Los intereses creados: Acto I, Cuadro primero, Escena I
LEANDRO y CRISPÍN que salen por la segunda izquierda.
LEANDRO.-Gran ciudad ha de ser
ésta, Crispín; en todo se advierte su
señorío y riqueza.
CRISPIN.-Dos ciudades hay.
¡Quisiera el Cielo que en la mejor
hayamos dado!
LEANDRO.-¿Dos ciudades dices,
Crispín? Ya entiendo, antigua y nueva,
una de cada parte del río.
CRISPÍN.-¿Qué importa el río ni
la vejez ni la novedad? Digo dos
ciudades como en toda ciudad del
mundo: una para el que llega con
dinero, y otra para el que llega como
nosotros.
LEANDRO.-¡Harto es haber llegado
sin tropezar con la justicia! Y
bien quisiera detenerme aquí algún
tiempo, que ya me cansa tanto correr
tierras.
CRISPÍN.-A mí no, que es condición
de los naturales, como yo,
del libre reino de Picardía, no hacer
asiento en parte alguna, si no es
forzado y en galeras, que es duro
asiento. Pero ya que sobre esta ciudad
caímos y es plaza fuerte a lo
que se descubre, tracemos como prudentes
capitanes nuestro plan de
batalla, si hemos de conquistarla
con provecho.
LEANDRO.-¡Mal pertrechado ejército
venimos!
CRISPÍN.-Hombres somos, y con
hombres hemos de vernos.
LEANDRO.-Por todo caudal,
nuestra persona. No quisiste que nos
desprendiéramos de estos vestidos,
que, malvendiéndolos, hubiéramos
podido juntar algún dinero.
CRISPÍN.-¡Antes me desprendiera
yo de la piel que de un buen
vestido! Que nada importa tanto como
parecer, según va el mundo, y
el vestido es lo que antes parece.
LEANDRO.-¿Qué hemos de hacer,
Crispín? Que el hambre y el cansancio
me tienen abatido, y mal discurro.
CRISPÍN .-Aquí no hay sino valerse
del ingenio y de la desvergüenza,
que sin ella nada vale el ingenio.
Lo que he pensado es que tú
has de hablar poco y desabrido, para
darte aires de persona de calidad;
de vez en cuando te permito que
descargues algún golpe sobre mis
costillas; a cuantos te pregunten, responde
misterioso; y cuanto hables
por tu cuenta, sea con gravedad;
como si sentenciaras. Eres joven, de
buena presencia; hasta ahora sólo
supiste malgastar tus cualidades; ya
es hora de aprovecharte de ellas.
Ponte en mis manos, que nada conviene
tanto a un hombre como llevar
a su lado quien haga notar sus
méritos, que en uno mismo la modestia
es necedad y la propia alabanza
locura, y con las dos se pierde
para el mundo. Somos los hombres
como mercancía, que valemos más
o menos según la habilidad del mercader
que nos presenta. Yo te aseguro
que así fueras vidrio, a mi cargo
corre que pases por diamante. Y
ahora llamemos a esta hostería,
Que lo primero es acampar a vista de la plaza.
LEANDRO.-¿A la hostería dices?
¿Y cómo pagaremos?
CRISPÍN.-Si por tan poco te acobardas
busquemos un hospital o casa
de misericordia, o pidamos limosna,
si a lo piadoso nos acogemos; y si
a lo bravo, volvamos al camino y
saltemos al primer viandante; si a la
verdad de nuestros recursos nos atenemos,
no son otros nuestros recursos.
LEANDRO.-Yo traigo cartas de
introducción para personas de valimiento
en esta ciudad, que podrán
socorremos.
CRISPÍN.-¡Rompe luego esas cartas
y no pienses en tal bajeza? ¡Presentarnos
a nadie como necesitados!
¡Buenas cartas de crédito son ésas!
Hoy te recibirán con grandes cortesías,
te dirán que su casa y su persona
son tuyas, y a la segunda vez
que llames a su puerta, ya te dirá
el criado que su señor no está en
casa ni para en ella; y a otra visita,
ni te abrián la puerta Mundo
es éste de toma y daca; lonja
de contratación, casa de cambio, y
antes de pedir, ha de ofrecerse.
LEANDRO.-¿Y qué podré ofrecer
yo si nada tengo?
CRISPÍN.-¡En qué poco te estimas!
Pues qué, un hombre por sí,
¿nada vale? Un hombre puede ser
soldado, y con su valor decidir una
victoria; puede ser galán o marido,
y con dulce medicina curar a alguna
dama de calidad o doncella de
buena linaje que se sienta morir de
melancolía; puede ser criado de algún
señor poderoso que se aficione
de él y le eleve hasta su privanza,
y tantas cosas más que no he de
enumerar. Para subir, cualquier escalón
es bueno.
LEANDRO.-¿Y si aun ese escalón me falta?
CRISPÍN.-Yo te ofrezco mis espaldas
para encumbrarte. Tú te verás en alto.
LEANDRO .-¿Y si los dos damos en tierra?
CRISPíN.-Que ella nos sea leve.
(Llamando a la hostería con el aldabón.)
¡Ah de la hostería! ¡Hola, digo!
¡Hostelero o demonio! ¿Nadie
responde? ¿Qué casa es ésta?
LEANDRO.-¿Por qué esas voces
si apenas llamasteis?
CRISPÍN.-¡Porque es ruindad hacer
esperar de ese modo! (Vuelve a
llamar más fuerte.) ¡Ah de la gente!
¡Ah de la casa! ¡Ah de todos los diablos!
HOSTELERO.-(Dentro.) ¿Quién
va? ¿Qué voces y qué modo son éstos?
No hará tanto que esperan.
CRISPÍN .-¡Ya fue mucho! Y bien
nos informaron que es ésta muy ruin
posada para gente noble.