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Los embustes de Fabia/Acto I

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Elenco
Los embustes de Fabia
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen CAMILA y FABRICIO.
CAMILA:

  ¡Bien te descuidas en verme,
Fabricio!

FABRICIO:

¿Quieres dejarme?

CAMILA:

Basta, que das en helarme
para de nuevo encenderme.
  Pues ya me dejas, Fabricio,
con la boca a la pared,
señal es que tu merced
se enfada de mi servicio.
  Vete con Dios.

FABRICIO:

Calla, loca.

CAMILA:

¿Que calle? ¡Gentil razón!
¿Tiene puerta el corazón
cuando le cierran la boca?
  ¿Podrá decir sus enojos
si aquesta puerta le vedan?
Sí podrá, pues que le quedan
las ventanas de los ojos.
  Lloren mis ojos, ¡ay, ay!,
pues solo hablar no me dejas.

FABRICIO:

Tanto más siempre te quejas
cuanto menos razón hay:
  no me maltrates las niñas
donde tan niño me veo.
Cúmpleme aqueste deseo,
y sufriré que me riñas.

CAMILA:

  ¡Que no los maltrates, dices,
y que el triste llanto aplaquen!
¡Plega a Dios que me las saquen
cuervos, grajos y perdices!

FABRICIO:

  Así las aves le toman.

CAMILA:

¿A cazar con ellas vienes?
Pues como búho las tienes
para que otras me las coman.
  Deja mis niñas, Fabricio,
que dellas será mejor
que llorando al niño Amor
haga injusto sacrificio.
  ¡Ay, ay!

FABRICIO:

Ireme, por Dios,
por no ver cómo padeces,
lo que más bien me pareces.

CAMILA:

Vete, adiós.

FABRICIO:

Adiós.

CAMILA:

¿Adiós?
  ¿Adónde mueve la planta,
bracamana, helado, scita,
abarimo, troglodita,
indio, alarbe, garamanta?
  Vuelve, no me hagas fieros.

FABRICIO:

No volveré.

CAMILA:

Venga acá.

FABRICIO:

¿Lloras?

CAMILA:

No me quedan ya
sino tantitos pucheros.

FABRICIO:

  Pues es hacerme pedazos.

CAMILA:

Pues llégate acá, león.
Sosiégame el corazón.

FABRICIO:

¿Con qué, tigre?

CAMILA:

Con tus brazos.

FABRICIO:

  Agora me manda, y pisa
aqueste cuello cien veces,
pues tanta gloria me ofreces
con esa boca de risa.

CAMILA:

  ¿Hablará más a la tuerta?

FABRICIO:

¡Vive Júpiter que ha un mes
que no han tocado mis pies
los umbrales de su puerta!

CAMILA:

  ¿Ni en casa de Teodoreta,
la quebrada de color?

FABRICIO:

No, por tus ojos, amor,
que es ciega, y es alcagüeta,
  y ya la he dado de mano.

CAMILA:

Perro, si quebradas quieres,
hallarás en mil mujeres
este barro zamorano.

FABRICIO:

  La comparación no entiendo,
que nunca en España estuve.

CAMILA:

Yo sí, que la flor que tuve
allí la gasté sirviendo,
  que fui con el Senador
cuando le hicieron tribuno.

FABRICIO:

¡Que siempre en nombrando alguno
le llaman con atambor!
  Toma ese papel, y adiós.

CAMILA:

¿Cúyo?

FABRICIO:

De Vitelio es.
Cobra respuesta, y después
nos hablaremos los dos.

(Vase FABRICIO y entra[n] CATULO, viejo senador, y ERITREO, AURELIO y criados.)
CATULO:

  ¡Por Júpiter, que se huyó
el mozalbillo Eritreo!

ERITREO:

Que te has engañado creo,
que ni huye, ni te vio.

CATULO:

  ¿Mis ojos engañarelos?

ERITREO:

Puedes engañar tus ojos,
pues los cubres con antojos.

CATULO:

¿De qué antojos?

ERITREO:

De tus celos,
  que hacen la letra grande,
como se suele decir.

CATULO:

¿En qué entiendes?

CAMILA:

En servir.
¿Mandas algo?

CATULO:

¡Que te mande!
  ¡Oh Camila!, ¿pudo ser
que contra aquella esperanza
hicieses tanta mudanza?
Pudiste como mujer,
  como materia imperfeta
más presto dispuesta al mal,
que esta regla general
pocas o ninguna excepta.

ERITREO:

  ¡Cómo!, ¿a todas las igualas?

CATULO:

Necio, ¿por qué me condenas?
Digo que hay muchas muy buenas,
pero que hay muchas muy malas.
  No siguen el medio igual,
y claramente se ven:
la buena, estremo del bien,
la mala, estremo del mal.

ERITREO:

  Por cierto, en balde te quejas.

AURELIO:

Señor, en balde te matas.

CAMILA:

Mal nos quieres, mal nos tratas;
debe de ser que nos dejas.
  ¿Mudaste la condición
como mudaste la edad?

CATULO:

¡Mudela con la maldad
de vuestra infame traición!
  No estoy en la senetud,
que os tengo de aborrecer
porque no puedo tener
lo que da la juventud.
  Otra cosa me atormenta.

CAMILA:

Esta, mi señor, te aqueja.
¿No has oído la aconseja
que de la zorra se cuenta?
  En dos jarras enramada,
vio sacudir de los vientos
los racimos y sarmientos
y las uvas sazonadas;
  alcanzar las pretendía,
pero fue gran desatino,
porque un alto antiguo espino
en sus brazos las tenía,
  y viendo que era imposible
dicen que dijo a la gente:
«De aquesta fruta presente
os guardaréis lo posible,
  que es aceda, y venenosa,
y gran daño os puede hacer»;
como tú de la mujer
sabia, cuerda, honesta, hermosa,
  que ya que la edad te doma
y de sus gustos excedes,
cuando comella no puedes,
quieres que nadie la coma.

CATULO:

  ¡Hasme indignado! ¡Hasme muerto!
¡No pensé llegar a tal,
y aunque escarbe por mi mal,
se ha mi mal descubierto!
  Aurelio, tenle estos brazos,
y tú también, Eritreo.

CAMILA:

¡Cielos!, ¿qué es esto que veo?
¿Queréis hacerme pedazos?
  Si me quieres castigar,
dime primero el porqué.

CATULO:

Tú lo sabrás, que bien sé
que me queréis acabar.

CAMILA:

  ¿Tal se sufre y se consiente?
Que no quieras, señor, no,
que carnes que Dios me dio
me las vea tanta gente.
  ¿Qué me buscas en los pechos?

CATULO:

La ponzoña injusta o suerte
donde me tratas la muerte.

CAMILA:

¡Pedazos los tienes hechos!
  ¡Bien medro, ay pobre doncella!
¡Y adónde las manos mete!

CATULO:

Ya ha parecido el billete,
podéis dejar de tenella.
  Agora veréis las pruebas
de mi verdad.

CAMILA:

¡No hay qué hablar!
Dime, ¿quién ha de pagar
la castidad que me llevas?

CATULO:

  Veréis si mis quejas fueron
tan solo para quejarme,
y veréis si puedo honrarme
de la mujer que me dieron.
  ¡Ah papel, que en corte rabio,
escrito por mi deshonra
en el papel de mi honra
con la tinta de mi agravio!

CAMILA:

  [Aparte a AURELIO y ERITREO.]
Mucho mejor es que sea
escrito discretamente
en el papel de su frente
con el cuerno de Amaltea.

AURELIO:

  ¿Oíste tal desvergüenza?

ERITREO:

Calla, ¿no tienes temor?

CAMILA:

No, porque su mucho amor
me ha quitado la vergüenza.
  Quiere bien a mi señora,
sufrirá que le azotemos.

AURELIO:

¡Qué hace de hacer estremos!
¡Sin duda mueres agora!

CAMILA:

  ¿De aquesto te maravillas?
Déjale, Aurelio, enojar,
que ella le sabe ablandar
con dos falsas lagrimillas.

(Sale FABIA, dama.)
FABIA:

  ¿Qué alboroto es este pues?
¿Qué estás leyendo, señor?
Dadme el papel, por mi amor,
que de alguna dama es.

CATULO:

  ¡Suelta, infamia de las buenas!
¡Suelta, no rompas! ¡Quisiera
que un dardo, un rayo rompiera
la ponzoña de tus venas!
  Y ya que quiera rompellas,
no rayo que las quemara,
mas yerro porque sacara
sangre que bebiera dellas.
  Haslo rompido y deshecho,
y aunque le deshagas más,
la traición no desharás
que en escribirle me has hecho.
  Mira en aqueste pedazo
cómo dice desta suerte
que me deseas la muerte
y que ya se llega el plazo.
  ¡Oh Fabia, al fin mal nacida,
llena de infamia y deshonra!,
basta quitarme la honra,
porque me quitas la vida.
  Mas bien haces de esa suerte,
el yerro es fuego apercibe,
que aquel que sin honra vive
dichoso acaba en la muerte.

FABIA:

  ¡Señor!

CATULO:

¡No muevas la lengua!
¡Sierpe, víbora!

FABIA:

¡Señor!

CATULO:

¡Calla, que harás al dolor
que dé voces en tu mengua!
  Mas, pues della y de su pena
la mayor parte me alcanza,
yo tomaré la venganza
por propria, o por mano ajena.
  Verteré tu sangre infame,
manchará el vestido en ella,
lavaré mi honor con ella
al tiempo que se derrame.
  Este es el medio mejor,
pues entre tu sangre, luego,
como el fénix en su fuego,
ha de renacer mi honor.
  Y ese Vitelio que adoras,
ese Vitelio, tu cielo,
ese lascivo mozuelo
por quien suspiras y lloras,
  ese, ¡oh Fabia!... Pero basta.
Venid conmigo los dos.

FABIA:

¡Oh Senador, sabe Dios
que te sirvo humilde y casta!

(Vanse CATULO y los criados.)


CAMILA:

  ¡Y cómo si le servimos!
¡Mal año para Lucrecia!
Es tan casta, que es muy necia.
¡Dios sabe lo que sufrimos!
  Mi señora, vuelve en ti,
que ya veo en su locura
abierta tu sepultura
y una horca para mí,
  que he de morir ahorcada.

FABIA:

¿Haces donaire, medrosa?

CAMILA:

¿Piensas que soy mentirosa?
Ahorcada o despernada,
  que un zahorí me lo dijo
por las rayas de una pierna.

FABIA:

Por haber sido tan tierna,
agora, ¡oh cielos!, me aflijo.
  Mil veces a este enemigo
le hubiera dado la muerte
quien tuviera a buena suerte
poderse casar conmigo.
  Detuve el cuchillo fiero
que agora habré de buscar,
y si él me quiere matar,
adelantarme primero.

CAMILA:

  Eso sí, llega temprano,
pues tienes a quien lo pidas,
y pues que jugáis las vidas,
gánale tú por la mano
  determina luego a quién.

FABIA:

¿Quién, Vitelio?

CAMILA:

Agora creo
que tienes solo un deseo;
en llegando a querer bien,
  ya debe de estar cumplido,
pues a Vitelio aborreces.

FABIA:

¡Ay Dios, qué pena me ofreces!
¿Mi Vitelio aborrecido?
  Imagina el monte Celio
tan llano como la palma,
y no que pueda mi alma
aborrecer a Vitelio.

CAMILA:

  Pues, ¿por qué quieres hacer
que Vitelio haga este insulto?
Pues, si acaso no es oculto,
por fuerza le has de perder.
  Hágalo otro enemigo
que aborrezcas, y que pueda,
pues libre Vitelio queda
para casarse contigo.

FABIA:

  Bien dices, razón te sobra;
adevínasme el deseo.
No sea Vitelio el reo,
Lelio lo ponga por obra,
  que es fanfarrón, y gallardo,
y se pica de valiente.

CAMILA:

Has dicho discretamente.

FABIA:

¿Qué me detengo? ¿Qué aguardo?
  ¡Muera el Senador! ¡No viva
tal pestilencia en el suelo!
¡Rescate el piadoso cielo
esta su hechura cautiva,
  dadas de Lelio!

CAMILA:

¡Oh, qué bien
de un joven fuerte y soldado,
y muerto de enamorado
a manos de tu desdén,
  el negocio se le pinta!
Que ansí desea agradarte,
que no está Segenio Marte
dentro de su esfera quinta.
  ¡Bonito es el hablador!

FABIA:

Paso, Camila, que viene.

(LELIO, capitán, y dos soldados, MARANDRO y BELARDO.)
LELIO:

¡Grande es la fuerza que tiene
en mis entrañas amor!
  ¿Fabia?

FABIA:

¿Capitán?

LELIO:

¿Qué hace
esa divina aspereza?

FABIA:

Miro aquesa gentileza
que tanto me satisface.
  ¡Bueno vienes, y galán!

LELIO:

¿Hay bien que con este venga?
Soldados, nadie me tenga.

BELARDO:

¿Adónde vas, capitán?

LELIO:

  Voyme, los sentidos llenos
de dulcísimo furor,
que tan divino favor
no se ha de tener en menos,
  a volverme loco voy.

MARANDRO:

Sospecho que fueras tarde.

LELIO:

Con el fuego que me arde,
tan cerca de vós estoy.
  Fabia, tan supremo bien
besar vuestros pies provoca;
hacedme digna la boca
llegar a el alma también.
  ¿Qué queréis que por vós haga,
oh Fabia, vuestro cautivo,
que del favor excesivo
sea humildísima paga?
  Mandadme entrar en batalla
con un Hércules famoso,
haced que este brazo ocioso
a Héctor siente la malla,
  hacer una hazaña sólo
que os pueda agradar con ella,
mandad que alcance una estrella,
mandad que detenga a Apolo,
  pedid de aquella agua un vaso
que corre el nervio Aqueronte,
pedid que en un alto monte
os haga anchuroso paso,
  y pedid, si se os antoja,
aquel rayo tan furioso
que Júpiter poderoso
desde las nubes arroja,
  que no hay estraño imposible
que no facilite amor.

CAMILA:

¡Bueno viene el hablador!

FABIA:

Al amor todo es posible;
  eso tengo por donaire
de que me puedo reír,
aunque he oído decir
que un rayo rompe en el aire,
  pero, mi Lelio, bien puedes
contentarme con bien poco.

LELIO:

Andan por volverme loco,
Fabia, tan grandes mercedes.
  ¿En qué te sirvo?

FABIA:

Podrás,
Lelio, por una encomienda,
sacándome de una tienda
tres o cuatro niñerías.
  Mira qué fácil ensayo
de aquesas promesas bellas,
sin Hércules, sin estrellas,
agua, sol, montes y rayo.

LELIO:

  ¿Burlas, señora?

FABIA:

¿Te espantas?

LELIO:

Me espanto. Esa mano toma,
que no tiene erario Roma
que yo no vierta a tus plantas,
  y lo tengo a suma gloria.

LELIO:

  Id en buen hora, y veréis
que a serviros voy dispuesto.

FABIA:

Si vós, mi Lelio, hacéis esto,
veré lo que me queréis.

(Vanse las dos.)
LELIO:

  Este dichoso papel,
que como en obligación
va firmado el galardón,
¿qué se me ofrece por él?
  ¡Qué dulce cosa es el dar,
que en llegando a recibir,
puedo a mi dama pedir
lo que no puede negar!
  Aqueste papel me esfuerza
con que será secutada,
que al fin mujer obligada
paga de grado o por fuerza.
(Lea.)
  «Mi Lelio (¡ah dichosa palma!),
si tú quieres ser mi dueño
(¡desde aquí mi dueño, o sueño),
vós sois dueño de mi alma.
  Mataréis a mi marido,
y seré vuestra mujer.»
¡Cielos!, ¿puede aquesto ser?
¿Tengo perfeto sentido?
  Sí tengo, ya entiendo el caso.
¡Venciste, Lelio, venciste,
que al monte de amor subiste
con seguro y cierto paso!
  ¡Cuál tiene a Fabia mi honor!
Pues, por casarse conmigo,
manda que aqueste enemigo
muera, ¡oh supremo favor!
  ¡Hola! ¡Marandro!, ¡Belardo!

LELIO:

  Id en buen hora, y veréis
que a serviros voy dispuesto.

FABIA:

Si vós, mi Lelio, hacéis esto,
veré lo que me queréis.

(Vanse las dos.)
LELIO:

  Este dichoso papel,
que como en obligación
va firmado el galardón,
¿qué se me ofrece por él?
  ¡Qué dulce cosa es el dar,
que en llegando a recibir,
puedo a mi dama pedir
lo que no puede negar!
  Aqueste papel me esfuerza
con que será secutada,
que al fin mujer obligada
paga de grado o por fuerza.
(Lea.)
  «Mi Lelio (¡ah dichosa palma!),
si tú quieres ser mi dueño
(¡desde aquí mi dueño, o sueño),
vós sois dueño de mi alma.
  Mataréis a mi marido,
y seré vuestra mujer.»
¡Cielos!, ¿puede aquesto ser?
¿Tengo perfeto sentido?
  Sí tengo, ya entiendo el caso.
¡Venciste, Lelio, venciste,
que al monte de amor subiste
con seguro y cierto paso!
  ¡Cuál tiene a Fabia mi honor!
Pues, por casarse conmigo,
manda que aqueste enemigo
muera, ¡oh supremo favor!
  ¡Hola! ¡Marandro!, ¡Belardo!

BELARDO:

¿Qué mandas?

LELIO:

¿Habéis sabido
lo que Fabia me mandó?

MARANDRO:

Que te declares aguardo.

BELARDO:

  ¿Habemo[s] de ir a robar?
Ya conoces los aceros.

LELIO:

No, mas a buscar dineros
para poderlo pagar,
  que gran riqueza atropella.

BELARDO:

¿Con qué dineros se paga?

LELIO:

Con la punta de esa daga,
y un poco de sangre en ella.

MARANDRO:

  ¿Quieres abrir algún techo
de alguna tienda famosa,
meno, pared, o otra cosa?

LELIO:

No, sino de un pecho.
  Luego le quiero mostrar,
amigos, que ha de ser hoy,
y en viendo que yo le doy,
los dos le habéis de acabar.

MARANDRO:

  Haz cuenta que ya la dio.

BELARDO:

¡Júpiter se duela dél!

MARANDRO:

Capitán, ponme con él,
que ha tres días que murió.

(Entra[n] VITELIO y FABRICIO.)
LELIO:

  Gente suena. Pairo, amigos.

FABRICIO:

Del modo que te lo cuento.

VITELIO:

Es estraño pensamiento,
los cielos me son testigos.
  El capitán es aquel.
¡Oh señor Lelio!

LELIO:

¿Oh señor?

VITELIO:

Creo que este mirador
os hace guerra cruel.

LELIO:

  Antes procuro la paz.

VITELIO:

Con amor es escusado,
siendo vós tan gran soldado
y él tan pequeño rapaz.

LELIO:

  Verdad es que en esta tierra
poco su guerra me daña,
mas me ofende la de España,
de Marte espantosa guerra.

VITELIO:

  Pues, ¿cómo? ¿Hase rebelado?

LELIO:

Es indomable furor:
no quiere estraño señor,
ni obedecen al Senado.
  Allá envían dos tribunos,
yo pienso que voy con ellos.

VITELIO:

Y mejor que todos ellos.

LELIO:

También, señor, como algunos.

VITELIO:

  ¡Plega a Dios que con más gloria,
Lelio, de España volváis!

LELIO:

Porque vós de mí tengáis
gran parte de la vitoria.
  Quedad con Dios.

VITELIO:

Él os guarde.

(Vanse LELIO y los soldados.)
VITELIO:

¡Bravato es el fanfarrón!
¿Quién duda que en la ocasión
el primero se acobarde?
  Fabricio, dime, ¿es posible
que Fabia ha perdido el seso?

FABRICIO:

Colígelo del exceso
de su amor incomprehensible.
  Matar quiere a su marido
porque con ella te cases.

VITELIO:

Paso, adelante no pases;
las piedras tienen oído.
  ¡Oh Fabia, y cuánto te debo!
Mi solo bien, ¿quién te agravia,
que prueba lo que yo pruebo?
  Quien dice que no hay firmeza
en el pecho de mujer
aquí puede conocer
su reprobada torpeza.
  Divina y fuerte constancia,
es bien que de hoy más te nombres,
por tu hazaña, su inconstancia.
  Dime, ¿qué parecería
ya con mi Fabia casado?

FABRICIO:

Sol que después del nublado
muestra la luz que encubría.

VITELIO:

  ¿Quién es aqueste que hace
niebla, que mi luz agravia?

FABRICIO:

El Senador, a quien Fabia
con viva lumbre deshace,
  porque entre la suya envuelve
por más fuerza la de amor.
La niebla del Senador
hoy en sangre la resuelve.

VITELIO:

  ¡Plega a Dios que este nublado
no llueva sobre la nuestra!

(Sale CAMILA.)
CAMILA:

¡Oh, mi Vitelio! Hoy te muestra
liberal enamorado.
  Dame albricias, que ya queda
hecho de Fabia concierto
para que, Catulo muerto,
casarse contigo pueda.

VITELIO:

  ¡Buenas nuevas! ¿Y es sin duda
que ha de ser hoy?

CAMILA:

Hoy será,
que ya el homicida va
la media espada desnuda.

VITELIO:

  Dime, ¿quién es?

CAMILA:

No te importa.

VITELIO:

Acaba.

CAMILA:

Yo no lo sé,
solo decirte podré
que ya su vida se acorta,
  y que le van a matar.
Vitelio, ¿de qué te encoges?

VITELIO:

¡El corazón me recoges
al más estrecho lugar!
  ¿Dónde?

CAMILA:

Donde topare
el resoluto agresor.

VITELIO:

Esto es hecho. ¡Ah, fiero amor!,
¿quién habrá que te repare
  por mí? Seguro me voy,
Camila, al templo de Marte.
Estaré en aquella parte
que algunas siestas estoy.
  Envíame con la nueva
algún paje, en siendo muerto.

CAMILA:

Irá, Vitelio, el más cierto.

VITELIO:

Pues alto, tú me la lleva.
  No perderás las albricias.

[Vase.]
CAMILA:

¿Ansí se va? Venga acá.

FABRICIO:

¿Ves que mi amo se va,
y detenerme codicias?

CAMILA:

  Diga, ¿y él no me promete
que se casará conmigo?

FABRICIO:

Digo que lo estoy contigo.

CAMILA:

Ea pues, cachorro, vete,
  y por los ojos que tienes,
desta pendencia te guardes.

FABRICIO:

Mis brazos tienen cobardes
tus enojos y desdenes.
  Al templo me voy también.

CAMILA:

Bien haces, sigue tu igual.

FABRICIO:

Recelo que pare en mal.

(Queda CAMILA sola.)
CAMILA:

¡Júpiter lo vuelva en bien!
  ¡Oh bellaco rapacillo,
hijo de aquella ramera
que te dio la flecha fiera
y no de padre el martillo!
  Tuyas son estas proezas;
amor falso pierde sesos,
hechizo quebranta huesos,
quiebra piernas y cabezas.
  ¡Miren por qué laberinto
nos va llevando a la muerte!

(LELIO, MARANDRO y BELARDO.)
LELIO:

Fiado en tu brazo fuerte,
el aviso fue sucinto.
  No es menester alargarme.

CAMILA:

Pues capitán, queda hecho.

LELIO:

Camila, asegura el pecho.

CAMILA:

¿De qué puedo asegurarme?

LELIO:

  De que viene al mismo punto,
que Lelio le espera ya,
pues desde el Senado acá
le acompaña el pueblo junto.
  Agora trae dos criados,
y aunque seis, Camila, fueran,
he concertado que mueran
a manos destos soldados.

CAMILA:

  Señor, allí viene, adiós.

[Vase.]
LELIO:

Di, pues nos ves a los dos,
la brevedad de sus días;
  asegúrale su muerte.
[A MARANDRO y BELARDO.]
Mirad que hasta que le dé
no se mueva mano o pie,
que podéis errar la suerte.

(Sale el SENADOR, y criados.)
CATULO:

  ¡Cuánto escándalo queda en el Senado
viéndome de sus cosas tan remoto
que, siendo su decreto confirmado,
negase a Marco el merecido voto!
¡Tanto puede el enojo que me ha dado
de aquella mi enemiga el alboroto
con que quiere sin Dios, sin alma y honra,
mi indigna muerte y su inmortal deshonra!
(Agora estará LELIO, sacada la daga, haciendo que acomete a darle, y lo mismo los soldados a los criados, cada uno al suyo.)
  ¿Cómo es posible que a Vitelio escriba
que ha mandado a un soldado que me mate
para que, muerto yo, la vengativa
su casamiento injustamente trate?
¿Qué si a Vitelio adoras? ¡Di, lasciva!

LELIO:

[Aparte.]
Compraste con la lengua tu rescate,
que si un momento solo te detienes,
dejas la vida, y a la muerte vienes.
  Oigamos lo que dice.

CATULO:

Di, Eritreo,
¿conoces a Vitelio?

ERITREO:

Nada o poco;
de vista le conozco, que le veo
mil veces por aquí, gallardo y loco.

CATULO:

Ya de su muerte la ocasión deseo.

LELIO:

[Aparte.]
Con un furor tan fiero me provoco,
y así la injuria me ha encendido en rabia,
que a ver a Fabia aquí, matara a Fabia.
  ¡Falsa mujer! Mandabas que matase
a tu marido por casar conmigo,
y era porque yo solo peligrase
a manos del Senado y del castigo,
para que libre y salvo te quedase
ese tu amigo infame, y mi enemigo.
¡Ah, cómo he sido loco! Pues, en suma,
creí dos rasgos de una falsa pluma,
  dos falsos rasgos que escribió la mano
de una mujer de loco pensamiento,
que ella y su intento malicioso y vano,
como la pluma, se los lleva el viento.

CATULO:

Paréceme que el cielo soberano
quiere favorecer mi atrevimiento.
¿Lelio es aqueste?

LELIO:

[Aparte.]
Catulo me ha visto.
¡Fabia cruel, de la intención desisto!

CATULO:

  ¿Tan presto te has creído?

LELIO:

[Aparte.]
¿Pues no fuera
furor de la pasión que me entretiene
que una maldad tan clara no entendiera?
Si el amor que a Vitelio Fabia tiene
a Lelio en este punto le tuviera,
este negocio que encomienda a Lelio
pusiérale en las manos de Vitelio.

CATULO:

  Quiero llegarle a hablar.
[A LELIO.]
La fuerte mano,
Lelio, te ayude dél furiosamente.

LELIO:

¡Oh Senador, tu paz prospere Jano
y tu silencio de su guerra aparte!

CATULO:

Lelio, no he visto yo joven romano
que pueda en noble término igualarte.
¡Eres muy noble!

LELIO:

Agora lo creyeras
si un poco en el hablar te detuvieras.
  Siempre entendí, señor, que de tu oficio
y de ese gran valor que te acompaña
me resultara aqueste beneficio
y honroso cargo que me lleva a España.
¿Qué decreta el Senado?

CATULO:

Tiene indicio
que aquella tierra, que humedece y baña
el claro Betis, se rebela a Roma,
y que por libertad las armas toma.
  Entiendo que provee Celibio Craso
que el rebelión castigue y que reduzga
la gente amotinada.

LELIO:

¡Bravo caso!
¿Está bien dado el cargo?

CATULO:

Tú lo juzga.

LELIO:

Señales voy notando a cada paso
que algún dolor te oprime y te sojuzga.
Si tienes algún mal, dame licencia,
no te fastidie y canse mi presencia.

CATULO:

  ¡Ay Lelio, Lelio! No es la pena mía
tal que se ofenda de tu brazo fuerte,
que por ventura, Lelio, ser podría
quien me librase de afrentosa muerte.

LELIO:

[Aparte.]
Sí supo cómo dársela quería.
¡Oh cielos rigurosos, desta suerte
por un engaño de mujer te veo!

CATULO:

Comunicarte quiero mi deseo.
 [Aparte.]
¡Ay triste!, no me atrevo, que es muy grave
y peligroso si lo digo en duda.

LELIO:

[Aparte.]
¡Apostaré que mi negocio sabe!
Falta de sangre, la color me muda.

CATULO:

[Aparte.]
¡Bravo rigor entre soldados cabe!
En este pienso hallar dichosa ayuda;
este por poco precio desta suerte
a mi mujer dará violenta muerte.
  Quiero decirle el caso, y ofrecelle
gran suma de dinero.

LELIO:

[Aparte.]
Soy perdido.
Quiérome disculpar y deshacelle
todo lo que de mí tiene entendido.

CATULO:

[Aparte.]
Aqueste el interés ha de movelle,
y como, al fin, es hombre forajido,
no dejará de hacello. Al fin pretendo
que aqueste mate a Fabia.

LELIO:

[Aparte.]
No le entiendo;
  quiero esperar a ver lo que me dice,
que está sin armas, y sin guarda alguna.

CATULO:

Agora quiero ver si contradice,
oh Lelio, a tu nobleza mi fortuna.
Ya pues que de tus prendas satisface
el crédito que debo, y la oportuna
ocasión me ha mostrado los cabellos,
quiero cogerla, quiero asirle de ellos.
  Lelio, tu gran nobleza me provoca
a que, con voz dispuesta y resoluta,
con gran furor reviente por la boca
del corazón enfermo la cicuta.
A ti mi honor y mi defensa toca,
tú la sentencia firma, y ejecuta,
pues mi falsa mujer, ¡mi mujer, Lelio!,
ha sido, ha sido incasta con Vitelio.

LELIO:

  Aquesto es hecho, ¡oh Catulo benigno!
Yo me humillo a tus pies, mas oye, advierte,
que si de tu mujer el desatino
quiso obligarme a que te diese muerte,
no lo dije, por Júpiter divino,
que yo lo haría con rigor tan fuerte
si no tuviera intento de avisarte,
cual ya me has visto en una y otra parte.
  Desenojarte puedes y premiarme,
que yo te he sido amigo verdadero.

CATULO:

¿Que te mandaba la cruel matarme?
([Aparte.]
¡Peor está el negocio que primero!
Bastante causa tengo de vengarme,
y pues que Fabia con intento fiero
deste se quiso aprovechar, la suerte
le ha de trocar, pues le dará la muerte.
  Lelio, bien conozco; Lelio, basta
que de tu voluntad ansí me avises,
no en balde tus agüelos de la casta
decienden del famoso hijo de Anquises.
Si acabas el dolor que me contrasta,
haré que el suelo de tu patria pises
sin que te agravie nadie, y también sabes
que del Erario tengo yo las llaves.
  Mira, Lelio, los hombres bien nacidos
han de perder el gusto por la honra;
reniega tú de aquellos atrevidos
que le quieren tener con su deshonra.
Yo en Fabia tengo el alma y los sentidos,
mas, ¿qué aprovecha? Fabia no me honra.
Pues muera el gusto y el honor, que estriba
en la muerte de Fabia, ¡oh Lelio!, viva.
  Quisiera yo poder matar a Fabia,
mas tanto a Fabia mi enemiga adoro,
que cuanto me encendiere enojo y rabia,
me puede helar su rostro y tierno lloro.
Es, como sabes, elocuente y sabia,
y de su ingenio y celestial tesoro
sacará tales cosas que decirme,
que al lince ablande cuando esté más firme.
  Por eso quiero que tu brazo airado
le dé la muerte, ¡oh Lelio!, de secreto,
porque mi corazón enamorado
me privará las fuerzas al efeto,
y pues que sé que vives de soldado,
veinte y cinco sestercios te prometo.
Responde agora si te viene al justo
mirar por tu provecho y darme gusto.

LELIO:

  Cuando de tu amistad no resultara
darme ocasión que a todos me aventaje,
por tan buen interés aventurara
a darte la mitad de mi linaje,
y creo que sí en él la ejecutara
por lo que siento el afrentoso ultraje
que de Fabia recibo con su engaño.

CATULO:

Tú sólo puedes remediar mi daño.

LELIO:

  ¿Cómo me piensas dar tanta moneda?

CATULO:

Aquesta noche al punto necesario
iremos con mi gente, porque puedas
sacarlo libremente del Erario.

LELIO:

De aquesa suerte, mi dinero, quedas
mejor que entre las manos del contrario.
Vamos, que por vengarte estoy ardiendo.

CATULO:

Con un engaño sosegarla entiendo,
  Aurelio, mientras vamos a la plaza
del Capitolio hacer nuestro concierto.
Con buena industria, disimulo y traza
a Fabia la dirás que quedo muerto,
y si pudieres, júntame la caza,
que voy de hallarla temeroso y muerto.

AURELIO:

Fía de mí con justa confianza,
que el cielo favorece tu venganza.

(Vanse todos y queda AURELIO solo.)
AURELIO:

  Juntos la piedad y amor
que a Fabia avise me dicen
lo que intenta el Senador,
y tantos me contradicen
mi obligación y su honor.
Cuanto la piedad enciende,
la razón me reprehende,
que entiendo que el cielo gusta
que muera la vida injusta
que darle muerte pretende.

(Sale[n] FABIA y CAMILA.)
FABIA:

  ¿Juntos dices que quedaban?

CAMILA:

Juntos, mi señora, y vilos
que ya por detrás llegaban,
y que desnudos los filos,
sus cuellos amenazaban.

AURELIO:

[Aparte.]
¿Miraba mi lengua? Toque
y a comenzar me provoque.

CAMILA:

¿Aurelio es este que viene?

FABIA:

¡Santos dioses! ¿Cómo tiene
todo desnudo el estoque?

AURELIO:

  ¡Oh Fabia!, agora es tiempo que te valgas
de aquese gran valor y entendimiento
para que libre de escucharme salgas,
  fue tu alma mi lloroso acento,
con tal blandura que lugar te quede
para vivir después del sentimiento.

FABIA:

  Aurelio, ¿qué es aquesto?

AURELIO:

¿Cómo puede
mover mi helada lengua el mudo labio
sin que pegada al paladar se quede?
  Aquel humilde, aquel famoso y sabio,
del repúblico bien coluna fuerte,
piadoso amparo del común agravio,
  el que los cielos por contraria suerte
dieron por hijo a Roma, a mí por dueño,
y por marido a ti.

FABIA:

Prosigue.

AURELIO:

Advierte:
  saliendo, que parece que lo sueño,
agora del Senado bien seguro,
que nuestra vida humana es sombra, es sueño,
  un soldado feroz, un hombre escuro,
un bajo maltrapillo, por el pecho
seis veces le ha pasado el yerro duro.
  Mataron a Eritreo y, sin provecho,
me dejaron, señora, con la vida,
pues vengo huyendo, huyendo a mi despecho.

FABIA:

  ¡Ningún consuelo ni remedio impida
mi justa muerte! ¡Yo soy muerta!

CAMILA:

¡Ay triste,
qué gran desmayo!

AURELIO:

[Aparte.]
¡Oh Fabia fementida!
  No importa, Fabia, no, que si fingiste
ese desmayo, yo también el cuento.

CAMILA:

¡Ah, mi señora, tu dolor resiste!
  Aurelio, ten el cuerpo, que yo siento
que le ha faltado el alma a la cuitada,
que amaba mucho.

AURELIO:

([Aparte.]
¡Estraño fingimiento!
  De eso puedes estar bien descuidada,
que voy a ver a mi señor al templo,
adonde queda Roma alborotada.

CAMILA:

  Pues mira, si allá vas, aqueste ejemplo
de mujeres casadas le publica.

AURELIO:

[Aparte.]
¡Orando como un Tulio me contemplo!

CAMILA:

  Aqueste grande amor le significa,
cuenta aqueste desmayo, y por extenso,
el buen ingenio al buen sujeto aplica.

AURELIO:

Pagarle en esto lo que debo pienso.

[Vase.]
CAMILA:

  Alma y vida de Vitelio,
viuda mía, recuerda.

FABIA:

Cumplió su palabra Lelio.

CAMILA:

Has sido en estremo cuerda.

FABIA:

¡Qué engañado parte Aurelio!
Agora es cuando en el templo
aqueste necio contemplo
que dice con muchas voces:
«¡Oh Roma!, ¿que no conoces
de Penélope el ejemplo?»
  ¿Quién duda que no me llame
uno Evadne, otro Artemisa?
Pues mi engaño les avisa,
que la muerte del infame
me tiene muerta de risa.
  ¿Has enviado a llamar
a Vitelio?

CAMILA:

Ya envié.

FABIA:

Pues puédesle asegurar
que, en el punto que enviudé,
en ese me he de casar.

(Sale un PAJE.)
PAJE:

  Como mandaste he traído
a Vitelio.

FABIA:

Mi marido,
y a tu señor dirás bien.

(Sale[n] VITELIO y FABRICIO.)
VITELIO:

Los dioses favor te den.

FABIA:

Harto me han favorecido,
  pues ya mi marido muerto,
es bien que te restituya
la prenda, que al fin es tuya.
Cumple, Vitelio, el concierto,
y entre los dos se concluya.
Toma esta mano dichosa,
que soy y seré tu esposa.

VITELIO:

Espera, mi Fabia, espera.

FABIA:

¿Déjasme desta manera
de tu valor recelosa?
  Aquesa mano te pido,
y la palabra también
de que serás mi marido.

VITELIO:

Lo menos de tanto bien
me dejara enriquecido,
pero, mi Fabia, perdona,
que solo un miedo apasiona
mi alma con tanta fuerza,
que a no te la dar me fuerza.
Ya su disculpa me abona.

FABIA:

  ¿Cómo la mano me niegas,
por Júpiter, que me obligas
a creer...?

VITELIO:

Paso, no digas
que tan de balde te entregas,
pues en balde te fatigas.
Ya, Fabia, todo el amor
se ha trocado en desamor;
lo que has hecho te agradezco
con decir que te aborrezco
con otro tanto rigor.
  Vete, mujer inhumana,
donde no te vea más,
y aquesa mano tirana
que por esposa me das
cortara de buena gana.
¿Cómo pretendes, crüel,
ser a Vitelio fiel,
puesto que bien me has querido,
habiendo muerto un marido
tan honrado como aquel?
  Que habiéndole muerto ansí,
ya que a ser tuyo me ofrezca,
por el primero que a ti
mejor que yo te parezca
me darás la muerte a mí.
¡Bueno es que me deslumbres
tan patentes pesadumbres,
si en la muerte de aquel viejo
tengo, Fabia, un claro espejo
de tus infames costumbres!
  No más, que no habrá disculpa
con que ya me satisfagas;
ya quien te adora, te culpa.

(Va[n]se VITELIO y FABRICIO.)


CAMILA:

  Y también se va el amigo;
luego desa condición,
ya no se casa conmigo.

FABIA:

¡Vete con la maldición!
¡Cien mil veces te maldigo!

CAMILA:

¿Hay traición que llegue a aquesta?
¿Qué te parece la fiesta?
¡Buenas quedamos las dos!

FABIA:

No sé, Camila, cuál Dios
así me aflige y molesta.
  ¡Ah tirano engañador,
injusto, aleve y traidor!

CAMILA:

¡Bien es que traidor le nombres!
Fiad, fiad en los hombres.
¡Maldiga Dios el mejor!
  ¡Ah perros, quien os entrega
su alma y su libertad,
mal haya tu liviandad
y la mujer que se ciega
y rinde su voluntad!

FABIA:

  ¡Bien se ha cumplido el concierto!

CAMILA:

Cese tu llanto excesivo,
pues es un remedio incierto.

FABIA:

No lloro el amigo vivo,
ya lloro el marido muerto,
¡oh Camila!, porque, fiera,
tan grande hazaña se hiciera,
que aun fingida no mostrara
alegre el alma o la cara
con las palabras siquiera.

(Sale un PAJE.)
PAJE:

  Lelio quiere entrar a verte.

FABIA:

Pues no le niegues la puerta,
que pues lo quiere mi suerte
o la suya lo concierta,
pagarle quiero la muerte.
Este pues que tuvo amor,
y mostró tanto valor,
quiero, Camila, escoger
para más aborrecer
las prendas de aquel traidor.

CAMILA:

  Bien haces, prueba ventura,
que al fin aqueste te adora.

FABIA:

De su amor estoy segura.

(Sale LELIO.)
LELIO:

Los cielos, dulce señora,
logren tu edad y hermosura.
He cumplido lo que debo.

FABIA:

Tan bien, que apenas me atrevo
a darte mi vida en pago.

LELIO:

Con menos me satisfago.

(Sale el SENADOR tras dellos.)
CATULO:

¿Adónde los pasos muevo?
  ¿Posible es que llega el punto
en que mirar determino
sangriento, helado y defunto
de Fabia el rostro divino?

LELIO:

[Aparte.]
Al fin queda el pueblo junto.
Con grandes contrarios lucho,
y la razón puede mucho.

FABIA:

¿Qué dices?

LELIO:

Que mucho puede
amor, que todo lo excede.

FABIA:

Dulces palabras escucho.
  ¡Qué cerca estoy de abrazarte!

LELIO:

[Aparte.]
Ninguna cosa es razón
que del intento me aparte.

FABIA:

¿Tiénesme mucha afición?

LELIO:

Fabia, soy testigo, y parte
al alma se lo pregunta.

CATULO:

[Aparte.]
¡Ay triste, que ya la punta
el bello pecho amenaza!

LELIO:

Y al fin quedaba en la plaza
la piedad del pueblo junta.

FABIA:

  No me trates de su muerte,
sino ordena de la suerte
que me has de poner en cobro.

CATULO:

[Aparte.]
Todo el ánimo que cobro,
Fabia, me afemina el verte.
  ¡Ay honra, seas maldita,
que sufres tanto rigor!
¿Qué piensas?

LELIO:

[Aparte.]
Cuanto me incita
el enojo, un tierno amor
el brazo me dibilita.

CATULO:

 [Aparte.]
¡Oh triste!, ¿en qué se detiene?

LELIO:

Pienso, Fabia, que conviene
finjas que mucho te pesa,
porque el pueblo muy apriesa
a darte el pésame viene,
  y traerán a tu marido.

FABIA:

Bien has dicho. Pues yo quiero
ponerme un luto fingido.

LELIO:

Sí, mas recibe primero
el galardón merecido.

(Llega el SENADOR y tiénele el brazo.)
CATULO:

Tente, Lelio, el brazo ten.

FABIA:

¡Ay triste! ¿Cómo o por quién
me das la muerte, traidor?

(Huyan las dos.)
CAMILA:

¡Ay señora! ¡Mi señor!

LELIO:

¿Parécete aquesto bien?
  ¿Es este el fingido hablar
del honor que publicabas?

CATULO:

Amor me fuerza a callar.

LELIO:

Si no la había de matar,
¿para qué me lo mandabas?
  ¡Por Dios, gentil embarazo!

CATULO:

¡Oh Lelio!, con la pasión,
vine a detenerte el brazo.
  Hasta allí pudo el honor
traer mi ardiente furor,
que casi muerta la vi.
Mas, ¡ay!, que pasar de allí
no lo consiente el amor.
  Grande fue el atrevimiento,
y grande en el punto fue
el justo arrepentimiento;
basta que a Fabia maté
dentro de mi pensamiento.
Si tuve falso concepto
de Fabia, como discreto
he vengado el corazón,
si es que la imaginación
basta para hacer efeto,
  y nadie me reprehenda,
que a mi dulce amada prenda
yo la he castigado bien,
y será loco también
si no propone la enmienda.
  Desto quedo satisfecho.

LELIO:

Digo que lo has acertado
y que miras tu provecho;
tu mujer has castigado
bien a costa de mi pecho.
  ¿Podrá ser que satisfaga
en parte la pena mía?

CATULO:

¿Qué paga?

LELIO:

¡Bueno sería
que me negases la paga!

CATULO:

  Si tú la muerte le dieras,
cumpliera lo concertado.

LELIO:

Y yo, si tú no vinieras
a tenerme el brazo airado.
Pagarás aunque no quieras.

CATULO:

¿Cómo, si no la mataste?

LELIO:

Sí maté.

CATULO:

¡Bien te engañaste!

LELIO:

Probarete cómo.

CATULO:

Dilo.

LELIO:

Juzga tú por el estilo
que en estas causas juzg[a]ste:
  si entrara en tu tribunal
un hombre a quien se probara
que fue a matar otro igual,
y que hasta su cama entrara
alzado el brazo y puñal,
¿condenárasle a la muerte?

CATULO:

Sí, porque ya es hecho fuerte,
consentida voluntad.

LELIO:

Tú juzgaste la verdad
y aseguraste mi suerte.
  Yo he sido el que aquesta daga
alzó con brazo robusto
para secutar la llaga.
Jüez, pues eres tan justo,
lo que me debes me paga.

CATULO:

  Vete, que burlas.

LELIO:

Bien dices,
y tu avaricia notoria
permitiré que autorices
con la ropa senatoria,
de cuyas prendas desdices.
  ¿Parézcote muy grosero?
¿Piensas infame, sin honra,
que no entiendo, o que no quiero,
que por no darme el dinero
quieres vivir en deshonra?
Bien conozco, avaro triste,
que el brazo me detuviste
solo por no me pagar,
mas yo te haré tresdoblar
lo que allí me prometiste.

CATULO:

  ¿Fieros me haces?

LELIO:

Mírame
a esta cara, que algún día...

(Vase.)
CATULO:

¿Quieres que mi gente llame?
Haré que tu valentía
tu propia sangre derrame.
  ¡Aurelio, Eritreo!

(Salen AURELIO y ERITREO.)
AURELIO:

¿Señor?

CATULO:

Pero váyase esta vez,
¡por vida del Senador!,
que le he de ser un juez
que no consienta favor.
¿Dónde está Fabia?

ERITREO:

En la torre
se ha subido, y encerrado.

CATULO:

¡A buena defensa corre!
Sosiegue el pecho alterado,
que otra mayor la socorre;
  párese los abrazos
que, como vid en sus lazos,
mil veces suelen tenerme,
que ya me muero por verme
hecho Narciso en sus brazos.