Los ladrones de Londres/Capítulo XXXII
UN ACONTECIMIENTO IMPREVISTO VIENE Á TURBAR LA DICHA DE NUESTROS TRES AMIGOS.
EL estio sucedió pronto á la primavera y la campiña que Oliverio había encontrado tan hermosa al llegar á la aldea, desplegaba entonces sus riquezas y se mostraba en todo el esplendor de su belleza. La tierra se había revestido de un manto de verdor y exhalaba sus mas dulces perfumes.
Una tarde que regresaban de un paseo mas largo que de costumbre, Rosa que había estado sumamente jovial durante todo el camino, se sentó al piano. Despues de haber recorrido maquinalmente durante algun tiempo sus dedos sobre el teclado, tocó un aire lánguido y la señora Maylie creyó oirla sollozar.
—Rosa! Mi buena amiga! —dijo.
La jóven guardó silencio; pero tocó con un poco mas de viveza como si la voz de la buena señora la hubiese arrancado de su sueño penoso.
—Rosa! Querida mia! —esclamó ésta levantándose precipitadamente de su silla y acercándose á la jóven. —Qué tienes?... Tu semblante está lleno de lágrimas! Díme qué ha podido causarte disgusto?
—Nada tia, os lo aseguro! —dijo Rosa —En verdad no sé lo que tengo; pero me encuentro esta noche tan abatida!
—Angel mio! ¿Si estarás enferma? —preguntó la Señora Maylie.
—Ah! No; no estoy enferma? —respondió Rosa estremeciéndose como si un frio mortal la hubiese cojido súbitamente... —Ello no será nada! Pronto me encontraré mejor! Cerrad la ventana, os lo ruego!
—Oliverio la cerró bien y la jóven haciendo todos los esfuerzos posibles para dominar el sentimiento que la agitaba, procuró tocar un aire mas festivo. Pero apenas sus dedos rozaron las teclas, cuando no pudo contenerse y cubriéndose el rostro con ambas manos, fué á sentarse en un sofá y dió libre curso á sus lágrimas.
—Mi querida niña! —esclamó la Señora Maylie —Jamás le he visto en tal estado!
—He hecho todo lo que he podido para no alarmaros! —dijo Rosa —Pero creo que realmente estoy enferma.
Lo estaba en efecto, pues cuando trajeron luz notaron que estaba pálida como la muerte. La espresion de su fisonomía nada había perdido de su belleza; pero con todo estaba cambiada y había en sus facciones tan dulces y tan regulares algo de estraviado que no se había visto antes de entonces. En un momento, su rostro se volvió purpúreo y sus hermosos ojos azules se cubrieron de una nube. Al cabo de pocos minutos estaba lívida hasta dar miedo.
Oliverio que durante todo este tiempo había observado á la señora Maylie con la atencion mas asídua, notó que estos síntomas estraños la habían alarmado y él mismo quedó aterrorizado. Pero viendo que ella procuraba ocultar su turbacion afectando un aspecto tranquilo; hizo otro tanto la misma Rosa al ir á acostarse á instancia de su tia, se mostró mas alegre y pareció encontrarse mucho mejor. Les aseguró su certitud de levantarse á la mañana siguiente en perfecta salud.
—Creo que no hay nada de serio ¿no es cierto Señora? —dijo Oliverio cuando la Señora Maylie volvió á entrar en el salon. —Parece que la Señorita no se encuentra muy bien esta tarde; pero...
La buena señora le hizo señal de que no hablára y sentándose en un rincon permaneció silenciosa durante algun tiempo. Al fin dijo con voz trémula.
—Espero que no será nada, Oliverio. He sido muy feliz con ella por espacio de algunos años! Demasiado feliz tal vez; y podria ser que me sucediese alguna desgracia! No, que quiera decir que este sea el caso.
—Qué desgracia señora? —preguntó Oliverio.
—La de perder esa niña querida que por tanto tiempo ha sido mí alegria... mi dicha! —dijo aquella con voz entrecortada.
—Dios no lo permita! —esclamó vivamente Oliverio.
—Hágase su santa voluntad? —repuso la señora torciéndose las manos.
—Oh! Seguramente no nos amenaza una desgracia tan grande! —dijo Oliverio —Aun no hace dos horas que estaba tan buena!
Los temores de la Señora Maylie eran por cierto demasiado fundados y lo que había predicho sucedió. A la mañana siguiente se declararon en Rosa los síntomas de una enfermedad peligrosa.
Es necesario darnos prisa y no perder el tiempo en aflicciones inútiles —dijo la Señora Maylie, apretando la frente con sus manos. —Mr. Losberne debe recibir esta carta lo mas pronto posible. Es preciso llevarla al pueblo vecino, que está á cuatro millas de distancia lo mas, andando por el atajo y de allí remitirla á Chertsey por un expreso á quien encargareis que ande á toda prisa. La gente de la posada se encargarán de ello y á vos os recomiendo que la veais marchar.
Oliverio no pudo responder tal era su afan de alejarse inmediatamente.
—Tomad esta otra! —continuó la señora Maylie con ademan pensativo —Pero no sé si será mejor esperar que el doctor me haya dicho lo que piensa de Rosa... En el caso de haber peligro no quisiera remitirla.
—Es tambien para Chertsey Señora? —preguntó Oliverio alargando su mano trémula para recibir la carta, impaciente como estaba de cumplir su comision.
—No, —contestó la señora entregándosela maquinalmente.
Oliverio echó una ojeada al sobre y vió que era para Enrique Maylie, en casa de un caballero, del cual no pudo descifrar ni el hombre ni el domicilio.
—Queréis que ella parta señora? —preguntó Oliverio mas impaciente que nunca.
—Creo que será mejor esperar á mañana! —dijo la Señora Maylie volviéndola á tomar.
Dicho esto, dió su bolsillo á Oliverio; que se lanzó fuera del salon sin despedirse de su bienhechora.
Corriendo á través de los campos todo lo que sus fuerzas le permitieron, ya oculto por el trigo de alto talle que se elevaba en ambos lados del camino, ya en medio de un llano, en el que había hombres ocupados en segar y hacer gavillas y no deteniéndose mas que para tomar aliento, llegó al fin cubierto de sudor y de polvo á la plaza del mercado del villorrio.
Su primer cuidado fué buscar la posada de que le había hablado la Señora Maylie. Miró á todos lados. De pronto se presentó á sus miradas una cerveceria pintada de rojo, luego la casa de la villa pintada de amarillo y luego al fin una posada, que tenia por muestra. Al rey Jorge. Inmediatamente entró en ella.
Se dirijió á un postillon que fumaba su pipa en el lindar de la puerta cochera, quien despues de haberse hecho esplicar la clase del mensaje que llevaba Oliverio, lo envió al muchacho de cuadra quien despues de la misma esplicacion lo endosó al maestro de postas que apoyado contra la bomba cerca la puerta de la cuadra se divertia paseando en su boca un monda-dientes de plata. Este tomó la carta de las manos del niño y se dirijió con displicencia hácia el bufete para enterarse de la direccion, (lo que ecsijió aun bastante tiempo.) Luego que se hubo enterado y exijido la paga adelantada, hizo ensillar un caballo y dió órden á un postillon de que se preparára, lo que fué tarea de un cuarto de hora, durante cuyo tiempo Oliverio que estaba como entre espinas tuvo veinte veces la tentacion de saltar sobre el caballo y correr á brida suelta hasta la prócsima parada.
Sin embargo al fin todo quedó listo y Oliverio despues que hubo encargado encarecidamente al postillon de marchar lo mas aprisa que le fuera posible, éste partió como el rayo y en menos de nada estuvo al estremo opuesto del villorrio.
No era poco para Oliverio tener la certeza de que la jóven enferma iba á recibir prontos ausilios y que no había habido tiempo perdido. Acababa de dejar el patio de la posada, con el corazon menos oprimido y pasaba el lindar de la puerta cochera corriendo, cuando se enredó entre las piernas de un hombre envuelto en una capa que entraba en el parador.
—Qué diablos es esto? —dijo el hombre retrocediendo de golpe al ver el niño.
—Perdonad caballero! —contestó éste —Estaba ansioso de volver á casa y no os veia.
—Maldicion! —murmuró el hombre entre dientes lanzando á Oliverio una mirada furiosa —Es posible! Qué un rayo te parta! Creo que si estuviera muerto, saldria espresamente de su tumba para encontrarse en mi camino!
—En verdad lo siento mucho caballero! —balbuceó Oliverio espantado del modo como le miraba el estrangero. —Os he hecho daño?
—Maldicion! —murmuró de nuevo. —Si hubiese tenido solo el valor de pronunciar una palabra, largo tiempo hace estaria desembarazado de él! Qué el infierno te confunda! ¿Qué haces tu ahí pequeño demonio?
—Esto diciendo rechinó los dientes, cerró los puños y abalanzándose sobre Oliverio como para cojerlo, cayó de espaldas espumeante de rabia y debatiéndose como un furioso.
Oliverio con todo no pudo hacer caso de este hecho estraño porque luego que hubo llegado á la casa, cuidados mas serios ocuparon su alma y desviaron su atencion de lo que le era personal.
Rosa estaba mucho mas mala; la fiebre había redoblado y al anochecer entró en delirio. El cirujano del pais no la dejó un solo instante. Apenas la hubo visto llamó á parte á la Señora Maylie y le declaró que la enfermedad era de las mas graves y que solo un milagro podia salvar á su sobrina.
A la mañana siguiente todo fué silencio en el interior de la casa. Se hablaba en voz muy baja; algunas mugeres y niños se presentaban de tiempo en tiempo á la verja y se volvian con las lágrimas en los ojos. Todo el dia y aun hasta mucho despues de puesto el sol, Oliverio se paseó en el jardin levantando la vista á cada momento hácia la ventana del aposento de la enferma. Le parecia por la tristeza del lugar que la muerte debia estar allí y se estremecia de horror.
Era ya muy entrada la noche cuando Mr. Losberne llegó —Es una gran desgracia! —dijo al ver á Rosa —Tan jóven, tan amable! Pero poca esperanza queda!
Durante muchos dias la muerte parecia habitar en esta casa, tanta era su tristeza y melancolía, el silencio mas profundo reinaba en ella; el dolor estaba impreso en todos los semblantes. Una tarde la Señora Maylie y Oliverio estaban sentados en el salon, cuando fueron arrancados de sus meditaciones por el ruido de una persona que se acercaba. Ambos se precipitaron involuntariamente hácia la puerta, en el momento en que entró Mr. Losberne.
—Y Rosa? —esclamó la Señora Maylie —Hablad, os lo suplico! Estoy preparada del todo! No puedo vivir mas tiempo en tan horrible incertidumbre! Hablad en nombre del cielo; hablad!
—Calmaos señora! —dijo el doctor, tomándola por el brazo. —Calmaos os lo ruego!
—Por amor de Dios dejadme —continuó la Señora Maylie con voz ahogada —Rosa, mi querida niña! Ha muerto! Se muere!
—No, —esclamó el doctor con fuerza —Dios que es la misma bondad, permite que ella viva aun largos años para la felicidad de todos nosotros.
La buena Señora cayó de rodillas y procuró plegar las manos en señal de accion de gracias; pero el valor que la había sostenido por tanto tiempo la abandonó de improviso y se desmayó en los brazos de su antiguo amigo.