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Los intereses creados: Acto I, Cuadro primero, Escena I

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Los intereses creados
Acto I: Cuadro primero, Escena I
de Jacinto Benavente

LEANDRO y CRISPÍN que salen por la segunda izquierda.
LEANDRO.-Gran ciudad ha de ser ésta, Crispín; en todo se advierte su señorío y riqueza.
CRISPIN.-Dos ciudades hay. ¡Quisiera el Cielo que en la mejor hayamos dado!
LEANDRO.-¿Dos ciudades dices, Crispín? Ya entiendo, antigua y nueva, una de cada parte del río.
CRISPÍN.-¿Qué importa el río ni la vejez ni la novedad? Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo: una para el que llega con dinero, y otra para el que llega como nosotros.
LEANDRO.-¡Harto es haber llegado sin tropezar con la justicia! Y bien quisiera detenerme aquí algún tiempo, que ya me cansa tanto correr tierras.
CRISPÍN.-A mí no, que es condición de los naturales, como yo, del libre reino de Picardía, no hacer asiento en parte alguna, si no es forzado y en galeras, que es duro asiento. Pero ya que sobre esta ciudad caímos y es plaza fuerte a lo que se descubre, tracemos como prudentes capitanes nuestro plan de batalla, si hemos de conquistarla con provecho.
LEANDRO.-¡Mal pertrechado ejército venimos!
CRISPÍN.-Hombres somos, y con hombres hemos de vernos.
LEANDRO.-Por todo caudal, nuestra persona. No quisiste que nos desprendiéramos de estos vestidos, que, malvendiéndolos, hubiéramos podido juntar algún dinero.
CRISPÍN.-¡Antes me desprendiera yo de la piel que de un buen vestido! Que nada importa tanto como parecer, según va el mundo, y el vestido es lo que antes parece.
LEANDRO.-¿Qué hemos de hacer, Crispín? Que el hambre y el cansancio me tienen abatido, y mal discurro.
CRISPÍN .-Aquí no hay sino valerse del ingenio y de la desvergüenza, que sin ella nada vale el ingenio. Lo que he pensado es que tú has de hablar poco y desabrido, para darte aires de persona de calidad; de vez en cuando te permito que descargues algún golpe sobre mis costillas; a cuantos te pregunten, responde misterioso; y cuanto hables por tu cuenta, sea con gravedad; como si sentenciaras. Eres joven, de buena presencia; hasta ahora sólo supiste malgastar tus cualidades; ya es hora de aprovecharte de ellas. Ponte en mis manos, que nada conviene tanto a un hombre como llevar a su lado quien haga notar sus méritos, que en uno mismo la modestia es necedad y la propia alabanza locura, y con las dos se pierde para el mundo. Somos los hombres como mercancía, que valemos más o menos según la habilidad del mercader que nos presenta. Yo te aseguro que así fueras vidrio, a mi cargo corre que pases por diamante. Y ahora llamemos a esta hostería, Que lo primero es acampar a vista de la plaza.
LEANDRO.-¿A la hostería dices? ¿Y cómo pagaremos?
CRISPÍN.-Si por tan poco te acobardas busquemos un hospital o casa de misericordia, o pidamos limosna, si a lo piadoso nos acogemos; y si a lo bravo, volvamos al camino y saltemos al primer viandante; si a la verdad de nuestros recursos nos atenemos, no son otros nuestros recursos.
LEANDRO.-Yo traigo cartas de introducción para personas de valimiento en esta ciudad, que podrán socorremos.
CRISPÍN.-¡Rompe luego esas cartas y no pienses en tal bajeza? ¡Presentarnos a nadie como necesitados! ¡Buenas cartas de crédito son ésas! Hoy te recibirán con grandes cortesías, te dirán que su casa y su persona son tuyas, y a la segunda vez que llames a su puerta, ya te dirá el criado que su señor no está en casa ni para en ella; y a otra visita, ni te abrián la puerta Mundo es éste de toma y daca; lonja de contratación, casa de cambio, y antes de pedir, ha de ofrecerse.
LEANDRO.-¿Y qué podré ofrecer yo si nada tengo?
CRISPÍN.-¡En qué poco te estimas! Pues qué, un hombre por sí, ¿nada vale? Un hombre puede ser soldado, y con su valor decidir una victoria; puede ser galán o marido, y con dulce medicina curar a alguna dama de calidad o doncella de buena linaje que se sienta morir de melancolía; puede ser criado de algún señor poderoso que se aficione de él y le eleve hasta su privanza, y tantas cosas más que no he de enumerar. Para subir, cualquier escalón es bueno.
LEANDRO.-¿Y si aun ese escalón me falta?
CRISPÍN.-Yo te ofrezco mis espaldas para encumbrarte. Tú te verás en alto.
LEANDRO .-¿Y si los dos damos en tierra?
CRISPíN.-Que ella nos sea leve. (Llamando a la hostería con el aldabón.) ¡Ah de la hostería! ¡Hola, digo! ¡Hostelero o demonio! ¿Nadie responde? ¿Qué casa es ésta?
LEANDRO.-¿Por qué esas voces si apenas llamasteis?
CRISPÍN.-¡Porque es ruindad hacer esperar de ese modo! (Vuelve a llamar más fuerte.) ¡Ah de la gente! ¡Ah de la casa! ¡Ah de todos los diablos!
HOSTELERO.-(Dentro.) ¿Quién va? ¿Qué voces y qué modo son éstos? No hará tanto que esperan.
CRISPÍN .-¡Ya fue mucho! Y bien nos informaron que es ésta muy ruin posada para gente noble.

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