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Los dioses de la Pampa: 33

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Después que el rey-dios Osiris hubo hecho florecer en su patria, el Egipto, inaudita prosperidad, con enseñar a los habitantes la agricultura, recorrió muchas regiones del orbe, vulgarizando los conocimientos más útiles, fomentando el cultivo de la tierra, haciéndose en todas partes admirar y querer, por los grandes bienes que dispensara a la humanidad.

Acabó por llegar, después de muchos siglos de peregrinaciones incesantes, a las costas de lo que debía ser la América del Sur, cuando esas tierras, todavía sin nombre y sumidas en las tinieblas de la barbarie, apenas alcanzaban a sostener, a pesar de su inmensa extensión, la precaria existencia de las pocas y miserables tribus de indios que las recorrían.

Impulsado por la conmiseración que le causaba el espectáculo de tanta pobreza, resolvió favorecer a esas comarcas con un presente regio, y ordenó a dos de sus discípulos, elegidos entre los europeos que empezaban a invadir el inmenso territorio y a molestar a los primitivos habitantes, -inofensivos, si los hubieran tratado con misericordia-, de ir a su tierra en busca de ocho vacas y de un toro, de las que Él, con su compañera, la diosa Isis, había propagado por todo el orbe.

Y los hermanos Goes, obedeciendo la orden, trajeron sanos y salvos, a pesar de las peligrosas iras del océano, en la nave atrevida que se balancea sobre las olas inquietas, hundiéndose y subiendo con ellas, tal una gaviota giganta, los nueve animales sagrados; y los arrearon durante muchas leguas en país cálido, dejándolos para que crecieran y se multiplicaran en las selvas y en las praderas bañadas por el Paraguay correntoso.

Pero tanto se multiplicaron bajo el ojo vigilante y protector de Osiris, que poco a poco, extendiéndose por los campos pastosos, llevados a las comarcas del sur por el mosquito arreador, cubrieron también de sus numerosas familias la llanura pampeana, proporcionando al hombre su carne para que la comiera, su cuero para que se vistiera; su leche, las hembras, su fuerza poderosa, los machos.

Y el viejo rey-dios Osiris, al contemplar, pocos siglos después, la extensa pampa poblada de rodeos innumerables, incalculable riqueza del pastor argentino, no pudo menos que extrañar que el nombre de sus discípulos obedientes, los hermanos Goes hubiera quedado en el olvido sin que el más modesto monumento hubiese sido erigido a su memoria tan merecedora de honores divinos.