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Los derechos de la salud: 11

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Escena X

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(Dichos; LUISA, después ALBERTINA)

LUISA.- (Apareciendo con un diario en la mano, alborozada.) ¡Doctor!... ¡Doctor Ramos!... ¡Ah! (Paralizada al sorprender la actitud de ROBERTO y RENATA)

ROBERTO.- ¿Qué ocurre, Luisa?

LUISA.- (Reponiéndose un tanto.) Creí que estuviera el doctor...

ROBERTO.- (Alarmado.) Estás demudada. ¿Qué te pasa? (Conduciéndola muy afectuoso.) Ven, siéntate... ¿Fue un acceso de tos?... Algún esfuerzo, seguramente...

LUISA.- Ya pasa. Es que... ¡Imagínate mi emoción! (Como espantando sombras de la mente.) ¡Oh, si no es posible!

ROBERTO.- ¿Qué, hija mía?

LUISA.- ¡Oh, nada!... Imagínate, imagínate mi alegría al leer la noticia... Corrí en seguida a consultarle a Ramos. Creí que estuviera aquí con ustedes y...

ROBERTO.- ¿Acabaremos de saber de qué se trata?

LUISA.- ¿Verdad, Roberto, que te alegrarás, conmigo, hondamente, infinitamente? (Del todo repuesta y confiada.) Lee... lee... (Mostrándole el diario.) La más sensacional de las noticias. Lee fuerte... ¡Ahí! ¡Esos títulos tan gordos!... ¡Lee pronto, pronto!...

ROBERTO.- (Que ha ojeado el diario, tratando de disimular su emoción.) Sí; es una importante noticia.

LUISA.- (Impaciente.) Pero, lee fuerte, hombre de Dios.

ROBERTO.- Bien, te haré el gusto. (Leyendo.) «El suero contra la tuberculosis. Sensacional descubrimiento del doctor Behring. Su confirmación plena. París, 8. Telegrafían de Berlín que el profesor Behring, ha terminado una memoria presentada a la academia de Medicina, demostrando haber hallado el suero contra la tuberculosis. Refiere casos en que ha tenido un éxito indiscutible de curación completa. La noticia ha causado honda impresión en todos los círculos científicos.»

LUISA.- ¿Lo ves, lo ves?... Continúa, hay otro despacho, todavía...

ROBERTO.- (Leyendo siempre.) «Berlín, 8. Se confirma la noticia del descubrimiento Behring. El ilustre sabio se niega a suministrar informes limitándose a manifestar que someterá el fruto de sus estudios a la opinión de sus colegas.»

LUISA.- ¿Qué me dices, ahora?

ROBERTO.- Es una sensacional y consoladora noticia, pero no veo qué importancia directa puede tener para nosotros.

LUISA.- Te estás traicionando. Tonto; ¡Si te vende la emoción! ¡Oh, estalla de una vez conmigo, alegrémonos todos!... ¡Para qué seguir mintiendo si el remedio que me ha de sanar está ahí y lo tendremos antes de un mes a nuestro alcance!... Óyeme; ya no me importa saber que estoy tísica, como antes no me preocupaba saber que tenía influenza, reúma o jaqueca o cualquier otro mal pasajero y curable... Ahora comprendo que tenían razón ustedes de ocultarme mi estado. ¿Para qué hacernos desesperar de la vida, cuando existen los Behring, los Roux y tantos otros sabios creando salud para sus semejantes en el misterio de los laboratorios?... Y pensar que yo he sido cruel, tan torpe, tan... que se yo, con mis bienhechores... ¡Oh, Roberto, Roberto! ¡Perdóname! ¡Perdóname tu también, Renata!... ¡Y tú, Albertina!... ¿Dónde está?... ¡Con mi aturdimiento la he dejado sola!... (A voces.) ¡Ven Albertina, ven!... ¡Oh!... (Respira hondamente.) ¡Qué bien respiro ahora!... ¡Me parece estar sana!.... (Muy extremosa acariciando a ROBERTO) ¡Roberto mío!... ¡Roberto mío!... ¡Cuánto habrás padecido!.. ¡Cuánto te he hecho sufrir!... (Aparecen ALBERTINA y MIJITA) ¡Ven, Albertina, tú también, pobre Mijita!... ¡Vengan!... ¡Todos tienen que participar de esta alegría de revivir!... Roberto, ¡qué dicha!... ¡Qué dicha!... (Estrechándolo con transporte.) ¡Quién pudo pensar hace un rato, Albertina, en un cambio semejante!...

ALBERTINA.- ¡Luisa!... ¡Son las golondrinas que vuelven!...