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Los ladrones de Londres/Capítulo XIV

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DETALLES REFERENTES Á LA PERMANENCIA DE OLIVERIO EN CASA MR. BROWNLOW. —PREDICCION NOTABLE DE UN CIERTO MR. GRIMWIG CON MOTIVO DE UN MENSAGE CONFIADO AL NIÑO.

OLIVERIO volvió pronto del desmayo que le había causado la exclamacion brusca de Mr. Brownlow, y habiéndose evitado con cuidado todo lo perteneciente al retrato, como tambien lo que podia tener referencia á la historie ó al porvenir del niño la conversacion versó sobre cosas capaces de alegrarle sin excitar su sensibilidad. Estaba aun demasiado débil para poderse levantar á la hora del almuerzo; pero la mañana siguiente cuando bajó al aposento del ama de llaves su primer cuidado fué lanzar una mirada á la pared esperando volver á ver el rostro de la bella señora.

—Ah! —esclamó el ama de llaves siguiendo con su vista la mirada de Oliverio. —Ya lo veis; se afufó.

—Si lo veo señora! —respondió Oliverio suspirando —¿Porqué lo han quitado de allí?

—Lo han bajado al salon hijo mio; porque Mr. Brownlow, dice que la vista de ese retrato os hace daño sin duda y esto podria retardar vuestro restablecimiento.

—Oh! que no señora! Os aseguro que no me hacia ningun daño; tenia tanto placer en verle!

—Está bien! está; bien! —dijo el ama con acento jovial —Restableceos lo mas pronto que podais y se le volverá á su sitio; yo os lo aseguro! Ahora hablemos de otra cosa.

Esto es todo lo que Oliverio pudo saber por esta vez del cuadro misterioso y la anciana que se había manifestado tan buena para él durante su enfermedad, procuró trasladar la atencion á otro objeto y de consiguiente le espetó algunas noticias respecto á su hija; una buena moza á fé mia casada con un bravo muchacho habitando ambos en provincia, cuales noticias aquel escuchaba con oido atento.

Mr. Brownlow mandó comprarle un traje nuevo y le dejó en libertad de disponer á su gusto de sus viejos harapos. El los dió á un criado que el mismo dia los vendió á un judío ropavejero.

Una tarde despues de algunos dias despues de la aventura del retrato, estando Oliverio hablando con la señora Bedwin M. Brownlow envió recado, que si aquel se sentia bien tuviera la bondad de pasar á su gabinete para hablarle un instante.

—Vírgen de Dios madre! —esclamó la Señora Bedwin —Lavaos pronto las manos y venid luego á que os arregle un poco el cabello! Dios mio! Dios mio! Si hubiese podido preveer eso, os hubiera puesto un cuello blanco haciéndoos un ramito de flores.

Oliverio obedeciendo á la buena señora se lavó las manos y aunque esta se plañia mucho de no tener siquiera el tiempo de plegar la pequeña gorguera de su jóven protegido, tenia con todo tan buen aspecto que no pudo menos de decir mirándole de la cabeza á los piés que realmente no sabia si le hubiera sido posible operar en el mayor cambio en mejora aun que hubiese estado prevenida desde mucho tiempo antes.

Oliverio animado por estas lisonjas de la buena señora, entró en el gabinete de Mr. Brownlow despues de haber llamado suavemente á la puerta. Este era una hermosa piezecita llena de libros y mirando á soberbios jardines. El anciano estaba sentado ante una mesa con un tomo en la mano. Al ver á Oliverio dejó el libro sobre la mesa y le dijo viniera á sentarse cerca de él.

Mr. Brownlow tomando un tono mas dulce pero sin embargo mas serio dijo: —Amigo mio! En este momento necesito que pongais atencion á lo que voy á deciros. Os hablaré con el corazon abierto persuadido como estoy de que sois mas capaz de comprenderme que muchas personas de mas edad que vos.

—Oh! no hableis de alejarme señor; os lo ruego! —esclamó el niño aterrorizado por el tono con que Mr. Brownlow pronunció este exordio. —No me expongais á divagar de nuevo por las calles! Guardadme aqui como criado! No me volvais al horrible sitio de que he venido! Caballero! Os suplico que tengais piedad de un pobre niño!

—Querido Oliverio! —dijo el anciano afectado por el acento con que aquel hizo ese llamamiento súbito á la sensibilidad —No temais que os abandone mientras no me dais motivo para ello.

—Jamás caballero! Jamás; os lo aseguro! —replicó Oliverio.

—Tengo razones para creerlo —repuso á su vez el anciano —y asi lo espero. Es verdad que antes de ahora he sido engañado por personas á quienes queria hacer bien; pero á pesar de ello estoy dispuesto á dispensaros mi confianza y me intereso por vos mas de lo que yo mismo puedo darme razon. Los que han poseido mi efecto mas tierno, descansan en paz en la tumba y á pesar de que la alegria y la felicidad de mi vida las han seguido, no he hecho de mi corazon un ataud, ni lo he cerrado para siempre á las emociones mas dulces. Una afliccion profunda no ha hecho mas que volverlas mas fuertes y asi debe ser porque ella depura nuestro corazon! Vaya, vaya. —prosiguió con aire jovial. —Esto lo digo porque vos teneis un pecho jóven y subiendo que yo he tenido grandes tristezas evitareis con mas cuidado el renovarlas. Decís que sois huérfano sin un solo amigo en lo tierra; todas las pesquizas que he hecho sobre este punto confirman vuestras palabras; contadme vuestra historia. De donde venis? Quien os ha educado y donde habeis encontrado á los compañeros que he visto con vos. Decidme la verdad y si veo que no habeis cometido ningun crímen, mientras vivais no os faltará un amigo.

Las sollozos privaron á Oliverio de la palabra por algunos momentos; pero al finita á contar como había sido educado en la granja y de alli llevado por Mr. Bumble á la Casa de Caridad, cuando retumbaron dos aldabazos dados por una mano impaciente á la puerta de la calle y casi al mismo tiempo una criada vino á anunciar á Mr. Grimwig.

—Sube? —preguntó Mr. Brownlow.

—Si señor. —respondió aquella. —Ha preguntado si estabais en casa y como le he respondido que si, ha dicho que venia á tomar el thé con vos.

Mr. Brownlow se sonrió y volviéndose á Oliverio —Mr. Grimwig —dijo —es un conocido antiguo. Es necesario no parar la atencion en sus maneras algo bruscas; fuera de esto es un sujeto honrado y yo le estimo sinceramente.

—Mandais que me retire Señor? —preguntó Oliverio.

—No. —contestó Mr. Brownlow —Prefiero que os quedeis.

En este momento apareció un individuo gordo cojeando de una pierna y apoyándose en un enorme baston. Hablando tenia la costumbre de inclinar la cabeza de un lado y volverla en espiral como hace un papagayo. En esta postura pues y teniendo en la mano un pedazo de cascara de naranja que enseñaba con el brazo tendido, esclamó con voz ronca y triste:

—Tened! veis esto? No es la cosa mas extraordinaria y sorprendente que no pueda entrar en ninguna casa sin encontrar en la escalera una cáscara de naranja! Ya una vez he sido estropeado por la cáscara de naranja y no dudo que la cáscara de naranja será mi muerte! Si; estoy cierto de ello: la cáscara de naranja me causará la muerte! Me comeria la cabeza que la cáscara de naranja será mi muerte!

Este era el ofrecimiento con que Mr. Grimwig apoyaba todos sus asertos. Lo mas extraordinario en este caso era que aun admitiendo (en favor del argumento) que les progresos científicos fuesen llevados hasta el punto de dar al hombre el poder de comerse su propia cabeza, por muy resuelto que estuviera á ello la del susodicho caballero era tan grande que por muy afanoso que estuviese de probar esa posibilidad física, jamás podria prometerse el logro de tan temerario empeño en una sola comida, aun haciendo abstraccion de una gruesa capa de polvo que la guarnecia.

Me comeria mi cabeza! —repitió Mr. Grimwig golpeando con su baston sobre el pavimento y al ver á <Oliverio —Ola! que, es esto? —añadió retrocediendo dos ó tres pasos.

—Es el pequeño Oliverio Twist de quien os he hablado. —dijo Mr. Brownlow.

Oliverio hizo un saludo.

—Acaso quereis hablarme de ese muchacho que ha tenido la fiebre? —preguntó Mr. Grimwig retrocediendo aun mas —Esperad un poco! Nada digais! Ah! Ya caigo! —añadió bruscamente perdiendo todo temor á la fiebre y encantado de su descubrimiento —Este es el niño que ha comido una naranja arrojando luego la cáscara á la escalera! Si no es el quiero comerme mi cabeza y la suya por añadidura.

—No. Os engañais; no ha comido naranja —dijo sonriendo Mr. Brownlow. —Vaya dejad alli vuestro sombrero y hablad á mi jóven amigo.

—Este es el muchacho de que me habeis hablado no es cierto? —dijo al fin Mr. Grimwig.

—El mismo. —respondió Mr. Brownlow, haciendo á Oliverio una señal de cabeza amistosa.

—Y bien? Muchacho, como va de salud? —repuso Mr. Grimwig.

—Mucho mejor! Os doy gracias caballero! —respondió Oliverio.

Mr. Brownlow temiendo que su exéntrico amigo no dijera algo desagradable á su jóven protegido, suplicó á éste fuera á decir á la Señora Bedwin que esperaban el thé, lo que el muchacho hizo con tanto mas gusto cuanto los modales del recien llegado no le hacian mucha gracia.

—No os parece interesante ese muchacho? —preguntó Mr. Brownlow.

—No lo sé —contestó Grimwig con sequedad.

—No lo sabeis?

—No en verdad. No encuentro diferencia alguna entre los muchachos, ni conozco de ellos mas que dos especies: los unos pálidos y endebles y los otros colorados y gordimflones.

—Y en que categoria colocais á Oliverio?

—En la de los endebles. Uno de mis amigos tiene un grueso muchacho mofletudo (á eso llaman un niño hermoso!) con una cabeza como un bola, megillas rojas y ojos chispeantes; un niño horrible á fé mia, cuyo cuerpo y miembros parecen forzar las costuras de sus vestidos y teniendo por añadidura una voz de piloto y un apetito de lobo. Bien le conozco al monstruo!

—Vaya! —dijo Mr. Brownlow. —Esta falta no la tiene Oliverio; con que no puede provocar vuestra cólera.

—Es cierto que no tiene esta falta; pero puedo tener de peores.

En este momento Mr. Brownlow tosió con impaciencia lo que parecia dar mucho gusto á Mr. Grimwig.

—Si, lo repito: —continuó este último —puede tener de peores. ¿De donde viene? quien es? Ha tenido la fiebre! Ello que prueba? La fiebre no es patrimonio de las gentes honradas, al menos que yo sepa. Acaso no son los malvados los que tienen algunas veces la fiebre? He conocido en la Jamaica á un hombre que fué ahorcado por haber asesinado á su amo; seis veces tuvo la fiebre. Por eso no se le recomendó á la clemencia de la corona! Puha! Hubiera sido una bestialidad!

El hecho es que Mr. Grimwig en el fondo de su corazon estaba dispuesto á convenir en que las maneras de Oliverio abogaban en su favor; pero dispuesto mas que nunca á contradecir estando como estaba muy exitado por la cáscara de naranja; y como se había metido en la cabeza que nadie le haria confesar si un niño era bueno ó no, había resuelto desde el momento á combatir la opinion de su amigo.

Asi pues, cuando este hubo confesado que no podia responder satisfactoriamente á ninguna de sus preguntas y que para interrogar á Oliverio sobre sus antecedentes había esperado á que este estuviera del todo restablecido, Mr. Grimwig se sonrió maliciosamente y preguntó con acento de mofa, si por ventura el ama de llaves tenia la costumbre de contar la plata cada noche, de lo contrario, si una hermosa mañana no le faltaban tres ó cuatro cubiertos se comeria etc. etc.

—Y cuando debeis oir la relacion fiel y circunstanciada de la

vida y aventuras de Oliverio Twist? —añadió concluyendo su thé, y mirando al mismo tiempo de reojo á Oliverio que acababa de entrar otra vez.

—Mañana por la mañana. —respondió Mr. Brownlow —Prefiero que esté solo conmigo para ello. Venid á encontrarme mañana á las diez amigo mio. —continuó dirijiéndose á Oliverio.

—Esta bien señor. —respondió este con alguna vacilacion, avergonzado de verse el blanco de las miradas escudriñadoras de Mr. Grimwig.

—Que apostais que no viene mañana á encontraros? —dijo este último por lo bajo al oido de Mr. Brownlow. —Le he visto vacilar; os engaña querido.

—Juraria que no. —repuso Mr. Brownlow con calor.

—Si no os engaña —objetó el otro —quiero... (y el baston resonó sobre el piso.)

—Respondería con mi vida de que el niño dice la verdad. —insistió aquel golpeando con el puño sobre la mesa.

—Y yo con mi cabeza, que os engaña. —replicó Grimwig golpeando tambien sobre la mesa.

—Allá lo veremos. —dijo Mr. Brownlow procurando ocultar su despecho.

—Si; allá lo veremos. —repuso Grimwig con sonrisa burlona —Allá lo veremos!

Como si la suerte lo hubiera dispuesto á propósito, en medio de este altercado entró la señora Bedwin trayendo un paquete de libros que aquella misma mañana Mr. Brownlow había comprado al mismo vendedor de libros viejos que ha figurado ya en esta historia, el que depositó sobre la mesa y se dispuso á salir del aposento.

—Decid al muchacho que espere Señora Bedwin. —dijo Mr. Brownlow. —Tiene que volverse algo.

—Se ha marchado.

—Llamadle, que importa. Ese hombre no es rico y sus libros no están pagados: tambien tiene que volverse otros.

La puerta fué abierta. Oliverio corrió por un lado y la criada por otro mientras desde el lindar la Señora Bedwin llamaba al muchacho; pero este estaba ya muy lejos y Oliverio y la criada volvieron sofocados sin haber podido alcanzarle.

—Lo siento mucho. —esclamó Mr. Brownlow —hubiera querido que esos libros hubiesen sido devueltos esta misma tarde.

—Devolvedlos por medio de Oliverio. —dijo Grimwig con malicia —Estais seguro que los devolverá fielmente.

—Oh! si, señor! Permitid que los devuelva: os lo suplico —dijo Oliverio —Correré todo el camino y pronto estaré de vuelta.

Mr. Brownlow iba á contestar que no debia salir fuera por lo que fuera, cuando una mirada maligna de su viejo amigo le decidió á dejar partir al niño, para que por un pronto regreso probase al momento á este último la injusticia de sus sospechas, sobre ese punto al menos.

—Pues bien! Si; ireis amigo mio. —dijo Mr. Brownlow —Los libros están sobre una silla de mi despacho; subid á buscarlos.

Oliverio ufano de poder hacerse útil, volvió con mucha diligencia los libros debajo el brazo y esperó gorra en mano que se le esplicase lo que debia hacer.

—Direis —añadió Mr. Brownlow mirando fijamente á Monsieur Grimwig —direis que vais á llevar esos libros y á pagar al mismo tiempo las cuatro libras diez chelines que debo. Ahí teneis un billete de banco de cinco libras; debeis devolverme diez chelines.

—No estaré diez minutos —dijo Oliverio gozoso.

Al mismo tiempo metió el billete en la faltriquera de su chaleco, abotonó la chaqueta hasta el cuello, puso los libros debajo su brazo y habiendo hecho un saludo respetuoso salió. La Señora Bedwin le siguió hasta la puerta de la calle dandole las señas del camino mas corto, del nombre y de la habitacion del librero, señas que Oliverio dijo tener perfectamente en la memoria, y habiéndole recomendado tuviera cuidado de no resfriarse la buena señora le dejó al fin partir.

—Que Dios le bendiga! —dijo viéndole alejarse —No se porque; pero no apruebo el que se le deje marchar de este modo.

En este momento Oliverio volvió jovialmente la cabeza é hizo un signo gracioso antes de entrar en otra calle. La Señora Bedwin le devolvió el saludo sonriendo, y despues de haber cerrado la puerta, se retiró á su aposento.

—Vamos á ver. —dijo Mr. Brownlow sacando el reló de su faltriquera y poniéndolo sobre la mesa —Dentro veinte minutos lo mas tarde estará de vuelta! Será ya de noche.

—Estais seguro de que volverá? —preguntó Mr. Grimwig.

—Y vos no? —dijo sonriendo Mr. Brownlow.

Mr. Grimwig ya propenso á la contradiccion, se mantuvo mas firme en sus trece al verse provocado por la sonrisa confiada de su amigo.

—No! —dijo dando un puñetazo sobre la mesa —No lo creo. Ese muchacho lleva sobre su cuerpo un vestido nuevo flamante bajo su brazo un paquete de libros preciosos y en su faltriquera un billete de banco de cinco libras; irá á reunirse con sus antiguos amigos los ladrones y se burlará de vos. Si jamás vuelve á esta casa quiero comerme la cabeza! Esto diciendo acercó su silla á la mesa y los dos amigos esperaron en silencio teniendo su vista fija sobre el retó.