Los ladrones de Londres/Capítulo XXI
ESPEDICION.
Salieron en una mañana sombria y glacial. La lluvia caía á torrentes y había grandes charcos de agua en medio del camino. Nadie se había levantado aun, las ventanas estaban cerradas y las calles continuaban tristes y silenciosas. De tanto en tanto se oia el ruido de algunas carretas que se dirijian á la ciudad. A medida que se acercaron á los arrabales el ruido aumentó y cuando llegaron á Smithfield, el era ya un tumulto aturrullador. Hacia entonces dia claro y la mitad de Lóndres estaba en pié. La plaza cubierta de barro por ser dia de mercado, estaba llena de animales, de cuyes cuerpos se elevaba un humo espeso que mezclándose con la niebla, permanecia suspendido pesadamente en la atmósfera. Menestrales, carniceros, vaqueros, niños, ladrones y vagos, confundidos en tropel presentaban una escena capaz de hacer perder la razon.
Sikes arrastraba Oliverio á su lado y se abria paso al través de la multitud sin parar casi la atencion á todo lo que asombraba tanto al niño. Solo respondia con un movimiento de cabeza amistoso á los que le dirijian la palabra, rehusó hacer trago cada vez que se le ofrecia y ando con celeridad hasta que estuvieron fuera del barullo y hubieron llegado á Holborn.
—Ea tu nene; son ya cerca las siete! —dijo con acento regañon, mirando el cuadrante de la iglesia de San Andrés —Es preciso alargar mas ese trote! No empieces por quedarte atrás mal potrillo!
Esto diciendo sacudia el brazo del niño que doblando el paso, arregló su marcha todo lo que pudo con las largas zancadas del bandido.
Asi andaron hasta que hubieron pasado Hyde-Park en la carretera de Kensington. Entonces Sikes aflojó el paso para dar tiempo que los alcanzara una carreta vacía que venia detrás de ellos y habiendo visto sobre la plancha Hownslow, pidió al carretero con toda la cortesia de que era capaz, que les dejára subir hasta Isleworth.
—Subid! —dijo el hombre —Este mozuelo es hijo vuestro?
—Si... es mi hijo! —respondió Sikes lanzando una mirada amenazadora al niño y metiendo la mano como por distraccion en la faltriquera que contenia la pistola.
—Tu padre anda demasiado aprisa para ti; no es verdad chicuelo? —dijo el carretero observando que Oliverio estaba sofocado.
—Os engañais! —replicó Sikes —Esta ya acostumbrado á ello! Vaya, dame la mano Eduardo... sube pronto!
Mientras decia esto ayudó al niño á subir y el carretero enseñandole un monton de sacos, le dijo se hechara encima de ellos para descansar.
Cada vez que pasaban por frente un mojon, Oliverio esperimentaba nuevo asombro, calculando donde se proponia llevarle su compañero. Kensington, Hammersmith, Chiswich Kewbridge, Brentfort, habían quedado ya muy lejos trás de ellos y marchaban siempre como si acabaran de ponerse en camino.
Al fin llegaron á una posada en cuya muestra se leia: «La diligencia y los caballos.» Mas allá de ella empezaba el empalme de otra carretera. Aqui la carreta se detuvo, Sikes bajó de ella precipitadamente teniendo á Oliverio cojido de la maño y habiéndole hecho bajar tambien á él, le lanzó una mirada furiosa, llevando la mano á su faltriquera de un modo muy espresivo.
—Hasta mas ver muchacho! —dijo el hombre.
—Está de mal humor! —contestó Sikes maltratando al niño. —Está de muy mal humor ese pequeño topo! No hagais caso... partid!
—Y porque, pobrecito! —dijo el otro subiendo á su carreta —El tiempo parece que se pone bueno. —añadió alejándose —Feliz viaje!
Sikes esperó que estuviera algo lejos y luego torcieron á la izquierda. Andaron largo tiempo pasando por delante un gran número de jardines, llegaron á Hampton y habiendo atravesado este pueblo, entraron en una taberna de ruin apariencia, donde se hicieron servir la comida en el hogar de la cocina.
Había ante este hogar algunos bancos de respaldo, en los que estaban sentados hombres vestidos de blusa, pasando el tiempo en beber y fumar. Hicieron poco caso de Sikes y aun menos de Oliverio que á su vez se sentaron en un rincon á parte, sin cuidarse de la compañia.
Se les sirvió un plato de fiambre despues del cual Oliverio creyendo por la calma con que Sikes iba apurando pipa sobre pipa, que la detencion seria larga y que probablemente no irian mas lejos, abrumado de fatiga y aturdido por el humo del tabaco se reclinó en el banco y se durmió profundamente.
Era noche completa cuando fué dispertado por un codazo de Sikes. Frotándose los ojos y mirando en torno suyo vió á ese digno personage, en conferencia íntima con un menestral en compañia de quien bebia una pinta de cerveza.
—Con qué vais á Hallifort? —preguntó Sikes.
—Si. —contestó el hombre —Y que no estaré veinte años en el camino, porque mi caballo no lleva la carga que llevaba esta mañana... y pronto se habrá comido la distancia... y no se le indigestará no voto á brios! Qué buena bestia!
—Podeis tomarnos á mi y al niño en vuestra carreta? —preguntó Sikes pasando el jarro de cerveza á su nuevo convidado.
—Si; cuando partais al momento! —contestó el otro quitándose de los labios la pinta de cerveza, que puso sobre la mesa —Acaso vais á Hallifort?
—Voy hasta Shepperton. —dijo Sikes.
—Soy vuestro hasta el mismo punto. —Todo está pagado Rebeca?
—Si —respondió la criada de la posada —El señor ha pagado!
—Vaya! eso no puede ir ¿entendeis? —prosiguió el menestral con una gravedad ridícula.
—Por qué? —repuso Sikes —Vos nos haceis un obsequio y no veo lo que pueda impedirme que os pague dos pintas de cerveza.
Aquel pareció reflecsionar profundamente y luego tomándole de la mano le declaró que era un buen muchacho, á lo que contestó Sikes, que sin duda se burlaba. (lo que cualquiera hubiera estado tentado de creer, por poco que el hombre hubiese conservado su sangre fria.)
Despues de algunas palabras corteses entre ambos, se despidieron de la compañia y la criada habiendo quitado los jarros y los vasos que estaban sobre la mesa, se vino con las manos llenas al lindar de la puerta para verlos partir.
El caballo, á la salud del cual se había bebido poco antes esperaba con la mayor paciencia ante la dicha puerta. Oliverio y Sikes sin mas ceremonias subieron á la carreta en que estaba enganchado, y el hombre despues de haber arreglado los guiones y desafiado á los espectadores, á que encontraran en el mundo otra bestia semejante subió á su vez.
Habiendo conducido el mozo de la posada el caballo al medio de la carretera y soltando la brida, este empezó á hacer un pésimo uso de la libertad que se le había dado, corriendo al través de la calle y danzando de lo lindo con los piés traseros... Al fin y al cabo partió al galope.
La noche estaba obscura; una niebla húmeda se elevaba de los pantanos que rodean el rio; hacia un frio glacial; todo estaba sombrio y silencioso. Oliverio acurrucado en un rincon, era taladrado por el miedo. Al fin dejaron la carreta y habiendo emprendido de nuevo la marcha al través de los campos se encontraron en la ribera del rio.
—El rio! (pensó Oliverio enfermo de espanto.) Sin duda me ha llevado á este lugar desierto para asesinarme!
Iba á echarse en tierra y hacer el último esfuerzo para defender su vida, cuando notó que estaban delante de una casa arruinada. A cada lado de la puerta había una ventana y el edificio no tenia mas que un piso. Segun toda apariencia estaba inhabitada, porque no se veia luz.
Sikes teniendo siempre á Oliverio por la mano se adelantó con cautela hácia la casucha y puso la mano al pestillo que cedió con la presion. La puerta se abrió y ambos entraron.