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Los ladrones de Londres/Capítulo XXVII

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SE PRESENTA EN LA ESCENA UN NUEVO PERSONAGE. —PARTICULARIDADES INSEPARABLES DE ESTA HISTORIA.

EL viejo había doblado la esquina de la calle y aun no se había repuesto de la impresion que le causára el relato de Crachit. Contra su costumbre andaba á prisa sin apariencia de saber donde iba, cuando el roce, violento de un coche que por poco lo derriba y el grito de las personas que vieron el peligro que acababa de correr, le volvieron á la acera. Evitando todo lo posible las calles concurridas y no buscando al contrario mas que los callejones y los pasadizos, llegó al fin á Snow-Hill. Allí aceleró todavía mas el paso y no lo aflojó hasta que hubo entrado en una callejuela, donde como si estuviera convencido de que se hallaba en su propio elemento, emprendió su andar ordinario y pareció respirar mas libremente.

Cerca del punto en que Snow-Hill y Holborn-Hill se unen, se vé á la derecha viniendo de la Cité, una calle sombría y estrecha que conduce á Saffron-Hill y en las tiendas sucias de la misma están espuestas para la venta enormes paquetes de pañuelos de todos tamaños y colores; porque allí residen los mercaderes que los compran á los rateros.

En este sitio acababa de entrar el judío. Era muy conocido de los pálidos habitantes del pasaje; pues algunos de entre ellos que estaban en el lindar de la puerta para atisbar á los chalanes le hicieron una señal de cabeza amistoso á la cual respondia del mismo modo sin pararse. Siguió hasta el estremo del pasage y allí dirijió la palabra á un tripero, hombre de baja talle, sentado en una silla de niño y fumando su pipa á la puerta de su tienda.

—Ola Señor Fagin! Os haceis tan raro, que vuestra presencia bastaria para curar de la ophthalmia! —dijo el respetable negociante respondiendo á la pregunta del judío sobre su salud.

—Hacia demasiado calor en vuestro barrio Sively. —contestó el judío levantando los ojos y cruzando sus manos sobre sus espaldas.

—Eso es lo que me he cansado de decir, pero ello se aplacará! No sois de mi opinion?

Fagin hizo un movimiento de cabeza afirmativo y señalando con el dedo á Saffron-Hill, se informó de si había alquien allí en esta noche.

—A la muestra de Los tres cojos? —preguntó el negociante.

El judío hizo señal de sí.

—Esperad! —prosiguió el mercader procurando recordar en su memoria —Si; si mal no recuerdo hay algunos. Vuestro amigo si que creo no está.

—Sikes no ha ido hé?

Non es ventús, como dicen los hombres de la ley! —contestó el hombre pequeño con ademan jactancioso —Teneis algo que pueda convenirme?

—No; hoy no traigo nada. —dijo el judío marchándose.

—Decid Fagin; os vais á la muestra de los tres cojos? —gritó el hombrecillo —No me dejaria tirar de la oreja para venir si estuvierais dispuesto á pagar algo.

Pero como el judío volviéndose le hizo con la mano señal de que queria estar solo en la posada de los tres cojos, se vió esta vez privada del honor de poseer á Mr. Sively.

La posada de los tres cojos, ó simplemente llamada de Los cojos, por sus parroquianos era cabalmente la misma en que Sikes y su perro han figurado ya. Fagin subió la escalera haciendo únicamente una seña al hombre que estaba sentado en el mostrador, abrió la puerta de un aposento se introdujo en él con cautela y miró con ademan inquieto á su alrededor, poniendo la mano frente sus ojos como si buscara á alguien.

Este aposento estaba alumbrado por dos mecheros de gas cuya luz resplandeciente era interceptada al exterior, por postigos, sujetos con una barra de hierro y por espesos cortinajes de un encarnado deslucido. El sitio estaba tan lleno de un humo espeso de tabaco, que casi nada se distinguia. Sin embargo habiéndose disipado poco á poco, al través de la puerta que había quedado entreabierta, permitió ver una reunion de cabezas tan confusa como el ruido de las voces, y á medida que el ojo se acostumbraba á la escena, el espectador hubiera podido tambien descubrir una sociedad numerosa de hombres y mujeres sentados al rededor de una mesa larga, al estremo de la cual estaba el presidente, con su martillo de órden en la mano, mientras que un artista de nariz azulada y llevando el rostro envuelto en un pañuelo, por causa de un dolor de muelas, permanecia ante un mal piano colocado en el rincon mas retirado del aposento.

Fagin poco susceptible á las emociones fuertes, pasó revista uno despues de otro á todos aquellos rostros sin encontrar al que buscaba. Habiendo al fin logrado atraerse la mirada del hombre que ocupaba el estremo de la mesa le hizo una ligera señal de cabeza y se retiró con la misma cautela con que había entrado.

—Señor Fagin en que podemos serviros? —preguntó el hombre que lo había seguido hasta la meseta —No quereis ser de los nuestros? Estarán muy gozosos de veros.

El judío sacudió la cabeza con ademan de impaciencia y preguntó en voz baja: —Está aquí?

—No. —respondió el hombre.

—Y no teneis noticias de Barney.

—Ningunas —replicó el amo de la taberna de los tres cojos porque el era. —No se meneará que todo no esté tranquilo. Estad seguro de que la policía, sigue su pista allá abajo y que si tuviera la desgracia de menearse se haria pinchar al primer golpe. Barney está sin duda seguro donde se halla pues de otro modo hubiera oido hablar de él. Apostaria cualquier cosa, que, se hará una buena retirada. oh! podeis contar con ello yo salgo garante!

—Vendrá aquí esta noche? —preguntó el judío, cargando la pronunciacion en el pronombre, con el mismo enfasis que antes.

—Monks, quereis decir?

—Chito! —hizo el judío —Si!

—Ciertamente! —contestó, el amo de la taberna, sacando de su bolsillo un reló de oro. Deberia ya haber llegado. Si quereis esperar solo diez minutos, vais á verle.

—No; no! —dijo el judío de un modo que si bien dejaba pensar que deseaba ver la persona en cuestion, no le sabia mal con todo de no encontrarla.

—Decidle que he venido para verle y que lo espero en casa esta noche —No; mejor mañana. Puesto que no está aquí, siempre será tiempo mañana.

—Está bien! —dijo el hombre —Nada mas hay que decirle?

—No —contestó el otro bajando la escalera.

—Escuchad! —hizo el tabernero inclinándose sobre la baranda! —No os parece este magnífico momento para una venta! Si quereis tenemos ahí á Felipe Barker... Está tan borracho que un niño podria prenderle.

—Ah! ah! —hizo el judío levantando la cabeza! —Pero no es aun la hora de Felipe Barker; tiene aun algo que hacer antes que nos separamos de él. Volved á reuniros con vuestros amigos querido mio y decidles que se diviertan mucho mientras son de este mundo... ah! ah! ah!

El patron de la taberna, rió grandemente al oir la reflecsion del viejo y fué á reunirse con sus convidados. No bien el judío estuvo en el lindar de la puerta cuando su fisonomía volvió á tomar la expresion de la inquietud y del temor. Despues de haber reflecsionado un momento, subió en un coche de alquiler y dijo al cochero que se dirijiera hácia Bethnal-Green. Se apeó á un cuarto de milla de la habitacion de Sikes y andó el resto del camino á pié.

—Ahora, —balbuceó entre dientes mientras llamaba á la puerta —si hay alguna anguila, bajo la roca, lo sabré muy pronto de vos jovencita mia á pesar de ser muy maligna!

—Habiéndole dicho la muger que le abrió que Nancy estaba en su habitacion, subió cautelosamente la escalera y abrió la puerta del aposento sin ninguna ceremonia.

La jóven estaba sola con la cabeza, apoyada, encima de la mesa y los cabellos esparcidos sobre la espalda.

—O ha bebido, ó está triste. —dijo el judío para sí.

En esto retrocedió para cerrar la puerta y dispertando Nancy al ruido fijó su mirada en el viejo mientras este le contaba la relacion de Tobias Crachit. Luego que hubo concluido, volvió á tomar su actitud primera sin hablar una palabra mas. Nancy la quitaba el candelero con impaciencia, rozaba sus piés sobre el piso cada vez que cambiaba de posicion... pero no pasaba de aquí.

Durante todo este tiempo el judío miraba en torno suyo, con ademan inquieto como si hubiese querido asegurarse de que Sikes no había regresado.

Despues de satisfecha su curiosidad sobre este punto, tosió dos ó tres veces é hizo todo lo posible para entablar la conversacion; pera la jóven no hizo mayor caso de él ni se movió mas que una estátua de piedra.

Al fin hizo el último esfuerzo y frotándose las manos dijo con el tono mas afable:

—Y dónde crees tu que puede estar ahora Sikes he?

Nancy respondió de un modo inteligible y como si llorase que no lo sabia.

—Y el niño? —replicó el judío mirando á la jóven de reojo para ver la espresion de su fisonomía. —Pobrecito! Abandonado en una zanja! No atiendes Nancy?

—El niño! —dijo esta levantando la cabeza —Está mejor donde se halla que no con nosotros! Y con tal que Sikes salga bien librado, anhelo que esté muerto en la zanja y que sus huesos se pudran en ella.

—Cómo? —esclamó el judío con asombro.

—Es la verdad. —repuso la jóven mirándole á su vez fijamente —Estaria muy contenta de no verle ya mas ante mis ojos y saber que se halla libre de todo lo que le podia suceder de peor... El verle á mi alrededor era un peso insoportable; su solo aspecto era una reconvencion contra mi y contra vosotros todos.

—Ba! —hizo el judío con acento de desprecio. —Hija tu estás beoda.

—Ah! sin duda! y no seria culpa vuestra sino lo estuviera... No os sabe mal que esté así, con tal que obre á vuestro gusto... acepto cuando no os conviene —no es así?

—No! Ahora no me conviene! —replicó el judío furioso.

—Pues es preciso que os convenga! —repuso ella soltando una carcajada.

—Qué me convenga? —esclamó el judío sumamente irritado por la tenacidad de la jóven y por las contrariedades del dia —Qué me convenga! Atiende tu bien, necia; atiéndeme bien á mi que con seis palabras puedo estrangular á Sikes tan de seguro como si tuviera ahora su cabeza de toro entre mis manos. Si vuelve sin ese niño... si tiene la audacia de no traérmelo vivo ó muerto, asesínale tu misma sino quieres que Jacobo Ketch (el verdugo) haga con él su negocio... dale pasaporte al momento que ponga los piés en este aposento, de lo contrario tal vez seria tarde.

—Qué significa todo esto? —esclamó la jóven involuntariamente.

—Qué significa todo esto? —prosiguió el judío ciego de cólera. Escucha! cuando ese niño forma para mi el valor de muchas centenas de libras, debo perderlo acaso por culpa de un acto de borrachos de quienes podria deshacerme á satisfaccion? Deberé yo someterme á un pillo á quien no le falta mas que la voluntad y que tiene el poder de...

El viejo, sumamente sofocado no pudo concluir su pensamiento y reprimiendo de pronto su coraje se manifestó otro hombre.

Despues de un silencio de algunos minutos aventuró una mirada sobre su compañera y se tranquilizó en seguida viendo que estaba en el mismo estado de insensibilidad de que la había sacado poco antes.

—Nancy! Querida mia! —dijo con su voz de cuervo. —Has parado la atencion en lo que te he dicho?

—No me atormenteis Fagin! —respondió la jóven levantando perezosamente la cabeza —Lo que Guillermo no ha hecho esta vez, lo hará otra. Ya sabeis que ha hecho muchas cosas por vos y que hará muchas otras cuando podrá... Y cuando no lo hace es porque no puede... con que no hablemos mas de ello.

—Si; pero y respecto á ese niño? —dijo el judío frotándose las manos fuertemente.

—El niño debe correr los mismos percances que los otros. —Repuso Nancy con tono brusco —Y lo repito confio que está muerto y de consiguiente á salvo de todo peligro, sobre todo de aquel á que estaba expuesto á vuestro lado.

—Queridita y respecto á lo que dije hace un instante? —dijo el judío, fijando en ella su ojo de lince.

—No teneis mas que repetirlo. Y si es algo que deseais haga por vos, mejor hariais en esperar á mañana. Os escucho con atencion cuando me hablais; pero un instante despues ya no se lo que me habeis dicho.

El judío la hizo aun algunas preguntas, para asegurarse de que no había retenido sus palabras indiscretas; pero ella respondió con tanto aplomo y sostuvo tan bien la mirada escuadriñadora del viejo que éste volvió á su idea primitiva de que la jóven estaba en las viñas del Señor.

Efectivamente Nancy no estaba exenta de una falta demasiado comun por desgracia entre los pupilos (hembras) del judío y á la que desde sus mas tiernos años habían sido escitadas mas bien que contenidas.

Tranquilizado por este descubrimiento y satisfecho su doble objeto, de comunicar á Nancy, lo que aquella misma noche había oido de Tobias y de asegurarse por sus propios ojos de que Sikes no había vuelto, se fué, dejando á su jóven amiga dormida sobre la mesa.

Era cerca la una de la madrugada y como hacia obscuridad y mucho frio no tuvo ninguna intencion de recrearse paseando.

Había doblado la esquina de su calle y buscaba en la faltriquera la llave, cuando un personaje salió de un vestíbulo, á la sombra del cual estaba oculto y atravesando el arroyo, se deslizó á su lado sin haberlo reparado.

—Fagin! —dijo una voz muy cerca de su oido.

—Ah! —hizo el judío volviéndose vivamente —Sois vos?

—Si; —respondió el desconocido con tono acre. —Van ya dos horas que me teneis allí de planton! ¿En dónde diablos habeis estado?

—A asuntos vuestros querido. —dijo el judío moderando el paso y mirando al desconocido con aire de embarazo. —He galopado por vos toda la noche!

—Oh! No lo dudo! —repuso el desconocido con tono burlon. Y bien! ¿Qué hay de nuevo?

—Nada bueno!

—Nada malo quereis decir! —esclamó el otro parándose en seco y mirando á su compañero con sorpresa.

Fagin que deseaba dispensarse de recibir visita en hora tan intempestiva, se escusó diciendo que no había fuego en su casa; pero habiendo su compañero reiterando su pregunta con tono de autoridad abrió la puerta y le suplicó que la cerrára suavemente mientras que él iba por luz.

Esto está negro como boca de lobo. —dijo el desconocido dando algunos pasos á tientas. —Despachad pronto! No hay nada que deteste tanto como el estar á obscuras.

—Cerrad la puerta! —murmuró Fagin desde el estremo del pasadizo.

Al mismo tiempo ella se cerró con grande estrépito.

—No he sido yo quien ha hecho esto! —dijo el hombre buscando el camino. El viento la ha empujado ó se ha cerrado por si misma... Despachad en llevar la luz antes que me rompa el bautismo contra alguna cosa de este maldito barracon!

Fagin bajó á hurtadillas á la cocina y volvió luego con una vela encendida, despues de haberse asegurado de que Tobias Crachit dormia en la pieza subterránea de detrás y sus dignos discípulos hacian otro tanto en la de delante. Hecha señal á su compañero de que le siguiera subió la escalera marchando delante.

—Querido mio, podemos decir aquí las pocas palabras que tenemos que comunicarnos. —dijo el judío abriendo una puerta en el primer piso —y como hay agujeros en los postigos y nosotros no mostramos jamás la luz á nuestros vecinos dejarémos la vela en la escalera... Aquí!

Esto diciendo el judío dejó la vela sobre la meseta frente por frente del aposento en que entraron y en el que había por todo mueblaje un sillon roto y un viejo sofá sin forro colocado detrás de la puerta.

Veian un poco porque la puerta estaba entreabierta y la vela derramaba un resplandor débil en la pared de enfrente de ellos.

Duranté algunos minutos hablaron en voz baja y á pesar de que esceptuando algunas palabras inconexas, fuese imposible oir su conversacion, un tercero que los hubiese escuchado fácilmente hubiera podido adivinar que Fagin se defendia contra las inculpaciones del incógnito y que este estaba sumamente irritado.

Había un cuarto de hora ó cerca veinte minutos que hablaban en esta forma, cuando Monks (bajo cuyo nombre Fagin designó muchas veces al estranjero durante su coloquio) dijo elevando un poco la voz:

—Os repito de nuevo que esto ha sido mal combinado! ¿Por qué no lo habeis guardado aquí con los otros procurando que fuera pronto un Ladron?

—No hay que incomodarse por ello! —esclamó el judío encojiéndose de hombros.

—Acaso quereis hacerme creer que no hubierais logrado el intento por mucha que fuera vuestra voluntad? —preguntó Monks irritado —No lo habeis hecho muchas centenas de veces con otros niños? Si hubieseis tenido la paciencia de esperar aun un año lo mas, acaso os hubieran faltado medios para hacerlo juzgar y condenar á la deportacion por toda la vida?

—Querido mio! ¿y á quién esto hubiera aprovechado? —preguntó el judío humildemente.

—Vaya! A mi! —replicó Monks.

—Pero no á mi. —dijo el judío con aire sumiso... Cuando hay en un negocio dos partes interesadas, es muy justo que el interés comun sea consultado. No es cierto querido?

—Qué quereis decir con esto? preguntó Monks con tono huraño.

—He visto que no era fácil formarle para nuestro género de comercio... No poseia las mismas circunstancias que los demás muchachos.

—No por desgracia! —murmuró el otro entre dientes —De otro modo largo tiempo ha que seria ladron.

—No había camino de hacerle peor —repuso el judío observando la fisonomía de su compañero. —De ningun modo se prestaba á ello... No pude aterrorizarle con ninguno de esos medios de que usamos al principio y sin los cuales nuestros esfuerzos serian inútiles... Qué podia hacer? Enviarle con el Camastron y Cárlos? Querido mio hemos tenido bastante en la primera vez que tal hicimos. He temblado por todos nosotros!

—Yo nada podia en ello! —observó Monks.

—No, sin duda. —replicó el judío —Por esto no os hago cargo alguno, porque si esto no hubiera sucedido, jamás hubierais podido encontrarle y de consiguiente hubierais perdido la esperanza de descubrir que era él el que buscabais. Como sabeis; yo lo he recobrado para vos con la ayuda de Nancy: pero he aquí que ella ahora le protege!

—Estrangulad á esa jóven! —dijo Monks con impaciencia.

—Querido por ahora no podemos hacer tal cosa! —repuso el judío sonriendo —Además estos asuntos no son de nuestra incumbencia, de otro modo dias ha que lo hubiera hecho con gran placer... Caramba! Sé demasiado lo que son estas chicas mi querido Monks. No bien el muchacho habrá empezado ha endurecerse, cuando ella hará tanto caso de él como lo haria de un pedazo de madera. ¿Vos queréis que sea ladron? Si es vivo, puedo hacerle tal á contar desde el dia de hoy. Y si... si... lo que no es probable —dijo el judío acercándose al otro. —pero pensando lo peor... si estuviera muerto?

—Para nada estoy en ello si es así! Entendeis? Para nada! —repuso Monks herido de terror y apretando tembloroso el brazo del judío —Tenedlo bien en cuenta Fagin! Yo me lavo de ello las manos. Ya os lo previne desde el principio: Todo lo que querais escepto su muerte. No quiero verter sangre! Esto se descubre siempre! Además vuestro crímen os persigue por todas partes... Si lo han muerto no soy yo de ello la causa lo entendeis Fagin? Que el diablo se lleve esta infernal casucha! Quién anda ahí?

—Qué? —esclamó el judío cojiendo con toda su fuerza el sillon, en el momento que aquel se levantó bruscamente del sofá —Dónde?

—Allí! —dijo Monks señalando la pared con el dedo —Una sombra! una sombra! He visto la sombra de una muger, con chal y sombrero, pasar á lo largo de la pared con la rapidez del rayo!

El judío se soltó de su compañero y ambos se lanzaron fuera del aposento.

La vela, casi del todo consumida por la corriente del aire, estaba en el mismo sitio y les mostró la soledad profunda de la escalera así como tambien la horrible palidez de sus semblantes. Pusieron el oido atento; pero reinaba en toda la casa el mayor silencio.

—Ha sido una ilusion querido! Os habeis engañado sin duda alguna! —dijo el judío tomando la vela y volviéndose á su compañero.

—Juraria que la he visto! —contestó Monks temblando de piés á cabeza —Estaba inclinada cuando la he visto y luego que he tablado ha desaparecido.

El judío lanzó una mirada de desprecio sobre el rostro lívido de su compañero y habiéndole dicho que podia seguirle si era de su gusto, subieron hasta el cabo de la escalera. Registraron todos los aposentos: ellos estaban helados y vacíos. Bajaron al pasadizo y de allí á los subterráneos: pero todo permanecia tranquilo como la muerte.

—Estais ya convencido? —dijo el judío cuando volvieron al pasadizo. Escepto nosotros, no hay alma viviente en la casa á no ser Tobias y los muchachos... y estos están en seguridad... como veis!

Y para prueba de lo que decia el judío sacó de su faltriquera, las llaves y esplicó como al bajar por la primera vez á la cocina, había encerrado á sus jóvenes pupilos para impedir que no perturbasen su conversacion.

Esta nueva prueba destruyó enteramente la conviccion en el alma de Monks; sus protestas habían ido perdiendo insensiblemente su energía á medida que sus pesquisas, se iban haciendo del todo infructuosas y acabó por reirse de sí mismo y por convenir en que ello no podia haber sido otra cosa que un delirio de su imaginacion.