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Los condenados: 06

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Escena IV

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BARBUÉS y FELICIANA.


FELICIANA.- Va como el viento.

BARBUÉS.- (Cogiéndole una mano.) Venga usted acá. ¡Eh, no se me vuelva atrás ahora! La señora doña Feliciana Bellido, cuando nombré a José León, se puso un poquitico colorada.

FELICIANA.- ¿Yo?...

BARBUÉS.- Usted... ¡Zapa!... No me lo niegue.

FELICIANA.- ¿Yo, por qué?

BARBUÉS.- Usted le conoce.

FELICIANA.- No tengo por qué negarlo... la verdad... le conocí en Zaragoza y en Saugüesa, hace dos años, si no recuerdo mal.

BARBUÉS.- ¡Ajajá!... Poco a Poco se va descubriendo... Y dígame... A ver si es cierto lo que sospecho.

FELICIANA.- ¿Qué?

BARBUÉS.- Que ese José León, no se llama José León.

FELICIANA.- ¡Ah!... No sé...

BARBUÉS.- Haga memoria, señora doña Feliciana.

FELICIANA.- Bueno... pues, sí, tengo una idea... Yo le traté muy poco; pero lo bastante para comprender que es hombre nacido en altas esferas, y de educación muy esmerada. En Sangüesa se decía que, por querellas de familia, por un duelo, o no sé qué, ocultaba en estas apartadas tierras su verdadero nombre y calidad.

BARBUÉS.- Total... que anda huido... y nuestras montañas le sirven de burladero contra la justicia de por allá... ¿Pero no sabe usted lo mejor? Ese perdulario, con visos de caballero disfrazado, es el que le birla la sobrinita a Gastón, ¡ja, ja!

FELICIANA.- Eso ya lo sabía.

BARBUÉS.- Y por sospechas de cosa más grave, tengo yo entre ojos a ese... (Viendo venir a GASTÓN y a PATERNOY.) ¡Silencio! Aquí están ya Jerónimo y su huésped.