Los curdas: 4
Escena III
[editar]Dichos, menos SIRVIENTA.
Adela. -(A M. EMILIA.) Apuesto a que Luisa está con intenciones de hacer una de las suyas.
M. Emilia. -Luisita, supongo que no te atreverás...
Luisa. -¿A abrirla? Ya lo creo que me atrevo. Ahora verán... (Toma una cucharita y trata de introducir el cabo por una de las puntas del sobre sin romperlo.) Y después de todo... si trata de lo que sospecho no le diré nada... es decir, le diré una punta de cosas... pero no le doy la carta, y si es de otro asunto que no me importe, le contaré, que su mujercita, creyendo que fuera algo urgente se permitió... pero ¡cá! ¡Si ya está abierta! ¡Mozos vivos para cerrar sobres! Vamos a ver. (Lee para sí y de repente estruja la carta y comienza a pasearse muy agitada. ADELA y MISIA EMILIA van hacia ella.) ¡Ah! ¡Pillos... pillos... bien lo decía yo!... ¡Los tales amiguitos!... ¡Ah!, pero tomaré mis medidas; ¡no! ¡no! ¡No se burlará más! ¡Sinvergüenza! Jugar con una mujer como yo... buena, joven...
Adela. -Pero vamos a ver, preciosura, si acabas de explicarte. ¿Qué dice esa carta?
Luisa. -Sí, ahí la tienen. ¡Lean esas indecencias!... (Continúa paseándose.)
Adela. -¡A ver! ¡A ver! (Lee.). «Mi querido Carlos: Como mañana se va el ñato para Córdoba, hemos pensado en despedirlo con una comidita en lo de Lucio. Estaremos, el tuerto Pérez, el Gallego, vos y yo no más. A los postres caerán Erminda y Lola, y concluiremos de correrla en Palermo. Curdela general...
M. Emilia. -¡Qué términos! ¡Curdela!
Adela. -Curdela general por toda la compañía. Te esperamos, pues, sin falta a las 7.30 -Tuyo- Pancho. ¡Ah! ¡me olvidaba! Avisale a Adolfo y traete unos pesos, porque ya lo sabes, a escote, nada es caro».
Luisa. -¿Eh? ¿Qué les parece? Digan, digan, ¿qué opinan ustedes? ¿Qué piensan de mi maridito?
M. Emilia. -La verdad... la verdad es... que, francamente, no me parece caso de extremaunción... ¿Cierto, Adela?
Adela. -¡Phss? No... no... tan grave, tan grave no es...
Luisa. -(Irritada.) Pero mujeres desalmadas... Ven, ven acá. (A ADELA.) ¿No es grave esto, esto de correrla en Palermo? ¿Y esta Erminda y esta Lola, qué significan?
Adela. -¡Hijita!, serán hermanas de alguno de ellos... de ese tuerto tal vez!...
Luisa. -¡Ay! ¡la cándida tortolita!... ¿Y tú, mamá, dime qué quiere decir esto de curdela, sino una cosa mala?
M. Emilia. -¡Tal vez, hija! Pero te declaro que no lo entiendo.
Adela. -Ni yo.
Luisa. -¡Pues yo sí! (Se pasea.) ¡Ah! ¡Pero conmigo se juega una sola vez!... Ya verán. (Meditando.) ¡Sí... esto es una prueba evidente... Claro... Sí, no hay otro remedio!... el abogado... un escrito... juez de instrucción... ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! Que no tiene vuelta.
M. Emilia. -¡Muchacha! ¿Qué cosas dices?
Luisa. -¡Que sí, mamá! ¡Que me divorcio!
Adela. -¡Adiosito!... ¡Se alborotó la pajarera!
Luisa. -¿No lo creen? Ahora mismo voy a mandar llamar a mi abogado. Mañana estará el escrito listo y dentro de pocos días mi marido por su camino y yo por el mío. ¡Ah!, ¡ya lo creo! Y saldrá en los diarios... la señora N. N. ha entablado demanda de divorcio contra el señor N. N. Sí..., sí... Y entonces podrá farrear a su gusto... que por mi parte no me quedará atrás...
M. Emilia. -¡Hija! ¿Te has enloquecido?
Luisa. -No. ¡Estoy bien cuerda! Y me volveré a casar... ¡sí, señor!... y tendré un maridito bueno, decente, sosegado... y pasearé bastante con él. Iré a los teatros, a Palermo, a todas partes donde Carlos me pueda ver para mostrarle que soy más feliz; para refregarle mi dicha por los hocicos.
Adela. -¡Pues ya precisa hocicos! Pero fijate, Luisa. La ley de divorcio no permite casarse de nuevo...
Luisa. -¡Mejor todavía!
M. Emilia. -¡Qué temeridad!
Adela. -¡Vamos, Luisa! Tranquilízate un poco y ven acá, atiende lo que te voy a decir.
Luisa. -¡No, no! Sé lo que pretendes, y te advierto que es tiempo perdido.
Adela. -No seas niña; siéntate y escucha. En primer término, ¿quién te ha dicho que Carlos va a asistir a la comida?
Luisa. -¡Pero es de suponer que vaya!
Adela. -¿Y si no va?
Luisa. -¿Y si va?
Adela. -Aun suponiendo que fuera, ¿por qué no puede portarse con toda decencia? ¿O crees que un hombre casado tiene la obligación de taparse los ojos para no ver las cosas malas que hay en este mundo?
Luisa. -¿Y los antecedentes que tengo de Carlos?
Adela. -¡Bah! Son como esa ley de herencia que ha descubierto mamá. Vamos, reflexiona un poco... cierra esa carta y cuando venga Carlos, que no ha de tardar, se la entregas tranquilamente.
Luisa. -Pero...
Adela. -Veremos el partido que adopta después de conocerla, yo me encargo de averiguarlo, y para el caso de que vaya a la fiesta, mi plan es el siguiente: tú, yo y mamá nos largamos esta noche a Palermo, en un coche cerrado. Allí encontraremos, seguramente, a Carlos con sus amigos, y entonces si lo pillamos en malos pasos, si no se porta con la seriedad debida, cosa que no creo, tú quedas en libertad de hacer lo que se te antoje... retarlo... pegarle... separarte de él... en fin, lo que más te plazca... ¿Estamos? ¿Te resuelves?
Luisa. -(Resignada.) Sí... sí... pero yo me divorcio.
M. Emilia. -Me parece muy bien pensado el plan de Adela, pero hijitas, conmigo no cuenten... No estoy para esas historias...
Adela. -¡Pero mamá! No podemos largarnos dos muchachas solas a Palermo.
M. Emilia. -¡Jesús! ¡No se las van a comer las fieras! ¿No va Luisa, que es una señora casada?
Luisa. -¡Mamá, por Dios! ¡Me parece que no llevo a la vista las señales del matrimonio!
Adela. -Dejala. Tengo otro plan para salvar el inconveniente.