Los saludos
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Desde tiempo inmemorial
es costumbre, entre la gente,
saludarse mutuamente,
cosa que es muy natural.
Es también costumbre añeja
el cumplimentarnos todos
con los diferentes modos
que la crianza aconseja.
Pero hánse multiplicado
de tal manera ambas cosas,
que hoy día son numerosas
las frases que han aumentado.
¿No es bastante saludar,
cuando se tropiezan dos
decir, vaya usted con Dios,
ó bien, agur y mandar?
Pues no sucede así a fe:
uno dice, adiós, fulano;
otro, beso a usted La mano;
Otro, servidor de usté.
Si a uno «Buenos días» dices,
ó te contestará buenos,
ó te dirá nada menos,
ó solo dirá felices.
¡Salud! oirás a unos;
¡vaya bueno! dirá otro;
¡hola! exclamará este otro;
¡adiós! escuchas a algunos.
Este para saludar,
se sonríe placentero;
aquél, se quita el sombrero
con política ejemplar.
Y no es esto solamente,
sino que, según su estado,
sexo, costumbres ó grado,
así cambia en cada gente.
El pueblo, con un porrazo
que acredite su franqueza:
las hembras con la cabeza;
los soldados con el brazo.
El espadachín en cruz;
los cortesanos doblándose;
los actores encorvándose;
el fraile echando el capuz.
La marina, a cañonazos
suele entender los saludos;
y los morabitos rudos
se inclinan cruzando brazos.
Los chiquillos de mantillas
abren y cierran la mano;
sus siervos al soberano
con música y campanillas.
El espada, que a la res
va a despachar con limpieza,
la gorra de su cabeza
quita, y la arroja a los pies.
Quiérela la mano oficioso;
quién, risueño sonriéndose;
quién, como un tonto riéndose,
y quién, grave como un oso.
Uno, sin mirar saluda,
otro, mira demasiado,
otro, pasa por tu lado,
y el rostro de lado muda,
Y en suma, infinitos modos;
pero a Dios con devoción,
con respeto y sumisión,
siempre saludamos todos.
Y pues a Dios nombré, creo
conveniente en El finar;
basta ya de saludar,
y hasta otro día: laus Deo.