Los ladrones de Londres/Capítulo XXV
DETALLES OBSCUROS EN APARIENCIA; PERO QUE NO DEJA DE SER DE ALGUNA IMPORTANCIA EN ESTA HISTORIA.
LA que había venido á turbar la calma y la paz que reinaban en el aposento de la matrona, era realmente una mensagera de muerte; su cuerpo estaba encorvado por la edad, sus miembros paralíticos temblaban contínuamente, su marcha era lenta y la fijeza de sus ojos, la espresion horrible de su fisonomía y el movimiento convulsivo de sus labios, le daban mas bien la apariencia de un retrato grotesco que la de una obra de la creacion.
La vieja subió la escalera vacilando y frotó lo mejor que pudo por lo largo de los corredores barbullando algunas palabras ininteligibles en respuesta á las reprimendas de su compañera. Al fin obligada á detenerse para respirar entregó su luz á ésta y siguió aun cojeando mientras que la matrona, mas ágil se fué en derechura al aposento de la moribunda.
Era este una miserable guardilla iluminada por la pálida luz de una lámpara. Una vieja de la casa estaba sentada á la cabecera de la enferma y el aprendiz del farmacéutico de la parroquia en pié ante la chimenea, se entretenia en hacer un mondadientes de un cañon de pluma.
—No hace calor señora Corney! —dijo viendo entrar á la matrona.
—Es muy cierto que no hace aquí calor! —contestó esta, con el tono mas gracioso y haciendo una cortesia.
—Vuestros proveedores deberian llevar mejor carbon! —dijo el aprendiz farmacéutico atizando el fuego con el hurgon. —Este no sirve para un frio tan riguroso.
En este momento la conversacion fué interrumpida por un gemido de la enferma.
Oh! —hizo el estudiante volviéndose incontinenti hácia el lecho como si hubiese olvidado del todo á la parienta: —B. O. bó. Se acabó Señora Corney!
—Se acabó no es cierto? —preguntó la matrona.
—Me sorprenderia infinito, si viviera dos horas mas —dijo el jóven, ocupado en concluir la punta de su monda-dientes —En ella el sistema moral como el físico, están gastados... ¿Permanece —aun amodorrada buena muger?
La enfermera á quien se dirijia esta pregunto se inclinó sobre el lecho para cerciorarse y respondió afirmativamente con un movimiento de cabeza.
—Entonces es muy posible que se vaya en esta disposicion, si no haceis demasiado ruido. —dijo el jóven —Colocad la luz en el suelo. Así no podrá verla.
La enfermera hizo lo que se le insinuaba, balanceando la cabeza sin duda para dar á entender que la enferma no moriria con tanta holgura como se pensaba y fué á sentarse al lado de la otra vieja que había entrado en este intermedio. La matrona se arrojó con su chal con aire de impaciencia y se sentó tambien al pié del lecho.
El estudiante que al fin había concluido su monda-dientes, lo paseó por su boca durante un buen cuarto de hora que estuvo plantado delante del fuego; despues de lo cual, pareciendo fastidiarse, deseó á la Señora Corney mucho placer y se fué de puntillas.
Despues de haber permanecido un cuarto de hora en esta posicion la señora Corney pareció fastidiarse tambien y viendo que la vieja se obstinaba en permanecer amodorrada iba á salir de prisa, cuando las dos mugeres dieron un grito que la hizo retroceder. La enferma se había incorporado sobre el lecho y las tendia los brazos.
—Quien está ahí? —prorrumpió con voz sorda.
—Silencio! silencio! —dijo una de las dos viejas acarcándose á la cama —Acostaos! Acostaos!
—Me volveré á acostarme viva! —gritó la enferma forcejando. —Quiero que ella sepa... Venid acá! mas cerca... que os lo diga muy bajo al oido.
Cojió á la matrona por el brazo y atrayéndola hácia una silla que estaba á su cabecera la hizo sentar en ella.
Iba á hablar, cuando al arrojar una mirada á su alrededor, vió á las dos viejas que con el cuello tendido y el cuerpo adelantado, prestaban atento oido á lo que iba á decir.
—Mandad que salgan! continuó con vos letárgica —Pronto! pronto!
Las dos viejas gritando á duo se quejaron amargamente de verse desconocidas por su antigua camarada y protestaron contra la injusticia que habria en separarlas de ella en sus últimos momentos; pero la matrona las empujó fuera del aposento, les echó la puerta encima y volvió á sentarse á la cabecera de la enferma.
—Ahora escuchad con atencion! —dijo la moribunda con voz mas fuerte como para exitar en ella una última chispa de energia. —Eneste aposento en este lecho, asistí en otro tiempo á una jóven y hermosa criatura que habían llevado á esta casa. Sus piés magullados y rasgados por la marcha estaban cubiertos de sangre y polvo. Dió á luz un niño y murió! Esperad... esperad! En que año fué?
—Poco importa el año! —dijo la impaciente matrona —Y bien que... qué hay respecto á esa muger?
—Ah! —murmuró la enferma, recayendo á su primer amodorramiento —Respecto á la jóven no es esto? Respecto á... a... ella? Ah! si! (rompió en llanto, arrojó un grito penetrante y saltó sobre el lecho con ademan furioso; su rostro se volvió purpúreo y sus ojos le salian de la cabeza.) —La robé! Si! De toda verdad... La robé! Aun no estaba fria! Si... lo repito... estaba aun tibia cuando la robé!
—Qué le robaste? Por el amor de Dios hablad! —esclamó la matrona con un movimiento como para pedir socorro.
—Voy á decirlo! —replicó la moribunda, poniendo la mano en la boca de la otra. La única prenda que poseia... Carecia de todo... de vestidos para cubrirse y de pan para subsistir... pero había conservado preciosamente sobre su seno... Era oro... yo lo digo... oro magnífico que hubiera podido salvarle la vida!
—Oro! —repitió la matrona abalanzando su cuerpo sobre el lecho de la moribunda, á medida que esta volvia á caer sobre la almohada —Continuad! y despues? Quién era la madre? En qué tiempo? En qué época? Hablad! hablad!
—Me había suplicado que la guardara —prosigió la otra dando un suspiro profundo —Me la había confiado, por ser la única persona que estaba á su lado en la hora de la agonía... Yo la codicié, en el fondo de mi corazon... la robé de pensamiento cuando se la ví por primera vez al rededor de su cuello! —Y lo peor, es que sin duda tengo que reprocharme la muerte del niño! Ciertamente lo hubieran tratado mejor si hubieran sabido todo esto!
—Sabido qué? —preguntó la matrona —Hablad!
—El pequeñuelo se parecia tanto á su madre, á medida que se hacia grande (continuó la otra, sin hacer caso de la pregunta.) que cada vez que la veia, no podia librarme de pensar en ella... Pobre jóven! Pobre muchacha! Era tambien tan tierna... Un hermoso corderito! Esperad! Es verdad que no os lo he dicho todo? Me parece que aun me queda algo que deciros!
—Sí! sí! —replicó la comadre pegando su oreja á los labios de la moribunda para cojer las palabras que salian ya lentamente de su boca —Decid pronto... ó ya no habrá tiempo!
La madre. —dijo aquella haciendo un último esfuerzo para elevar la voz —La madre sintiendo acercarse el momento de su muerte me dijo al oido que: si su hijo venia al mundo vivo y llegaba á poder recibir educacion, vendria un dia en que podria pronunciar el nombre de su pobre madre sin ruborizarse —Y vos oh Dios mio! añadió juntando sus manos flacas y delicadas —Sea un niño ó una niña proporcionadle amigos en esta tierra de dolor y de destierro y apiadaos de un pobre huerfanito abandonado á la merced de estraños!
—El nombre del niño? —preguntó la comadre.
—Le llamaban Oliverio —respondió la moribunda con voz débil —El oro que he robado era...
—Oh! sí, sí... que era? —esclamó vivamente la matrona.
En el momento en que se encorvaba con ansiedad para recibir la respuesta de la agonizante, esta volvió lentamente y con tirantez á su primera posicion y empuñando con ambas manos el cobertor de la cama barbulló con voz gutural, algunas palabras ininteligibles y cayó sin vida sobre la almohada.
—Muerta ya! —dijo una de las dos viejas entrando precipitadamente luego que la puerta fué abierla...
—Y sin haberle sacado una palabra! —añadió la comadre yéndose.