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Los condenados: 36

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Escena III

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FELICIANA, GINÉS.


FELICIANA.- (Vivamente.) ¡Grandísimo tunante, tú has de saber dónde está!

GINÉS.- ¿Yo... quién?

FELICIANA.- José León, Martín Bravo, llámale como quieras. Tú le escondes, quizás no lejos de esta casa.

GINÉS.- ¡Señora, yo no sé más sino que llegó a Berdún!

FELICIANA.- Eso también yo lo sé... ¡Qué temeridad de hombre! ¡No hacerse cargo del peligro que aquí corre! Si le cogen, le linchan.

GINÉS.- Le... ¿qué?

FELICIANA.- Esto no es latín. ¿Qué entiendes tú de estos términos nuevos, pobre ignorante? Pues aquel día en que estuvo a dos dedos de la muerte, salvándole de milagro la santita y el santón ansotanos, se escondió, ¡qué había de hacer! en las ruinas de la torre del Temple. Yo le mandé comida; quise llevarle a casa. Pero él... ¡Dios nos libre! ¡Ni que fuera mi casa un lugar maldito y pecaminoso!

GINÉS.- ¡Pobre! ¿Y usted cree que escarmienta?

FELICIANA.- ¡Qué ha de escarmentar! ¡Si ahora sale con la más desaforada locura que podría imaginarse!

GINÉS.- ¿Qué?

FELICIANA.- Mi anhelo ha sido y es ponerle sano y salvo en la frontera. Pero él... ¡ay, Jesús! no le hablen de salvarse solo. Nada, nada; que no se va, dice, sin llevarse a Salomé, (Burlándose.) ese ídolo, ese pedazo de serafín, caído del quinto cielo... ¡ja, ja!... figúrate... Que por recobrar esa joya, asaltará la Esclavitud, aunque tenga que valerse de los malhechores más desalmados.

GINÉS.- ¡Horror de naturaleza! (Fingiendo escandalizarse.)

FELICIANA.- ¡Vaya, que discurrir el allanamiento de una casa religiosa, en pleno siglo diecinueve, fíjate bien, Ginés, y en una villa en que hay autoridades, Guardia civil ¿será loco? Pues nada: te habla de ello como de la cosa más natural del mundo. Lo que digo: es un personaje del más puro romanticismo.

GINÉS.- (Con suficiencia.) De romance de ciego... Comprendido.

FELICIANA.- Con que, si sabes dónde está, dímelo, Ginesillo. Quiero disuadirle...

GINÉS.- No lo sé, señora; pero he de buscarle por todos los rincones del pueblo.

FELICIANA.- Y si le encuentras, me avisas en seguidita, ¿eh? En tanto, tú le sermoneas bien. Dile que, para escapará Francia, cuente con mi protección; pero que, si persiste en su demencia, Feliciana, su antigua y fiel amiga, le abandona.

GINÉS.- Se lo diré.

FELICIANA.- Bien sabe él que, aunque no peco de rigorista en materia de principios, aborrezco las formas violentas, el escándalo, y, sobre todo, el ultraje a cosas y personas sacrosantas. Tolero los desvaríos de amor; pero guardando, ¡cuidadito! reserva decorosa. No me hablen a mí de raptos novelescos, ni de diabluras románticas, que no encajan en la realidad de nuestros tiempos, Por eso... ¿lo has comprendido? (Con misterio.) Quiero prevenir a la Madre Superiora para que esté ojo alerta... Lo haré con discreción, sin alarmar, cuidando de no comprometerle a él. Como protectora que soy de la Congregación, debo impedir una barrabasada... Con que, adviérteselo para que mire bien lo que hace.

GINÉS.- ¡Ya, ya!... Y estaremos aquí con muchísimo cuidado... ¡Pues no faltaba más!

FELICIANA.- Dime otra cosa: ¿viene acá con frecuencia Santiago Paternoy?

GINÉS.- Casi todos los días. Como que es el sostén principal de la casa. Ahora lo tiene usted en la iglesia.

FELICIANA.- Pues no sería malo prevenirle también...