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Los ladrones de Londres/Capítulo XIII

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COMO POR MEDIO DEL VIEJO CHISTOSO EL LECTOR INSTRUIDO VA Á ADQUIRIR RELACIONES CON UN NUEVO PERSONAGE. —PARTICULARIDADES Y HECHOS INTERESANTES PERTENECIENTES A ESTA HISTORIA.

CUANDO el Camastron y su digno amigo maese Bates se juntaron á los que persiguian á Oliverio despues de su atentado á la propiedad de Mr. Brownlow, obraban por interés propio porque como la libertad individual es el primer derecho de que se envanece un inglés de raza pura, no tengo necesidad de demostrar al lector que esta accion debia ensalzarles á la vista de todo buen patriota.

Solo despues de haber recorrido un laberinto de callejones, nuestros dos muchachos se detuvieron de comun acuerdo bajo una bóveda baja y sombría. Habiendo permanecido en ella y en silencio el tiempo preciso para cobrar aliento, maese Bates dió un grito de satisfaccion y de alegria y arrancando una estrepitosa carcajada se dejó caer en el lindar de una puerta para desahogarse á discrecion.

—Que... que es esto? —preguntó el Camastron.

—Ah! ah! ah! —hizo Cárlos.

—Te callarás? —prosiguió el Camastron mirando á su alrededor con precaucion. —Tienes ganas de que nos pellizquen animal!

—Ello es mas fuerte que yo. —dijo Cárlos —No puedo impedirlo. Me parece que lo estoy viendo correr y pegar de narices en las esquinas de las calles y luego como si fuera de piedra como ellas volver á picar con los talones las espaldas de un modo tan gracioso y yo con el pingajo en mi faltriquera gritando tras él como los otros: Ah! ah! ah!.. que chistoso!

La imaginacion activa de maese Bates le representaba la escena con colores demasiado vivos, pues al llegar á este punto de su discurso se revolcó sobre el lindar de la puerta y arreció su risa de un modo aturrullador.

—Que vá á decir Fagin? —preguntó el Camastron aprovechándose de un instante en que su amigo no podiendo mas guardó silencio.

—Que? —reposo Cárlos.

—Si; que! —dijo el Camastron.

—Caramba! —esclamo Cárlos, un tanto afectado del modo con que el Camastron hizo esta observacion: —¿y que puede decir?

El Camastron á guisa de respuesta se divertió silvando, luego quitándose el sombrero se rascó la cabeza haciendo dos ó tres muecas.

—No te comprendo. —dijo Cárlos.

—Tara ri ra la... la tia Miguela ha perdido su... —moduló el Camastron con aire truanesco.

Esto era esplicativo; pero no satisfactorio. Maese Bates lo comprendió así y preguntó á su amigo que es lo que queria decir.

El Camastron no respondió; pero dan lo una rápida cabezada para volver el sombrero á su sitio y pasando por sobre sus codos los largos faldones de su casaca, se hizo un bulto en la meg illa con su lengua, se dió algunos capirotazos en la nariz con un aire familiar el mas espresivo y haciendo una pirueta se precipitó dentro la entrada. Maese Bates le siguió con ademan pensativo. El ruido de sus pasos en la vieja escalera llamó la atencion del judío sentado en este momento ante el hogar con una salsicha y un panecillo en su mano izquierda, un cuchillo en su derecha y un jarro de estaño sobre el taburete. Era de notar una sonrisa innoble en sus labios descoloridos al volverse para escuchar atentamente dirijiendo el oido hacia la puerta y lanzando una mirada salvaje por debajo sus cejas rojas.

—Que significa? —murmuró cambiando de espresion. —No son mas que des ahora! Donde está el tercero? Les habrá sucedido algo? Escuchemos!

Los pasos se oyeron mas distintamente. Los dos caballeritos llegaron á la maseta, la puerta re abrió suavemente y volvió á cerrarse tras de ellos.

—Dónde está Oliverio? —prorumpió el judío con furia —Qué habeis hecho de él?

Los dos pilluelos se miraron uno á otro perturbados como si temieran la cólera del viejo; pero se callaron.

—Qué ha sido de Oliverio? —dijo el judío cojiendo al Camastron por la garganta y amenazándole con imprecaciones horribles. —Habla ó te estrangulo! Hablarás? —clamó con voz de trueno y sacudiéndole con fuerza.

—Canario! Ha sido pellizcado y nada mas. —dijo al fin el Camastron con tono áspero —Vaya, dejadme ya! —continuó y de un solo empujo desprendiéndose de su casaca que quedó entre las manos del judío, cojió la aguja del azador y asestó al chaleco del viejo chistoso tal bote que si lo alcanza le hubiera privado de sus gracias al menos por seis semanas sino por dos meses.

El judío en tai percance retrocedió con mas ligereza de la que era de esperar en un hombre de su edad y apoderándose del jarro de estaño se preparaba para arrojarlo á la cabeza de su adversario, cuando Cárlos Bates llamando en este momento su atencion por un ahullido espantoso cambió el destino del jarro y Fagin lo arrojó lleno de cerveza á la cabeza de este último.

—Ea! Que diablos pasa ahora aquí? —murmuró una voz gruesa —Quién me ha tirado esto á la cara? Puede darse por muy feliz que haya recibido solo la cerveza y no el jarro, pues de otro modo hubiera hecho mi negocio con alguno. Jamás me hubiera pasado por el magin que un viejo ladron de judío pudiera arrojar otra cosa que agua... Que significa todo esto Fagin? El diablo me lleve si mi corbata no está llena de cerveza... Vén acá tu... Que tienes que hacer pegado á esa puerta? Como si debieras avergonzarte de tu amo!

El hombre que refunfuñó estas palabras era un moceton de treinta y cinco años poco ó menos, vestido con un redingote de terciopelo de algodon negro, unos calzones de paño burdo muy estropeados, borcejies y medias de algodon gris que cubrian unas piernas macisas adornadas por gruesas pantorrillas; piernas en fin de aquellas á quienes parece faltar algo sino van guarnecidas de grilletes.

—Ven acá ¿lo entiendes? —dijo con acento nada lisongero.

Un perro blanco de pelo largo y sucio y con la cabeza llena de cicatrices entró arrastrándose en el aposento.

—Os haceis rogar mucho! —continuó el hombre —Os costaba acaso reconocerme en medio de tan honrada compañía? Acostaos alli!

Esta órden fué acompañada de un puntapié que envió al animal al otro estremo del aposento.

—De que proviene pues esa batalla? Viejo ladronazo ¿porque maltratais á los muchachos? —dijo el hombre sentándose con mucha prosopopeya. —Me estraño que no os hayan asesinado. Si fuera yo de ellos lo haria. Si hubiera sido vuestro aprendiz largo tiempo ya que esto estaria hecho y que... pero no, no hubiera podido sacar un sueldo de vuestra piel, porque no sois bueno mas que para meteros en una botella para enseñaros como un fenómeno de fealdad y creo que no se soplan de bastante grandes para conteneros.

—Silencio! Silencio Señor Sikes! —dijo el judío tembloroso —No hableis tan alto.

—Si os place no tantos cocos —prosiguió el bandido —llamándome Señor. Comprendo donde quereis ir á parar cuando tomais ese tono; á nadie bueno por cierto. Llamadme por mi nombre, le teneis muy conocido. No creais que lo deshonre cuando llegue mi hora!

—Está bien; está bien Guillermo! —dijo el judío, con abyecta humildad —Parece que estais de mal humor?

—Pueda que si. —replicó Sikes —Tambien á mi se me figura que vos no estais de buen temple cuando os ocupais en arrojar jarros de estaño á la cabeza de las gentes, á menos que vuestra intencion no sea hacerles mas daño que cuando los denunciais y cuando...

—Habeis perdido la cabeza? —dijo el judío tomando al otro por la mano y señalándole con el dedo á los muchachos.

Sikes por toda respuesta hizo ademan de pasar un nudo corredizo al rededor del cuello y dejó caer la cabeza sacudiéndola sobre la espalda derecha; pantomina que el judío pareció comprender perfectamente. Luego en términos de caló de que su conversacion estaba llena; pero que es inútil trasladar aquí porque no serian comprendidos, pidió un vaso de licor.

—Espero que no le echaréis veneno! —dijo poniendo su sombrero sobre la mesa.

Esto fué dicho con tono de broma; pero si él hubiera podido ver la sonrisa amarga con que el judío se mordió el labio al dirijirse hacia el armario, hubiera pensado que la precaucion no era del todo inútil ó que el deseo de practicarse en el arte del destilador no estaba lejos en aquel momento del corazon del chistoso viejo.

Despues de haber tragado dos ó tres vasos de licores, Sikes se dignó fijar su atencion en los dos jóvenes caballeros, condescendencia por su parte que llevó á una conversacion en la que la causa del arresto de Oliverio fué relatada con tales detalles y comentarios que el Camastron juzgó conveniente obrar segun las circunstancias.

—Tengo mucho miedo de que nos haga un flaco servicio si llega á bachillerear.

—Es muy posible. —repuso Sikes con una sonrisa maligna. —Fagin vos estais hecho un ascua.

—Tambien tengo mucho miedo —prosiguió el judío mirando al otro fijamente y sin dar muestra de haber parado la atencion en la chufleta que acababa de lanzar —tengo mucho miedo de que si el pastel se descubre para mi, no lo sea tambien para muchos otros y esto querido Sikes tendria maldita la gracia mas para vos que para mi.

—Es preciso que alguno vaya á saber lo que ha pasado en el tribunal de policía. —dijo Sikes con tono mas bajo del que había usado á su llegada.

El judío hizo una señal de aprobacion.

—Sino ha garlado y está en la prision no hay peligro hasta que salga de ella —repuso Sikes —y entonces será necesario no perderle de vista. Es preciso poner manos á la obra de un modo á otro.

El judio hizo una nueva señal de cabeza aprobativa.

La prudencia de este plan de conducta era evidente sin duda alguna; pero desgraciadamente obstaba un grande impedimento para ponerlo en ejecucion. Fué el caso que él Camastron, Cárlos, Fagin y el mismo Sikes afirmaron cabalmente á una, que tenian la mas grande antipatia en acercarse á un tribunal de policía por cualquier causa y pretexto que fuera.

Difícil seria calcular cuanto tiempo hubieran podido estarse mirando uno á otro en un estado de incertidumbre nada agradable. Además tampoco es necesario formar ninguna conjetura sobre este punto porque la entrada repentina de dos señoritas que Oliverio había visto ya la primera noche de su llegada al domicilio del judío reanimó la conversacion.

—Ya está resuelta la dificultad! —dijo Fagin —Betty irá. ¿No es cierto querida?

—Dónde? —preguntó esta.

—No mas que hasta el tribunal de policía. —contestó el judío con tono dulce.

Es preciso hacer justicia á la jóven diciendo que positivamente no rehusó; pero que expuso sencillamente el deseo de darse al diablo antes que ir allá; excusa honesta y delicada que prueba que la señorita estaba dotada de esa cortesia natural que no permite afligir á su semejante con una negativa formal.

El judío un si es ó no es desconcertado por la respuesta de esa Señorita que iba graciosamente (por no decir magnificamente) engalanada con un vestido colorado, botitas verdes y rizos rubios, se dirijió á la otra.

—Querida Nancy que dices á esto? —preguntó con aire melifluo.

—Que no me va ni me viene —respondió Nancy —y así que no vale la pena de dirigirse á mi.

—Que quieres decir con eso? —dijo Sikes levantando bruscamente la cabeza.

—Lo que digo Guillermo. —replicó la jóven con la mayor sangre fria.

—Porqué? —añadió Sikes —Tu eres justamente la persona que nos conviene; nadie te conoce en aquel barrio.

—Per eso no tengo ningunas ganas de que me conozcan. —continuó Nancy en el mismo tono.

—Ella irá Fagin. —dijo Sikes.

—No; ella no irá Fagin! —esclamó Nancy.

—Os digo que ella irá Fagin! —replicó Sikes.

Este tenia razon; á fuerza de amenazas, de promesas y de dadivas alternadas, la Señorita en cuestion se dejó persuadir al fin. No militaban para ella las mismas consideraciones que retenian á su amable amiga; habiendo poco que había dejado el barrio de Ratcliffe para venir ha habitar el cuartel de Field-Lane que le es del todo opuesto no había miedo de que fuera reconocida por ninguno de sus numerosos conocidos.

De consiguiente habiéndose puesto un delantal blanco y escondido sus rizos dentro un gorro de paja (dos artículos de adorno sacados del almacen inagotable del judío.) Nancy se dispuso para llenar su comision.

—Espera un momento querida. —dijo el judio trayendo una cesta pequeña con tapadera —Toma esto que infunde un aspecto mas respetable.

—Fagin dadle tambien una llave gruesa para llevarla en la otra mano. —dijo Sikes —Asi se parecerá mas á una cocinera que vá al mercado.

—Es muy cierto por vida mia! —repuso el judío pasando una gruesa llave por el index de la mano derecha de la jóven. —Ah! ah! Esto es! —continuó frotándose las manos.

—Oh! hermano! querido hermano! hermanito de mi alma! —esclamó Nancy fingiendo dolor y retorciéndose las manos en señal de desesperacion —¿Qué ha sido de él? Donde lo han llevado? Ah! por misericordia, decidme señores ¿que se ha hecho este niño? os lo suplico señores! decídmelo!

Habiendo pronunciado estas palabras en el tono mas lastimoso con gran satisfaccion de sus oyentes, Nancy se calló, lanzó una mirada á la compañía, dirigió una sonrisa de inteligencia á cada uno y desapareció.

—Ah! Es una muchacha muy diestra hijos mios! —dijo el judío sacudiendo la cabeza con ademán grave como una muda advertencia de seguir el ilustre ejemplo que acababan de tener ante sus ojos.

—Es la gloria y el honor de su sesco —añadió Sikes llenando su vaso y dando un golpe sobre la mesa con su puño enorme —A su salud! Quiera Dios que todas las mugeres se le parezcan!

Mientras que en su ausencia se hacia de ella tal elogio, la incomparable jóven se dirijia ligera hácia el tribunal de policía donde llegó al cabo de poco tiempo con toda seguridad á pesar de la timidez natural en su secso de andar solo por las calles.

Entrando por la parte trasera del edificio, llamó suavemente con su llave á la puerta de una de las celdillas y puso el oido atento; como no oyó ningun ruido dentro, tosió, escuchó otra vez y viendo que nadie la respondia dijo con tono dulce:

—Oliverio! Oliverio! amigo mio!

—Quien está ahí? —respondió desde el interior una voz débil y desmayada.

—No hay aquí un muchacho? —preguntó Nancy suspirando.

—No! —replicó la misma voz —Que Dios le libre de ello!

Como ninguno de los presos respondió al nombre de Oliverio, ni pudo dar razon de él, Nancy se dirijió en derechura al carcelero (el mismo gordinflon con chaleco rayado de que se ha hablado ya) y con lamentos y gritos que hizo todavia mas dignos de lástima agitando su cesta y su llave, pidió á su hermano adorado.

—No está aquí querida! —dijo aquel.

—Donde se halla? —preguntó con acento estraviado.

—El caballero se lo ha llevado.

—Que caballero? Oh! Dios mio! que caballero?

En contestacion á esas preguntas incoherentes el Carcelero relató á la buena hermana afligida, que habiéndose desmayado Oliverio en el despacho del magistrado y presentándose luego un testigo que probó haber sido cometido el hurto por otro niño, había sido absuelto y llevado por el querellante á su domicilio situado en algun sitio allá por el lado de Pentonille segun la direccion que el susodicho querellante había dado al cochero en el acto de subir al fiacre.

Poseida por él terror de la duda y de la incertidumbre la bella exploradora se retiró tambaleándose; pero apenas hubo pasado el lindar de la puerta volviendo á tomar su paso firme y seguro se dirijió muy de prisa á la habitacion del judío por el camino mas largo é intrincado.

No bien Guillermo Sikes tuvo conocimiento del resultado de las pesquisas de Nancy, llamó á su perro bruscamente y poniéndose el sombrero se fué sin despedirse de la compañía.

—Hijos mios! Es preciso que averigüemos donde se halla; es preciso que lo encontremos! —dijo el judío sumamente turbado —Cárlos! no hagas otra cosa mas que ir en su busca hasta que nos traigas noticias suyas. Nancy, querida mia! De todos modos es necesario que yo le encuentre! Para ello cuento contigo querida; contigo y con al Camastron.

—Esperad! esperad! —añadió abriendo los cajones de la cómoda con mano trémula —Tomad este dinero amigos! —Esto diciendo los empujó fuera del aposento y cerrando cuidadosamente la puerta con los cerrojos y la llave, sacó de su escondrijo la caja que á pesar suyo había puesto á la vista de Oliverio y ocultó todos los relojes y joyas entre sus vestidos.