Los mártires del Japón/Acto I

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​Los mártires del Japón​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

Tocan cajas; sacan cuatro indios al EMPERADOR Jisonén en hombros, pónenle en un trono; delante de él salen cuatro reyes con sus coronas.
BOMURA:

  Emperador invicto del Poniente,
donde el sol soberano,
por coronar tu frente,
de nueva luz se ostenta más ufano:
setenta y cuatro reyes
a sujetarse vienen a tus leyes,
y en este campo ameno,
de variedad y de hermosura lleno,
como en este hemisferio
es costumbre heredada del Imperio,
para dar la obediencia,
estamos esperando tu presencia.

SINGO:

Goces por tantos siglos el gobierno,
que pases de mortal a ser eterno,
y por edades tantas
te sirvan de tapetes a tus plantas
tantas coronas bellas,
porque corones más que el sol estrellas;
cuando el honor de tu poder avises,
en carro de metal dichoso pises.

AMANQUI:

Y a pesar del olvido,
vivas, cuanto adorado, obedecido.

(Pónenle los tres reyes las coronas a los pies en el trono, y el REY DE SIGUÉN se queda a un lado del tablado, sin llegar.)
EMPERADOR:

Rey de Siguén, ¿no llegas?
¿Cómo tú solo me obediencia niegas,
y tu corona en mi presencia tienes
sin rendilla a mis plantas con tus sienes?

SIGUÉN:

  Yo, Emperador, no me llego
porque no es bien que me humille
a quien con tirano imperio
el Japón hermoso rige.
Yo no vine a obedecerte,
aunque a aqueste tiempo vine;
que los vasallos leales,
a sólo su Rey se rinden.
Tayco Soma, que dichoso
en etérea mansión vive,
y al lado del sol eterno,
términos al cielo mide,
al tiempo que lo divino
de lo mortal se despide,
y su espíritu glorioso
al ajeno cuerpo asiste,
a Tayco, su hermoso hijo,
joven a quien toca libre
el cetro que agora ocupas
y la corona que ciñes,
siendo Rey, como nosotros,
te encargó, para que firme
estuviese en este Imperio,
a tus consejos humilde.

SIGUÉN:

Tú, pues, que soberbio siempre,
de sola ambición te vistes,
notando que de seis años
era estorbarlo imposible,
le envías a aquesta torre,
que trepando altiva y libre
por las regiones del aire,
con las estrellas compite.
De su libertad tirano,
inocente le pusiste
donde con guardas le ocupas
y con prisiones le oprimes;
y en vez de dalle obediencia
como a Emperador insigne,
y verle tratar sin gente
que tu miedo le permite,
como a un bárbaro le tienes
solo, sin que comunique
igual a su nacimiento
las grandezas de su origen.
Quince años ha que es guardado,
y en este tiempo pudiste
atraerte a tu obediencia
tantos reyes invencibles.

SIGUÉN:

Pero yo, aunque más triunfante
en este lugar te mire,
y más que en el campo flores,
corona de reyes pises,
la que mi cabeza adorna
jamás la verás rendirse
sino a legítimo dueño
de tantas islas felices.
Vuestro Rey es Tayco Soma;
y aunque como muerto vive,
no permitáis que un tirano
vuestro Emperador os quite;
dadles todos libertad,
y si queréis verle libre,
la torre de Usaca está:
seguidme todos, seguidme.
(Vase, y levántase el EMPERADOR en el trono.)

EMPERADOR:

Espera, cobarde, espera;
que aunque la carrera limites
del sol, con mayor aliento
podrá mi furor seguirte;
industria, no tiranía,
estas glorias me permite,
y ninguno, por reinar,
nombre de traidor recibe.
¿Qué importa heredado imperio?
Heredado, honor, ¿qué sirve?
Quien por sí no lo merece,
de ajenas plumas se viste.
Y porque de mi poder
hoy el rigor abomines,
espera para tu muerte
que al arco la cuerda vibre.
Conocerás si es forzoso
que me adores y me envidies,
que me temas y obedezcas,
que me respetes y estimes.

(Pone la flecha en el arco, y pónense delante.)
SINGO:

Espérate, Tayco Soma:
ni le apuntes ni le tires;
que no es bien que de su sangre
tantos reyes participen.

SIGUÉN:

Cuando mandaste llamarnos,
salvoconducto nos diste
de que volveremos todos
a ver nuestros reinos libres;
y si tu palabra falta,
faltaremos a servirte,
padeciendo aqueste Imperio
infames guerras civiles.

EMPERADOR:

¿Quién puede al Rey de Siguén
haber dicho que me prive
de esta gloria que merezco,
atropellando imposibles?
¿Quién contra mí le aconseja?

BOMURA:

Yo podré mejor decirte
la causa, porque la sé;
yo fui cristiano.

EMPERADOR:

Prosigue.

BOMURA:

Por conocer nuevos dioses
dejé la ley que ellos siguen,
y así sé de los cristianos
los intentos y los fines.
Estos, al Rey de Siguén
y a todos los otros dicen
que eres tirano soberbio,
y que injustamente asistes
por señor de aqueste Imperio;
que del trono te derriben,
pues no puedes poseerle
mientras Tayco Soma vive.
Son, señor, estos cristianos,
en su condición, terribles,
soberbios, locos y altivos,
y que, fingiéndose humildes,
solicitan tus vasallos
con apariencias visibles,
hasta que dejan su ley
y la de Cristo reciben.
Las provincias del Japón
tienen hasta sus confines
pobladas de sacerdotes,
que sus doctrinas prediquen.
Destiérralos de tu Imperio,
verás qué seguro vives
de traiciones y de engaños
por muchos siglos felices.

EMPERADOR:

  ¡Que el poder de mis manos
ignoren estos bárbaros cristianos,
y con bárbaro intento
iguale a mi poder su atrevimiento!
¡Que no teman mi furia!
mas con su sangre lavaré mi injuria;
y, ¡vive el sol!, de quien el ser recibo,
que no me ha de quedar cristiano vivo:
búsquense todos luego;
que los he de acabar a sangre y fuego.
Y tú, Rey de Bomura,
para que mi corona esté segura,
el cargo al punto toma,
oprime su cerviz, su cuello doma;
al español destierra,
no me quede ninguno en esta tierra;
y porque así sosieguen mis intentos,
para aquel que quedare
busca nuevos rigores y tormentos.

BOMURA:

Por tu valor te juro
que ninguno de mí viva seguro,
y corriendo tu Imperio,
no ha de quedar en todo su hemisferio
sacerdote español que no persiga;
y todos los japones bautizados
serán atormentados
con cuchillo, con arcos y con fuego,
si, como yo, no renegaren luego;
veré si así me dejan:
inútilmente a un bárbaro aconsejan.
¡Que un sacerdote, un español, me impida
gozar mi misma vida,
estorbando mi amor, ¡qué desvarío!
Siendo mujer del que es vasallo mío;
mas yo me vengaré con estas manos,
bebiendo infame sangre de cristianos.

EMPERADOR:

Algo confuso quedo.

SINGO:

De esa inútil pasión desecha el miedo.
Con juegos diferentes
desmiente la tristeza
que en el pecho consientes.

EMPERADOR:

Volaré de este campo algunas aves
de las muchas que en él con alto vuelo
remontadas se atreven hasta el cielo,
el viento matizando de colores
más oque al campo el abril le ha dado flores;
y en cristalina esfera
trasladada se ve la primavera,
pues confusos parecen
cuando a la vista admiración ofrecen,
que producen ufanos,
con variedades sumas,
el viento flores cuando el campo plumas.
¿Qué torre es ésta?

SINGO:

La que a Tayco oculta.

(Sale un ALCAIDE, indio viejo.)
EMPERADOR:

Mejor dirás que vivo le sepulta.

AMARQUE:

  Aqueste el Alcaide es
que con secreto y cuidado
a Tayco Soma ha criado.

ALCAIDE:

Dame, gran señor, tus pies.

EMPERADOR:

  Levanta, alcaide, del suelo.

ALCAIDE:

Cuando tal ventura toco,
desde aquestas plantas, poco
será levantarme al cielo.
  ¿Qué novedad te ha traído
esta torre, donde tienes
Tayco preso? ¿A qué vienes?

EMPERADOR:

En la caza divertido,
  aquestos campos pisé;
que no vine con cuidado
alguno, y pues he llegado
adonde nunca pensé,
  decidme, ¿en qué se entretiene
en esta desierta casa,
Tayco? ¿En qué la vida pasa?
¿Qué talle o presencia tiene?
  ¿Es robusto o es hermoso?
¿Es apacible o es fiero?
Porque yo le considero
ya cobarde, ya animoso,
  ya muy humilde, ya altivo.
De bélica inclinación
y con varia condición,
ya noble, ya vengativo.
  ¿Es inclinado a la guerra?
¿Tiene buen entendimiento?

ALCAIDE:

Señor, de tu pensamiento
esa confusión destierra;
  que no hay causa en él bastante
para que en cuidado estés.

EMPERADOR:

¿De qué manera?

ALCAIDE:

Porque es
un bárbaro, un ignorante;
  es un simple, un tonto, y tal,
que distinguirle podría,
la misma filosofía,
mal de un bruto irracional.
  Su discurso no consiente
actos al entendimiento,
porque sólo el sentimiento
tiene de ánima viviente;
  ni pregunta ni desea
saber más de lo que sabe,
porque ni tiene ni cabe
mayor concepto en su idea.
  Y aunque discurso tuviera,
tan bárbaro se ha criado,
en esta torre encerrado,
que casi imposible fuera
  saber más ni sentir más.

EMPERADOR:

Quiero verle.

AMARQUE:

Por él voy.

EMPERADOR:

No quiero sepa quién soy,
y tráele aquí.

ALCAIDE:

Tú verás
  la forma que al alma informa;
no al alma, que no conviene
a quien discurso no tiene;
mas espera darte forma.
  No ha visto en su vida al sol,
ni sabe si hay noche o día,
ni cómo su luz envía
con su dorado arrebol;
  nunca ha visto de la tierra
los ejércitos de flores,
que a las fuentes con amores
publican gustosa guerra;
  nunca ha visto de la luna,
señor, la inconstante cara,
ni discurre ni repara
en admiración ninguna;
  y porque llegues a ver
lo bárbaro que ha vivido,
en su vida ha conocido
ni sabe lo que es mujer;
  que sólo, en aquesto fundo
su notable imperfección;
que sus ignorancias son
las cuatro partes del mundo.

(Sale AMARQUE.)
AMARQUE:

  Hasta la estancia llegué
de Tayco, y como me vio,
tanto de mí se admiró,
que yo casi lo quedé;
  y entre muchas turbaciones
y un dudar tardo y prolijo,
al cabo de un rato dijo,
en mal formadas razones,
  que si acaso era yo Dios,
el mundo mayor hiciera
porque en el mundo cupiera,
pues sólo en él caben dos;
  mas ya a tu presencia viene
absorto, maravillado.

(Sale TAYCO vestido de piel.)
EMPERADOR:

¡Gran gusto en velle me ha dado!
¡Hermosa presencia tiene!

ALCAIDE:

  Confuso y ciego se admira,
porque, bárbaro ignorante,
siempre con igual semblante
al cielo y la tierra mira,
  al sol que en fuego le enciende,
atrevido a mirar llega,
y como su luz le ciega,
quitar los rayos pretende.
  ¡Tayco, Tayco!

TAYCO:

¿Quién me nombra?

EMPERADOR:

A la Voz que le llamó,
inadvertido volvió,
y se espantó de su sombra.

TAYCO:

  ¿Quién eres que me persigues?
¿Quién eres que no me dejas?
Cuando me acerco, te alejas;
cuando me alejo, me sigues.

EMPERADOR:

  ¡Ah, Tayco!

ALCAIDE:

Grandes espantos,
de ver tres ha recibido.

AMARQUE:

Nuevo temor ha sentido.

TAYCO:

¿De cuándo acá somos tantos?
  ¿No éramos solos los dos?

ALCAIDE:

Este es mundo diferente;
aquí hay más luz y más gente.

TAYCO:

¿Quién le crió?

EMPERADOR:

Sólo Dios.

TAYCO:

  ¿Quién es Dios?

EMPERADOR:

El sol.

TAYCO:

¿Cuál es
el sol?

EMPERADOR:

Aqueste que hermoso,
dando esplendor luminoso,
sobre aqueste monte ves.

TAYCO:

  ¡Fuera!

EMPERADOR:

¿Dónde vas?

TAYCO:

No en vano
ser Dios como el sol pretendo,
pues por el monte subiendo,
lo alcanzaré con la mano,
  y seré Dios; que también
sabré yo dar resplandor.

AMARQUE:

¿Quién vio ignorancia mayor?

EMPERADOR:

¡Que aquesto temiendo estén
  mis sentidos, y que guarde
a un bruto, tan reciamente!
Quien ni presume ni siente,
por fuerza ha de ser cobarde;
  y no quiero que encerrado
viva Tayco Soma ya,
y así el Imperio verá,
de su error desengañado,
  que yo tirano no soy,
ni ambiciones solicito,
pues un bárbaro les quito
y un Emperador les doy.
  Bien dices; la pena esquiva
de su prisión se limite,
y por los montes habite,
donde como bruto viva;
  que no temiendo los daños
de su arrogancia cruel,
mejor será dar con él
al Imperio desengaños.

(Quita al EMPERADOR la corona y no se la acierta a poner.)
TAYCO:

  ¡Ay, ay, qué cosa tan bella!

ALCAIDE:

¡Quita!

AMANQUI:

¡Aparta!
..................................

EMPERADOR:

Deja, veré lo que hace.

TAYCO:

Pensé que había nacido con ella,
  viéndola en ese lugar.

ALCAIDE:

¿Qué es lo que quieres hacer?

TAYCO:

Yo no me la sé poner,
aunque la supe quitar.

AMANQUI:

  ¡Qué ignorancia!

EMPERADOR:

Loco estoy;
de contento pierdo el seso,
rey de Amanqui; yo confieso
que más consolado voy;
  ya no hay cosa que me impida,
si el cielo en darme se emplea
contrario que no desea,
segura tengo la vida.

(Vase el EMPERADOR y el REY DE SIGUÉN.)
TAYCO:

  ¿Fuéronse?

ALCAIDE:

Sí, ya se fueron.

TAYCO:

Déjame echar a tus pies,
¡amparo de mi inocencia,
padre amado, amigo fiel!

ALCAIDE:

Álzate, Tayco; ¿qué haces?

TAYCO:

Deja que en el suelo esté,
porque sirviendo a tus plantas
no envidie las glorias de él;
esta industria tuya pudo
librarme de la cruel
saña de un fiero tirano,
y pues el remedio es
de mi vida tu lealtad,
en día que salgo a ver
el cielo, la tierra, el sol,
será justo que me des
más particular noticia
porque llegue a conocer
las cosas que imaginadas
confusamente formé;
simple me mandas fingir,
muy poco tengo que hacer,
pues sólo como ignorante
las verdades fingiré;
flores, luz, estrellas, rayos,
contemplo; pero no sé
sino los nombres, que ignoro
las propiedades del ser;
dime lo más importante,
porque a tu lealtad de fe,
como le debo la vida,
le deba el honor también.

ALCAIDE:

Ya, Tayco, libre y confuso,
desde aqueste campo ves
tierra varia, cielo hermoso,
viento, nada al parecer.
La tierra nos da sus frutos,
piadosamente cortés;
produce las plantas bellas
que agora tus ojos ven.
Compone la primavera
un amoroso vergel,
que en variedad y hermosura
un cielo de flores es.
Verás de naturaleza
el apacible pincel
perderse entre los colores
que son de más interés.
Síguese el invierno, y luego
sujeto el campo al desdén
del viento, que licencioso
le roba todo su bien,
seco y pálido se muestra,
sin conservar ni tener
fino nácar en la rosa,
ni púrpura en el clavel.
Es el viento aquesta esfera
vaga, insensible, y en él
tienen estancia las aves
como en las aguas el pez.
Es el mar un monstruo horrible,
que aunque, soberbio y cruel,
pudiera cubrir la tierra,
guarda obediente la ley
del límite que le puso
el soberano poder
del sol, que en ardiente esfera
cercado de luz se ve.
Ya tú sabes que es el sol
padre universal que fue
de todo cuanto hay criado.

TAYCO:

Eso quisiera entender,
por qué le llamamos Dios
al sol que miro.

ALCAIDE:

¿Por qué?
Porque todo lo ilumina
con su hermoso parecer.
El sol es quien nos alumbra,
y su luz hermosa fue
de Quien tomó ser el mundo;
verásla al amanecer
derramar lucientes rayos
de esplendor y rosicler,
juzgándose luminoso
de todas las cosas Rey.

TAYCO:

Aqueste nombre de Dios
ha puesto en mí un proceder
con temor o con respeto.
Perdone el sol esta vez;
que aunque ignorante, imagino,
Gualemo, que no ha de ser
Dios el que tan fácilmente
se ha dejado comprender.

ALCAIDE:

¿Por qué no, si fue criado
para ser Dios?

TAYCO:

Pues si fue
criado, tuvo criador,
y no es justo que le den
nombre de Dios a la hechura
falsamente, sino a quien
le crió, pues quien le hizo,
bien le podrá deshacer:
¡bueno fuera que el autor
quisiese descomponer
su máquina, y se quedase
el mundo sin Dios después!

(Sale AMANQUI.)
AMANQUI:

¿Oyes?

ALCAIDE:

Disimula.

AMANQUI:

¿Dáislo?

TAYCO:

Dáislo ¿es algo de comer?

AMANQUI:

Dice que solo un instante
a Tayco no le dejéis,
sino que por estos campos
siempre con guardas esté.

ALCAIDE:

Su mandamiento Real
es forzoso obedecer.

AMANQUI:

¿Qué es lo que quieres?

TAYCO:

Que un poco
de aquese daislo me déis.

AMANQUI:

¿Quién vio simpleza mayor?

(Vase.)
TAYCO:

Digo que, a mi parecer,
quien para mí ha de ser Dios,
de sí mismo ha de pender.

ALCAIDE:

Tuvo el sol en su principio.

TAYCO:

¿Tuvo el sol principio?

ALCAIDE:

¿Pues?

TAYCO:

Pues el que principio tuvo,
fin por fuerza ha de tener.

ALCAIDE:

Si el sol hubiera nacido
de sol, pudieras hacer
ese bárbaro discurso,
pero de sí mismo fue
causa y efecto, y no tuvo
otro autor para nacer;
que mal pudieran formalle
manos de hombre o de mujer.

TAYCO:

Yo dudé, como ignorante,
mas hasme de responder
aquesta necia pregunta:
muchas, veces te escuché
de mujer el dulce nombre,
y engendra en mí cada vez
un amor que no es amor,
un temor que no es temer,
un deseo que no es nada.
Y al fin siento un no sé qué,
que, si no es Dios, es, sin duda,
bello animal la mujer.
Por el sol, por Dios te pido
que me des a conocer
aquesta deidad que ignoro,
o que me digas lo que es.

ALCAIDE:

La mujer es compañera
del hombre, es su mismo ser,
y sin ella no podía
conservarse el mundo.

TAYCO:

A fe
que sin miralla me admira,
en mis sentidos crié
agora nuevos deseos
con interno placer.

ALCAIDE:

Ya, Tayco, que más capaz
y con libertad te ves,
escúchame un rato atento
y conocerás mi fe.
Aquesta torre que miras
ha sido de tu niñez
el ocaso; que tú solo
has nacido sin nacer.
Ya sabes con el recato
que yo en ella te crié,
obedeciendo forzado
mandamiento de mi Rey.
Ya sabes que en este tiempo
imposible cosa fue
que del sol la cara hermosa
salieses jamás a ver;
y bien sabes que, piadoso,
contra el mandato y la ley
que tenía por noticia,
varias cosas te enseñé;
pero agora que ya puedo
más libremente poner
en tus labios un secreto
que tantos años guardé,
decirte quiero quién eres,
porque no es razón que estés
ajeno de tus grandezas,
ignorante de tu bien:

ALCAIDE:

tú, de Tayco Soma fuiste
único hijo, y a quien
de aqueste Imperio conviene
el invencible laurel;
ya por montes, ya por valles,
baña un arroyo los pies
del jacinto más humilde,
del más altivo ciprés;
pero cuando más soberbio,
en el mar entra, y en él
pierde el brío, porque todo
vuelve a su centro después;
tú, del mar de aqueste Imperio,
fuiste oculto arroyo ayer,
y del centro de la tierra
el mundo has salido a ver;
el sol vive, que por fuerza
a tu centro has de volver,
para que con esto tenga
más descanso mi vejez.

TAYCO:

Dame esos pies, padre mío,
confiado que si ves
el cetro en aquestas manos,
y todo el mundo a mis pies,
dueño de tantas grandezas
sólo lo quisiera ser
para dar, agradecido,
correspondencia a tus pies.

(Vanse.)
(Sale el REY DE BOMURA y un CRIADO.)
BOMURA:

  Esta religión que alcanza
sólo un Dios, y muchos niega,
hoy ha de ver dónde llega
el brazo, de mi venganza;
  ese mar que forma soles
en las ondas que ha quebrado,
hoy se ha de ver agobiado
de cristianos españoles.

CRIADO:

  Aquí vive Mangazil,
un japón que sabe poco,
hombre ni cuerdo ni loco,
ni cristiano, ni gentil;
  de tal gusto y amor es,
que alegre con todo pasa,
y tiene siempre en su casa
españoles.

BOMURA:

Llama, pues.

CRIADO:

  ¡Mangazil, el Rey espera
de Bomura!

(Dentro MANGAZIL.)
MANGAZIL:

¡Oh, casa honrada!
¡Como quien no dice nada!
¡Voy volando!

BOMURA:

De manera
  parecen en mí inmortales
la crueldad y los enojos,
que han de ser rayos mis ojos
contra españoles.

CRIADO:

¿No sales?

MANGAZIL:

  Tengo la memoria extraña:
¿qué Rey es? Ya ve que son
más los reyes del Japón
que los títulos de España.

CRIADO:

  De Bomura es este Rey.

MANGAZIL:

Por lo menos... ¡Voy volando!

BOMURA:

Hombres que están predicando
nuevo Dios y nueva ley,
  no tendrán vida segura
si los dioses inmortales
tienen en poco.

CRIADO:

¿No sales?

MANGAZIL:

¿El mismo Rey de Bomura?

CRIADO:

  El mismo.

MANGAZIL:

¡Cuerpo de tal!...
¡Voy volando!

BOMURA:

Esos navíos
surcarán los mares fieros,
llevando a la India oriental
  esa gente que pregona
infierno y pena al gentil.
¡Mueran todos!

CRIADO:

¡Mangazil,
el Rey te espera!

MANGAZIL:

¿En persona?

CRIADO:

  Sí.

MANGAZIL:

Ya es mi casa palacio.
¡Voy volando!

CRIADO:

Flema tienes:
voy volando, y nunca vienes.

(Sale MANGAZIL.)
MANGAZIL:

¿No ve que vuelo despacio?
  ¡Un Rey en la casa mía!
¡Mi dicha no tiene par!
Descálzome, para usar
la japona cortesía;
  más acomodada es
la que al español ensalza,
es la cabeza descalza,
y nosotros ambos pies.
  ¿No es mejor quitar bonetes
sin mostrar de rato en rato
trece puntos de zapato
y catorce de juanete?

BOMURA:

  ¿Tú eres gentil o cristiano?

MANGAZIL:

No haya por eso pesares:
yo soy lo que tú mandares,
que soy hombre cortesano.

BOMURA:

  ¿Qué Dios adoras?

MANGAZIL:

Ninguno,
para quitarme de duda
al pedir favor y ayuda;
dice el cristiano que hay uno,
  mil dice el japón, y estoy
con tan buenos pensamientos,
que, por tenerlos contentos,
de ninguna parte soy.

BOMURA:

  ¿Qué cristiano solemniza
su ley en tu casa?

MANGAZIL:

Tres.

BOMURA:

¿De qué traje?

MANGAZIL:

El uno es
del color de la ceniza
  cuando caliente se saca;
...............................................
ni bien grulla, ni bien ciervo;
otro que parece urraca.

BOMURA:

  Llámales, pues.

MANGAZIL:

Es tan fuerte
tu voz, que ellos han salido
sin llamarlos.

BOMURA:

Han venido
a su destierro, a su muerte.

(Salen tres frailes de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín.)
BOMURA:

  Ya, sacerdotes cristianos,
el supremo Emperador
ha cometido el furor
de su justicia a mis manos.
  Ya se logró mi esperanza,
ya dichoso siglo viene;
que un agraviado no tiene
más gloria que su venganza,
  desde este nuestro Poniente,
en sus espaldas el mar,
cristianos ha de llevar
a las Indias del Oriente.
  Salid luego desterrados
del Imperio del Japón,
y ¡viva la religión
que fue de nuestros pasados!

FRANCISCANO:

  Quien fue cristiano, ¿comete
delito tan capital?
Nuestro Padre provincial,
fray Alonso Navarrete,
  (a Santo Domingo estamos
obligados de mil modos)
hable, responda por todos;
voz y obediencia le damos.

DOMINICO:

  Vuelve, Rey, vuelve en ti mismo;
no sigas dioses mortales;
no profanes los cristales
de la fuente del bautismo.
  Hombre que fue bautizado,
hombre que ha tenido nombre
de cristiano, y a Dios-Hombre
costó sangre del costado,
  ¿le ha de negar, siendo eterno
y el que vida y ser nos da,
sin temor de que abra ya
sus gargantas el infierno?
  Tú, porque cristiano fuiste,
más te abrasas, más te enciendes;
Judas fuiste, a Cristo vendes,
pues que su Iglesia vendiste.
  Darte a Dios, hacerte sabio,
¿merece tanta crueldad?
Enseñarte la verdad,
¿ha sido injuria ni agravio?

BOMURA:

  El Emperador solía
permitiros en su Imperio;
cansóse, y a otro hemisferio,
por ese mar os envía.
  Quiero dar a los navíos
el orden que han de guardar;
paciencia y no replicar.
¡Ah, pilotos!

(Vase.)


MANGAZIL:

Padres míos,
  ya mi condición es clara,
nada me puede enojar;
pero a poderme pesar,
prometo que me pesara.

DOMINICO:

  Mangazil, páguete Dios
mi hospedaje, hágate un santo.

MANGAZIL:

No fuera malo, entretanto,
que lo pagáredes vos.

DOMINICO:

  Es Dios tan bueno... Él lo haga;
que la esperanza no pierdo
de verte cristiano y cuerdo.

MANGAZIL:

Pero, en esto de la paga,
  ¿qué tenemos?

DOMINICO:

Yo confío
que Dios te lo ha de pagar.

MANGAZIL:

Tampoco me he de enojar;
vaya con Dios, padre mío.

(Vase.)


FRANCISCANO:

  Padre provincial ¿qué haremos?
En peligro y duda estamos;
a la cosecha nos vamos,
sazonada mies perdemos;
  lo sembrado en el Japón
se perderá en nuestra ausencia.

AGUSTINO:

No tema, padre, paciencia,
que ya está la religión
  bien fundada, y admitida.

DOMINICO:

Padres, paréceme a mí
que nos volvamos aquí,
aunque arriesguemos la vida;
  es quedar desconsolados
si salimos del Japón,
los que ya cristianos son
es fuerza, y los bautizados,
  si les falta la doctrina,
a sus ritos volverán.

FRANCISCANO:

Cuidado y pena me dan.

AGUSTINO:

Pues, padre, ¿qué determina?

DOMINICO:

  Que procuremos volver,
en su traje disfrazados,
y estemos disimulados
como indios, para poner
  ánimo cuando nos echen.
En tierra volver podemos,
ya que su lengua sabemos;
nuestras vidas aprovechen
  a los japoneses fieles.

AGUSTINO:

Y ¿en qué vendremos?

DOMINICO:

Rey mundo
nos hará el cielo segundo;
las capas serán bajeles;
  la gente que nos estima,
sin duda nos seguirá,
y al golfo se atreverá
una chalupa; que anima
  mucho el religioso celo
en los indios ya cristianos.

FRANCISCANO:

Démonos los tres las manos
de volver a morir.

DOMINICO:

¡Cielo,
  danos favor, danos brío!

AGUSTINO:

La vuelta al Japón ordena.

FRANCISCANO:

¡Vuelva yo a pisar la arena
de esta playa, Cristo mío!

(Sale TOMÁS, niño.)
TOMÁS:

  Deo gracias.

DOMINICO:

¡Oh, Tomás!
¿De qué tu tristeza es?

TOMÁS:

Padre, si se van los tres,
¿qué me puede afligir más?
  ¿Cómo ayudaré yo a misa?
¿Cómo seré buen cristiano?

DOMINICO:

Dios es Padre soberano:
vuelve en consuelo y en risa
  tus lágrimas, que ese mar
nos traerá a su playa presto.

(Clarín.)
FRANCISCANO:

Un clarín suena; ¿qué es esto?
Tocan a leva.

(Dentro:)
[VOZ]

¡A embarcar!

DOMINICO:

  Vamos, padres,

FRANCISCANO:

¡Adiós, hijo!

DOMINICO:

No haya descuido, Tomás,
con el rosario.

(Vanse.)
TOMÁS:

Jamás
olvidé lo que me dijo,
  y si me dejare el llanto,
le rezaré cada día,
porque el nombre de María
es muy dulce, es nombre santo.

(Sale QUILDORA con arco y flechas.)
QUILDORA:

  Liseo, di, ¿por qué estás
tan triste? Llorar te veo.

TOMÁS:

Ya no me llamo Liseo;
llámeme, madre, Tomás,
  o deje de ser mi madre.

QUILDORA:

Muy cristiano estás.

TOMÁS:

Si fuera
buen cristiano, no tuviera
madre gentil.

QUILDORA:

Y tu padre,
  ¿no murió en mi religión?

TOMÁS:

Por esto está en el infierno;
¡que no adore un Dios eterno
el Imperio del Japón!
  ¡Gran desdicha! Madre mía,
¿cuándo cristiana ha de ser?

QUILDORA:

Cuando iguale mi poder
al sol, que es padre del día;
  cuando yo emperatriz sea
de este Imperio, siendo agora
una humilde cazadora
que en esos montes pelea
  con las fieras, pues vivimos
de su rendida fiereza;
cuando ciña mi cabeza
oro, perlas a racimos;
  si esto es imposible, di,
¿cuándo podré ser cristiana?

(Dale la mano.)


TOMÁS:

Acepto de buena gana
la condición, porque así
  no pierdo las esperanzas.
Déme la mano y la fe
de cumplirlo.

QUILDORA:

Sí haré:
término infinito alcanzas.

TOMÁS:

  Ver quiero embarcar agora
a mi padre Navarrete;
paz el agua les promete:
adiós, madre; adiós, Quildora.

(Vase.)
(Cantan GUALE y NEREA dentro.)
GUALE:

  Corzos que voláis por flores,
huid si tenéis temor,
que os buscan tres cazadoras
que matan con flechas
y mueren de amor.

QUILDORA:

  Guale me llama cantando:
responder así le quiero,
porque de su voz infiero
que así me viene buscando.
(Canta:)
  Cazadoras que matáis
con flechas del ciego dios,
ya que a todos les flecháis,
curadlos de celos, matadlos de amor.

NEREA:

  Es hora que el monte vea,
dando a las fieras asombro,
flechar el arco del hombro.

QUILDORA:

¡Oh, Guale! ¡Amiga Nerea!
El sol os escuche y vea:
proseguid vuestra canción,
que los montes del Japón,
verdes columnas del cielo,
han sentido ya recelo
de tan hermoso escuadrón;
  Guale prosiga su canto
mientras que Polemo viene;
hiera tu voz, cuando suene,
como el aura crece el llanto;
que yo admiraré entretanto
la gloria que el sol envía
en esa dulce armonía
con que las penas ablandas.

GUALE:

Yo prosigo, pues lo mandas;
así la canción decía:
(Canta:)
  Corzos que voláis por flores,
huid si tenéis temor,
que os buscan tres cazadoras

TODOS:

que matan con flechas de celos de amor.
De los ojos de Nerea
pudieran temblar mejor,
que iguala esta cazadora
en luz y belleza a los rayos del sol.

(TAYCO en alto.)
TAYCO:

  Fiero jabalí, ¿a qué parte
de las cerdas haces plumas
por no volar con espumas
que la sangre han de lavarte?
Ave soy para alcanzarte.

NEREA:

¿Quién da voces?

QUILDORA:

Cazadores
que flecharán pasadores
de algún corzuelo veloz;
no interrumpan esa voz
que escuchan vientos y flores.

(Canta GUALE)
GUALE:

Cuatro ninfas que parecen
hijas de ese blanco mar,
a la montaña se ofrecen
con arcos que flechan marfil y coral.

TAYCO:

  ¡Oh, qué celestial grandeza
en este monte se ofrece!
Los rayos del sol parece
que imita naturaleza.
Esta divina belleza
tanto abrasa el pecho mío,
que entre el fuego y entre el frío,
contrarios que el pecho pasa,
todo el corazón se abrasa
y el alma confusa envío.
  Cuatro rostros celestiales,
sin conocer lo que sea,
me representan la idea;
son divinos, no mortales.
Nunca aquestos animales
he visto; debe de ser
esta la bella mujer
que no han querido que vea;
pero sea lo que sea,
esta vez me he de perder.

NEREA:

  Una fiera ha descendido
de aquel monte.

QUILDORA:

Pues que muera
a nuestras manos la fiera
que a tus ojos se ha atrevido.

TAYCO:

Que no me tiréis, os pido,
con aspectos celestiales.

QUILDORA:

Donde nacen hombres tales,
¿mujeres te espantan, di?

TAYCO:

¿Luego sois mujeres?

QUILDORA:

Sí.

TAYCO:

¡Ah, qué bellos animales!
  No he visto en toda mi vida
otra ninguna mujer;
divino es vuestro poder.

QUILDORA:

Admiración nunca habida:
bárbaro, ¿quién eres?

TAYCO:

Vida
me da tu semblante airoso;
hombre soy, y tan dichoso
estoy de mirarte aquí
que hoy el poder conocí
de Dios en tu rostro hermoso.

NEREA:

  ¡Vámonos de aquí, Quildora;
no esperes más, por tu vida!

TAYCO:

Mirad que lleváis mi vida;
mira que el alma te adora.

QUILDORA:

Dime quién te obliga agora
a más respeto y decoro.

TAYCO:

Vuestras deidades adoro,
pero en margen tan hermosa,
Venus son, y tú la rosa
que corona granos de oro.

QUILDORA:

  De tu extrañeza me espanto.

TAYCO:

De tu belleza me admiro.

NEREA:

Ven, Quildora.

TAYCO:

Ya suspiro.

QUILDORA:

¡Suéltame!

TAYCO:

De ti me espanto.

QUILDORA:

Mira que me esperan.

TAYCO:

¿Tanto
rigor tienes?

QUILDORA:

Soy cruel.

TAYCO:

¿No eres constante?

QUILDORA:

Y fiel.

TAYCO:

Pues ¿por qué eres rigurosa?

QUILDORA:

Soy mujer.

TAYCO:

Siendo hermosa,
no fue perfecto el pincel.

QUILDORA:

  Amor es perfecto ansí.

TAYCO:

Y yo soy tuyo y constante.

QUILDORA:

Eres hombre.

TAYCO:

Soy tu amante.

QUILDORA:

Yo soy mujer.

TAYCO:

¡Ay de mí!
Has de ser mía.

QUILDORA:

No y sí.

TAYCO:

No te entiendo.

QUILDORA:

Ahora no importa.

TAYCO:

Esas crueldades reporta:
no te vayas.

QUILDORA:

Ya no puedo.

TAYCO:

¿Me dejas?

QUILDORA:

Contigo quedo.

TAYCO:

Y yo sin vida.

QUILDORA:

No importa.

(Vase.)