Los embustes de Fabia/Acto II

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Acto I
​Los embustes de Fabia​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

VITELIO, LELIO, BELARDO, MARANDRO y FABRICIO.
VITELIO:

  Muy espantado me tienes
de aquese estraño suceso.

LELIO:

Toda verdad te confieso.

VITELIO:

Prosigue, ¿en qué te detienes?

LELIO:

  Pues viendo que el Senador
me daba claro a entender
que matarle su mujer
era por tenerte amor,
  y como claro entendí
que era segunda traición
la nefanda ejecución
encomendármela a mí,
  envaino la daga y llego
a hablar el viejo enemigo,
cuyas palabras no digo,
que estoy de coraje ciego,
  el cual, con fingida labia
y varios ofrecimientos,
los veinte y cinco talentos
me dio por matar a Fabia,
  quiero decir prometió.
Fuila a matar por vengarme,
y cuando llego a arrojarme,
a detenerme llegó.
  Huyó Fabia y yo quedé
lleno de cólera el pecho,
y al avaro satisfecho
grande enojo le mostré.
  Dijo que estaba vengado
con solo intentar su muerte;
respondile de esa suerte:
«¿Basta el haberlo intentado?
  Lo que me debes me paga.»
Burlose, fuese, dejome,
permita Dios que la tome
con la punta desta daga.
  Mas no importa lo que hizo,
remedio pienso poner.

VITELIO:

¿Tanto quiere a su mujer?

LELIO:

Parece cosa de hechizo.
  ¿Sabes que quiero intentar?
Querellar del Senador.

VITELIO:

¿A quién?

LELIO:

Al Emperador,
que me mandará pagar.

VITELIO:

  ¿Y dónde tienes testigos?

LELIO:

Los dos conmigo vinieron,
que juraran lo que oyeron.

VITELIO:

¿Quién son?

LELIO:

Soldados y amigos.

VITELIO:

  ¿Y de qué puedes decir
que es la deuda?

LELIO:

Fingiré
que el dinero le presté.

VITELIO:

Será gracioso fingir.
  ¿Callará porque se encubra
su falso trato y enredo?

LELIO:

¿Pues no ha de callar de miedo
que el negocio se descubra?
  Pero ya dejando aparte
sus infamias y sus menguas,
quisiera tener mil lenguas,
Vitelio, para loarte,
  porque en negarla tu mano
teniéndole tanto amor,
mostraste el mayor valor
que cupo en pecho romano;
  hiciste una hazaña grande,
hiciste una honrada cosa,
digna por ser tan famosa
que por varias lenguas ande;
  venciste un mundo, un abismo
de amor perdiendo su gloria;
ganaste grande vitoria,
que te venciste a ti mismo.
  ¿Quedose muy admirada?
¿Mostrose muy desdeñosa?

VITELIO:

Y tan soberbia y furiosa
como víbora pisada.

LELIO:

  ¿Y podrás pasar sin ella?

VITELIO:

Sí podré.

LELIO:

¡Mucho resistes!

VITELIO:

Mucho, que memorias tristes
apenas me apartan della.

LELIO:

  Que morirás averiguo
a manos de ese cuidado.

VITELIO:

Heme acogido al sagrado
de un amor que tuve antiguo,
  por quien su furia sosiego
cuando de seso me saca,
que fácilmente se aplaca
un fuego con otro fuego.

LELIO:

  ¿Es, por ventura, Brisena?

VITELIO:

Fue la mesma, por ventura.

LELIO:

Lo que falta de hermosura
tiene, a lo menos, de buena.

VITELIO:

  Ha hecho varias finezas,
después que me tiene amor.

LELIO:

Ha sido el competidor
la cifra de las bellezas,
  y entonces amor se enciende
cuando los celos son justos.

VITELIO:

Hela dado mil disgustos,
lo que en el alma me ofende,
  todo por aquesta ingrata.

LELIO:

¿Vívese donde solía?

VITELIO:

Sí, por ver de noche y día
los enemigos que trata
  ni se ha querido mudar,
que no sabe hacer mudanza.

LELIO:

Creo que tiene esperanza
que te ha de ver enmendar.
  La casa te viene bien
para amartelar a Fabia.

VITELIO:

Y muy poco, Lelio, se agravia
de mi martelo y desdén.
  Es Fabia, Lelio, una garza
que siguen muchos halcones,
y en doradas ocasiones
muy de ordinario se enzarza.

LELIO:

  ¡Cómo! ¿Tantos la combaten?

VITELIO:

Cuántos, no sabré decir.

LELIO:

Pues si deja servir...

VITELIO:

Lelio, por Dios, que la maten.

(Sale BRISENA, dama, en la ventana.)
BRISENA:

  ¿Lelio, por Dios, que la maten?
¡A fe que es lance de amores!
¿Quién es la garza, señores,
a quien las alas abaten?
  Sospecho que la espante.

VITELIO:

No espantáis, porque sois vós
de quien tratamos los dos,
que ya la garza se fue.
  A vós sube el pensamiento
que va volando en el aire.

BRISENA:

¿Tan alto como el donaire?

VITELIO:

Y más ligero que el viento.

BRISENA:

  No le he visto, así me goce.

VITELIO:

Si no os fue de provecho,
dejad que vuelva a mi pecho,
que es señuelo que conoce.

BRISENA:

  ¿Y sin acabar la empresa?

VITELIO:

Ese fuera intento loco.

BRISENA:

Dejalde en mi pecho un poco,
y bajará con la presa.

VITELIO:

  ¿Por dónde?

BRISENA:

Por la ventana,
si no queréis por la puerta.

LELIO:

Halcón que tan bien acierta,
que coma de lo que gana.

BRISENA:

  Bien dice Lelio, señor.
Darele sangre a comer.

VITELIO:

Esa me manda ofrecer
a vuestro servicio amor.

LELIO:

  Señora, a tan buen halcón
que con la suya os convida,
ya que le dais su comida,
dadle a comer corazón.

BRISENA:

  Declaradme aquesa historia.

LELIO:

Todos los enamorados
dan sus pechos lastimados
por el trueco de su gloria,
  y en esta necesidad,
como se suele ofrecer,
corazón dan a comer
para cazar voluntad.
  Y otras veces, en rigor,
dineros suelen mostrar,
que es señuelo singular
para las aves de amor.
  Dineros y corazón
se ha de mostrar a la dama,
porque el [que] hace el bien ama
con interés o afición.
  Pero en los lances primeros
hay mujer de condición
que le enfada el corazón
y muere de los dineros.

BRISENA:

  Por cierto, ¡donosa traza!
Basta, que Lelio es discreto.

LELIO:

Hame hecho muy discreto
lo que me cuesta la traza.
  He sido perro de muestra.

VITELIO:

Entraos, y mandar podéis
que subamos.

BRISENA:

Bien podéis,
que toda la casa es vuestra.

(Quítase.)
VITELIO:

  ¿Qué os parece?

LELIO:

Muy discreta,
y que es muy justa razón
que la deis el corazón
a quien el alma os sujeta.

VITELIO:

  No, más de discreta es.
¿No veis que es de noble casta?

LELIO:

Es una mujer, y basta
que os quiera sin interés.
  Sea de cualquier manera,
sabedla vós conservar,
que a fe que no es poco hallar
mujer que de balde quiera.
  Aurelio es este, ¿qué encierra?
¿Dónde llevas las escalas?

(Sale AURELIO.)
AURELIO:

¡Oh Lelio, andamos de guerra!

LELIO:

  ¡Muy bien la vida se pasa!
¿Agora andáis de pelea?

AURELIO:

¿Hay guerra que guerra sea
como la guerra de casa?
  El doméstico enemigo
es muy malo de vencer.

LELIO:

Y tan malo de entender
y más que el fingido amigo.

AURELIO:

  Ése enemigo se llama.

LELIO:

¿Adónde vas?

AURELIO:

Yo te juro
que voy a escalar un muro
para gozar una dama.

LELIO:

  Llevarás mi compañía.

AURELIO:

Yo te agradezco el favor,
mas llévame el Senador,
que no voy a cosa mía.

LELIO:

  Hasme dado gran placer
y a risa me has provocado.
¿Pues cómo?, ¿haste enamorado?

AURELIO:

Sí.

LELIO:

¿De quién?

AURELIO:

De su mujer.

LELIO:

  ¿Y lleva para alcanzalla
esa escala que te da?

AURELIO:

Sí, Lelio.

LELIO:

Pues, ¿dónde está?

AURELIO:

Detrás de aquesta muralla.
  Hase encerrado en la torre
con el miedo que le tiene;
piensa que a matarla viene
y del muro se socorre.
  El viejo pierde el juicio;
como, al fin, la quiere tanto,
ha hecho con tierno llanto
de sus ojos sacrificio,
  rogándola que se abaje,
mas no lo quiere hacer.

LELIO:

¡Bueno es que por su mujer
así se muela y trabaje!
  ¡Ah, lo que puedes, amor!

AURELIO:

Cierto que te reirías
si vieses las niñerías
que está haciendo el Senador,
  mas vete con Dios, que él sale.

LELIO:

Hola, vámonos, Vitelio.

VITELIO:

Voy muerto de risa, Lelio.

LELIO:

No hay donaire que le iguale.

(Vanse, y queda AURELIO. Entra CATULO con ERITREO, y otros criados traen unas ropas y joyas.)
CATULO:

  ¿Que al fin no ha de aprovechar
que quiera bajar aquí?
¿Que no se duele de mí?
¿Que no la puedo ablandar?
  Pues vamos a lo seguro
si tan fuerte se señala.
Hola, Aurelio, pon la escala
por esta parte del muro.

AURELIO:

  Espera un poco, señor,
que se asoma en él tu Fabia.

CATULO:

¿Su sol divino se agravia?
Cegárame el resplandor.
  ¡Todos debéis de mentirme!

ERITREO:

A mostrártela me ofrezco.

CATULO:

¿Es posible que merezco
miraros con vista firme?
  Puro sol, divina lumbre
que casi en el cielo estáis,
y de ese muro doráis
la más que dichosa cumbre,
  tened lástima de mí,
que por ofensa tan poca
vuestro rayo no me toca,
y de helado muero aquí.
(En lo alto estará[n] desde que se advierte FABIA, CAMILA y un NIÑO.)
  ¿Que tanto me aborrecéis?

FABIA:

No os aborrezco, señor,
pero tengo gran temor
de que matarme queréis.

CATULO:

  ¿Estas lágrimas vertidas
no te aseguran mi pecho?

FABIA:

Son de muy poco provecho,
porque las viertes fingidas.
  Es agua que agora viertes
para vertir de mi sangre.

CATULO:

Pues, ¿quieres que me desangre
con mil géneros de muertes,
  si he mojado el suelo enjuto?
Que me creas te aconsejo,
que es mucho que un árbol viejo
se enternezca a darte el fruto.
  No quieras mayor abono
que estas lágrimas que vierto,
que son un testigo cierto
de que te adoro y perdono.
  Muévate el verme llorando,
muévate el ver cómo vengo,
mira qué de joyas tengo
que te pondrás en bajando.
  Estas ropas he comprado
que adornen tu cuerpo bello,
esta cadena tu cuello,
y este abrazo regalado.
  ¡Cómo!, ¿no quieres bajar?

FABIA:

No, que me finges amor,
y es verdadero el temor
de que me quieres matar.

CATULO:

  Pues, ¡sus!, poned las escalas.

FABIA:

Paso, que si tal hicieres,
esta prenda que más quieres
haré que baje sin alas.

(Toma el NIÑO para echarle.)
NIÑO:

  ¡Señor padre, ah señor padre,
recójame, que allá voy!

CATULO:

No, hijo, lejos estoy,
bien estarás con tu madre.
  ¡Ay, no me mates con él!
¡Tenle, tenle, que no quiero
que venga tal mensajero
a decir que eres cruel!
  Ven acá. Si yo quisiera,
¿ya Lelio no te matara
si esta mano no llegara
y la suya detuviera?
  Pues si entonces te libré,
¿por qué no te fías de mí?
¿Por qué te temes ansí
que agora te mataré?

CAMILA:

  Señora, tiene razón,
que su intento ejecutara
si mi señor no llegara
movido de compasión.
  Él te quiere y te perdona.
Baja, no estés encogida.

FABIA:

¡Confianza de la vida,
y de segura persona!

CATULO:

  ¡Oh sumo bien, Fabia mía!
Si no basta el fiador
que tienes en este amor,
de Marco Atilio confía.
  ¿Bastará que venga aquí?

FABIA:

Él me puede asegurar.

CATULO:

Váyanle luego a llamar,
pues no te fías de mí.

FABIA:

  Él quiero que me asegure
y las amistades haga.

(Vanse los criados.)
CATULO:

Cuanto a ti te satisfaga
se determine y procure.

CAMILA:

  Como te ama, te entonas.
Creo te ha de obedecer
si le mandares hacer
lo que mandan a las monas.
¡Mucho le debes al cielo!

AURELIO:

  Al fin, Lelio, desde agora
Fabia la comida prueba.
¡Cuánto a la mesa se lleva!

LELIO:

¡Qué señas de hombre que adora!
  Mucho la teme perder;
no lo hace por la vida.

AURELIO:

Eso la tiene perdida.

VITELIO:

Lelio, ¿es hora de comer?

LELIO:

  Ya se hace. Aurelio, adiós.

AURELIO:

Él te guarde, señor Lelio.

(Vanse todos y quedan FABRICIO y AURELIO.)
FABRICIO:

¿Oyes? No te entres, Aurelio.
¡Pesia tal! Hablémonos.

AURELIO:

  ¿Qué me manda el buen Fabricio?

FABRICIO:

¿Qué hace Camila? ¿Está
comiendo?

AURELIO:

No, fregará,
como tiene por oficio.
  ¿Qué la querías agora?

FABRICIO:

Que me la echaras aquí.

AURELIO:

Más que eso hiciera por ti,
pero está con su señora.
  Si pudiere, llamarela.

FABRICIO:

Vete.

AURELIO:

Haré lo que me mandas,
que somos amigos grandes
desde muchachos de escuela.

(Vase AURELIO.)
FABRICIO:

  ¡Nuevamente me apasiona!
Basta, que quiere el amor
que pierda por mi señor
la cara desta fregona,
  que es la limpieza y aseo
de toda Roma, y por quien
con el regalo también
limpio de cuellos me veo,
  contribuye lo que sisa
y en casa, por más favor,
de las ollas al hervor
me sahúma la camisa.
  ¡Mucho pierdo si mi amo
no vuelve a Fabia a querer!

(CAMILA entre.)
CAMILA:

¿Quién me pudiera traer
sino tu dulce reclamo?

FABRICIO:

  Échate en aquestos brazos,
mi vida cariaguileña.

CAMILA:

Echárame de una peña,
aunque me hiciera pedazos.

FABRICIO:

  ¡Buena estás!

CAMILA:

Daré la vuelta.

FABRICIO:

¡Y hermosa!

CAMILA:

No lo pensara,
que no me lavo la cara
con esta negra revuelta.
  ¡Guayas de tal hermosura!
¡Ya se pasó el tiempo bueno!

FABRICIO:

Mira, amores, lo moreno
no quiere más compostura.
  Una morena afeitada
parece mal, y es muy necia,
porque la color desprecia
que más a la vista agrada.

CAMILA:

  No des palabras al aire.
¿Lisonjeas por ventura?
Bien parece la blancura
si le acompaña el donaire,
  mas ningún escrupuloso
en ajenos gustos ande:
blanco, negro, chico o grande
lo que agrada fue lo hermoso.
  Mas, dime, ¿qué te parece
del bellaco de tu amo,
a quien ya tanto desamo
cuanto él a Fabia aborrece?

FABRICIO:

  ¡Qué aborrece, dice, a Fabia!
Asegurarte podría
que suspira noche y día
y que algunas veces rabia;
  en cualquiera pasatiempo
fingirse alegre procura.
¿Piensas que asina se cura
un trato de largo tiempo?
  Mil que se adoran verás
decir que ya no parecen,
y cuando más aborrecen,
entonces se quieren más.
  Vitelio es hombre discreto
y disimula su pena.

CAMILA:

Pregúntaselo a Brisena.

FABRICIO:

Que te engañaste prometo,
  que a fe que, estando con ella,
por tu señora suspira.

CAMILA:

Pues mi señora ya mira
otro que la mira a ella.
  Esta flaqueza tenemos:
muy presto nos consolamos,
porque mil hombres hallamos
por uno que aborrecemos,
  y Fabia principalmente,
que aunque la vida le importe,
tan presto como está el Norte
tiene la vela al Poniente.

FABRICIO:

  ¿Quién es el nuevo galán?

CAMILA:

El hijo de Atilio es.

FABRICIO:

¡Poco la mueve interés!

CAMILA:

¡Anda que los hombres dan!
  Porque dais lo que tenéis,
y como esclavos servís,
y poca cuenta pedís.

FABRICIO:

De las maldades que hacéis.

CAMILA:

  Es verdad, al fin entiendo
que por desapasionarse
Fabia pretende humillarse.

FABRICIO:

¿Qué hacen?

CAMILA:

Están comiendo.

FABRICIO:

  ¿Convidáronle a comer?

CAMILA:

Sí, y a fe que se convidan
y que los restos envidan,
y están cerca de querer,
  que se regalan y brindan
de las almas por los ojos,
beben, y comen antojos.

FABRICIO:

¡Bien es que a Fabia se rindan
  tan fáciles!

CAMILA:

Es un viento.

FABRICIO:

Pues no es muy cuerda.

CAMILA:

Es de lana,
y hace la empresa llana
de tu mano el pensamiento.

FABRICIO:

  ¿Tampoco los años valen
deste amor?

CAMILA:

Paso, ¿qué quieres?
Ansí somos las mujeres.
Vete, Fabricio, que salen.

(Húyese y salen BELARISO, CATULO y ATILIO, FABIA y criados. FABIA traerá una guirlanda de rosas.)
FABRICIO:

  Adiós, perla.

CAMILA:

Adiós, mi vida.
[Aparte.]
¡Vengado me he del traidor!

ATILIO:

¡Por vida del Senador,
que me holgado en la comida!
  Y luego no repliquéis,
que es de mucho amor que os tiene.
¿Qué daño, señora, os viene
que la comida probéis?
  Probadla, que en cuatro días
que estéis en buena amistad,
haréis vuestra voluntad
y cesarán niñerías.

FABIA:

  Señor, no replico en nada.
Yo probaré la comida.
Haré salva. ¡Ea, la bebida,
pues de mi salva se agrada!

CATULO:

  Fuera de que si la toca
asegura su temor,
tendrá divino sabor
de haber tocado a su boca.
  ¡Bien es que este bien me haga!

FABIA:

Digo que soy venturosa
en que ya me mandes cosa
que te sirva y satisfaga,
  y porque quiero agradarte,
por principio determino
de aquel oloroso vino
que trujo Atilio brindarte.

ATILIO:

  ¡Mejor de aquello del Rin!

CATULO:

El de Candia es mas suave.
Aurelio, toma esta llave.

FABIA:

¡Qué!, ¿no te fías al fin?
  Lo de Salerno es mejor.

CATULO:

Pues traigan el de Salerno,
que aunque sea más moderno,
me agrada el gusto y olor.

ATILIO:

  Tiene muy bonita punta
y un dejo que es un milagro.
Lo del Rin tengo por agrio,
y a la cabeza se junta.

BELARISO:

  [Aparte.]
¿Sola tu vista no abrasa?

CATULO:

Dulce será tu venida.

ATILIO:

Bien sabe sobre comida
probar los vinos de casa,
  y más sobre estos enojos
comer, y dejar rodeos.

BELARISO:

[Aparte.]
Que he comido de deseos
con la salsa de tus ojos.

(Entran criados con taza, toballa y vino.)
AURELIO:

  Este es el vino.

CATULO:

Es perfeto.

ATILIO:

Lo de Salerno es muy lindo.

FABIA:

Con estas rosas te brindo.

CATULO:

Con esas rosas lo acepto,
  que a más gloria me provoca,
pues tendrá para bebello
las rosas de tu cabello
y el buen gusto de tu boca.

(Echado el vino, tomará FABIA dos rosas de la guirnalda, y echaralas en la taza, y beberá primero.)
FABIA:

  Las rosas echo y ya bebo.

ATILIO:

[Aparte.]
¡Así la viña lo lleve!
¡Oh, qué borrico, que bebe!

BELARISO:

 [Aparte.]
¡A fe que el brindis es nuevo!

FABIA:

  Pues he bebido primero,
echen de lo que he probado
si es seguro.

CATULO:

Ya han echado,
que eches las rosas espero.

(Toma dos rosas y échalas. El SENADOR va a beber.)
FABIA:

  Echo las rosas.

CATULO:

Pues bebo.

(Tiénele el brazo.)
FABIA:

Tente, Catulo, no bebas,
que el vino y la muerte pruebas.

CATULO:

¿El vino y la muerte pruebo?
  ¿Cómo puede aquesto ser?

FABIA:

Hola, traedme aquel Dabo.
¿No se llama así el esclavo
que condenabas ayer?

CATULO:

  Sí llama; traelde luego.
¿Qué quieres hacer con él?

(Vanse los criados.)
FABIA:

Mostrarte que soy fiel
y que eres un hombre ciego.
  ¡Oh Catulo, poco sabes!
Agora echarás de ver
lo que sabe una mujer,
porque de entenderlo acabes.
  Mira, no hay hombre perfeto
que con muchas letras venza
una mujer, si comienza
a dar lugar al sujeto,
  que puede nuestra blandura
y el agudo entendimiento
haceros montes del viento
y día la noche escura.
  Pues ya tomaste el estado
que pudieras escoger,
fíate de la mujer,
enemigo no escusado,
  llévale su condición
y el pecho no la declares,
que mientras menos fiares
la das mayor ocasión.

CATULO:

  ¡Oh, qué admirado me dejas!

ATILIO:

¡Cuáles sentencias dijera
Tulio, si agora viviera,
como tú nos aconsejas!

(Entran los criados y traen el esclavo.)
AURELIO:

  Este es, señora, aquel Dabo.
De la cárcel le saqué.

DABO:

¿Qué mandas?

FABIA:

Escúchame;
bebe aquella taza, esclavo.

DABO:

  ¿Para qué mandas que beba?

FABIA:

Porque en cierta diferencia
es menester tu sentencia.
Este vino, y esta prueba.

(Bebe el esclavo, y luego comenzará a hacer visajes hasta que caerá muerto.)
DABO:

  ¡Ay, ay! ¿Qué es esto, señora?
¿Qué me has dado? ¡Yo soy muerto!

FABIA:

¿Tendraslo agora por cierto?

CATULO:

Tendrelo por cierto agora.
  Él es muerto.

ATILIO:

¿Hay compasión?
Murió con veneno fino.

FABIA:

En tocándole aquel vino
la tela del corazón.

CATULO:

  Llevadle adentro. Y tú dime:
este caso, ¿cómo fue?
¿Que hasta razón hay por que
por mujer fiel te estime?

FABIA:

  Esta guirnalda que viene,
mi cabello un prado ameno,
la mitad tiene veneno
y la mitad no le tiene.
  Eché rosas para mí
de las que no le traían,
y de las que le traían
eché rosas para ti,
  de donde es bien entender
que es muy vana confianza
guardarte de la asechanza
del pecho de una mujer.

CATULO:

  ¡Ah, cómo tienes razón!
Echarme quiero a tus pies
para que en ellos me des
de mis locuras perdón.
  Comeré cuanto me dieres,
pues veo tan claro aquí
que no hay guardarme de ti
cuando tú mal me quisieres.

ATILIO:

[Aparte, a BELARISO.]
Digo que estoy espantado.

BELARISO:

Y yo, señor, casi muerto.

AURELIO:

Aquí, señor, está Alberto,
el alguacil del Senado.

(Sale ALBERTO.)
ALBERTO:

  Mi venida no te enoje,
que soy mandado, señor.

CATULO:

Habla, ¿qué tienes temor?

ALBERTO:

El mismo la lengua encoge.
  A pedimiento de Lelio,
por el Senado te emplazo.

CATULO:

¿Bastará que vaya al plazo
ese mi criado Aurelio?

ALBERTO:

  No creo baste, señor,
antes agora te digo
que te has de venir conmigo.

CATULO:

¿Adónde?

ALBERTO:

Al Emperador,
  el mismo el caso ha entendido.

CATULO:

Y yo entiendo la malicia.
Vamos, que tengo justicia.

ATILIO:

¿En qué le habéis ofendido?

CATULO:

  Venid conmigo, y sabréis
por el camino este enredo.

ATILIO:

Vamos, que aguardando quedo
que vós me le declaréis.
  Quédate aquí, Belariso.

CATULO:

Venid vosotros conmigo.

BELARISO:

Señor, llévame contigo.
Que no me dejes te aviso.
(Vanse todos, y quedan FABIA, CAMILA y BELARISO.)
  ¡Bueno quedo, casi a punto
de que a morir me resuelva!
Puede ser que cuando vuelva
esté del todo difunto.
  ¡Ha, desventurada suerte!

FABIA:

¿De qué tienes confusión,
Belariso?

BELARISO:

¿No es razón,
Fabia, que tema la muerte?

FABIA:

  ¿La muerte? ¡Suceso estraño!
¿Quién o por quién se trata?

BELARISO:

Quien me da vida y me mata,
y todo para mi daño.

FABIA:

  ¿Cómo te mata y da vida?

BELARISO:

Porque vivo en su favor
y muero con su temor.

FABIA:

¡Qué venturosa homicida!
  No pienses que estoy tan loca
que no entienda tu cuidado.
Mas, ¿que estás enamorado?

BELARISO:

¿No lo sabes de mi boca?
  Apostaré que lo sabes
de los ojos de amor llenos
y del alma por lo menos,
de quien te he dado las llaves.
  Téngome por muy dichoso
que entiendas mi pensamiento.

FABIA:

Confesaste en el tormento.

BELARISO:

¡Eres juez riguroso!

FABIA:

  ¿Yo tu juez? Más quisiera
serlo de aquella homicida
que te ha quitado la vida,
porque el castigo la diera.

BELARISO:

  Agradézcote el favor,
pero dime: si juzgaras,
señora, ¿qué le mandaras
a quien me mata de amor?

FABIA:

  Cuando probaras allí
estar muerto de afición,
a la pena del Talión,
que se muriera por ti.

BELARISO:

  Tu misma causa juzgaste,
tu misma muerte quisiste,
pues, mi señora, fuiste
la misma que me mataste;
  y aunque seas la homicida,
yo tengo a dichosa suerte,
porque no me den la muerte,
que me rescates la vida,
  y perdona el atreverme,
que amor me fuerza.

FABIA:

No, mas
basta que ocasión me das.
  Mas si mi amor te maltrata,
ya que me has hecho juez,
no vivirá desta vez
la homicida que te mata.
  Ofrézcome agradecerte,
como procedas muy bien,
aquesa muerte, y también
por ti me ofrezco a la muerte.

CAMILA:

  ¿Para qué son embarazos
de «yo os quiero más a vós»?
Si os parecéis bien los dos,
que os deis quinientos abrazos.
  Mi señora es un cordero,
tiene aquesta condición.

BELARISO:

Yo le juzgaba león,
de mi sangre hambriento, y fiero.
  ¿Darasme tanta licencia?
Que ya me atrevo a llegar.

CAMILA:

¿Eso vas a preguntar,
majadero, de conciencia?
  Cierra, cierra, y no repliques.

(Llega y abrázala.)
FABIA:

Paso, paso.

CAMILA:

No te asombres;
ofrezco al diablo estos hombres
que piden por alambiques
  si osaré, no osaré hacello,
que hay alfeñique tan dama
que no se llega a la llama
por no deshacerse el cuello.
  Aurelio torna; entrad dentro,
adonde podéis hablar,
que yo le sabré esperar
y detenelle el encuentro.

BELARISO:

  Vamos, mi Fabia.

FABIA:

Ya voy,
muy contenta en que soy vuestra.

BELARISO:

Ese yo lo soy; bien lo muestra
el alma y vida que os doy.

(Éntranse los dos y sale AURELIO.)
AURELIO:

  ¿Aquí te estás a la puerta,
buena pieza?

CAMILA:

¿A qué volvías?

AURELIO:

A lo que tú no sabías.

CAMILA:

Sepa que hay perro a la puerta.
  Vuelva por sus ojos bellos,
que deste lumbral no se pasa;
está ocupada la casa,
que es hoy día de cabellos.

(Éntrase, y queda AURELIO.)
AURELIO:

  Por Dios que se entró y cerró;
debe de haber que hacer.
Sin llevar he de volver
lo que mi señor mandó.
  Quiero echar por esta calle
que va más cerca a palacio,
y dense muy buen espacio,
pues tienen muy bien quien calle.
  ¡Oh Senador!, loco estás,
pues en fin te obliga amor
que quites prenda al honor,
que no se cobra jamás.
  ¿Que no he de ser poderoso
de callar por ningún precio?
Yo debo de ser gran necio,
porque soy gran malicioso.
  ¿Por ventura es buena y casta?
Contentos están los dos,
mas es muy libre, ¡por Dios!,
y aquesto solo la basta.
  Por una cosa creo yo
que él la consiente: por perder,
pues la permite traer
galas que nunca le dio.
  Ya me vuelvo a ser bellaco,
¿que quién está satisfecho
que la honra y el provecho
pueden caber en un saco?
  Mozo, ¿quién te mete a ti
agora en vidas ajenas?
Por una mala, hay mil buenas.
Cerca llegué por aquí.
  Este es palacio; acá sale
Nerón nuestro emperador,
que lo permite el autor
que desta industria se vale,
  porque si acá no saliera
fuera aquí la relación
tan mala y tan sin razón,
que ninguno la entendiera.

(Salen NERÓN, emperador, LELIO, capitán, CATULO, ATILIO, VITELIO y criados.)


NERÓN:

  ¡Gentil negocio, por mi vida, es este!
¿Cuál hombre puede ya tener deste hombre
la confianza justa que se debe
a las fingidas muestras exteriores?
Bien dicen que la edad pasó dorada
y que, de verse la verdad corrida,
al cielo se volvió de donde vino,
mas no permitiré que mientras viva
se diga que con ella juntamente
la justicia se fue, que pienso agora
hacerla muy de veras, y que vean
que no estimo el valor del reo Catulo.
¿Es posible que niegas lo que debes,
habiendo dos testigos que lo juren?
Paga, Catulo, paga, o te prometo
de hacer que pagues cuando tú no quieras.

CATULO:

Tu Majestad, ¡oh César invictísimo!,
bien puede castigarme, mas yo juro
por las deidades altas de los dioses
que no le debo a aqueste lo que dice.

LELIO:

Sí debes, muy debido y muy probado,
y porque estás en la real presencia
osas, Catulo, hablar tan libremente.

NERÓN:

¿En qué te fundas, senador? ¿No sabes
que si esa dignidad con otras tienes,
no debe nada Lelio a tu nobleza?
Si tú, por conservar nuestra república,
has estudiado letras, también este
por defenderla ejercitó las armas;
si a ti te cuesta aceite, a aqueste sangre.

CATULO:

La gravedad del caso me obligaba
a encubrirte, señor, la verdad. Esto
escucha pues y contarela toda,
fiado en la justicia que yo tengo,
por la cual me darás por justo y libre.
Yo, señor, me casé con Julia Fabia,
hija de Eraso Albino, mujer moza,
y desigual en años y costumbres.
Con celos que yo tuve deste joven,
hijo de Heraclio, decreté matalla;
busqué por mis dineros quien lo hiciese,
porque el amor me afeminaba el ánimo,
y aqueste se ofreció dalle la muerte
por esa cantidad que agora pide.
Alz[a]da ya la daga, entré corriendo,
de mi casta mujer bien informado,
y el brazo le detuve. Agora advierte
si es justo que le pague, o si es más justo
que como a matador tú le castigues.

NERÓN:

¡Estraño caso!

LELIO:

Escucha, invicto César,
que no quiero negalle lo que dice,
mas, pues descubre el caso, advierte agora
lo que te queda de saber del caso.
La prometida paga por la muerte,
¿de dónde piensas prometió sacalla?
De los erarios públicos, diciendo
que juntos de secreto, en el silencio
de la callada noche, con sus llaves,
podríamos sacar. ¡Mira si es justo
que muera el robador de la República!

NERÓN:

¡Caso notable, por el alto Júpiter!
¡Oh providencia de los altos dioses!
Muera con justa causa, o por lo menos
sea llevado Catulo a la cárcel,
hasta que por Senado se provea
la pena que merece tanta culpa.
¿Ansí cumpliste aquella confianza
que se tuvo de ti, villano indigno
de aquesa toga que tu cuerpo adorna?

CATULO:

Señor...

NERÓN:

Tirad con él. No me replique
una sola palabra.

CATULO:

Señor...

NERÓN:

Calla,
que haré sacarte la maldita lengua.
(Llevan al SENADOR.)
¿Cómo es aquesto? ¿Tal maldad se sufre?
¡Mal haya la cabeza que os consiente
tener a vuestro mando las riquezas
para los bienes del común y pueblo,
pues las tenéis a efecto solamente
de haceros ricos, de roballas todas!
Mas yo pienso tomaros residencia
que cuesta cara. Ven acá, mancebo.
¿Es verdad que quisiste aquella Fabia?
Guarda, te aviso. Guarda, no lo niegues.

VITELIO:

Verdad es que la quise, mas no ha sido
de amor incasto, sino justo y santo,
porque yo pretendí que fuera mía
antes que suya en dulce matrimonio.
Era yo pobre, y pudo más el rico.

NERÓN:

Ven acá, Lelio, tú no te alborotes,
que no pie[ns]o que debes justamente
castigo del delito cometido.
Eres soldado, y vives de tus armas,
¿pero por qué razón sin los dineros
a dar la muerte injusta te atrevías?

LELIO:

Porque la falsa aleve me engañaba,
que me mandó matar a su marido
para poder casarse con Vitelio.
Supe el enredo, y quise la venganza,
mas yo sospecho que imposible fuera,
porque la adoro, si verdad te digo.

NERÓN:

¿Que todos la queréis? ¿Es argumento
que lo merece?

LELIO:

Gran señor, bien puedes
estar de su hermosura satisfecho.
Es una Venus, y un retrato vivo
de Cleopatra o la robada Helena,
gallarda en todo, Fabia, por estremo,
cuyo donaire es tal, que yo no puedo
encarecer, ni en mi sentido cabe.

NERÓN:

Hasme movido, Lelio, a mil deseos.
Dentro del alma, Lelio, me la pintas
con el vivo pincel de tus razones.
¡Oh, lo que diera por gozar un rato
de esa beldad tan rara y peregrina!
Mas, ¿qué no puede la potencia mía
y este ceptro absoluto? Lelio, parte,
y parte tú con él, Vitelio, y juntos
traedme a Fabia, y no volváis sin ella,
que por el alma de mi padre juro
haceros dar aborrecida muerte.

LELIO:

Iremos cual lo mandas.

NERÓN:

Partid luego.

LELIO:

[Aparte a VITELIO.]
¡Oh, nunca yo naciera!

VITELIO:

¡Oh cielo santo!
¡Maldiga Dios tu lengua!

(Vanse los dos.)
NERÓN:

¡Bueno quedo,
enamorado de palabras vanas!
¿Qué [es] esto que me ha entrado en los oídos,
si suele amor entrarse por los ojos?
Venid vosotros; tañeréis un rato
mientras se pasa el tiempo que a mi alma
tan largo me parece que se espera.
Amor, ¿qué has hecho? ¿Cómo te has errado?
¿Las flechas que en el blanco de los ojos
sueles clavar has hecho nuevamente
herir al corazón por los oídos?
Debes de haber perdido los sentidos.