Los israelitas españoles y el idioma castellano: Artículo VI

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VI


SI los lectores han tenido la benevolencia necesaria para leer cuanto dejamos expuesto en los artículos anteriores, comprenderán la necesidad que sentimos de escribir este último, donde nos proponemos formular algunas mociones sobre la materia. Porque ¿cómo declararla terminada, sin aventurar primero algunos consejos, que sirvan para entablar relaciones, y conseguir influencias que nos sean de alguna utilidad?

Repitiendo motivos esenciales que debemos no olvidar, ni desatender jamás, hay que recordar un día y otro día que los pueblos previsores y bien administrados, luchan sin descanso por multiplicar y robustecer sus influencias internacionales, siendo una de ellas la que se deriva de la difusión del propio idioma; y que España ha perdido tanto, y todo tan valioso, en sus últimos desastres, que necesita buscar por doquiera ingresos y compensaciones, que aumenten y desarrollen sus menguadas riquezas, energías y universal prestigio. Inglaterra, Alemania, Italia y Francia acreditan con su conducta la especie de que hay una patria donde está su idioma; y puesto que aún existe esta ocasión perfectamente racional y positiva de dilatar nuestra soberanía intelectual, aquistando a cambio de reparaciones justas, muchas simpatías, afectos y precioso tributo lingual en una raza trabajadora, de fidelidad histórica sin ejemplo, que se halla diseminada por muchísimas naciones del mundo civilizado y del Oriente, sería la mayor de las torpezas, y la más lamentable de las imprevisiones, dejar que esto se perdiera, y que, pasados más ó menos lustros, hubieran adquirido otras naciones para su medro lo que nosotros tuvimos y menospreciamos. Raro y muy censurable hecho es el de que, mientras Francia, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos fomentan en sus escuelas la enseñanza del español, poniéndole á la altura de otros idiomas necesarios en la concurrencia social, lo cual hacen sirviendo á sus fines especulativos, nosotros no hayamos parado aún mientes en tales materias, ni realicemos aquello que menos iniciativas, sacrificios y energías nos demanda.

Eso de que haya—de una parte—por el mundo, en situación estratégica ideal, más de medio millón de familias que se llaman españolas, las cuales se proclaman románticamente, ya hermanas, ya hijas nuestras, suspiran por España y se emocionan con inefables ternuras cuando invocan y recuerdan sus bellezas naturales, considerando su lejana pérdida como una inconsolable desgracia igual á la de Jerusalén; y eso de que estas familias, por motivos religiosos, por tradiciones conservadas, por leyendas y romances sentidísimos, propagados en el santuario del hogar, de unas en otras edades, y por una como orgánica herencia, que quizás vincularon y mantuvieron casualmente desgracias sin término, propendan á la veneración de la patria legendaria y muestren agradecer hondamente las atenciones y solicitudes cariñosas que les puedan dispensar nuestros gobiernos, y en cambio de la otra parte, ó sea la nuestra, obligada á la reparación y al aprecio, y además con ello gananciosa, no se muestren atenciones, generosidad y aprovechamiento, eso debe condenarse como una desdichadísima torpeza, reveladora de afrentosa y censurable ignorancia, propia no más de un pueblo que viene perdiendo sus legendarias grandezas, solamente por no saber estimar los sucesos y los intereses con aquel sentido de la realidad de que jamás deben carecer los países bien gobernados.

Vamos, pues, á proponer algo que evite otro remordimiento histórico, y una pérdida cuantiosa, y para ello vamos á dirigirnos á cuatro entidades nacionales, que creemos están obligadas á realizar algo en este negocio: el Ministerio de Estado, la Academia de la Lengua, las Cámaras de Comercio y la Asociación de Escritores y Artistas.

Procedamos ordenadamente.

¿Qué ha hecho nuestro Ministerio de Estado, qué han hecho nuestros gobiernos, durante tantos siglos, por conocer y atraerse esta muchedumbre española desparramada por el mundo, después que confesaron el perjuicio que nos ocasionó su expulsión? No conocemos nada. Arrojamos de nuestro suelo airadamente á los israelitas, con el famoso edicto de los Reyes Católicos fechado en 31 de Marzo de 1492; salieron atropelladamente, como les fué posible y consentía el plazo de cuatro meses que aquél señalaba (4 lo más tardar hasta fin de Julio próximo, decía); se desbandaron por Europa y Africa; la mayoría fué á Oriente, buscando la tolerancia protectora y egoísta de Bayaceto II; allí y en todas partes siguieron amando á España, cultivando su literatura y su lengua, dando pruebas de honradez cívica, de laboriosidad, de humildad y de inteligencia, y nosotros, ni como curiosidad étnica, ni como materia literaria, volvimos á ellos la vista y el estudio, ni les dispensamos atención y aprecio. Condenamos después, sí, y lamentamos mucho nuestra torpe determinación de entonces, pero nada más hicimos. Ellos quedaron con el dolor de su luctuoso destierro, y nosotros con la memoria de nuestra absoluta intransigencia; y así hemos llegado hasta el día de hoy, sin tratarnos, y ya hasta sin conocernos, por mantener aparentemente nuestras posiciones y actitudes de hace 412 años, ó más bien por no hacer seguir al cambio de sentimientos de ideas y circunstancias, los medios de acción convenientes.

Dejemos á un lado cuanto interesa á motivos religiosos: que cada raza y cada pueblo vivan con la religión suya, y que luego, dentro de este enunciado categórico, cada sujeto tenga la que le cuadre. España pasa por nación fervosamente católica, y quien pudiera hacer el registro exacto de las conciencias de sus individuos, con seguridad llegaría á un resultado muy distinto del que se anuncia.

Dejemos igualmente cuanto interesa al tema fantástico de la repatriación en masas de los desterrados; porque ni esto es práctico, ni los israelitas abandonarían aquellas naciones donde tienen sus intereses, y donde también guardan las cenizas de las generaciones allí vivientes durante cuatro siglos, que ya son bastantes para santificar el suelo de sus actuales patrias con recuerdos venerandos.

Acerca de ambos fundamentales motivos podemos y debemos hacer dos importantísimas manifestaciones.

Una de ellas es que España tolera hoy y respeta, como cumple á todo pueblo civilizado que rinde culto al derecho de gentes, cualesquiera prácticas religiosas. Cierto es que nuestras grandes ciudades, Madrid, Barcelona, Sevilla, no ostentan ese testimonio cosmopolita que se observa en París, Londres, Berlín, Viena, Constantinopla, donde la iglesia griega, con sus refulgencias y alegrías deslumbradoras, la sinagoga con sus líneas orientales, y el templo protestante con su austera sobriedad, coexisten en culta compañía con las iglesias apostólico-romanas, y constituyen ese conjunto de fraternidad y tolerancia que ya por sí expresa la más sentida y hermosa oración que se puede elevar al padre común de la siempre desventurada y dolorida humanidad. Pero si esto no existe, efecto de nuestro escasísimo carácter cosmopolita, en España hay ya muchas capillas evangélicas que practican su culto tranquilas y confiadas, al amparo de nuestra ley constitucional, y como existen éstas pueden existir los templos de otros cultos, cualesquiera que ellos sean.

La segunda manifestación es que el ilustre Marqués de la Vega de Armijo, con motivo de las persecuciones rusas, ferozmente medioevales, del año 1881 contra los judíos, y seis años después don Práxedes M. Sagasta, con ocasión de una pregunta que le formuló en el Congreso de los diputados el que lo era republicano D. Eduardo Baselga, la tarde del 11 de Febrero de 1887, han significado en términos categóricos que los israelitas que desearen venir á España, hallarían aquí un pueblo tolerante, hospitalario, donde, al amparo de los artículos 2.° y 11 de la Constitución de la Monarquía española, gozarían de todos los derechos civiles correspondientes, sin sufrir leyes de excepción, vejaciones ni atentados de clase alguna. Probablemente esto no será bien conocido de los israelitas españoles todos; quizás aún perdure en sus recelos la idea de que nuestros gobiernos son clericales, y la figura siniestra de Torquemada rige los destinos públicos; y á ello induzcan nuestras campañas políticas, apasionadas y con frecuencia indiscretas. Pero lo cierto es que la cultura española actual y las leyes, ya no consienten á ningún Gobierno, por reaccionario que fuese, atentar al sagrado derecho de la conciencia religiosa. Esto, como la Inquisición, pasó por siempre á la historia. Las fronteras españolas están abiertas á sus antiguos hijos, como á todo el mundo; el edicto famoso de Fernando y de Isabel prescribió ya, porque leyes posteriores le han revocado, y si el centro español de inmigración israelita que se formó en Madrid en 30 de Diciembre de 1886, bajo la presidencia honoraria del Excmo. Sr. D. H. Guedalla, de Londres, la efectiva del Sr. Lapuya y el concurso de otros señores, no dió resultado, nada de extraño tiene, ni hay por qué analizar aquí las causas naturales que lo explican. Lo esencial es que hoy los israelitas se pueden nacionalizar fácilmente en España si quieren hacerlo.

Yo pedí al Ministro de Estado, en el Senado, que hiciese una estadística, por sus cónsules, de la distribución geográfica y población de esta raza; que prefiriera sus individuos para nuestras representaciones consulares en los países respectivos, y que se les atestiguase, por atenciones que nada cuestan y siempre son muy agradecidas, por ejemplo, algunas condecoraciones, que España les considera y estima como á hijos suyos; y esto bastaría para sembrar buen trigo en su ánimo, que es campo fértil, y para recoger cosechas copiosas de agradecimiento y adhesión, que dan siempre luego fruto de saneadas ganancias.

Pedía yo que la Real Academia Española de la Lengua, de quien no sabemos haya realizado actos de atracción, curiosidad ó atenciones con la literatura actual y los publicistas afamados judío-españoles, honrase á algunos nombrándoles corresponsales, instituyese premios que estimulasen á los escritores en idioma ladino, á procurar la corrección de su idioma y la identificación con el nuestro. En el librito anuario de esta ilustre corporación, correspondiente al año último (1903), tras de la lista de los académicos numerarios aparece la de los correspondientes españoles y extranjeros, de los cuales si se exceptúa el R. P. Körosi Albin, de Budapest, ninguno hay que pueda decirse corresponde al Oriente de Europa, y esto en el supuesto de considerar como de esa región á la capital de Hungría, que es más bien del Centro. Hay noventa académicos correspondientes, muchísimos con residencia en todos los estados de la América del Sur y en casi todas las naciones de Europa, pero faltan absolutamente en aquellas donde el idioma judío español se cultiva y tiene escuelas, publicistas, etc..., lo cual atestigua que faltan totalmente las relaciones que debiera de haber entre la corporación que cuida de conservar y difundir nuestro idioma, y los muchísimos y afamados escritores judeo-españoles que cultivan el castellano en Constantinopla, Salónica, Esmirna, Bucarest, Viena, Budapest, Andrinópolis y otros centros semejantes. Hay entre ellos muchos, sin duda, merecedores de un honor que agradecerían, y permitiría entablar relaciones interesantísimas. Si unos cuantos párrafos escritos y palabras pronunciadas por persona tan modesta como quien esto escribe, han provocado una correspondencia conmovedora con personas honorables, en puntos muy distintos domiciliadas, ¿cuánto no lograría la ilustre Academia Española de la Lengua, si prestase alguna atención y estímulo à semejante empresa?

Séame permitido señalar aquí algunos nombres. El primero me lo trae la fama de Oriente, que allí recogí: el ilustre publicista David Fresco, pedagogo distinguido, de quien dice Franco en su Essai sur l'histoire des Israélites de l'Empire Otoman, que es tan popular en Turquía por sus obras y sus periódicos, que desde las riberas del Bósforo á las del Danubio, y en todo el litoral del Archipiélago y del Mediterráneo, en Oriente, no hay israelita más conocido. Su periódico El Tiempo fué consideradocomo modelo de confección, variedad y lenguaje judeo-español, y se dice literalmente que «está escrito en un estilo tan puro, que muchos artículos, transcribiéndolos de los caracteres rabínicos á los caracteres latinos, podrían sostener la comparación con un diario español». La biografía de este escritor, que no podemos publicar aquí, es notable; su figura intelectual brilla desde muy temprana edad; su cooperación á la cultura de sus hermanos es extraordinaria; la prensa y el libro le deben fecundísima y sana labor; su estilo literario es muy celebrado por su ternura, delicadeza y gracia, y algunas obras suyas se han hecho ya clásicas.

Vaya en segundo lugar Enrique Bejarano, quien ha publicado mucho en numerosos periódicos de Germania, Galicia (la austriaca), Jerusalén, Constantinopla, Bucarest y Bulgaria, y aun en alguna revista española. Profesor de la lengua española en el colegio que dirige en la capital rumana, su estilo es apasionado, lírico, de una afectuosidad y gallardía muy atrayentes, y sus conocimientos lingüísticos son extraordinarios, cuales corresponden á quien posee muchos idiomas. Tiene inédita una rica colección de romances, sentencias, cuentos..... recogidos durante varios años por los pueblos de Oriente, y realizaría una obra muy plausible la Academia si los publicase por su cuenta, y los convirtiera en un libro de educación literaria judeo-israelita.

Meritoria es la figura de David Rousso, abogado de Constantinopla, gran conocedor del idioma castellano oriental, á quien se debe en parte la defensa suya ante la tentativa de abandonarle, y señalado como ilustre en artes literarias por eminencias científicas del renombre de Elías Pachá, médico del Sultán, en carta que hemos publicado.

Este distinguido israelita se ocupa activamente en la obra de colonización judía en Palestina, adonde hace frecuentes viajes.

Aron Josef Hazán, de Esmirna, es propietario y director de La Buena Esperanza, descendiente de una ilustre familia, que se significó en materias religiosas.

Sadi Levy, de Salónica, es propietario y director del periódico La Epoca, persona ilustrada y laboriosa, que ha trabajado mucho por elevar la cultura de los israelitas españoles en una ciudad donde esta raza abunda y predomina como en ninguna otra, al grado de constituir el 60 por 100 del censo total.

Abraam Danón, de Andrinópolis, director del Seminario Israelita de Constantinopla, es autor del folleto sobre los antiguos romances españoles, que ya hemos dado á conocer en artículos anteriores. Este sabio es un erudito afamado, fundador de El Progreso, de Andrinópolis, revista que vió la luz en 1888 para publicar documentos relativos á la Historia de los Israelitas de Oriente. Ha publicado una Revue des études juifs, y otras obras científicas de grande interés.

Los Sres. D. Rabbi Elías Crispín, natural de Zagara la Vieja (Bulgaria), quien redactó en El Luzero de la Paciencia, con caracteres latinos; don Samuel Elías, que lo hizo en el Amigo del Pueblo, en Ruscink, y D. A. Capón, de Sarayevo (Bosnia), que redactó en La Alborada, han adquirido merecido renombre literario.

Don M. Franco, uno de los distinguidos y celosos profesores de la Alianza, publicó en 1897 una obra notable acerca de la Historia de los Israelitas del Imperio Otomano desde sus orígenes hasta nuestros días, en francés; libro de mucho mérito y documentado con abundancia. También el joven don Salomón A. Rosanes, muy impuesto en la historia del pueblo judío español, ha publicado en francés una biografía de su familia, que es renombrada, un estudio sobre los judíos españoles de su país. Parece que prepara otro estudio muy documentado sobre los judíos españoles en general.

En unión con estas celebridades literarias deben aparecer otras como los ya citados Elías Pachá, médico particular de S. M. I. el Sultán, gran cordón de Osmanic, gran cordón de Medjidié, medalla de oro y plata de Imtiaz; Isaac Pachá, vicealmirante, inspector sanitario de la Marina otomana, presidente del Consistorio Central de Israelitas de Turquía, à quien el Sultán encargó muchas comisiones importantes, y por ello soberanos extranjeros, y aun el propio Abdul-Hamid, han condecorado con muchas y distinguidas órdenes; el coronel D. Moisés dal Medico, también tratadista renombrado; Pinhas Asayag, de Tánger; el ilustrado pedagogo Moisés Fresco, de Gálata, de quien tenemos interesante correspondencia, y otros muchos que con mejor ocasión y mayor espacio presentaría muy gustoso al público español.

¿No cree la Real Academia de la Lengua que con ellos se puede abrir un comercio de ideas, escritos y correspondencias importantes? ¿Perdería algo la eximia Corporación al nombrarles correspondientes y comprometerles en la patriótica tarea de regenerar su idioma, redactando gramáticas y libros adecuados? ¿No podría gestionar subvenciones y organización de enseñanzas en español?

La Asociación de Escritores y Artistas tiene aquí también un hermoso campo donde realizar labores productivas à la gloria y al provecho de las letras españolas. Parte de ese público siente curiosidad por las obras españolas, y las desconoce completamente. A sus manos llegan libros de todos los idiomas europeos, menos del nuestro. A una distinguida y linda señorita de Viena mandé un compendio de la Gramática de la Academia, y á un rico agente de Rumania un Diccionario franco-español,
ISAAC-PACHÁ MOLHO
médico del sultán de turquía
que me pidieron; novelas, poesías, periódicos, hemos mandado en diferentes direcciones, y todo suscita interés y reconocimiento. ¿Por qué no hacer algo para conquistar este público, y que sirva á nuestro mercado literario, ya algo desarrollado entre los judíos españoles de Marruecos? La obra que realiza la Unión Ibero-Americana por

estrechar lazos entre los pueblos de América y los de Iberia es hermosa, patriótica y productiva. ¿Por qué no acometer obra semejante con nuestros hermanos los israelitas españoles, situados más cerca, y quizás más fáciles para la adhesión?

Por último, las Cámaras de Comercio deben advertir la trascendencia que puede tener reconquistar la amistad de la raza más comercial y mejor diseminada que existe en el mundo. Si esas Corporaciones sirven de algo, prevén algo y son capaces de llevar su examen más allá de las fronteras, y así lo creemos, no mirarán con indiferencia una cuestión de esta índole.

¡Y basta ya!

Terminaré haciendo constar mi agradecimiento á La Ilustración Española y Americana por la excelente acogida que ha dispensado á estos artículos. Pude llevarlos á revistas varias; pero creí que una materia como la tratada debía ser dignamente expuesta en dicha publicación, que es honra de nuestras bellas artes y galardón de nuestra literatura, y en cuyas cultísimas, serenas y distinguidas columnas han dejado las huellas de su ingenio y de su patriotismo nuestros más ilustres y gloriosos escritores contemporáneos. ¿Cuál otra podía presentarse tan sugestiva y seductora á los ojos y al análisis de los mismos israelitas españoles? ¿Acaso sus bellas y meritorias páginas no han de servir, también, para hacerles evocar gratos recuerdos de la patria hermosa donde se imprimieron?

Bejarano me escribe, con fecha 15 de Febrero, que el primero de mis artículos, publicado en La Ilustración, hizo llorar á él, á su esposa y á sus hijos, cuando escuchaban su lectura y evocaban dulces recuerdos de la patria perdida. ¡Qué mayor premio para mi humilde trabajo! ¡Qué más sublime recompensa para una publicación consagrada á la exaltación purísima del alma española!