Los derechos de la salud: 10
Escena IX
[editar]- RENATA y ROBERTO)
RENATA.- (Después de unos instantes de ensimismamiento.) ¿En qué piensa usted, Roberto?
ROBERTO.- Pienso... pienso... En verdad, no podría precisar en qué pienso. Tengo tantas cosas en la cabeza y en el espíritu...
RENATA.- ¿Es que su fe empieza a quebrantarse?
ROBERTO.- Mi fe. ¿Qué fe resiste a tanta inexorable evidencia?
RENATA.- La fortaleza, la energía es fe...
ROBERTO.- Siento que mis fuerzas se desmoronan.
RENATA.- Cuando más falta le hacen. Tiene usted que resolver el viaje al Paraguay y cuanto antes...
ROBERTO.- La resolución está hecha. Diga mejor, que debo empezar a buscar los medios de realizarlo.
RENATA.- Lo sabía. Por eso he querido hablarle.
ROBERTO.- ¿En qué sentido?
RENATA.- Decirle que no debe usted quebrarse la cabeza por buscar recursos. Venda mis bienes, o hipoteque, o haga lo que le plazca con ellos.
ROBERTO.- ¡Oh! ¡No! ¡Eso nunca!...
RENATA.- No he hecho el ofrecimiento antes de ahora por ignorancia de su situación financiera y, un poquito, por temor de mortificar su susceptibilidad. Hoy sé que usted no sólo ha agotado su crédito, sino que también ha descontado sobre su porvenir literario comprometiéndose a realizar trabajos a plazos determinados, sin contar con que las circunstancias pueden oponerse a sus deseos, y pudiendo muy bien haber evitado esos extremos. Ya que ha querido hacerme el honor de su confianza le impongo el castigo de tomarme por prestamista.
ROBERTO.- Gracias, Renata. De ningún modo podré aceptar su ofrecimiento.
RENATA.- Una sola condición le exijo: que reintegre usted en seguida el dinero tomado a cuenta de trabajos literarios.
ROBERTO.- Repito que no tomaré un céntimo de sus bienes. Por otra parte, olvida usted que casi no tendría derecho a disponer de ellos. Debe casarse en breve.
RENATA.- ¡Ah! Si sus escrúpulos son esos, poco me costará vencerlos. Ya no me caso.
ROBERTO.- ¿Cómo? ¿Qué está usted diciendo?
RENATA.- Sencillamente, que he desistido de mi enlace... que he roto mis relaciones con Jorge...
ROBERTO.- No. Usted me engaña... o se engaña...
RENATA.- Ninguna de las dos cosas.
ROBERTO.- ¡Oh, por qué ha hecho usted eso! ¡Por qué ha dado un paso semejante sin consultar a nadie!
RENATA.- Creo que los dos íbamos al matrimonio llevados por una simple complacencia afectuosa, nada más. De modo que la ruptura se produjo sin violencia y sin desgarramientos mayores.
ROBERTO.- Las causas, los motivos, ¿cuáles fueron?...
RENATA.- Una trivialidad.
ROBERTO.- No lo creo, Renata. Usted lo ha hecho por nosotros, para poder entregarse más libre y enteramente a su devoción caritativa por Luisa y por nuestros pobres hijitos! ¡Oh, gracias! ¡Es usted una santa!... Pero no hemos de consentirle tal sacrificio. Se lo contaré todo a Luisa...
RENATA.- ¡Muy bien pensado!... ¡Alármela usted más de lo que está!...
ROBERTO.- ¡Oh, Renata! ¡Renata! (Muy conmovido estrechándole ambas manos.) ¡Qué alma la suya!