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Los ladrones de Londres/Capítulo XIX

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SE DISCUTE UN GRAN PROYECTO Y SE DETERMINA SU EJECUCION.

EN una noche negra y fria el judío despidió á todos sus educandos y despues de haberse envuelto en un largo redingote y tomado todas las precauciones necesarias, se enredó en el laberinto de callejuelas sucias, que tanto abundan en el barrio populoso de Bethnal-Green. Al cabo de una hora de marcha entre la niebla sobre un suelo cubierto de un barro espeso, llamó á una puerta y despues de haber cambiado algunas espresiones en voz baja con el que había venido á abrirle subió la escalera.

Un perro se puso á ladrar, cuando colocó la mano en el pestillo de la puerta y una voz de hombre preguntó: —¿Quién va ahí?

—Soy yo Guillermo; soy yo. —dijo el judio lanzando una mirada por todo el aposento.

—Descubrid vuestro esqueleto. —dijo Sikes —Échate ahi vil animal! ¿Acaso no conoces al diablo cuando lleva su largo redingote?

No cabe duda de que el perro había sido engañado por el traje de Fagin, porque en cuanto este se hubo desabrochado y puesto su redingote en el respaldo de una silla, se volvió á su rincon meneando la cola, para demostrar que estaba tan contento como podia estarlo.

—Y bien? —dijo Sikes.

—Y bien querido? —respondió el judío —Ah! Nancy!

Estas palabras fueron pronunciadas con alguna vacilacion porque era la primera vez que Fagin y Nancy volvian á encontrarse desde el dia en que esta había tomado la defensa de Oliverio con tanto calor. Sin embargo todas sus dudas sobre este punto (dado caso que las hubiera) quedaron pronto desvanecidas por la conducta de la jóven respecto á él. Apartó sus piés del guarda cenizas, retiró la silla é invitó al judío para que acercára la suya, pues hacia un frio excesivo. Luego guardó silencio profundo.

—Caramba que frio hace, Nancy! —dijo el judío acercando al fuego sus manos descarnadas —Penetra hasta los huesos. —añadió llevando la mano al costado izquierdo.

—Acaso se necesita un famoso frio para que se os arrime basta los huesos? dijo Sikes —Dale algo para beber Nancy. ¡Mil truenos! Despacha! Solo con oir como cruje su esqueleto al igual de un espectro feo que saliera de la tumba, hay para caer enfermo!

Nancy trajo al momento una botella que tomó de una alacena en la que había muchas otras que parecian contener diferentes licores y Sikes habiendo llenado un vaso de aguardiente dijo al judío que lo bebiera de una vez.

—No: gracias Sikes, tengo bastante! —dijo Fagin, volviéndo el vaso sobre la mesa despues de haber pasado solamente los labios por el borde.

—Teneis miedo de que esto os vuelva mejor de lo que sois? —preguntó Sikes fijando en el judío una mirada de desprecio.

Habiendo arrojado al mismo tiempo en las cenizas el licor que quedaba en el vaso, volvió á llenarlo para si propio.

Mientras que tragaba su aguardiente, el judío lanzó una mirada al rededor del aposento (no por curiosidad por que lo conocia; pero por un sentimiento de temor que le era natural.) El mueblaje era grosero y los solos objetos amontonados en el armario eran suficientes para persuadir de que el amo de la habitacion distaba mucho de ser un artesano. Dos ó tres alza primas colocadas en un rincon y un par de pistolas colgadas á la cabecera del lecho, eran al cabo los únicos objetos que podian infundir alguna sospecha.

—Vaya! —dijo Sikes haciendo castañear sus labios —Ya estoy pronto.

—Para la tarea he? —preguntó el judío.

—Para la tarea. —respondió Sikes —Con que... hablad!

—Sobre esa casa de Chertsey Guillermo? —dijo el otro arrimando su silla y hablando muy bajo.

—Si. Adelante!

—Ah querido! Bastante sabeis lo que quiero decir! No es verdad Nancy que lo sabe?

—No á fé mia; no lo sabe! —contestó Sikes sonriéndose —O mejor no quiere saberlo que poco mas ó menos es lo mismo. Qué diablos! Hablad francamente! Llamad las cosas por su nombre! Cuando dejareis de guiñar el ojo y de andaros con rodeos como si no fuerais vos el primero que ha ideado ese robo? Trueno de Dios, esplicaos!

—Chit, Guillermo! Hablad mas bajo! —dije el judío procurando inútilmente calmar á su amigo. —Van á oirnos!

Y bien que nos oigan! —repuso Sikes —Me importa un comino!

Con todo es probable que despues de un momento de reflecsion le importó algo mas, porque se puso blando y habló un poco menos alto.

—La, la... —dijo Fagin con aire de gazmoñeria —Os lo advertia solo por prudencia querido! Ahora volviendo al asunto de esa casa de Chertsey ¿cuando será ocasion de emprender la tarea? Cuando Guillermo? Tanta plata hijos mios! Tanta plata! —prosiguió frotándose las manos y levantando los ojos al techo transportado de antemano de alegria á la idea del botin.

—No hay que pensar ya mas en ello. —replicó friamente Sikes.

—No hay que pensar en ello? —repitió el judío dejándose caer en el respaldo de la silla.

—No hay que pensar mas en ello. Al menos no es cosa tan fácil como creiamos.

—Esto será por causa de la torpeza en el obrar! —replicó el judío pálido de cólera —No me digais....

—A mi me dá la gana de decíroslo! —esclamó el otro —Quién sois vos para que no se os pueda hablar? Os digo que hace quince dias que Toby Crachit tiene sus emboscadas al rededor de la plaza y ni siquiera ha podido engatusar un criado.

—Quereis decir Guillermo —repuso el judío calmándose á medida que el otro sé enardecia —que ninguno de los dos criados podrá ser persuadido.

—Eso mismo, pues no habla en gringo. Hace veinte años que están al servicio de la vieja y aun que les dieran quinientas libras rehusarian entrar en el complot.

—Si; pero quereis decir tambien Guillermo que no habrá un medio para que las mugeres sean de los nuestros?

—Ninguno.

—Ni el del flamante Tobias Crachit? —preguntó el judío con tono de duda —Guillermo! No ignorais lo que son las mugeres!

—Voto va! Ni el del flamante Tobias Crachit. Ha dicho que mientras ha estado allí, ha llevado favoritos postizos y se ha puesto un chaleco y guantes color de canario; pero que de nada le han servido.

—Hubiera debido probar el uniforme militar y los bigotes querido! —replicó el judío despues de un momento de reflecsion.

—Tambien los ha ensayado; —pero parece que este medio no ha tenido mejor fortuna que el otro.

El judío pareció quedar desconcertado con esta respuesta y habiendo reflecsionado algunos minutos con la cabeza caida Sobre el pecho dijo suspirando: que si el flamante Tobias Crachit decia verdad, seria preciso renunciar á la empresa —Y sin embargo-añadió dejando caer las manos sobre sus rodillas —es muy duro querido tener que perder un negocio sobre el que habíamos fundado nuestras mas hermosas esperanzas y que considerábamos ya como nuestro!

—Es verdad. Esto es lo peor.

Siguió un largo silencio durante el cual el judío con el rostro livido y la mirada hosca, estuvo profundamente sumido en sus pensamientos. Sikes le miraba por intervalos y Nancy temiendo sin duda irritar al bandido, permaneció sentada ante la chimenea, los ojos fijos en el fuego y con la indiferencia del sordo respecto á lo que se hablaba en su presencia.

—Fagin! —dijo Sikes rompiendo de pronto el silencio —Me tocarán cincuenta guineas mas en el reparto, si logramos buen éxito en el exterior?

—Si! —contestó el judío súbitamente, como si dispertára de un sueño.

—Queda convenido el pacto?

—Si querido, si! Queda convenido! —respondió el judío cojiéndole la mano.

Esto diciendo sus ojos chispeaban y los rasgos de su fisonomía revelaban el efecto que había producido en él la proposicion de Sikes. —Entonces —repuso éste rechazando la mano del judío con desden —esto se hará cuando querais. La ante penúltima noche estábamos con Tobias Crachit sobre la pared del jardin inspeccionando la puerta. Ella queda cerrada como una prision; pero hay un sitio que podemos franquear seguramente sin meter ruido.

—Cual? —preguntó el judío con ansia.

—¿No recordais lo que viene despues que se ha atravesado el prado? —dijo el otro en voz baja.

—Si, si! —contestó el judío ladeando la cabeza para poder oir mejor y abriendo tanto los ojos que parecian quererse salir de sus órbitas.

—Basta! —dijo Sikes, parándose en seco á una señal de cabeza de Nancy que le hacia notar la expresion del rostro del judío —No importa el sitio. Se bien que nada podeis hacer sin mi; pero vale mas ponerse en guardia cuando se trata con vos.

—Cómo querais querido, como querais! —repuso el judío mordiéndose los labios —¿Creeis que Tobias Crachit y vos podais lograr el fin sin el concurso de nadie?

—Ciertamente. No necesitamos mas que un berbiqui y un niño. El primero ya le tenemos; en cuanto al otro será preciso encontrarlo.

—Un niño! —esclamó el judío —Oh! entonces será para un postigo alto he?

—Nada os importa. Necesito un niño que no sea demasiado gordo. Ah! Si tuviera solamente el muchacho de Ned el limpia chimeneas me saldria con la mia! Le impedia el engordar espresamente para esto y cuando era ocasion lo alquilaba. Pero el padre se ha dejado pinchar y he aquí que metiéndose por medio la Sociedad de jóvenes delincuentes le dá la humorada de retirar al niño de un oficio en que ganaba tanto dinero, le hace aprender de leer y escribir y por añadidura lo pone de aprendiz! Así obra el mundo! —continuó con indignacion —Así obra el mundo! Y si tuvieran el dinero que les hace falta (á Dios gracias,) el año que viene, no quedarian en el comercio seis muchachos á nuestra disposicion.

—Esta es demasiada verdad! —replicó el judío que absorvido en sus profundas meditaciones no había cojido mas que las últimas palabras de Sikes. —Guillermo!

—Qué quereis? —preguntó éste.

El judío señaló con su vista á la jóven que la tenia siempre fija en el fuego, para insinuar á Sikes cuan prudente seria que ella se marchára del aposento. Este se encojió de hombros con ademan impaciente, pensando que la precaucion era inútil y acabó por mandar á Nancy que fuera á buscarle una botella de cerveza.

—Tú no quieres cerveza! —esclamó esta cruzando los brazos y no moviéndose de su silla.

—Te digo que quiero! —replicó Sikes.

—Farza! —contestó Nancy friamente —Vaya soltad el pico Fagin! Se lo que vais á decir á Guillermo y yo no estorbo.

El judío insistió de nuevo y Sikes los miró á ambos con asombro.

—Acaso Nancy os dá miedo? —dijo al fin —La conoceis de bastante tiempo para que tengais confianza en ella, ó el Diablo se ha metido de por medio! No creo sea muchacha capaz de bachillerear. ¿No es cierto Nancy?

—Así me lo parece. —contestó la jóven acercándose á la mesa y poniendo sus dos codos sobre de ella.

—No, no querida mia! Estoy bien persuadido de que eres incapaz! —dijo el judío —pero... —y el viejo insistió de nuevo.

—Cómo quedamos? —preguntó Sikes.

—Es que ignoro si está en tan mala disposicion cómo la noche aquella que ya sabeis, Guillermo? —respondió el judío.

Nancy soltó una carcajada y tragándose un vaso de aguardiente meneó la cabeza como mofándose de Fagin. Luego se puso á talarear á toda voz: Seguid siempre vuestro camino buen hombrecillo! No hableis jamás de volveros! —y otras cosas semejantes que parecieron tranquilizar del todo á los dos hombres.

—Vaya Fagin! —dijo Nancy riendo —Dadnos cuenta de vuestras intenciones respecto á Oliverio.

—Ah querida! Eres una mosca muy fina! Eres la jóven mas ladina que conozco! —dijo el judío dándole golpecitos sobre la espalda. —En efecto de Oliverio es de quien quiero hablar! ah! ah! ah!

—Qué quereis decir? —preguntó Sikes.

—Es el muchacho que os conviene, querido! —contestó el judío con aire de misterio poniendo el dedo sobre su nariz y haciendo un visage horrible.

—El! —esclamó Sikes.

—Tómalo Guillermo. —dijo Nancy —Yo si fuera que tú lo tomaria. Pueda que no sea tan listo como los otros; pero que le importa si no hay mas que abrirte una puerta? Es un niño con el que puedes contar, te lo aseguro Guillermo.

—Tiene razon. —repuso Fagin —Desde hace algunas semanas está en muy buen camino; ya es hora de que empieze á hacerse útil, aun que no sea mas que para ganarse el pan que come. Además los otros son demasiado gordos.

—A la verdad, tiene justamente la talla que me conviene. —dijo Sikes despues de un momento de reflecsion.

—Y hará todo lo que vos querais amigo mio. —replicó el judío —No podrá menos... es decir si la amedrentais un tan lo.

—Amedrentarle! —esclamó Sikes —No, no será un miedo falso, podeis creerlo. Si tiene la desgracia de hacerme jugarretas una vez estará en la tarea, no volvereis á verle vivo Fagin. Pensadlo sériamente antes de enviármelo! —añadió el bandido levantando una enorme alza-prima que sacó de debajo su lecho.

—He pensado en todo esto. —dijo el otro con fuerza —Le he velado de cerca amigos mios de muy cerca! Qué comprenda en una buena ocasion que es uno de los nuestros! Que tenga la certeza de haber sido ladron y nos pertenece por toda la vida! Ah! ah! no podia ofrecerse mejor ocasion! —Esto diciendo el viejo cruzó sus brazos sobre su pecho, hundió su cabeza dentro sus espaldas y dió un grito de alegria.

—Para nosotros? —dijo Sikes —Para vos quereis decir!

—Pueda que si, querido! —repuso el judío con una espantosa mueca —Para mi; si bien os place Guillermo.

—Y porque ese mal polluelo os ocupa tanto por si solo —dijo el otro, con tono huraño —cuando no ignorais, que hay una infinidad que picotean cada noche por los alrededores de Covent Garden [4] y entre los cuales podriais escojer?

—Porque me son del todo inútiles. —replicó Fagin con algun embarazo —No merecen que se ocupe uno de ellos. Cuando se han hecho pinchar su fisonomía les acusa y yo los pierdo todos. Con ese niño si fuera bien dirijido, haria lo que no podria hacer nunca con veinte de los otros. Además —continuó reponiéndose de su turbacion —nos conviene que sea absolutamente de los nuestros sin mirar el modo de lograrlo. Lo que deseo es llevarle á picotear con las hurracas. Y vale mas que sea esto así que no vernos obligados á deshacernos de él, lo que no dejaria de ser peligroso para nosotros, sin contar la pérdida que podria reportarnos.

—Cuándo será el negocio? —preguntó Nancy conteniendo una esclamacion, que iba á escapársele á Sikes fuertemente disgustado de las pretensiones humanitarias de Fagin.

—En efecto cuando se llevará á cabo Guillermo? —añadió el judío.

—Estoy convenido con Tobias para pasado mañana, si de aquí á entonces no le doy contra órden. —contestó Sikes con ademan sombrio.

—Bueno. —dijo el judío —No habrá luna.

—No —repuso Sikes.

—Y habeis tomado vuestras medidas para llevaros la hucha. ¿no es cierto?

Sikes hizo una señal de cabeza afirmativa.

—Con el objeto de...?

—Si, si; todo está arreglado. —interrumpió Sikes sin darle tiempo de concluir la frase —No os inquieteis por los detalles. Cuidad solo de traerme el niño mañana por la noche. Yo dejaré á Lóndres una hora antes de amanecer. A vos os toca guardar silencio, tener el crisol listo, y nada mas.

Despues de una breve discusion quedó convenido que Nancy que antes había tomado el partido de Oliverio, se encargaria de traerle al lado de Sikes y que éste luego de empezada la obra, tendria pleno poder sobre él. Salvo la reserva á Tobias Crachit de apoyar las resoluciones del susodicho Sikes.

Arreglados de este modo los preliminares, éste se coló algunos vasos de aguardiente, se puso á blandir la alza-prima de un modo espantoso y cantó ó mas bien berreó algunas estrofas, acompañadas de horribles imprecaciones. Luego, en un exceso de entusiasmo por su carrera fué á buscar la caja de sus chismes que colocó sobre la mesa y abrió para esplicar la naturaleza y uso de cada uno de los objetos que estaban encerrados en ella. Apenas había abierto la cobertera cuando cayó pesadamente con ella al suelo y en seguida se durmió.

—Buenas noches! —dijo el judío metiéndose el redingote.

—Buenas noches! —contestó Nancy.

El viejo al pasar dió un puntapié al borracho en tanto que Nancy estaba vuelta de espaldas y bajó la escalera á tientas.

—Siempre lo mismo. —murmuró entre dientes cuando estuvo solo en la calle —Lo malo en las mugeres es, que un nada basta para resucitar en ellas los recuerdos del pasado y lo bueno que no duran. Ha! ha! El hombre contra el niño por un talego de oro!

Embebido en estas lisongeras reflecsiones, Fagin regresó á su morada sombría, en la que el Camastron velaba esperando con impaciencia su vuelta.

—Oliverio está acostado? Tengo que hablarle. —dijo bajando la escalera.

—Hace ya rato. —respondió el Camastron abriendo la puerta de un aposento —Miradle allí.

El niño estaba acostado sobre un mal jergon tendido en el suelo y dormia con un sueño profundo. El abatimiento, la inquietud y la tristeza de su prision le habían vuelto tan pálido que parecia muerto.

—Ahora no! —dijo el judío alejándose de puntillas. —Hasta mañana, hasta mañana!