,
quedaos con Dios. Adiós, Herrera amigo.
Todos me encomienden a Dios, y luego
los pobres vestidillos que tenía
daréis por Dios a los cautivos pobres.
DORANTES:
Yo haré lo que me mandas. Dios te quiere.
FELIS:
Basurto, adiós.
MASOL:
Acaba ya, perrazo.
ZULEMA:
Vámoslo a ver.
DALÍ:
Yo voy a ver su muerte
para vengarme de lo que he perdido.
CIGALA:
El Rey quiere pagarte lo que vale.
DALÍ:
¡Ay, mi amigo Fuquer!
SAHAVEDRA:
Vamos, amigos,
a llorar esa pérdida notable.
BASURTO:
El paso que faltaba al fin se ha hecho.
PEREDA:
Sí, pues imite al sumo sacerdote
aqueste sacerdote valenciano.
HERRERA:
¡Padre perdemos!
DORANTES:
¡Dios nos dé consuelo!
SAHAVEDRA:
Hoy hay correo de la tierra al cielo. (Éntrense, y salga JUANICO vestido de moro, y diga:)
JUANICO:
Agora sí estoy contento,
bien vestido y regalado.
Basta lo que he porfiado,
pues era imposible intento.
Dio Zulema en azotarme,
hízome por fuerza moro.
Verdad es que a Dios adoro,
de quien no puedo olvidarme,
¿pero cómo he de sufrir
tanto castigo tan tierno?
Mas si he de ir al infierno
cuando me venga a morir,
creo que fuera mejor
dejarme matar del moro.
Mas, ¡qué lindo es este oro!
¡Qué rica tela y labor!
Mas no quiero detenerme,
que hoy empalan a un cautivo
y querría verle vivo.
(Su hermano LUISICO entre.)
LUIS:
Por aquí pienso esconderme
hasta que pasar le vea.
Aquí hay un muchacho moro,
él me dirá de quien lloro,
y verle también desea.
Niño, que te guarde Alá,
mas, ¡ay Dios!, ¿qués lo que he visto?
Juanico, ¿dejaste a Cristo?
JUANICO:
Lüisico, ven acá.
¿Cómo, Luisico, te ha ido?
LUIS:
¿Qué ropas son estas? Di.
JUANICO:
Mi fendo me puso ansí,
que me tiene mucho amor.
LUIS:
¡Quítate, perro! ¡Desvía!
¡No me toques!
JUANICO:
¿Por qué, hermano?
¿Piensas que no soy cristiano
y adoro en Cristo y María?
LUIS:
Traidor, los más renegados
estáis en ese loco temor.
¿Morir no fuera mejor?
¡Ay mis padres desdichados!,
¿qué harán cuando así te vean?
JUANICO:
Pues dime, ¿no se holgarán
de verme andar tan galán?
LUIS:
Desnudo verte desean,
traidor, y puesto en un palo,
como el sacerdote de hoy.
JUANICO:
Yo, Luisico, bueno soy,
el vestido ha sido el malo.
LUIS:
Si no viera tu inocencia
y que hablas con ignorancia,
[................................]
firme estaba en mi presencia.
Trocárase en ese fin
de Abel la sangre fiel,
que yo fuera el justo Abel
y diera muerte a Caín,
que puesto que eres menor
y ser Abel te tocaba,
ya eras Caín.
JUANICO:
No pensaba
que esto fue tan grande error.
Antes, hermano, quería,
para que mi madre me viera,
buscar en saliendo afuera.
LUIS:
No le des tan triste día,
desnúdate ese vestido
que te ha puesto Satanás.
JUANICO:
No pienso vestirle más.
Perdón, hermano, te pido.
LUIS:
Desnuda, desnuda presto.
JUANICO:
Quítale, llévale allá,
si en este vestido está
la desdicha en que me ha puesto.
LUIS:
Quita apriesa.
JUANICO:
Ya no hay más.
LUIS:
¿Y por fuerza te hizo moro?
JUANICO:
Estoy mejor sin el oro.
LUIS:
¡Cuán mejor estás desnudo!
Adiós, mi querido hermano.
Advierte que eras cristiano. (Váyase LUIS con los vestidos, y entre ZULEMA.)
ZULEMA:
¡Qué bien en estos se emplea
castigos de tal rigor!
¿Qué es esto, ay de mí?
¿Qué niño es el que está aquí?
JUANICO:
Tu Juanico soy, señor.
ZULEMA:
¿Mi esclavo?
JUANICO:
¿Pues no me ve?
ZULEMA:
¿Quién te ha puesto desta suerte?
JUANICO:
Pues escapé de la muerte,
no poca ventura fue.
Un cristiano me ha robado
y me ha querido matar.
ZULEMA:
¿Pues cómo tuvo lugar?
JUANICO:
Un lienzo me tuvo atado,
para que no diese voces.
ZULEMA:
¿Conocerasle?
JUANICO:
Muy bien.
ZULEMA:
Conmigo a los baños ven,
veamos si le conoces.
Perros, por Alá supremo,
que ha de morir si es de moro
aunque valiese un tesoro,
y si del Rey, irá al remo.
JUANICO:
¡Cristo, mi rey soberano,
yo os adoro y reconozco!